Llenó Kenia de árboles, creó empleos para mujeres y ganó el Nobel de la Paz
Esta es la historia de Wangari Maathai y su Green Belt Movement.
Cuando faltan los árboles, la tierra se seca y se vuelve yerma y estéril. En muchas regiones del mundo, la deforestación obliga a mujeres y niñas, las encargadas de las tareas del hogar, a desplazarse cada vez más lejos para buscar agua, alimentos o madera con la que cocinar y calentarse. Al dedicar cada vez más horas a esta actividad, sus posibilidades de estudiar o conseguir un empleo simplemente desaparecen.
Cuando vio que la falta de oportunidades y la deforestación iban de la mano en las zonas rurales de su país, la keniana Wangari Maathai decidió tomar cartas en el asunto. Creó el Green Belt Movement, y con él empleos para miles de mujeres. Comenzaron a plantar árboles, a montar viveros y a vivir de sus frutos. Y así, a medida que la tierra recuperaba su fuerza, ellas ganaban seguridad e independencia.
Una profesora activista
Wangari Maathai nació en una aldea de Nyeri, Kenia, en 1940. Como mujer nacida en el seno de una familia humilde, su destino parecía ligado a trabajar desde niña, formar una familia y seguir los pasos que dictaba la tradición. Sin embargo, Wangari tuvo la oportunidad de estudiar. Y la aprovechó.
Tras cursar un grado en Biología y un máster en Ciencia en Estados Unidos gracias a una beca, regresó a su país y obtuvo un doctorado en Anatomía Veterinaria en la Universidad de Nairobi. Corría el año 1970 y Wangari Maathai se convertía en la primera mujer de África Central y Oriental en obtener un título de doctorado. Años después, sería la primera jefa de departamento y la primera profesora asociada de esta universidad.
Sin embargo, cuando miraba a su alrededor, la profesora veía cómo su vida era una excepción. Numerosas mujeres de las comunidades rurales de Kenia tenían cada vez menos recursos: muchas de ellas dedicaban sus días a desplazarse para buscar agua y madera, cada vez más lejos. La deforestación y el uso indiscriminado de los bienes naturales habían terminado por secar sus arroyos y yermar sus terrenos. Como consecuencia, su entorno no daba ningún fruto.
Wangari se dio cuenta de que la falta de oportunidades y el deterioro de su entorno eran parte del mismo problema. Las mujeres de las zonas rurales de Kenia, al igual que las de otras muchas partes del mundo, estaban perdiendo una forma de vida ligada a la tierra. Y decidió encontrar una forma de solucionarlo.
Un gran cinturón verde
En 1977, Wangari fundó el Green Belt Movement, una iniciativa con la que buscaba mejorar la conservación de la naturaleza de su país y empoderar a las comunidades. Sobre todo, a las mujeres y las niñas. Lo hizo con el apoyo del National Council of Women of Kenya, institución a la que pertenecía y de la que llegó a ser presidenta.
Los primeros pasos del Green Belt Movement comenzaron de forma muy práctica: dando medios a las mujeres para que plantasen árboles. Con ellos, el suelo retomaría su antigua fuerza, almacenaría agua de lluvia y volvería a dar sus frutos.
El segundo gran objetivo del Green Belt Movement era dar formación a estas mujeres. Enseñarles cómo cuidar de sus árboles, cómo crear invernaderos y cómo idear proyectos para aprovechar su material y sus posibilidades. Comenzaron a adquirir roles de liderazgo y a recibir compensación económica por su trabajo, por ejemplo en los invernaderos. Era la primera vez que muchas de ellas ganaban su propio dinero. “Plantamos árboles para nuestro país, así que no dejemos que nos intimiden”, les animaba Wangari. “Si les dice ‘No planten’, pregúntele por qué no. Díganle: ‘Son árboles, ¿qué tienen de malo? Los árboles no votan’. Plántenlos”.
La idea era efectiva: al animar a las mujeres a cuidar de su entorno, estas ganaban independencia a la vez que actuaban contra la deforestación, la sequía y la desertificación de los suelos. “Con este método de plantar árboles, las mujeres se han dado cuenta de que tienen la posibilidad de preservar el medio ambiente o destruirlo. Estas experiencias contribuyen al desarrollo de su autoestima y les dan poder sobre sus vidas”, diría Wangari años después.
El poder del suelo
El plan de Wangrai Maathai se basaba, así, en regenerar los suelos, ecosistemas fundamentales para que el mundo sea tal y como lo conocemos. Los suelos sirven de hogar a una cuarta parte de la biodiversidad de todo el planeta, regulan los ciclos hídricos y de nutrientes y son el segundo mayor sumidero de carbono del mundo, después de los océanos.
Son, además, una fuente fundamental de alimentos, materias primas y recursos. De acuerdo con la FAO, en la actualidad el 95 por ciento de nuestra alimentación proviene directa o indirectamente de los suelos. Contar con suelos sanos, por lo tanto, es fundamental para garantizar la seguridad alimentaria y frenar el deterioro medioambiental del planeta.
Sin embargo, los suelos son ecosistemas en peligro. Problemas ligados con la actividad humana como la deforestación, la urbanización o la contaminación llevan décadas dañando el terreno y poniendo en riesgo la producción de alimentos. Hace ya más de cuatro décadas, Maathai dio con una de las formas más efectivas de gestionar los suelos de forma sostenible: manteniéndolos vivos gracias a la vegetación y los cultivos.
Cárcel, Nobel y una huella en África
Como no podría ser de otro modo, el papel de Wangari Maathai fue aplaudido, pero también perseguido. Eran tiempos convulsos: en la década de los años 80, Kenia vivía bajo el Gobierno de Daniel arap Moi, un político que instauró un régimen de partido único, represivo, en el que eran comunes las medidas violentas, los encarcelamientos sin juicio previo y la corrupción.
A lo largo de su carrera como activista, Maathai se opuso activamente a la deforestación de tierras y se involucró en diferentes luchas políticas. En más de una ocasión, acabó en la cárcel.
Cuando Kenia regresó al multipartidismo, la profesora participó activamente en el ámbito político y fue miembro de organismos de la ONU y otras entidades internacionales. Su compromiso no pasó inadvertido, y en el año 2004 ganó el Premio Nobel de la Paz por su contribución al desarrollo sostenible, la democracia y la paz.
Wangari Maathai murió en 2011, por complicaciones mientras recibía tratamiento por un cáncer de ovario. Su huella todavía permanece viva en África: gracias al Green Belt Movement, se plantaron más de 51 millones de árboles en Kenia. Además, se crearon más de 3.000 viveros que han sido atendidos por 35.000 mujeres. Valles, montañas, tierras privadas y terrenos públicos de todo el país cuentan con los árboles que Wangari animó a plantar.
Hoy, el Green Belt Movement sigue activo y se basa en cuatro grandes acciones: la plantación de árboles y la recolección de agua, el empoderamiento de las comunidades para que adopten estilos de vida sostenibles, el apoyo a proyectos que fomenten la democracia y la lucha contra el cambio climático. Este fenómeno, del que todavía empezaba a hablarse cuando Maathai creó su movimiento, es hoy la principal amenaza para los suelos y los bosques de Kenia y el resto del planeta.
Durante las últimas décadas, numerosas iniciativas para regenerar los suelos africanos se han sumado a la de Maathai. Una de las más importantes es la Gran Muralla Verde, un proyecto que busca crear un gran corredor de vegetación entre Yibuti, en la costa este africana, y Senegal, en la oeste. Se espera que, una vez terminada, la Gran Muralla Verde sume más de 180 millones de árboles a lo largo de 8000 kilómetros de tierras del Sahel.
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