Jane Campion, la maestra del cine que veneraba a Emily Brönte

Jane Campion, la maestra del cine que veneraba a Emily Brönte

La cineasta explicó los entresijos de su última película, 'El poder del perro', nominada a 12 Óscars, en el Festival Lumière de Lyon.

16/02/2022

Jane Campion con el Prix Lumière. / Foto: © Léa Rener (Festival Lumière)­.­ ­

Jane Campion (Wellington, Nueva Zelanda, 1954) fue una niña llena de energía y, después, una adolescente frustrada. Creció amando las historias románticas ambientadas en el siglo XIX, con la literatura de dos Emilys, Brönte y Dickinson, como brújula creativa, pero no hallaba referentes femeninos en el oficio al que quería dedicarse, el cine. A los 24 años, todo cambió. A esa edad, tuvo una epifanía. “Decidí que iba a dejar de cuestionarme mi propio potencial y que mi único temor a partir de entonces iba a ser a no intentarlo. Del deseo pasé a la acción. Al principio fue infructuoso, pero me sentía tan feliz… Luego empecé a descubrir un vínculo entre mi energía y mi psique, un nexo misterioso con el subconsciente. Creo que la gente lo llama creatividad”, se explayaba la directora el pasado mes de octubre durante el Festival Lumière de Lyon.

A partir de entonces se obcecó en un proceso de prueba, ensayo o error. Aprendió sobre encuadre e iluminación con un novio que era fotógrafo de bodas. Hojeaba revistas. Lo intentaba, lo intentaba, lo intentaba.

“Mis amigos me consideraban aburrida, porque estaba genuinamente obsesionada. No hablaba de otra cosa. Probaba una y otra vez sin que me importara equivocarme, porque estaba aprendiendo”, recordaba en una clase magistral horas antes de recibir el Prix Lumière en reconocimiento a toda su trayectoria.

A los 27 años empezó a estudiar en la Escuela Australiana de Cine, Televisión y Radio. Aquello fue, en sus propias palabras, “una lección de humildad”. La rodeaban otras 75 personas que acariciaban el mismo sueño que ella.

Cuatro décadas después, la realizadora atesora una filmografía de nueve películas y una serie que comparten una personalidad única, reconocida y reconocible. Ostenta, entre otros reconocimientos, un Óscar al mejor guion, un Globo de Oro y un León de Plata de la Mostra de Venecia. La prensa la cita a menudo como “la cineasta de las primeras veces”, porque en 1993 hizo historia con su película El piano al erigirse en la primera mujer en ganar la Palma de Oro en Cannes y en 2014 fue la primera directora en presidir el Jurado de ese mismo festival. Este pasado domingo marcó un nuevo hito, al convertirse en la primera realizadora en ser nominada dos veces al Óscar. Caso de alzarse con el galardón el próximo 27 de marzo, sería la tercera directora premiada por la Academia, después de Kathryn Bigelow y Chloé Zhao.

No es descabellado. Su película, El poder del perro, lidera esta edición, con 12 nominaciones. Además de en la categoría de dirección, también en la de película, actor principal para Benedict Cumberbatch, actor de reparto tanto para Kodi Smit-McPhee como para Jesse Plemons, y actriz de reparto para Kirsten Dunst.

Jane cogió su fusil

Su adaptación de la novela homónima de Thomas Savage supone un quiebro en su carrera, poblada de heroínas a contracorriente. En esta ocasión, Campion da el protagonista a un hombre. Un vaquero, además. La cineasta se adentra en las llanuras del más masculino de los géneros, el western.

“No fue una decisión consciente, en plan ahora voy a rodar una película protagonizada por un hombre. Me enamoré del libro. Lo admiraba por su estructura literaria. La historia se desenvuelve como una cuerda que recoge pedazos de vida. La narración adopta un sistema de serpiente en la presentación de personajes y crea una armonía. Me pareció todo un reto trasladarlo a la pantalla”, comparte.

Su película es un drama psicológico donde la tragedia se va cociendo a fuego lento. En un rancho de Montana (Estados Unidos) dos hermanos miden sus fuerzas cuando el más pequeño, discreto y refinado, contrae matrimonio con una viuda que se instala en la propiedad con su hijo afeminado. El mayor, homófobo, misógino, arisco y desaliñado, reprime su homosexualidad al tiempo que castra el ganado y hostiga a su cuñada, que va ahogando su inquietud en el alcohol. Las tensiones y las revelaciones van in crescendo en la majestuosidad del paisaje de montaña.

“Savage era una persona complicada. Vivía en un mundo dominado por el patriarcado. Creció en Montana, con todo su potencial alfa, pero tenía un gran secreto, su condición homosexual. Me tocó profundamente. En su novela hay ternura hacia todos los personajes, incluso hacia el principal, un hombre que es incapaz de amar, pero lo ansia, con un gran dolor”, describe.

Para ayudar a Cumberbatch en su inmersión en un papel con tantas aristas, Campion inició un trabajo elaborativo del sueño con una psicoanalista. La capacidad interpretativa del actor británico no era un problema. Benedict Cumberbatch se volcó en el trabajo de campo, en aprender cómo castrar un toro, montar a caballo, tocar el banjo y trenzar una cuerda.

“El problema era la profundidad, interpretar a un personaje tan herido y tan cruel. Lo animé a realizar la misma inmersión en su interior que había hecho yo y cuando terminó, me transmitió que era lo mejor que había podido hacer para encarar al personaje “, revela una autora que hasta el momento se ha caracterizado por retratar a mujeres en búsqueda de su emancipación, ya fuera social, sexual o física.

Latidos del deseo femenino

Campion ha auscultado el deseo y las relaciones humanas a través de personajes inolvidables, interpretados por actrices siempre carismáticas, como Holly Hunter, Nicole Kidman, Meg Ryan, Jennifer Jason Leigh, Elisabeth Moss y Anna Paquin.

“Todas mis heroínas, ya sea en mis películas o en los libros que adoro, encuentran una vida más gratificante fuera de las convenciones. Tienen un problema de adaptación en el mundo. Buscan su libertad. Me interesan los personajes que se ven empujados a realizar un viaje personal por las circunstancias que les rodean o por quienes son. Todos sabemos cómo acaba este viaje, es el mismo para todos, de modo que lo que cuenta es el momento, el proceso”, valora.

Hacía más de una década desde el último largometraje de Jane Campion. De hecho, El poder del perro ha sido una ardua empresa que sin el apoyo de Netflix no hubiera fraguado. Y no solo por la irrupción de la pandemia. La directora lo vive con sentimientos encontrados.

“Esta película era cara de financiar y la gente que disponía del dinero era Netflix, así que era una decisión sencilla: o la rodaba con ellos o no la hacía. Netflix ama el cine y, hoy por hoy, es un pasaporte para sacar adelante proyectos. No obstante, considero que el visionado en gran pantalla sublima la experiencia cinematográfica. Es como leer un libro en papel o en un Kindle: en el dispositivo electrónico no distingues uno de otro, porque no llegas a ver la portada”, comparaba en Lyon.

El reconocimiento que recibió en la ciudad francesa le fue concedido en el pasado a, entre otros, Ken Loach, Jane Fonda, Quentin Tarantino, Pedro Almodóvar, Martin Scorsese y, uno de los ídolos de la neozelandesa, Francis Ford Coppola.

“Me gusta ver las películas despacio, descubriendo todos sus mecanismos. He aprendido el lenguaje del cine de Kubrick y de Malick. Estudié a Bresson y a Buñuel, me conmueve Fellini. Me gusta todo lo que está bien hecho. Coppola es mi maestro. Puedes ver su cine una y otra vez, sin aburrirte. Aunque no nos hayamos conocido, su don para elegir actores y crear la situación para que den lo mejor de sí mismos son para mí un ejemplo”, ensalza una creadora que ha sido capaz de destilar los referentes de un medio predominantemente masculino y desarrollar una obra propia, personal y feminista, marcada por su inspiración en voces literarias de mujeres y por la sublimación de la naturaleza.

“Es importante preocuparse por el medio ambiente, pero los humanos no somos muy buenos en proyectar el futuro, quizás porque no nos gusta pensar en nuestra propia muerte. La pandemia fue interesante, porque como la gente temía enfermarse y morir, el mundo se paró. Eso mismo debería pasar también con el calentamiento global, pero la capacidad de negación es muy profunda. Es algo que supera mi comprensión. Hay que revertir esa tendencia. Me aterroriza la desaparición de la naturaleza. Mi pequeña gota en ese océano es crear algo amable y bueno”, expuso.

Según comparte, en su país ha habido una degradación del sistema educativo, como en tantos otros rincones del mundo. Los aspirantes a directores han de pagar una enorme suma para estudiar. Así que esa pequeña gota es una escuela efímera de cine en Nueva Zelanda, donde 10 personas buscan encontrar su propia identidad autoral y rodar sus primeras películas: “Es importante facilitar la educación, crear las condiciones para que ellos aprendan por sí mismos”.
Con suerte ese “algo amable y bueno” sirva impulsar la carrera de cineastas que hablen en su obra de la insumisión y de la libertad, y provean el imaginario de más seres indómitos y complejos.

 


Tenemos mucho, pero que mucho cine:

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