Periodismo feminista arraigado al territorio
La redacción de Pikara Magazine está a pie de calle en el barrio de San Francisco, Bilbao. La elección del tipo de local y del barrio en el que se encuentra ha dado pie a más reflexiones sobre qué implica escribir desde distintos lugares y sobre hacia dónde nos queremos mover.
La redacción de Pikara Magazine es un local a pie de calle, una redacción que suele tener la puerta abierta, con cristaleras amplias que permiten ver lo que pasa dentro. A veces es una reunión, una grabación, un concierto, un taller. La mayor parte del tiempo, se ven los materiales de la revista y, al fondo, a sus integrantes trabajando en los ordenadores.
La decisión de alquilar un local a pie de calle no fue gratuita. Tampoco la ubicación: el barrio de San Francisco, en Bilbao. Fue el resultado de una reflexión que hicieron las trabajadoras de la revista cuando todavía ocupaban un espacio en el local de la asociación Ecuador Etxea y pensaron que necesitaban su propio espacio para poder aumentar el equipo y repartir mejor el trabajo.
Sabemos qué significa hacer periodismo feminista a escala editorial -de contenidos- en Pikara Magazine. Significa tratar cualquier tema, desde energía a moda, impuestos o cárceles, con perspectiva feminista. Además, hablamos de feminismo interseccional porque entendemos que no todo lo explica el género o el sexo. La orientación sexual, raza, clase social, nacionalidad, etcétera, también tienen que ver en las opresiones. Pero, además, hacer periodismo feminista implica hacerlo de forma feminista. No solo en los contenidos sino en la estructura y la gestión, desde los salarios que se pagan hasta las condiciones del local en el que se trabaja.
Por eso, la redacción de Pikara Magazine está a pie de calle y en un barrio en el que quiere participar. Estar a pie de calle implica que cualquiera pueda acercarse, tanto la gente que conoce la publicación como quienes entran preguntando por una tienda o para consultar alguna duda. Tener un espacio físico en una zona de la ciudad en la que estamos involucradas significa, además, ponerlo a disposición de la gente que la habita. También de las actividades que se hacen de forma coordinada, como Gau irekia, festival participativo en el que hay actividades culturales y sociales en distintos lugares del barrio, impulsados por sus colectivos y proyectos; pero tener un espacio también supone poder utilizarlo para programar nuestras propias actividades y ofrecérselas a la gente que vive aquí. Tener las puertas abiertas permite poner al servicio de algunos colectivos la estructura de la revista. A veces, es tan sencillo como prestar nuestro CIF para que un grupo sin figura jurídica pueda reservar un espacio del centro cívico, por ejemplo.
El periodismo, se solía decir al menos cuando yo lo estudiaba y supongo que alguien lo seguirá diciendo, debe hacerse a pie de calle. Salir a buscar historias, patear, hablar con la gente, observar y escuchar de primera mano, desde lo que dicen hasta los gestos, y conocer el contexto de las personas que nos cuentan historias. Los últimos años de precariedad del oficio han alejado a muchas periodistas de estas prácticas. Nos faltan horas para investigar, para caminar y “perder el tiempo”. Muchos temas, aunque se resuelvan bien, los hacemos tirando de teléfono. Pero, más allá de eso, de si podemos cumplirlo con poco personal y tiempos ajustados, no recuerdo que me contaran nada en la carrera sobre dónde tenían que estar las redacciones y cómo debería ser el espacio de trabajo. En todos los medios en los que he estado, las redacciones eran oficinas grandes -había mucha más gente contratada, claro, nosotras somos seis-, edificios enteros, en algunos casos en la periferia de las ciudades, en zonas poco transitadas, o en edificios altos de oficinas aunque estuvieran en el centro urbano. Lugares a los que la gente no entra de paso para echar un vistazo. Y quizá esta es una apreciación más personal -y no un acuerdo de equipo- pero creo que tener la forma de un comercio nos acerca al resto de negocios del barrio, nos coloca, también, como un agente más del territorio. Y esto nos sitúa, además, en un lugar de atención al público, de servicio, que debería ser inherente al periodismo, bajando un poco los humos a una profesión que peca de exceso de egos.
Dejando un poco entre paréntesis esta idea, porque entiendo que trabajar desde un local bajo y pequeño no es la única alternativa acertada, aunque sea una buena decisión, reflexionar sobre el apego al territorio desde una perspectiva de economía y gestión feministas tiene más recorrido para nosotras.
En la redacción hay un cartel grande en el que se lee “Bilbotik egindako kazetaritza feminista” (“Periodismo feminista hecho desde Bilbao”). Está en euskera a pesar de que somos conscientes -y estamos intentando redirigir el proyecto en este sentido- de que en Pikara Magazine no se escriben suficientes contenidos en euskera, ni el equipo está euskaldunizado como nos gustaría. Aun así, el interés de ese cartel era poner el acento en esto del periodismo situado que ya aprendimos del periódico Diagonal, precedente de El Salto. Aunque se hable de objetividad periodística, entendemos que tenemos que subrayar más la honestidad, porque la objetividad pura es una utopía. Lo dijo Adrienne Rich y lo recogemos en nuestro ideario: “Objetividad es el nombre que se da en la sociedad patriarcal a la subjetividad masculina”. Frente a esa idea, nosotras apostamos por reconocer desde dónde gestionamos Pikara Magazine, dónde nos situamos, quiénes somos y qué queremos decir desde ahí. Quizá el ejemplo más sencillo de explicar esto es hablar del centralismo informativo. Esta idea de que Madrid es todo el Estado español que los medios de la periferia notamos con bastante claridad. Es marcarnos nuestra propia agenda no solo hablando de los temas que nos interesan, sino reconociendo quiénes somos, cuáles son los límites y las posibilidades que implica eso. Por ser más concreta: June Fernández y Andrea Momoitio, dos de las fundadoras de la revista y las únicas que trabajaban a tiempo completo aquí en sus inicios, siempre entendieron como una prioridad pagar a las colaboradoras, aunque ellas no cobraran. Para ello estuvieron tiempo trabajando sin un salario y esto fue posible, en parte, gracias a la RGI (Renta de Garantía de Ingresos, algo similar a la Renta Básica) a la que se puede acceder en este territorio en concreto.
Otro de los debates -o conversaciones, porque tampoco es que haya habido mucha discusión al respecto- es qué pasaría si creciéramos mucho y pudiéramos traspasar nuestro territorio, montar sedes en otros lugares o incluso en otros países. Sabemos que en lugares como México o Argentina nos leen mucho, y alguna vez, en conversaciones informales, nos han preguntado por qué no montamos una sede allí. Quitando el hecho obvio de que ahora mismo no tenemos capacidad, también entendemos que no tendría sentido que nosotras montáramos una filial de Pikara Magazine. Lo que nos gustaría, en todo caso, sería que algún equipo del país que fuera decidiera montar una publicación similar a la que pudiéramos apoyar desde aquí y dar estructura, aprendizajes y difusión. Aunque ya tenemos algunas colaboraciones -por ejemplo, publicamos periódicamente contenidos de la agencia latinoamericana Presentes y ellas publican contenidos nuestros-, esta colaboración podría ser más estructural. De recursos financieros y técnicos, por ejemplo, de proyectos comunes. Pero entendemos que no tendría sentido coordinar nosotras un proyecto en otro país. Ni conocemos bien el contexto ni, por ir más a lo básico, el dinero vale lo mismo en todas partes, por ejemplo. Para seguir la filosofía de Pikara Magazine, los proyectos tendrían que tener precios populares y salarios dignos de acuerdo con el contexto económico de cada lugar.
Podríamos hablar también de lo urbano y lo rural. Sabemos que no llegamos igual a las zonas rurales, que no trabajamos desde ahí -aunque tengamos colaboradoras que sí escriben desde ahí- y sabemos que esto supone una barrera en muchos casos. Salvar esas fronteras es algo que también nos preocupa, poder llegar a lugares donde no hay librerías especializadas -o no hay librerías-. Internet nos salva en cierta medida de eso, pero también sabemos que no todo el mundo tiene el mismo acceso. Y así seguimos, después de más de once años de periodismo feminista, reflexionando sobre el lugar desde el que trabajamos y los lugares a los que queremos llegar. En cada aprendizaje, reforzamos algunas decisiones y repensamos otras.
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