‘Euphoria’ para vengarnos del maltratador
La ansiada revancha contra el villano de la serie ha consistido en humillarlo como maricón. De nuevo, son los cuerpos históricamente oprimidos los que terminan señalados mientras que quienes escriben las historias se desresponsabilizan de las imágenes negativas que perpetúan.
(Este artículo contiene spoilers)
Al final Euphoria iba de castigo y humillación. La segunda temporada de la serie de HBO protagonizada por Zendaya y creada, dirigida y escrita por Sam Levinson ha finalizado con dos capítulos centrados en la representación de una obra de teatro en el instituto. La pieza de Lexi Howard (Maude Apatow) es una revisión de su propia vida y de la vida de sus amigas, pero ante todo es el motor de la ansiada revancha. La satisfacción de la audiencia a esta rendición de cuentas ha demostrado la relevancia que le damos a la destrucción del adversario en la que todo está permitido y ha plasmado cómo, queriendo ajusticiar al mismísimo demonio, nos convertimos también en Satanás. El público estaba sediento de vendetta y Levinson la ha servido con mensajes que, en lugar de apuntar a los de arriba, revalidan la ira contra los de abajo.
Euphoria pone en práctica la metaficción al conseguir que los personajes se conviertan en espectadores de sus propias vidas ficcionadas y sean testigos de sus acciones. Justo en ese espejo narrativo tiene lugar el mayor punitivismo de la serie: la venganza contra el villano Nate Jacobs (Jacob Elordi). Para hacer memoria, Nate es un maltratador que abusa física y psicológicamente de sus novias (estrangula a Maddy, la apunta con una pistola y mantiene anulada y bajo su poder a Cassie), es un perverso manipulador (engaña, amenaza y extorsiona a Jules) y es un ser violento movido por una clara misoginia. El joven contempla desde el patio de butacas cómo en el escenario lo exponen como un mariconazo armarizado que se esconde bajo su apariencia de hipermasculinidad. A Nate le dan donde más le duele: en su intachable reputación como el macho alfa del instituto. No obstante, si el culmen para criticar la masculinidad tóxica pasa por presentar a Nate como un marica reprimido tenemos un grave problema, que se agranda aún más cuando el público aplaude con ganas esta narrativa. La escena del teatro es la violencia heteropatriarcal que los maricones llevamos sufriendo toda la vida, solo que ahora viene disfrazada con maquillaje de fantasía.
El musical sí es homofobia
Hay voces que niegan que la celebrada escena sea homófoba y se aferran a que simplemente hace un repaso a los “heteros macho man” obsesionados con sus bíceps pero que bloquean sus emociones. Dejémoslo claro desde el principio: el momento del musical sí es homofobia. Lo es porque, en primer lugar, usa la homosexualidad para humillar a Nate. Levinson se vale de estereotipos vinculados a los gais para retratarlo ante el centro escolar y burlarse de él: lo pone en acción con tíos musculados sin camiseta y en mallas doradas, se azotan el culo entre ellos, simulan sexo anal, mamadas, orgías y se tiran agua unos a otros como si se estuvieran corriendo; todo ello a ritmo de Holding out for a hero, de Bonnie Tyler, mientras los espectadores jalean desde la platea. Que la estética no nos ciegue: se está utilizando la homosexualidad como arma arrojadiza, como vergüenza, como ofensa y como insulto contra el antagonista. La venganza se ha transformado en un espectáculo musical, pero la idea que subyace es que ser gay es motivo de escarnio público y nuestra orientación sexual se convierte en un castigo.
En segundo lugar, la escena es homofobia porque vincula a los dos grandes villanos como maricones frustrados: a Nate (con todo su currículum negativo que hemos expuesto) y a su padre Cal (Eric Dane), un pedófilo que graba sus encuentros sexuales con menores trans y que se lamenta por no haber podido vivir su homosexualidad en libertad. Consecuentemente y, en tercer lugar, la escena es homofobia porque es el amo usando las herramientas del amo para golpearnos y controlarnos. Presentarnos al mundo como chupapollas para remarcar que somos menos hombres, no-hombres o traidores es lo que la cultura de masas ha hecho tradicionalmente.
En cuarto lugar, es homofobia porque utiliza un deseo disidente y cuerpos históricamente perseguidos para justificar el origen de la masculinidad violenta de Nate. Es decir, a un problema estructural que causa mucho daño le atribuye la razón por la que a nosotros aún nos siguen asesinando. El mensaje es claro: la culpa es nuestra y nos responsabiliza a nosotros.
En quinto lugar, es homofobia porque quienes hemos sufrido ese señalamiento por ser maricones sabemos identificarlo. Mientras las protagonistas explotaban de alegría en sus asientos al ver cómo trinchaban al ser que más despreciaban, me revolví en el sofá y sentí impotencia. Lo que le estaban haciendo a Nate me lo habían hecho a mí. Yo tenía 16 años, también iba al instituto, era carnaval y estaba con mi grupo de amigas en un pub de mi pueblo. De repente, aparecieron tres chicos que iban a otra clase. Me acorralaron en un rincón y empezaron a restregarse contra mí al ritmo de la música mientras soltaban carcajadas y frases que mi mente ha bloqueado. Se rieron de mí delante de todo el local, me demostraron quién tiene el poder. Creyeron que tenían derecho legítimo a hacerlo y eso es lo mismo que hacen con Nate en Euphoria: humillarlo como maricón.
Por otro lado, es insostenible argumentar que el número musical no es homófobo porque la intención del creador era justamente enseñar ese odio. Mostrar homofobia sin criticarla es justamente perpetuar homofobia. Las intenciones del creador nunca son relevantes en el resultado final del producto cultural. Su poder reside en cómo la audiencia interpreta los mensajes que se están lanzando y, en este caso, el público celebró el apaleamiento a Nate como homosexual reprimido.
Me watching Lexi absolutely destroy Cassie and Nate #Euphoria pic.twitter.com/jOC3VYgIJr
— layla (@laylahessey1) February 21, 2022
Uno de los hechos más perversos del final de Euphoria radica en que Sam Levinson le da al propio Nate la agencia de señalar que la escena del teatro es homófoba. No se la da a Jules o Rue, algo que sería más coherente que ponerlas a aplaudir como fieras extasiadas, puesto que ambas son LBT+ y es probable que entiendan el dolor de esa mofa. Otorgarle al malvado el poder de nombrar a su favor una discriminación, aunque sea durante un mísero segundo, da el mismo resultado que cuando escuchamos a la extrema derecha expresar que condenan la LGTBIfobia: la instrumentalización de nuestra lucha.
Te lo mereces por maltratador
La escena teatral queda justificada como venganza y castigo desde el principio. Es la forma de decir “Nate, te lo mereces por ser un maltratador de mierda”. Y es bajo ese argumento justiciero que celebramos que Lexi, la buena de clase, emplee la homosexualidad para hacer destrozar al adversario: ridiculizar a alguien como maricón queda validado en nombre de la venganza. Así lo aprueban entre aplausos Rue, Maddy, Jules y Kat, mujeres a las que Nate ha hecho daño en mayor o en menor medida y que no quedan como vengativas a ojos del espectador sino como heroínas redimidas. En ese juego de metaficción, ellas cuatro somos nosotros, el público, que alaba en redes sociales cómo el león por fin es aniquilado en el circo romano. La venganza de Lexi es la venganza de todos. En esta nuestra sociedad del castigo, nadie forma a Nate, nadie piensa en reeducarlo, nadie le explica nada, no se concede una reforma ni una reinserción. Lo único que se busca, y lo que el público clama, es punición y eso dice mucho de en qué punto estamos como sociedad.
Nate se merece todo lo malo del mundo por ser el villano, incluso aquello que no nos gusta que nos hagan a nosotros como, por ejemplo, sacarnos del armario. Lexi (alter ego de Sam Levinson en la serie) grita ante el instituto que a Nate el molan los tíos, justamente lo mismo que hacían con nosotros en clase y justamente lo que nos hacía sentir pisoteados, pequeños, vulnerables y avergonzados. Pero como a Nate lo odiamos está muy bien que le hagan outing. Queda activada así la doble vara de medir y el abusado pasa a convertirse en abusador.
Por si fuera poco, Euphoria ejerce contra Nate otra violencia que siempre han hecho contra los maricas: hablar por nosotros. La serie lo señala directamente como maricón. Tiene fotopollas en el móvil, le encanta el gym y la hipermasculinidad y tiene pesadillas en las que su padre lo agrede sexualmente, pero todo eso no significa que sea homosexual. Quizá sea bi. Sin embargo, la serie no le da la oportunidad de nombrarse a sí mismo, de aceptarse (si es que lo es) y, lo más importante, de explicarse. Son otros –somos otros– quienes lo hacen por él y es además para crucificarlo. (Un breve apunte: argumentar que es gay porque le mola Jules, una mujer trans, es intrínsecamente tránsfobo).
Desresponsabilizar al arte
La euforia colectiva que ha despertado la revancha despiadada y bañada en purpurina de Lexi debe hacernos levantar las cejas. El público está encumbrando como girl boss, salvadora y lideresa a un personaje cobarde que saca rédito personal de hacer exposing. La tímida y observadora Lexi expone la vida de sus amigas y familiares para su beneficio propio y para conseguir aplausos que le alimenten el ego de artista. De hecho, ni siquiera avisa a las personas que se supone quiere de que va a relatar sus intimidades bajo los focos. Si juzgamos moral y éticamente a Nate y Cal, es justo afirmar que Lexi es la otra gran villana de Euphoria. ¿Por qué vemos su obra como algo honorable? ¿Lo aprobamos porque se está vengando de un abusador? ¿Si lo hiciera con personajes que no leemos como malvados también la encumbraríamos? ¿Nos parece bien que pinte a su hermana como un zorrón descerebrado con tetas enormes porque percibimos a Cassie desde la rabia? Si Lexi es homófoba, egoísta y vengativa, aceptemos que lo es y que la estamos aupando como tal.
— out of context euphoria (@ooceuphoria) February 28, 2022
Lexi justifica el revanchismo de la pieza teatral con esta frase: “A veces, la gente necesita que le hieras sus sentimientos”. Traducción: “La obra va a molestar a una parte del público, pero es por su bien”. Una afirmación rotundamente falsa y autocomplaciente. Los creadores no se pueden desresponsabilizar de las implicaciones de su obra para salvar su propia imagen. El arte muestra, señala y pone marcos mentales en la mente del público. Las mujeres, las personas LGTBI+, las personas negras, latinas, de origen asiático y con diversidad funcional podemos hacer una lista infinita de películas, series, canciones y libros que han perpetuado estereotipos negativos sobre nosotras con la intención de domesticarnos. ¿Es necesario que estas obras culturales hieran nuestros sentimientos? ¿A quién le beneficia causarnos daño? ¿A nosotras o a quién está detrás de estas obras?
Tenemos todo el derecho a exigir a la cultura nuevas narrativas y nuevas formas de imaginar nuestra vida. El arte no es neutral, no es casual y también representa al poder. Que no se nos olvide nunca ver quién escribe, desde dónde escribe, qué plataforma emite su contenido, quiénes son sus patrocinadores, de cuánto dinero dispone, cuál es su audiencia numérica; factores que influyen a la hora de construir un producto. Por tanto, que no vengan autores con grandes cheques bancarios a exculparse, a lavarse las manos y a decir que tenemos que salir malparados los mismos de siempre. Pensar que el arte tiene que quedar libre de pecado evidencia la postura privilegiada de quién lo hace.
Vendetta digital
La vendetta que nos ha servido en caliente Euphoria ha trascendido a la conversación digital y ha quedado reflejada en la forma de hablar de Cassie en las redes sociales. Completamente destrozada y emocionalmente dañada (ha sufrido un aborto, ha sido sexualizada por los hombres toda su vida y no ha sentido apoyo familiar), el personaje interpretado por Sydney Sweeney inicia una relación altamente tóxica con Nate, ex de su mejor amiga Maddy. Sin mostrar ningún tipo de empatía hacia ella, quizá porque la propia serie nos la pinta como víctima patética, el lenguaje online se ha encargado de maltratar aún más a este personaje y el abusivo porno emocional de Cassie (llora en todos los episodios) se ha convertido en el rey de los memes de esta temporada. Tan solo basta poner “#euphoria Cassie” en el buscador de Twitter para ver publicaciones con miles de likes ansiando que Maddy se vengara de Cassie, ridiculizando sus lágrimas o incidiendo en un “te lo has buscado por liarte con el maltratador”.
Maddy realizing that Cassie being with Nate is punishment enough was a MOMENT #Euphoria pic.twitter.com/EUJ1m07jJx
— Neurotic Nancy (@jael33127739) February 28, 2022
Esa media hora de Elliot cantándole a Rue me la hubieran puesto de Maddy agarrándose a chingazos a Cassie.
— sam. (@fuckyesbeatles) February 28, 2022
Tampoco nos debería extrañar este linchamiento ya que la propia serie se ha escrito desde el destierro y la penitencia. Varios son los artículos que explican las desavenencias entre la intérprete Barbie Ferreira y Sam Levinson. Esos encontronazos habrían hecho que Kat, el personaje de Ferreira, haya pasado de ser troncal a casi desaparecer con apenas tres líneas de guion y sin ningún desarrollo. No hay peor castigo y muestra de poder que vapulear a una actriz en tu propia serie.
Euphoria se estrenó en 2019 mostrándonos vidas trans adolescentes, cuestionando cómo se mostraban las violencias sexuales en pantalla y haciendo un duro retrato de la drogadicción. No obstante, esa transgresión inicial ha terminado derivando en las viejas narrativas a las que estamos acostumbrados y que van desde clichés homofóbicos, peleas de gatas, venganza y visión heteronormativa. Todo escrito y dirigido por el mismo hombre. Todo mirado y contado a través de la óptica de siempre. Estamos en 2022. Game over. Hay pantallas que tenemos que superar.
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