Cocinando vínculos entre las cosas del comer y las luchas feministas
El trabajo en la huerta suele estar más vinculado al valor de uso porque los números no cuadran. No tiene una lógica capitalista sino de trabajo colectivo, gratuito y falto de derechos, llevado a cabo por familias extensas.
Leticia Urretabizkaia y Mirene Begiristain, investigadoras y activistas en agroecología, soberanía alimentaria y feminismos
Describir y compartir aprendizajes entorno a las cosas de comer parte de la necesidad de transformar algo que percibimos que no va bien. Esta necesidad genera rutas personales (incorporarse a la actividad agraria, comprar alimentos sanos y locales, revisar nuestra cocina, hábitos de consumo y funcionamiento alimentario…) y colectivas (participar en cooperativas de consumo o auzolanes, hacer formaciones, incidencia política e investigación colectiva militante, ser activista…) que han ido construyendo vínculos entre genealogías, debates y miradas diversas desde los feminismos, la economía feminista, la agroecología y la soberanía alimentaria. En nuestro caso, reflexionamos desde nuestra participación en proyectos, procesos, investigaciones, formaciones, huertas y colectivos feministas, tanto en Euskal Herria como en otros territorios. Desde esta hibridación, hemos transitado por vivencias y conceptualizaciones cuya profundización escapa las posibilidades de estas páginas [1] y que tampoco podemos recoger en una ruta o lectura única, sino en una especie de mejunje que nos permite traer aquí un menú bastante comestible con algunos aprendizajes y muchas preguntas.
Un plato principal ha sido cocinado por aquellas mujeres baserritarras autóctonas que han llevado a cabo una lucha política en el territorio vasco, teniendo en cuenta las múltiples dificultades de su día a día: acceder a la tierra, producir y comercializar alimentos de manera sostenible con la tierra, con el medio ambiente y con la vida, acceder a ayudas públicas, aparecer en las estadísticas necesarias, ser reconocidas como trabajadoras agrarias en lugar de “ayuda familiar”, ser titulares de aquellas explotaciones en las que trabajan e, incluso, participar en las organizaciones agrarias para mejorar su situación en ese “mundo de hombres” que históricamente ha sido el mundo tradicional y ancestral del baserri [2]. Todo esto les ha privado de todo tipo de derechos que, a pesar de los aparentes avances legislativos, siguen siendo grandes retos, como el escaso éxito en el Estado español de la ley de titularidad compartida de las explotaciones agrarias o el poco desarrollado Estatuto de las Mujeres Agricultoras en Euskadi [3].
Con este abrir de boca, otro de los platos principales del menú ha sido cocinado por proyectos agroecológicos. Hemos indagado en las redes alimentarias y en la comercialización [4], teniendo en cuenta el papel de las mujeres. Y ahí hemos comprobado que ese trabajo no se ha relacionado tanto con la producción de alimentos como con los trabajos reproductivos y el cuidado alimentario familiar tradicionalmente asignado a las mujeres por mandato social. Hemos escuchado eso de que “las mujeres son más cuidadosas para las tareas de envasado y preparación de pedidos”, también en proyectos considerados alternativos, por lo que nos preocupa reproducir inercias, conclusiones incompletas, desigualdades e invisibilizaciones.
Para evitarlo, nos surgen preguntas: ¿están los proyectos agroecológicos cuestionando la división sexual del trabajo en lo agrario y alimentario, desde el campo hasta los hogares? ¿Están efectivamente reconociendo los conocimientos y aportes históricos de las mujeres en la alimentación y el cuidado en el medio rural? ¿Cómo se viven estos proyectos desde una perspectiva que emancipe a las mujeres y colectivice de manera sana la dimensión reproductiva? ¿Están incluyendo espacios de cuidado de lo afectivo, lo emocional y lo corpóreo? ¿Existe un interés real por superar el rol público masculinizado estableciendo nuevos modelos de relación que permitan mover el poder y los privilegios? Responder a estas preguntas puede ayudar a resolver la propia viabilidad vital de estos proyectos, siempre sujeta a debate. Por ello, proponemos que a las clásicas dimensiones productiva, socioeconómico y político-cultural de la agroecología sumemos una dimensión explícitamente vinculada con la agroecología feminista [5].
No cabe duda de que el aderezo de la economía feminista ha sido fundamental para componer este menú. De hecho, en el proceso de formación política y educación popular en que nos conocimos las autoras [6], jugamos con los ingredientes del iceberg de la economía feminista para explorar las dominaciones que se dan en una cadena alimentaria que, además de mirar los clásicos eslabones de la producción, distribución y consumo, atienda también a lo que ocurre en el eslabón de los hogares. En este sentido, otro de los platos principales ha sido cocinado mezclando ingredientes de las luchas del comer y de las luchas feministas para visibilizar el papel que ocupa la alimentación cuando hablamos de cuidados. Para ello, hemos insistido en que las luchas alimentarias y las prácticas locales de producción y consumo englobadas en la soberanía alimentaria propuesta por La Vía Campesina presentan soluciones -a escala macro y micro desde el cuidado y la responsabilidad colectiva- en sintonía con la economía feminista, los ecofeminismos y la defensa por la sostenibilidad de la vida humana, animal y planetaria. Actualmente, la sindemia de la Covid-19 nos reafirma, mostrando tanto las consecuencias para la pequeña agricultura y para el derecho a la alimentación de un estado de alarma que no aborda las causas de fondo, como la revalorización del cuidado local por parte de la ciudadanía y la movilización popular [8].
El iceberg de la cadena alimentaria
Trabajando en huertas hemos comprobado, por otro lado, por qué ancestralmente ese trabajo siempre ha sido colectivo y vinculado al valor de uso en lugar de al valor de cambio. Desde la lógica individualista del homo economicus que critica la economía feminista, los números no cuadran, ya que esa lógica no incluye el trabajo colectivo, gratuito y falto de derechos llevado a cabo por familias extensas que desde las vidas urbanizadas nos cuesta recordar. Además, los trabajos invisibles materializados por las mujeres no son solo reproductivos, sino también productivos. Trabajos como limpiar cuadras, conservar semillas, embotar pimientos, hacer quesos, vender en los mercados, cosechar y preparar las cestas enfrentan el propio concepto de trabajo, pieza angular del patriarcado capitalista, y muestran las fronteras que dividen nuestro pensamiento. Estas fronteras se evidencian aún más si incluimos en el menú ingredientes de Abya Yala que nos enseñan a mezclar y condimentar esferas, trabajos, opresiones y privilegios.También surgen preguntas degustando este plato. ¿Podemos ampliar nuestra mirada desde el análisis individual y la familia nuclear hacia análisis que tengan en cuenta modelos de organización colectivos, familiares y comunitarios? ¿A quiénes reconocemos como baserritarras? ¿Cuál es la situación de las mujeres migradas y racializadas en los sistemas alimentarios? ¿Estamos imponiendo nuestro pensamiento binario occidental, incluido el binarismo de género, jugando a las relaciones coloniales que aún hoy nos atraviesan? ¿Somos conscientes de la colonización que opera en nuestras elecciones alimentarias diarias? Además de denunciar discriminaciones, ¿estamos dispuestas a denunciar los privilegios desde los que hablamos? Responder a estas preguntas nos puede aportar claves para repensar y redistribuir los roles y recursos tanto en una economía local y un medio rural despoblado y sin relevo generacional, como en los sistemas alimentarios y de pensamiento globales. Por ello, proponemos profundizar en los vínculos entre las cosas del comer, los feminismos de Abya Yala y la interseccionalidad [9].
Para terminar un menú de estas características solo podemos recomendar una cocina a fuego lento que parta de recetas teóricas –prácticas que han sido elaboradas colectiva y ancestralmente de manos campesinas y colectivos feministas y agroecológicos–, continúe incorporando ingredientes, lenguajes, cosmovisiones, ritmos y liderazgos diversos, y perdure y cuide procesos locales para trabajar en red, con apoyo mutuo y confianza. Todo ello sin perder de vista la mirada global que nos recuerde dónde nos ubicamos en la matriz de dominación.
Notas