Una lucha limpia en un teatro artesano
Las gallegas de A panadaría muestran en ‘Las que limpian’ la pelea de las camareras de piso por mejorar sus condiciones laborales.
Hay veces en que, antes de escribir un texto, ya sabes que las palabras probablemente se queden cortas. Y esta es una de esas veces. Se puede resumir en una frase: hay que ir a ver todo lo que pongan en escena las mujeres de la compañía gallega A panadaría. Si con su obra Elisa y Marcela, Areta Bolado, Noelia Castro y Ailén Kendelman tuvieron distintos reconocimientos en forma de nueve premios y elogios de la crítica, Las que limpian (As que limpian, en galego, su idioma original) tiene todos los elementos para seguir el mismo camino. Después de viajar por distintos rincones de Galicia, ha llegado al Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional de Madrid, para después volver a su tierra originaria y continuar allí el viaje.
La obra combina distintos temas, pero el principal es la lucha de las 150.000 camareras de piso (las Kellys) para mejorar sus condiciones laborales. Pero también hacen una crítica mordaz e irreverente al conglomerado empresarial de las grandes cadenas hoteleras que, mientras mantiene a las trabajadoras en condiciones deplorables a través de subcontratas, se beneficia de acuerdos y convenios políticos en pro del turismo. Los dos personajes masculinos de la obra, en concreto, se basan en el empresario gallego Amancio López Seijas y Mariano Rajoy.
La acción de Las que limpian se desarrolla en el Hotel Balneario Real La Jota, situado en la isla con el mismo nombre. Emplean un baile de letras para hablar del Hotel de cinco estrellas La Toja (presidido por López Seijas), que en 1889 abrió sus puertas en este paraje de las terras galegas impulsado por el Marqués de Riestra. Por él han pasado nombres relevantes de la aristocracia y la monarquía, Grupo Bilderberg incluido. Cuenta la leyenda, y Bolado, Castro y Kendelman lo muestran, que fue un burro el primero que aprovechó los beneficios termales de la isla. Su dueño lo abandonó allí y cuando lo encontró, las propiedades medicinales del agua lo habían revitalizado. Son muchos los animalitos que rondan este hermoso paraje.
La artesanía, la sencillez
Pero más allá de burros, playas y campos de golf, lo que hace A panadaría es arte. Despliegan la mejor maestría de la artesanía teatral, esa que no necesita de decorados millonarios ni de una escenografía arrolladora. Todo lo contrario. El amplio recorrido por el que llevan al público durante hora y media lo acompañan con una cortina verde, tres alfombras y el carrito con el que trabajan las camareras de piso, con sus componentes: escobillas del váter, bolsas de basura, bayetas, varias toallas, tubos de aspiradora. Hacen música con los cubos de la fregona. No necesitan más objetos ni más accesorios, porque lo suyo es el teatro más puro, el que se centra en la actuación. Porque sus cuerpos, sus voces, sus interpretaciones y su puesta en escena son lo verdaderamente importante. Con lo que iluminan el espacio. Y también encienden la llama con el humor bufonesco, la sátira, incluso el absurdo de ciertas situaciones que, aunque dramáticas, logran provocar carcajadas. Una vez que la obra termine, volverán a la memoria y harán conectar de nuevo con lo que ha sucedido en escena. Lo dramático (o lo realista) y la comedia se combinan, igual que en la vida real. Y, de hecho, es una de las mejores vías para lograr que un mensaje llegue y permanezca. Siempre que se haga con habilidad, como es su caso.
Lo suyo es el poder de la actuación frente a los poderes sociales. El propietario del establecimiento, Aparicio, es una figura icónica de esa masculinidad tradicional que camufla sus debilidades ejerciendo el dominio que tiene a su alcance. En este caso, la autoridad de mantener o quitar un trabajo con el que muchas mujeres sostienen sus hogares. Hogares en los que habitualmente continúan limpiando baños. Porque esta obra habla de la lucha de las Kellys, pero también habla de todo el trabajo gratuito e invisibilizado de las mujeres. Ellas mismas lo han dicho: “Hablamos de las que limpian los hoteles, pero hablamos de todas las que limpian; todas las mujeres, en lugar de venir con un pan debajo del brazo, venimos con una fregona”.
Las que limpian tiene detrás una amplia labor de documentación. Hay diálogos entre compañeras de trabajo, hay manifestaciones reales, hay momentos dedicados a las tareas agotadoras de las limpiadoras habitación tras habitación. Sobrecarga de tareas cuya consecuencia se observa en dolores físicos y malestares psicológicos de las mujeres. Una de las escenas representa la experiencia real de Carmen Casín, una Kelly muy activa de Madrid, a la que se le quedó literalmente el brazo colgando por hacer tantos movimientos repetitivos. Aparece la sobremedicación en la que viven muchas de estas mujeres para resistir al día a día. El material es la realidad y las tres actrices le dan forma para mostrarlo con el depurado arte que saben hacer.
Decir de dónde vienen
El bagaje de A panadaría lleva casi diez años. Su primer espectáculo, PAN!PAN!, en 2013, ya ganó el Premio de la Crítica Galicia 2015. Después le siguió Panamericana y, más tarde, Elisa y Marcela. Las tres actrices suelen dirigir colectivamente las piezas. Las tres interpretan y se intercambian los personajes. Las tres participan de las coreografías y cantan. Las tres trabajan con una óptica feminista que incluye llevar a cabo procesos, dinámicas horizontales. Hacen un trabajo colectivo en el escenario como el que han hecho preparando la obra. Esta coherencia da sentido a lo que ofrecen al público y se palpa al verlas en acción. Pero además dejan claro que ellas también tienen cerca a mujeres que limpian, que se han dejado el cuerpo en ello. Mujeres de las que han aprendido mucho de lo que saben.
Verlas actuar es una delicia y un regalo. Pero es, además, esperanzador. Porque Areta Bolado, Noelia Castro y Ailén Kendelman recogen la mierda del mundo, esa misma mierda que cada día recogen las que limpian todos los rincones, y la convierten en belleza. Su teatro es artesano, como lo es el oficio de hacer pan. Sus elementos son básicos, sencillos. Sus cuerpos, su energía y sus voces son lo único que necesitan (lo único porque son inmensas). Y nosotras necesitamos que sigan haciendo teatro.
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