Esenciales e invisibles
Las mujeres del servicio de ayuda a domicilio sufren muchos dolores silenciados e invisibilizados. Muchas de ellas trabajan con la ayuda de fármacos que palian sus enfermedades, no consideradas laborales.
Cuando pienso en las mujeres de la familia me vienen a la mente sus manos heridas. En concreto recuerdo la historia que mi madre me contó y que tenía que ver con ella misma limpiando sábanas de interna en una casa y cómo llegó a mancharlas de sangre por tener las manos precisamente llenas de heridas. Le costó una amonestación. Eran otros tiempos, pero los tiempos no han cambiado demasiado.
Carmen, que prefiere no dar su apellido, se dedica a la ayuda a domicilio. Levanta a varias personas en un mismo día. Lo hace con todo el cariño y esfuerzo que el cuerpo le permite. Todo lo que le pueden permitir sus hernias discales, cervicalgia, contracturas y la ciática que le mata de dolor. Se tiene que drogar con pastillas legales para aliviar algo el dolor que le supone cuidar. Un dolor olvidado e invisibilizado por feminizado, que es un dolor que duele aún más si cabe. Carmen forma parte de las esenciales, las que sostienen el mundo, pero a las que nadie les devuelve el favor.
Estas mujeres levantan unos 300 kilos al día, que se dice pronto. Atienden a varias personas en situación de dependencia cada día, las levantan de la cama, las bañan, les dan de comer. Reivindican que haya una evaluación de riesgos laborales en las casas en las que trabajan, que se les reconozcan enfermedades profesionales específicas, poder jubilarse a los 60, que la ayuda a domicilio sea un servicio público. Los dolores y traumas que padecen, también invisibles para el resto, les producen patologías propias de personas de 90 años.
Las mujeres de ayuda a domicilio como Carmen tienen desplazados discos de la columna vertebral, hernias, huesos desgastados, mareos de las cervicales destrozadas. Van al médico y les recetan calmantes y analgésicos y vuelta al trabajo. Sus enfermedades no son reconocidas como laborales, por lo que carecen de protección por parte del Estado. Como lo lees, las empleadas del hogar y cuidados están excluidas de este derecho del que sí gozan el resto de trabajadores en nuestro país y sus enfermedades son consideradas comunes, por lo que les corresponde una prestación menor en caso de estar de baja.
Uno de los errores que se comenten socialmente es no considerar el hogar como un centro de trabajo al no haber ningún tipo de reconocimiento salarial en el mismo. Pareciera que el derecho a la intimidad del hogar fuera superior al resto, por lo que es muy complejo que alguien pueda entrar a esos lugares para comprobar que se dan las condiciones necesarias de trabajo y poder valorar los riesgos laborales que hay. Tampoco hay voluntad de hacerlo. Pero es precisamente lo que piden las trabajadoras de la ayuda a domicilio, que se regule y pueda haber inspecciones que garanticen sus derechos.
La previsible ratificación del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) supondrá el reconocimiento de las enfermedades causadas por el trabajo como laborales y no comunes, así como el derecho a paro. Esto viene después de que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) reprendiera al Gobierno en una sentencia en la que concluía que la legislación española discrimina a las trabajadoras del hogar e insta a España a solucionar esta situación. Negar el acceso al paro a las casi 400.000 mujeres que trabajan en nuestro país en los cuidados es contrario a la Directiva de Igualdad de Trato entre Hombres y Mujeres y es discriminatoria según la norma en materia de desempleo de España.
Las trabajadoras de los servicios de ayuda a domicilio llevan tiempo pidiendo reconocimiento, más horas para desarrollar su trabajo y, sobre todo, menos horas de limpieza que, recuerdan, no es su labor. Hoy no tienen ni derecho a paro, ni a baja laboral reconocida, y legalmente pueden trabajar 60 horas semanales encerradas en una casa en régimen de interna, sin nadie que compruebe las condiciones laborales en las que se encuentran.
Lo peor es que en muchos casos se las ha culpado a ellas de padecer dolor, por no saber coger adecuadamente a las personas dependientes. Eso es lo que cuenta Isabel Calvo, delegada sindical de CGT: “Las mutuas no te reconocen la enfermedad, te preguntan que si es que no sabes levantar a una persona, como si fuera tu culpa estar enferma por el trabajo que haces”. No solo eso, sino que el día que estas mujeres no pudieron ir a trabajar porque fueron a ponerse la vacuna de la covid, se lo descontaron de la nómina alegando que no era obligatorio ponérsela.
Calvo denuncia que muchas de esas empresas que se encargan de la ayuda a domicilio pertenecen a fondos buitres y están privatizadas. “A la empresa no le importamos, pero los usuarios tampoco importan. Necesitaríamos que nos cuidaran, no importamos a nadie”, relata. Su trabajo es un trabajo feminizado y precario. Nueve de cada diez trabajadoras domésticas son mujeres y el 61 por ciento tienen más de 45 años, según datos de la Seguridad Social, y un alto porcentaje (casi la mitad) son migradas.
Este sector feminizado es de los más precarios y olvidados por la ciudadanía. Damos por hecho que nos tienen que cuidar, como si fuera algo que nos perteneciera per se. La realidad es que hemos nacido dependientes, y vamos a morir dependientes, por lo que necesitamos cambiar la percepción que tenemos del mundo que habitamos y de quienes nos aportan todos los cuidados necesarios para tener una vida digna.
Carmen y todas las demás necesitan derechos laborales con carácter urgente. Las cuidadoras no deberían ser consideradas trabajadoras de segunda, porque sin ellas sencillamente la vida no existiría y el mundo se pararía. Una sociedad seria, justa e igualitaria debería cuidar a quienes cuidan y poner la vida en el centro, pero no en el centro de la diana al ser posible.