Lecturas para transitar el (h)amor roto
La editorial Continta me tienes publica el séptimo volumen de su colección (h)amor, en el que siete voces reflexionan sobre rupturas en relaciones atravesadas por el amor romántico y occidental, el capitalismo y la patologización del duelo.
Pasar días sin ducharse, con el pelo sucio y graso de lágrimas. Una baja por ansiedad e insomnio, ansiolíticos y largas semanas en la cama. Una aplicación para borrar todo sobre ‘esa persona’. Gritos, llantos, dolor, culpa. Vacío. Hay muchas maneras de vivir una ruptura. Las vemos representadas en las películas, en las novelas, en el arte. La artista Marina Abramović puso fin a su relación con Ulay caminando por la muralla China. Cada uno a un extremo hasta encontrarse en el centro para darse el último adiós. 2.500 kilómetros para el último abrazo. Hay muchas maneras de vivir una ruptura. Pero, ¿cuánto se prolonga esa herida? ¿Cuánto dolor carga un cuerpo? ¿Cómo afrontar un duelo una vez tragado el mito del amor romántico en medio del capitalismo voraz, de la jornada laboral, del pago de un alquiler, de las fronteras y de las facturas?
(h)amor roto, el séptimo volumen de la editorial Continta me tienes, responde a algunas de estas cuestiones a través de diez voces que escriben a corazón abierto sobre rupturas y duelos. Andrea Gumes, Andrea Momoitio, Fefa Vila, Juanpe Sánchez, Laura Casielles, Laura Latorre, Lidia García, Mafe Moscoso, María Bastarós y Meg John Baker desgranan y exponen estas (sus) heridas a través de experiencias personales y las confluencias entre género, raza y clase social. Algunas de estas historias han sido escritas desde una separación afectiva reciente, una narración poética, la rabia, lo teórico, el desgarro latino o el humor.
Duelos y patologías
La palabra duelo proviene del latín, dolus, que significa dolor. En la ‘guía básica de rupturas’, diríamos que el duelo es a lo primero que nos enfrentamos cada vez que termina una relación de pareja o, dicho más moderno, un proyecto en común. “Nadie se muere de amor, digan lo que digan las poetas”, escribe Andrea Momoito en su relato ‘He matado a todas mis gallinas’. Nadie muere después de un THE END, pero no se puede negar el dolor o el “veneno, que estalla por las venas como un trueno” (así lo cantaba Rocío Jurado).
El duelo es tangible y está incluido dentro del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales DSM-5. Definido como una reacción ante la muerte de una persona querida o el proceso de adaptación emocional que sigue cualquier tipo de pérdida (de una relación, de un trabajo…), el manual hace una diferenciación entre el duelo normal y el patológico; este último se diagnostica después de los doce meses de ‘esa muerte’. La terapeuta narrativa y trabajadora social Laura Latorre hace una revisión de la psicología normativa hacia ciertas guías que cuantifican cuánto debe durar un duelo por ruptura (entre tres y seis meses) y las estipuladas etapas por las que pasa ese duelo (dolor intenso, ira, rabia, aceptación…).
No podemos negar que la sociedad capitalista y productivista se ha encargado de imponer cómo debemos sentir, enamorarnos y gestionar el dolor como si fuéramos un sistema informático. “Desde este paradigma, las únicas soluciones válidas ante las rupturas pasan por las terapias, los manuales de autoayuda, el desarrollo personal, la resiliencia, la introspección o la farmacología si el duelo se torna patológico”, explica Latorre.
En esta perspectiva, el escritor e investigador Juanpe Sánchez López señala en (h)amor roto, que el acceso a la medicación crónica se ha convertido en una herramienta para hacer desaparecer las dolencias o mitigar el cansancio, para negar el presente de las personas y condenarlas a estar bien o mal. “Si cada vez estamos más cansados y más medicados es porque cada vez tenemos menos tiempo de ocio, trabajos más precarizados, relaciones menos comprometidas”. Para ello, el escritor Meg-John Barker propone acercarse al dolor, y no escaparse de él, para poder relacionarnos a través de otros ángulos y transitarlo de una manera consciente.
Duelos, patrones y cultura occidental
El duelo funciona como un líquido heterogéneo que fluye híbrido en cada persona, además de mezclarse con un linaje previo. Citando de nuevo a Baker: hay que tener en cuenta los traumas culturales y de desarrollo en cada persona dentro de las relaciones de pareja románticas, ya que, desde el punto de vista normativo, en la cultura occidental tener pareja está asociado a patrones como la estabilidad y la felicidad plena. Estas concepciones culturales hacen que, por ejemplo, se busque en las parejas una corrección de los patrones familiares pasados y la protección o el cariño que no se obtuvo en la infancia. En este sentido, cuando se produce una ruptura aparecen los sentimientos de abandono y se buscan culpables, lo que aumentará la toxicidad durante el proceso. La poeta y periodista Laura Casielles lo describe así: “Lo más terrible de las rupturas tal vez sea que hay dos partes sabiendo que una hizo rematadamente mal”.
Para llegar a rupturas más sanas, Baker aconseja hacer un trabajo individual y una revisión profunda de análisis cultural para no reproducir traumas de la infancia o familiares. Desde el punto de vista de Laura Latorre, el dolor no es una cuestión única e individual y señala a las estructuras sociales desiguales que habitan los cuerpos en las rupturas: las diferentes socializaciones del género y los diagnósticos patológicos, que son más frecuentes en las personas socializadas como mujeres.
Occidente y Europa también dictaminan cómo deben amar las mujeres racializadas. Mafe Moscoso critica “el régimen amatorio colonial” y escribe un análisis disidente de las formas del amor y desamor europeo: “Se espera que el duelo de amor sea aséptico, desapasionado, limpio. En el régimen del corazón roto europeo, el desamor moderno tiene fases de duelo, ocurre a través de etapas en las que el tiempo contado de modo unilineal, avanza desde el pasado, presente y futuro”. Moscoso habla del despecho latino castigado por la metrópoli europea, un despecho de sentimentalidad exagerada y periférica y reivindica este drama agónico como una práctica de resistencia ante el sentir europeo y colonial. También escribe sobre dolerse en un cuerpo atravesado por el duelo desde que se abandona la patria: “La migrante enamorada siempre va a vivir en el desarraigo”.
Duelos y amigas
Hay muchas maneras de vivir una ruptura: en soledad o con afectos.
“Bien, la vida implica riesgos. El amor es uno de ellos. Terribles riesgos”, escribió Anne Carson en La belleza del marido, un ensayo ficticio en 29 tangos en el que una relación de pareja se desmorona. Dos terribles riesgos que empiezan con toda historia de amor son creer que ese amor durará para siempre y que el heteropatriarcado capitalista e ideal romántico dominarán esa relación. “Todas lo tenemos claro”, escribe Andrea Momoito. Y sí. Pero ninguna, queremos estar solas, morir solas. “Algunas hemos creído en las amigas para encontrarnos, después, pidiendo sopitas en casa de papá y mamá cuando las cosas se han puesto feas. Quizás las redes de afecto solo sean una alternativa, valga la redundancia, para quienes no tienen privilegios para sacudirse ni camas en las que caerse”.
Muchas amigas que, desde su buena fe, recurren a ese saco de frases hechas que funcionan como un bálsamo para mitigar el impacto sangrante del dolor: “Un clavo saca a otro clavo”, “era un gilipollas”, “te mereces a alguien mejor”, “todo pasa por algo”, “mejor sola que mal acompañada”. O la típica: “Ahora tienes más tiempo para pensar en ti”. ¿Se pierde el yo cuando se habita el nosotrxs? Es complicado no caer en esas estructuras cuando nos han enseñado a habitar la estructura. La investigadora Lidia García también escuchó que la mejor época para pasar una ruptura era el verano: “Supongo que si tienes planes, amigos y pasta es así. Yo aquel verano en el pueblo no tenía ninguna de las tres cosas”. En su texto narra su primera ruptura amorosa en soledad marcada por una banda sonora de boleros y a escondidas de sus padres. “Casi siempre estaba enroscada en un sofá amarillo al que le empezaba a asomar el esqueleto, echando siestas cada vez más largas, llorando lágrimas negras de lesbiana adolescente”.
Duelos, humor y olvido
Hay muchas maneras de vivir una ruptura o de enfrentarse al amor romántico, y otra de todas las expuestas anteriormente es a lo María Bastarós: riéndose del amor romántico, con humor y haciéndole cosquillas. En ‘Cosas que hacer con tu expareja’, la escritora y gestora cultural construye diversos relatos después de la ruptura con su (ex)marido. “El dolor romántico forma parte de nuestra vida, al menos en nuestra generación: demasiado jóvenes para someternos sin remedio a la primera pareja monógama que se nos cruce, demasiados viejos como para interiorizar el poliamor y la anarquía relacional como algo que nos resulte excesivamente agotador y artificioso a nivel emocional”, escribe Bastarós en la introducción a su relato.
¿Funciona la escritura como liberación después de una ruptura? ¿Puede ser una ruptura liberadora aún estando en el fango? Cada persona usará su ritual, su estrategia para poder decir adiós y soltar los recuerdos. La edificación de una nueva casa con identidad propia. Vaciar la sangre de odio. Hacer pactos de silencio. Pero, ¿cómo se aprende a mirar los recuerdos? Al final del escrito ‘Las grietas’, la periodista y escritora Andrea Gumes relata: “Hay días en los que deseo muy fuerte habitar en esos segundos de olvido. Pero la realidad llega”. Todavía no existe una máquina para borrar la memoria como en la película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, pero podemos transitar o repetirnos a nosotras mismas la frase que “acabar con el patriarcado es un paso en la dirección del amor” y dar las gracias a bell hooks por escribir algo tan verdadero.
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