Los muertos que no mueren: las poetas y las guerras

Los muertos que no mueren: las poetas y las guerras

Cuando la palabra fracasa, cuando se inicia el conflicto, siempre hay una poeta, una mujer, una niña esperando que los tambores de la guerra no suenen más altos que sus alientos.

Hay guerras que escriben la palabra sangre en cada mirada, la palabra muerte en cada noticia y la palabra bombardeo en cada pesadilla. La guerra es el más absoluto de los fracasos, el de la palabra. Con el disparo, asoma la naturaleza carroñera del ser humano y muere el yo inocente que alguna vez fue. No hay guerra sin víctimas. Y detrás de cada una de ellas hay metralla, toque de queda, refugios improvisados, machetes, hemorragias, duelos… Aunque no todas las guerras aparezcan en las portadas de todos los periódicos, todas dejan detrás el desgarro y el dolor más absolutos.

Para Open Arms hay en la actualidad unos 65 conflictos armados en activo. Otros organismos suben su baremo hasta 100. Visto de cerca, el mapamundi es una rayuela en la que la guerra puede emerger sin previo aviso, o casi sin haber prestado atención a las tensiones preexistentes. Pero también hay baldosas en las que la infamia y la contienda llevan librándose demasiado tiempo. A veces tanto que el asombro ya se ha dormido. Un pie y un salto a la casilla de Afganistán. En agosto de 2021 los talibanes tomaban Kabul y desde entonces el horror reina sobre sus gentes. Serán demasiadas las niñas y niños que morirán de hambre. Una sola muerte ya es demasiado, pero hay quien piensa que llegarán a ser millones. No habrá paz para las mujeres, ni para nadie que apoye su libertad y su condición de seres pensantes. Otra casilla, otro salto. El genocidio israelí sobre el pueblo palestino. Y uno más: Sáhara Occidental, donde se han documentado violaciones a los derechos humanos contra el pueblo y contra los y las activistas que apoyan el Sáhara libre. Otro salto: Etiopía. Decenas de miles de muertes y millones de personas han tenido que abandonar sus hogares. Siguiente casilla: Malí. Un salto más: Ucrania. Yemen. Somalia. Haití. Mozambique. Congo. Sudán. Myanmar…Vista de cerca, la Rayuela no terminaba en el cielo.

Tradicionalmente, las guerras eran asuntos que concernían y pertenecían a los hombres. Eran ellos quienes iban al frente, pero también quienes dejaban escrito su relato. Desde el Peloponeso a la Guerra de Cuba. Narraban la batalla, creaban sus héroes y encendían a sus lectores. Las mujeres permanecían detrás, lo que no las libraba nunca de sufrir las consecuencias de la guerra. Pero esto no formaba parte del relato, porque el testimonio de ellas no se leía. A partir de la Primera Guerra Mundial cambia el papel de la mujer en el conflicto. Sabemos que se hicieron cargo de los trabajos que los hombres dejaban al marcharse al frente. Proliferaron, entonces, las policías, las operarias de fábricas de munición, las conductoras de ambulancias, las mecánicas e, incluso, las que se enrolaban en el ejército. También hubo mujeres, como apunta la poeta y traductora Eva Gallud, que narraron este conflicto, aunque “en las antologías sobre poesía de la Primera Guerra Mundial no hay ninguna mujer, de ningún país, hasta que en 1979 John Silkin incluye a Ajmátova y a Tsvetaieva”. Además, “tuvimos que esperar hasta 1981 para tener una antología de mujeres poetas de la guerra en lengua inglesa, realizada por Catherine Reilly (Scars upon my heart, Virago press)”.

Eva Gallud fue la responsable de traducir al español y prologar a seis poetas británicas que escribieron sobre esta guerra: Vera Brittain, Rose Macaulay, Margaret Sackville, Jessie Pope, May Wedderburn Cannan y S. Gertrude Ford en Nada tan amargo. Seis poetas inglesas de la Primera Guerra Mundial (El Desvelo, 2018). La última de estas poetas, S. Gertrude Ford, fue también periodista y sufragista. Se saben pocas cosas de su vida. Al parecer, una discapacidad la mantuvo alejada de la escuela y tuvo que formarse de manera autodidacta. Escribió los poemarios Sung by the Way (1905) y Lessons in verse-Craft (1919), publicó poemas pacifistas en prensa y participó en volúmenes de poesía patriótica durante la guerra. En la antología Nada tan amargo podemos leer este poema suyo, donde fijaba la mirada en el dolor de las madres:

El corazón de una madre

No era más que el corazón de una madre
atrapado entre las ruedas de la refriega:
los señores de la guerra supieron, desde el principio,
que las ruedas llegarían lejos.

Sabían que molerían y aplastarían;
lo sabían, pero ¿qué les importaba?
Los señores de la guerra tienen medios para acallar
lo que dicen sus mujeres.

Así que los muchachos se fueron, ni maldijeron
esto que los reyes habían hecho:
siete valientes muchachos, al principio.
Ahora, ni uno.

¿Cuánto tiempo lloró la madre?
Frenética, ella murió a su vez.
¿Y entonces qué? “Las mujeres valen poco”
dijeron los señores de la guerra.

¿Acaso vacilaron o les dolió
este séptuplo golpe?
No era más que el corazón de una mujer
lo que tomaron y rompieron.

(S. Gertrude Ford)

 

La también británica Denise Levertov (1923-1997) se educó en casa y desarrolló pronto una conciencia poética. A los 17 años publicó su primer poema. La guerra, en este caso la Segunda Guerra Mundial, también afectó a su vida y su obra. Durante la contienda, trabajó como enfermera y publicó su primer libro en 1946, The Double Image. Un año más tarde se casaba con un escritor estadounidense y se mudaba con él a su país. Durante la década de los años 60 y 70, se volcó en el activismo feminista, pacifista y de izquierdas. Fue editora de poesía, rol desde el que apoyaba y publicaba a otras mujeres. Otra guerra, la de Vietnam, volvió a situarse como foco de su obra. La Biblioteca Virtual Omegalfa le dedicaba el vigesimoquinto número de su Cuadernos de Poesía Crítica, donde se incluía su poema ‘¿Cómo eran?’.

¿Cómo eran?

¿La gente de Vietnam
usaba faroles de piedra?
¿Celebraban ceremonias
reverentes al abrirse los primeros capullos?
¿Eran propensos a reír apaciblemente?
¿Usaban hueso y marfil
, jade y plata, para sus ornamentos?
¿Tenían poemas épicos?
¿Sabían distinguir entre el discurso y el canto?
Señor, sus encendidos corazones se transformaron en piedras.
No se recuerda si en los jardines
los faroles iluminaban caminos agradables.
Tal vez se reunieron alguna vez para deleitarse con las flores,
pero después de que sus hijos fueran asesinados
no hubo nuevos capullos.
Señor, amarga es la risa en la boca quemada.
Tal vez un sueño hace tiempo. Los ornamentos son
para épocas de alegría.
Todos los huesos estaban carbonizados.
No hay memoria. Recuerda,
la mayoría eran campesinos, su vida
se desenvolvía entre el arroz y el bambú.
Cuando las nubes pacíficas se reflejaban en los arrozales
y los búfalos caminaban con paso seguro a lo largo de las terrazas,
tal vez los padres contaban a sus hijos antiguas leyendas.
Cuando las bombas destrozaron aquellos espejos
sólo hubo tiempo para gritar.
Permanece un eco todavía
de sus voces, semejante a una canción.
Diríase que su canto se parecía
al vuelo de las mariposas nocturnas iluminadas por la luna.
¿Quién puede contarlo? Ahora reina el silencio.

(Levertov Denise)

 

Otra visión de la guerra de Vietnam y de las mujeres ante el conflicto bélico la ofrecía la poeta Wislawa Szymborska, de quien ya hemos hablado antes en esta Pikara Poétika, pero de Szymborska hay que hablar siempre que se pueda.

Vietnam

Mujer, ¿cómo te llamas? –No sé.
¿Cuándo naciste, de dónde vienes? –No sé.
¿Por qué has cavado una madriguera en la tierra? –No sé.
¿Desde cuándo te escondes aquí? –No sé.
¿Por qué me has mordido en el dedo anular? –No sé.
¿Sabes que no te haremos daño? –No sé.
¿De qué lado estás? –No sé.
Es la guerra, has de elegir –No sé.
¿Existe todavía tu aldea? –No sé.
¿Estos son tus hijos? –Sí.

(Wislawa Szymborska)

 

Muriel Rukeyser (1913-1980) fue poeta y activista antirracista, feminista y social. Pensaba que la poesía era esencial para la libertad y la democracia. Vino a España en plena guerra civil para escribir un reportaje sobre la Olimpiada Popular, unos juegos olímpicos antifascistas que no llegaron a celebrarse. Se manifestó contra la guerra de Vietnam, contra el racismo institucional norteamericano y viajó a Corea del Sur en 1975 para protestar contra la sentencia a muerte del poeta Kim Chi-Ha por condenar las torturas del régimen de Park-Chung Hee. Muriel Rukeyser sigue siendo una olvidada de la academia norteamericana. Sin embargo, cuando aún no eran temas habituales del activismo feminista, ella ya escribía sobre la maternidad, sobre amamantar, sobre el deseo sexual, la menstruación, el erotismo lésbico y también sobre la salud mental y la depresión. Al morir había publicado quince poemarios, una novela y unos cuentos libros infantiles. En el volumen 85 de los Cuadernos de Poesía Crítica de la Biblioteca Virtual Omegalfa, dedicado a esta poeta, se incluía el poema ‘Carta al frente’:

Carta al frente

Las mujeres y los poetas ven llegar la verdad.
Entonces se ponen en escena,
las vidas se pierden, y todos los repartidores de periódicos gritan.
Horror de ciudades sigue, y el laberinto
del pacto y el dolor.
El débil grito Derrota sea mi creencia.
Todos los hombres fuertes malheridos
llevan la dura ropa de la guerra,
intentan recordar por qué están luchando.
Pero en oscuros, llorosos, desamparados momentos de paz
las mujeres y los poetas creen y se resisten siempre:
el inventor ciego encuentra el río subterráneo.

(Muriel Rukeyser)

Y, de la misma poeta, ‘En nuestro tiempo’, un poema que incluyó en su poemario The Speed of Darkness, de 1968, y que podría haber sido escrito hoy mismo.

En nuestro tiempo

En nuestros días dicen que hay libertad de expresión.
Dicen que no hay castigo para los poetas,
no hay castigo por escribir poemas.
Esto es lo que dicen. Este es el castigo.

(Muriel Rukeyser)

 

La poeta Freedom Nyamubaya (h. 1958-2015) fue también granjera, bailarina, feminista y activista por la libertad de Zimbabue. Durante la guerra civil de Rodesia fue una de las comandantes de operaciones y también puso su poesía al servicio de la contienda, siendo conocida como una de las “guerrilleras poetas” de Zimbabue. En 1979 fue elegida Secretaria de Educación por parte de la liga de mujeres de la Unión Nacional Africana de Zimbabue (ZANU). Freedom Nyamubaya publicó dos poemarios: On the Road Again: Poems During and After the National Liberation of Zimbabwe (1985) y Dusk of Dawn (1995). Su poema ‘Viaje y medio’ pone la mirada en el sufrimiento directo de las mujeres en las guerras, quienes no solo sufren las bombas, la muerte y la ansiedad, sino que, además, se convierten en víctimas de una doble violencia, también la sexual.

Viaje y medio

¿Alguna vez te ordenaron desnudarte
Frente a un millar de ojos aullantes
Forzada a permanecer tirada de espaldas
Con tus piernas abiertas
Permitiendo que alguien a quien nunca
Viste antes inspeccione tu vagina?

Imagínate tirada de espaldas
Apoyada sobre un estómago vacío
Sobre hormigas que te muerden furiosas
Sobre las arenas calientes de África
Y que te pidan que simules hacer el amor

¿Alguna vez has permanecido despierta
Cientos de horas en una noche
Llorando a gritos sin voz?
¿Alguna vez te pidieron que ladraras como un perro salvaje
O que te rieras como una hiena
O te han golpeado las nalgas
Hasta convertirlas en carne molida?

“¡La verdad proviene de las nalgas del camarada!”
Una famosa consigna
Esto sucedió en los campamentos del movimiento de liberación

Hemos recorrido un largo camino
Y todavía tenemos que hacer viaje y medio
(Freedom Nyamubaya)

 

Francisca Aguirre (1930-2019) vivió su niñez durante la guerra. Su familia se exilió en Francia, pero volvieron a causa del hambre. Al regresar, su padre, el pintor Lorenzo Aguirre, fue condenado a muerte. Primero estuvo encarcelado en Hondarribia y más tarde fue trasladado a Madrid. Las hijas pidieron clemencia a Carmencita Franco, pero no consiguieron salvarlo de la ejecución por garrote vil en 1942. Su tío también estuvo preso y compartió celda con Miguel Hernández. Paca Aguirre estudió en colegios de monjas para hijas de presos políticos. Esta infancia de posguerra, pérdida y dolor influyó en su obra poética. En la antología Ellas cuentan la guerra. Las poetas españolas y la guerra civil, a cargo de Reyes Vila-Belda (Renacimiento, 2021) encontramos ‘Hace tiempo’, poema en el que toma protagonismo la mirada infantil de la guerra, con todo el dolor y la decepción.

Hace tiempo

Recuerdo que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar no estaba ya en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.

Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro.

Es cierto que una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado.

Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.

Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.

Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren.

(Francisca Aguirre)

 

La poeta y activista palestina Suheir Hammad, nacida en Amán (Jordania) en 1973 y refugiada en Brooklyn (Estados Unidos) cuando sus padres fueron expulsados de su tierra por Israel, escribe sobre el sufrimiento del pueblo palestino y su obra está muy influenciada por el movimiento de Poetry Jam y por la música hip hop. En ‘Lo que haré’ destaca una posición antibelicista:

Lo que haré

No bailaré al ritmo de su tambor de guerra.
No prestaré mi alma y mis huesos a su tambor de guerra.
No bailaré a su ritmo.
Conozco ese ritmo, es un ritmo sin vida.
Conozco muy bien esa piel que usted golpea.
Estuvo viva aún después de cazada, robada, expandida.
No bailaré al ritmo de su tambor de guerra.
Yo no voy a estallar por usted.
Yo no voy a odiar por usted,
ni siquiera voy a odiarlo a usted.
No voy a matar por usted.
Especialmente, no moriré por usted.
No voy a llorar la muerte con asesinato ni suicidio.
No me pondré de su lado ni bailaré con bombas
porque todos los demás están bailando.
Todos pueden estar equivocados.
La vida es un derecho, no un daño colateral o casual.
No olvidaré de dónde vengo.
Yo tocaré mi propio tambor.
Reuniré a mis amados cercanos y nuestro canto será danza.
Nuestro zumbido será el ritmo.
No seré engañada.
No prestaré mi nombre ni mi ritmo a su sonido.
Yo bailaré y resistiré y bailaré y persistiré y bailaré.
Este latido de mi corazón suena más alto que la muerte.
Su tambor de guerra no sonará más alto que mi aliento.

(Suheir Hammad)

Hoy existen unos 65 conflictos activos alrededor del mundo. 65 casillas de una rayuela terrible teñida de sangre. “Su tambor de guerra no sonará más alto que mi aliento”, ni que el aliento de todas las madres que, de Vietnam a Etiopía, saben, han comprendido con las entrañas desgarradas de dolor, que hay muertos que no mueren. Tal vez sea esa la tragedia suprema de las guerras. Cuando la palabra fracasa, cuando se inicia el conflicto, siempre hay una poeta, una mujer, una niña esperando que los tambores de la guerra no suenen más altos que sus alientos.

 

Download PDF

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

Download PDF

Título

Ir a Arriba