Realfooding, un caso más de individualismo neoliberal

Realfooding, un caso más de individualismo neoliberal

Es evidente que los representantes del realfooding han hecho de este movimiento una firma personal de la que sacar partido de la mano de los supermercados y las marcas.

Imagen: Emma Gascó
23/03/2022

Nuestros cuerpos no pueden más. Estamos agotadas de cargar con presiones estéticas, de arrancarnos pelos, de perfumarnos con tóxicos. Estamos agotadas por la falta de recursos para comer bien, por la falta de soberanía alimentaria. Estamos agotadas y nos damos cuenta. En los últimos años hemos sido conscientes de que muchas pero que muchas goteras inundaban nuestras formas de consumo, nuestro sistema alimentario y, en última instancia, nuestros cuerpos. Hemos tratado de acercarnos de forma consciente a nuestro autocuidado, vislumbrando en algunos casos que lo que nos envenena, lo envenena todo.

El movimiento realfooding nació como revisión parcial del sistema alimentario. Se criticaba la cantidad de ultraprocesados que consumimos diariamente desde la desinformación y muchas personas nos beneficiamos de la porción de soberanía alimentaria que nos devolvió. Comenzó siendo una crítica que parecía apuntar a la boca del lobo: el sistema alimentario neoliberal, ecocida, patriarcal y colonial. Necesitábamos entrenarnos en el reconocimiento de la calidad de nuestros alimentos, desacreditar los usos que el marketing de empresas como Nestlé o Kellogg’s hace de lo “fit”, “light”, y “diet”.

Ahora bien, lejos de producir un discurso crítico con la totalidad del sistema alimentario, el realfooding decidió quedarse en la posición cómoda y productiva de los nichos de mercado, apartando la mirada de otras formas de producir violencia. Es más, se ha convertido en un discurso reproductor de múltiples formas de violencia. Carlos Ríos, líder y creador del movimiento realfooder, ha decidido señalar productos, pero no lógicas de producción. Ha decidido obviar las condiciones en las que muchos de los productos no ultraprocesados que celebra en sus redes sociales llegan hasta nuestras mesas.

Llegan de Carrefour, de Mercadona, o de Lidl. El humus viene en una bandeja de plástico y los garbanzos han navegado desde Chile. Han sido cultivados en plantaciones intensivas de monocultivo que desertifican los suelos y provocan enfermedades y precariedad entre quienes los hacen crecer. O sea, dejan tras de sí toda una cadena de violencia estructural que se oculta tras el velo del buen procesado. El potencial transformador del realfooding se pierde y cae en el olvido junto con la revisión no solo de los ingredientes de nuestros alimentos, sino de sus modos de producción, de la precariedad, de la falta de recursos económicos que garanticen una salud alimentaria para todas las personas, o del tratamiento cruel que se da a los suelos y a las aguas en pos de la maximización de la producción. Yo me pregunto cuál es el motivo para dar tanta importancia a lo salubre o insalubre que se vuelve un alimento azucarado y tan poca relevancia a los tóxicos que se vierten sobre sus raíces, en las aguas de riego y en las manos de quienes cosechan.

¿Por qué solo se observa una arista del atroz sistema alimentario? Es evidente que los y  las representantes del realfooding han hecho de este movimiento una firma personal de la que sacar partido de la mano de los supermercados y las marcas, pero ocurre algo más. El realfooding criticaba las dietas y se presentaba como un estilo de vida. Ese estilo de vida se ha convertido en un juego culpabilizador que señala a quienes meten en su carro de la compra unas galletas industriales. Lo que podría ser una crítica coherente, estructural, a un sistema de producción destructivo se queda en la crítica punitivista hacia las que no somos realfooders, con grandes dosis de discurso patriarcal, colonial y burgués. De hecho, se critica a algunas más que a otras.

Maddi Etxeberria, nutricionista antidieta del País Vasco, tiene mucho que decir sobre este tema. Trabaja en redes sociales para luchar contra el estigma del peso, reivindicando que la salud es posible en todas las tallas. Habla acerca del realfooding, el individualismo, la gordofobia, el patriarcado y el capital.

¿Qué relación tienen la culpabilización individualista y la gordofobia?
La culpa tiene una raíz patriarcal que hace que unas suframos más que otros. De hecho, aunque yo ahora me enfoco en la vivencia de mujeres cis, se sabe que las personas pertenecientes a colectivos oprimidos cargan más con el peso de la culpa en relación con su corporalidad. Las personas trans sufren comparativamente muchos más TCA [Transtornos de la Conducta Alimentaria] que las personas cis. La culpa viene de los cánones impuestos, tanto físicos como a nivel de comportamiento: el hombre puede engullir, es quien está legitimado para tener esa conducta. Yo creo que toda esa culpa proviene de ahí. Obviamente luego viene la cultura de la dieta, que se apoya en el capitalismo y el patriarcado. El individualismo tiene mucho que ver con el capitalismo, con todos esos mensajes del “tú puedes”, esto atraviesa la gordofobia: “Tú estás gorda porque te lo has buscado, porque no planificas tus comidas”. Muchas influencers desde un lugar de privilegio dicen que pueden sacar tres horas al día para cocinar y se señala a quien no lo hace. Es verdad que podemos cuidar nuestros hábitos, pero hay muchos factores que no están en nuestras manos: el curro, la precariedad, no poder pagar un alquiler… Al final poder ir a terapia también depende de todas esas cosas y hay mucha gente que solo puede recurrir a la comida para gestionar sus emociones, y esto no es señalable. Y luego está el tema de que ser gorda no significa que recurras a la comida, hay muchos factores que se salen de los hábitos alimentarios. No me gusta hablar de comer bien o mal ni relacionar cuerpos a dietas.

 

¿Qué te parece más problemático de corrientes como el realfooding?
La culpabilización. La teoría es buena, podría ser aplicable, pero el problema está en el modo de comunicar, en la divulgación desde un privilegio, sin tener en cuenta muchísimas otras cosas y diferenciando desde la superioridad moral. Yo soy mejor que tú porque hago deporte, estoy más sana. La rigidez del 10 por ciento de ultraprocesados que se supone que se pueden consumir. Hubo un momento de su discurso en que decían que ellos no se centraban en el peso, que lo importante era la salud. No están demostrándolo: Carlos Ríos aparece en TikTok criticando las calorías de la mayonesa. Lo que ha hecho bien es el liderazgo: ha sabido enganchar, pero no tiene en cuenta los factores sociales para hablar de una salud integral; siguen criticando los cuerpos sin conocer, y eso que conociendo tampoco podrían.

¿A qué factores sociales te refieres?
Por ejemplo, el económico me parece muy importante. Yo estudié nutrición y nadie me enseñó nada sobre esto, hasta que me fui de convenio a México. Allí nos recordaban todo el rato que era importantísimo conocer la situación socioeconómica de las personas. Por mucho que a alguien le pueda venir genial cenar salmón diariamente, si no se lo puede permitir, esa recomendación da igual. Creemos que en Europa no hay pobreza, pero hay mucha gente que come lo que puede y no se tiene en cuenta esto.

Poner el foco en las elecciones alimentarias individuales desde la gordofobia y la culpabilización eclipsa toda una cadena de condiciones estructurales asesinas. Celebremos lo micro, sí, pero en su potencial para reapropiarnos de la soberanía alimentaria y corporal.

 

 

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