Derechos contra jueces: el caso del aborto en Estados Unidos

Derechos contra jueces: el caso del aborto en Estados Unidos

La decisión de anular la sentencia que aseguró el derecho a la interrupción del embarazo en el país no implicará perder este derecho en todos los estados. Sin embargo, es un avance de las fuerzas reaccionarias heredadas de la Administración Trump.

Texto: D. Egia
11/05/2022

El aborto fue validado en los Estados Unidos el 22 de enero de 1973, tras la sentencia “Roe contra Wade” a favor de Roe. Jane Roe fue el pseudónimo utilizado por Norma McCorvey, una mujer de 22 años, madre de dos hijos, que deseaba interrumpir su tercer embarazo a las 28 semanas de gestación. Wade hace referencia Henry Wade, el fiscal del distrito del condado de Dallas, Texas, en ese momento. La semana pasada se filtró anónimamente un borrador de la Corte Suprema que trata de revocar la histórica sentencia a favor de Roe, eliminando el derecho constitucional. La mera filtración ha provocado una ola de indignación en los Estados Unidos, donde los movimientos feministas se preguntan si esta protección fundamental para la salud de las mujeres no ha resultado estar sustentada de forma demasiado débil.

El autor material de la sentencia a favor de Jane Roe fue, sorprendentemente, un conservador moderado llamado H.A. Blackmun. En ella, alegaba que no se debía prohibir el procedimiento antes de que se le pudiera garantizar al feto la supervivencia extrauterina. En el año 73, esto se cifraba alrededor de las veintiocho semanas. Hoy, un feto podría sobrevivir fuera del útero en torno a la semana vigésimo tercera. Lo que tratan ahora de acometer los seis jueces conservadores de la Corte Suprema es la reversión de esta sentencia. Hablamos de seis ultraderechistas en un tribunal compuesto por nueve jueces de cargo vitalicio, tres de los cuales fueron nombrados por la administración Trump de forma polémica. De acuerdo con el Washington Post-ABC News, solo el 28 por ciento de la población estaría de acuerdo con suprimir la victoria de Roe. Es importante aclarar que Estados Unidos es una unión federal y, aún en el caso de que el borrador que anula la sentencia “Roe contra Wade” saliera adelante, muchos estados podrían imponer su propia regulación. Sin duda, ese sería el caso de muchos de ellos. Es un error pensar que el aborto va a desaparecer del territorio estadounidense. Se trata de una pelea con un gran calado simbólico cuyas repercusiones prácticas estarían por dirimir. Por tanto, lo que tenemos aquí es a seis anacrónicos pontífices frustrados llevándonos a todes hacia el despeñadero de la guerra cultural como parte de una estrategia política mucho más amplia. A la pregunta “¿qué será lo próximo?” que realizaba Joe Biden hace unos días, se han ofrecido ya múltiples respuestas: la píldora del día después, la aplicación de la ley de homicidio sobre las mujeres que hayan puesto fin a su embarazo, la ilegalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, etcétera.

El acceso legal al aborto en los Estados Unidos fue, en resumen, una victoria conquistada en los tribunales. El derecho del país norteamericano es de origen casuístico. Cuando un tribunal dicta una determinada sentencia, esta genera jurisprudencia. Llevar una reivindicación a las cortes evita confrontaciones políticas al centrar el conflicto en circunstancias específicas. No obstante, Jane Roe sí es una figura representativa, ya que el 59 por ciento de las estadounidenses que deciden abortar son ya madres, como lo era ella, de acuerdo con el Instituto Guttmacher. Su principal motivación radica en proteger el bienestar de los hijos e hijas que ya tienen. En cualquier caso, luchar de forma personalista en pleitos judiciales ha resultado una estrategia inestable, puesto que queda a expensas de una posible variación en la línea ideológica de los magistrados, que es en síntesis lo que está ocurriendo.

En el año 1973, el aborto no representaba ningún problema moral para los conservadores estadounidenses. Su oposición quedaba limitada a la minoritaria población católica del país. ¿Cómo, entonces, se ha convertido en un acicate de la guerra cultural en un territorio de instituciones tradicionalmente protestantes y defensoras de la autonomía individual frente al Estado? Según explica Amanda Taub para The New York Times, este viraje en la agenda de la derecha hay que entenderlo en relación con otras derrotas de los blancos evangélicos cristianos, cuyos votos han sido requeridos activamente por dos únicos presidentes: Reagan y Trump. Mientras que, por ejemplo, batallar por la vuelta a los colegios racialmente segregados es ya considerada inútil, la oposición al aborto ha ido creciendo en popularidad. No se trata de una reivindicación histórica de las derechas americanas, sino de una expresión neofascista contemporánea. Las manifestaciones de aquellos que se hacen llamar a sí mismos “pro-vida” están encabezadas por varones cis, blancos y heteros de entre 15 y 30 años, no por los tradicionales grupúsculos compuestos de familias católicas y miembros de la Iglesia. En sus pancartas se lee: “Somos la generación pro-vida”. Ellos mismos se ven y se presentan como algo nuevo, una renovación generacional, cultural, religiosa y racial.

La legislación de muchos otros países, incluyendo los europeos, no depende de jueces dictando sentencias particulares. Sin embargo, la ultraderecha de todo el mundo tiene claro que el nombramiento de jueces conservadores es uno de sus filones estratégicos. Contra esta realidad, seguramente la única alternativa sea apoyarse en la organización masiva continuada en el tiempo, como hemos visto en Argentina, Colombia o Irlanda. Es decir, no es suficiente con conquistar derechos sobre el papel, hay que mantenerse permanente movilizadas. Al caer la victoria de Jane Roe, nos damos cuenta de que el derecho al aborto no puede estar sostenido sobre el triunfo de una sola, sino de todes. Al mismo tiempo, se abre un tiempo de disputa de derechos básicos contra un cuerpo de magistrados cada vez más activamente retrógrado. En España, muy probablemente, hemos fallado en acuerpar masiva y sostenidamente procesos donde la sentencia ni siquiera estaba a nuestro favor. Pienso en los casos Infancia Libre, Juana Rivas, Arandina, Fátima y Salman, etcétera.

La sociedad americana ha disfrutado de dos generaciones de mujeres con derecho constitucional al aborto y las encuestas muestran un apoyo masivo a su legalidad. Este derecho es ahora puesto en peligro por un tribunal vitalicio donde tres de sus miembros fueron impuestos sin todas las garantías por Donald. Trump, quien a su vez había perdido el voto popular; es decir, su elección presidencial se ganó en escaños, pero no en votos. Por tanto, lo que vemos aquí es una victoria oportunista de la estrategia política autoritaria sobre la democracia y sobre la población. En reacción a este movimiento ultraconservador y sus formas de actuación podría estar despertándose una ola interesante de indignación. En ella se incluyen, por primera vez, colectivos tradicionalmente antiabortistas, como las descendientes de migrantes provenientes de países católicos. El 14 de mayo hay convocada una jornada de protestas masivas conocida como “Day of Action” en ciudades de todo el país. Frente a las maniobras fraudulentas neofascistas, la luminosidad de la calle.

 

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