Estoy bailando para Britney Spears

Estoy bailando para Britney Spears

Cuando Paul B. Preciado abandona el vocabulario académico y baja del estrado, derrocha humildad, cercanía y buen rollo. Y amor. Amor del físico. Su palabra y su didáctica son un tesoro, pero sus abrazos no están pagaos.

18/05/2022
selife con el teléfono sobre una mesa, porque se ve un poco, en el que salen 5 personas y varias sacan la lengua

Selfie de Víctor Gil Viruta. De izquierda a derecha: Bambi, Víctor, Jessica, Paul y Andy.

La gente que me conoce sabe que soy muy poco mitómana, yo soy más bien de los de “burn your idols”, porque una relación que parte de lo vertical ya me da, de por sí, bastante repelús. Otra cosa es que admire a la gente, o más bien admire el trabajo que hacen muchas personas, con el debido respeto y la debida distancia. Recuerdo que hace un buen tiempo, andaba viendo uno de esos programas que consisten en una competición para bailarines, y una de las concursantes, de unos 19 o 20 años, contaba que en una ocasión se presentó a un casting para ser cover en el cuerpo de baile de Britney Spears, lo cual parecía ser su máxima aspiración en la vida. Al parecer, la admiración, el anhelo y los nervios se volvieron en su contra en la prueba y la cagó fuertecito en cuanto la tuvo delante, a la diva, así que el casting resultó un desastre. A mí, de pronto, me resultó escandaloso que el fanatismo te pudiera estropear el trabajo de tu vida, qué quieres que te diga.

Fue en la primavera de 2013 cuando conocí en persona a este monstruo del que les vengo a hablar. El museo Reina Sofía estaba albergando unos seminarios y unas actividades superdivertidas en torno al EcoSex , de la mano de Annie Sprinkle y Beth Stephens. Yo llevaría unos nueve o diez meses administrándome testosterona de una manera totalmente autogestionada e irregular, negándome a pasar por los cauces de la unidad médica oficial, buscando una salida sin supervisión externa. Las identidades no binarias aún no estaban “sobre la mesa” como quien dice y yo andaba con mil dudas en torno a mi propia transición. Paul B. Preciado aún se hacía llamar Beatriz, y ese mismo mes había rubricado una reveladora y maravillosa conferencia sobre el fin de la clínica. Yo tenía flequillo y una leve pelusilla en la barba que me daba un poco de passing, solo a ratos. Y la absoluta certeza de que sus teorías y sus textos me habían acompañado como una guía tecnoespiritual en mi camino en el dinamitar el género. Mi género.

Aún así he de reconocer que, en un principio tenía un prejuicio enorme con este ser. No sé si porque me costó tres años sacarme la Filosofía de COU o porque soy tan zoquete que necesito, aún hoy, leerme sus escritos tres veces por párrafo para entenderlo y razonarlo; pero, sin duda, todo todito infundado y creado por mí. De hecho, nadie tiene la culpa de que mi mente perezosa no quisiera leer hasta casi ese momento nada que fuera más complejo que un libro juvenil de El Barco de Vapor. Me había dedicado demasiado tiempo a currar con mis dos manos para tener tiempo de desoxidar mis neuronas. Un año antes, en 2012, de la mano de mi transición, se habían abierto un abanico de teorías e informaciones interesantísimas a mi alrededor, y no podía dejar pasar ese tren del conocimiento y de la lectura otra vez. Actualmente por suerte, siempre hay algún ensayo en mi mesilla junto con el móvil y el vasito de agua, para aliviar las agujetas de mi mente.

Pues bien, aquel día termino la actividad en el Reina y callejeo tras Preciado como un groupie, para acabar con 11 o 12 personas más tomando unas cañas y tapas en un bar de la calle Argumosa. O donde él, ella, o elle quisieran. Creo que jamás nadie había suscitado en mi persona esa fascinación. Cada vez que se sienta a una mesa, con gente alrededor ávida por escucharle, parece un mesías. Recuerdo que en toda la velada no dije una palabra (extraordinariamente raro en mí) y me limité a escuchar y saborear el momento. Al despedirnos, me pareció gracioso regalarle un sobre de testogel, fíjate tú. Me sonrió, y yo feliz.

Nueve años mas tarde, una cadena de personas bellas me facilitaron la invitación a participar en la lectura dramatizada de su última conferencia (frustrada) para la Ecole de la cause freudienne, de París, que tituló ‘Yo soy el monstruo que os habla’, y que partió en dos el psicoanálisis, basado, desde su origen hasta nuestros días en la epistemología de la diferencia esencial entre los (dos) géneros. Ahí es ná. Paul quería que esta bendita revelación fuese leída o recitada junto a otras voces trans, y para ello contaba con las instalaciones y el personal del centro de Cultura Contemporánea Conde Duque. Cuatro personas trans de diferentes rincones del planeta habíamos sido seleccionades para representar esta maravillosa monstruosidad. Jessica Velarde, desde Bolivia, Bambi, desde Bilbao, y Andy y yo desde Madrid. Nadie pegó ojo bien las noches anteriores. Teníamos miedo a que nos pasase lo mismo que a la bailarina. Lo más intimidante era….tenerle delante, ¿no?

Paul B. Preciado es una persona que no hace uso de las redes sociales habituales, que son un campo de minas en cuanto al odio y la ignorancia; no porque se crea por encima del bien y del mal, sino porque no necesita estar sufriendo hate y perdiendo tiempo y energía con ellas. Su trabajo goza de la suficiente difusión para no tener que necesitar de esos cauces, pero debido a esto poco o nada se sabe de su vida personal. Por ello la gente se forja sus propios relatos, su propia imagen y sus propios prejuicios, a falta de datos. Y, para mi sorpresa, Paul ha resultado ser una de las personas más amables y empáticas que he conocido últimamente. Lo crean o no, cuando abandona el vocabulario académico y baja del estrado, derrocha humildad, cercanía y buen rollo. Y amor. Amor del físico. Su palabra y su didáctica son un tesoro, pero sus abrazos no están pagaos.

Nada más lejos hay en mi intención que destruirle el mito a la gente. Bello e inaccesible. Seriedad y rigor. Por mucho que haya contado en sus libros que en un tiempo se vivió como una bollera en el circulo BDSM de Nueva York en los años 90, cuesta un triunfo imaginárselo con un arnés de pecho zascandileando desenfadado por una sala llena de lubricante.

El primer día, en el descanso a la hora de comer hablamos sosegadamente de nuestras experiencias con el squirting, si era mejor con dildo, con pene o con puño, ya ve usted. Echándonos unas risas y humanizando a la diva, como dice la Rosalía. Una de sus obsesiones, desde el principio, y se le nota aunque no quiera, es horizontalizarlo todo, al menos todo lo posible. A saber a lo que estará acostumbrado, el muchacho. Y vaya si lo logró. Le bajamos a la tierra sin dejar de admirarle. Las funciones fueron un éxito total de pura química que teníamos todo el equipo después de ensayar juntes cuatro días. Química y cariño. Y su mensaje era el nuestro.

Lo esencial que me queda de Paul, aparte de toda esa sabiduría que esperaba encontrar, es haber tenido la oportunidad de ver, aunque de manera fugaz, que es una persona sencilla y cariñosa, que se despeina, que achucha a su perro, que le encanta hacer la siesta y comer tempranito, y que, al mismo tiempo, es un ser absolutamente especial, de otro mundo, sensible y fuera de la norma en casi todo lo que hace. Nos autografió los textos, nuestros libros amarillos de Anagrama con un extraño juego que nos obligaba a juntarlos de nuevo para poder descifrar la dedicatoria completa. Nada en Paul es binario. Nada en Paul es rígido, de hecho, puedo decir bien alto que es el director escénico más flexible que he tenido en mi vida. En las funciones del Conde Duque NO nos limitamos a repartirnos proporcionalmente el texto y leerlo en voz alta. Parte del acting, completamente orgánico, fue improvisado sobre la marcha por les artistas durante la fase de desarrollo, siendo incluido en la producción final. Si nos llegamos a descuidar, nos deja hacer un musical. Las ideas, NUESTRAS IDEAS eran tenidas en cuenta. A Paul le gustan las ideas de la gente. Ahora que lo pienso, a todo filósofo le deberían gustar las ideas de la gente. A nosotres, les que fuimos, desde luego, nos gustan las ideas del Monstruo. Qué suerte la nuestra, la de haber tenido, en esta vida, al menos una vez, la oportunidad de bailar junto a Britney Spears.

 


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