La gratitud a nuestras ancestras

La gratitud a nuestras ancestras

La segunda temporada de ‘Russian Doll’ nos lleva en metro de paseo por el tiempo a un reencuentro con nuestras madres y abuelas, como un domingo cualquiera de nuestra infancia o madurez, mientras recorremos nuestros propios laberintos y hallamos en ellos la salida.

18/05/2022

Imagen del cartel de ‘Russian Doll’.

Ya en la primera temporada de la serie Russian Doll (Netflix), Nadia Vulvokov (Natasha Lyonne, actriz protagonista y creadora) campó a sus anchas por nuestro imaginario con su cabellera roja estilo Brave, sus andares de cowboy underground y sus ademanes de mafioso de película. Y todo en medio de un bucle temporal mortal que siempre la llevaba al día de su cumpleaños. De trasfondo metafísico, en clave de humor y con una cosmopolita atmósfera, la segunda entrega nos lleva en metro de paseo por el tiempo a un reencuentro con nuestras madres y abuelas, como un domingo cualquiera de nuestra infancia o madurez, mientras recorremos nuestros propios laberintos y hallamos en ellos la salida.

Las creadoras, alianza sorora

Russian Doll está premiada con un Emy y tiene a Natasha Lyonne (Nicky Nichols en Orange is the new black) como showrunner y coproductora ejecutiva de su propia idea original. Junto a Amy Poehler (Paper Kite Productions) y Leslye Headland, desarrolla un triángulo creativo, proyectan sobre los personajes aspectos de sus propias vidas y el papel de cada una en los procesos de creación. Phoeler supervisa el avance de la serie y las ideas de sus compañeras, las guioniza junto a ellas, se pude decir que monta la fiesta con su productora. Lyonne es la esencia y Headland, la fábrica, la escritora y la dramaturga que materializa este universo, con otras guionistas como Allison Silverman, la propia Phoehler y Lyonne, en la sala de escritoras. Así, en femenino.

Nadia Vulvokov y Alan Zaveri, identidad, legado femenino, géneros entrecruzados

La protagonista obtiene su apellido de la misma vulva: Vulvokov. De hecho, gran parte de sus conflictos están relacionados con Lenora, su madre (Chloë Sevigny) y la enfermedad mental que esta padeció. Su infancia fue descuidada, maltratada, por tanto. Desequilibrio que compensó Ruth Brenner (Elizabeth Ashley), buena amiga de su madre, que pudo concederle la estabilidad que necesitaba y maternarla. No es extraño, por tanto, encontrarnos con una primera temporada basada en un eterno morir y renacer, que empieza por el propio legado materno biológico y de adopción de la protagonista. Para, en la segunda fase de episodios, llegar a experimentar la propia mente de su madre. Ello confiere a Nadia una nueva perspectiva. De modo simbólico o delirante, se traba una relación de ayuda mutua donde su propia madre la salva del encierro al que la lleva su enfermedad mental, la salva de su propia enfermedad y al mismo tiempo, se salva a sí misma a través de su hija. Nadia quiere ayudar a su madre y a su abuela, y así, autoayudarse. ¿Hay algo más feminista que esto?

La familia húngara de Nadia la componen cuatro mujeres poderosas, orgullosas y fuertes. Cuatro mujeres aliadas en los cuidados a pesar de sus desencuentros. Incapaces de ponerse de acuerdo entre ellas. Y a pesar de todo, presentes en los peores momentos. Dispuestas a saltarle a la yugular a cualquier encantador de serpientes que se atreva a otear sus horizontes.

Vera Peschauer (Ilona McCrea), su abuela, hará lo que sea por Nadia y por su hija, pero no la entiende y no sabe elegir. Nora tampoco toma las mejores decisiones para su hija. Crea sufrimiento, sentimiento de abandono. Una madurez precoz y dolorosa. Por desgracia, se busca una razón argumental que justifique este maltrato en la enfermedad mental, reforzando más aún la estigmatización del sufrimiento psíquico que el cine ejerce en nuestro imaginario colectivo. Ruth apoya la independencia de Nora e intentará sostenerla el tiempo que sea posible. Pero también apoyará, llegado el momento, el internamiento de Nora en un centro de salud mental. Sin duda, el personaje de Nadia es un bello compendio de las cualidades, defectos y limitaciones de sus madres y abuela. Constituye en sí misma un buen atado de recursos para la supervivencia.

Nadia hace muy poco de lo que se esperaría de una mujer aceptada convencionalmente. Por ejemplo, la propia actriz revela que para imitar su paso solo hay que imaginar ir buscando colillas por el suelo de Nueva York. Nadia se droga, al comienzo de la serie especialmente, bebe alcohol como una esponja. Expresa su deseo sexual, no lo oculta, lo busca y se lo proporciona responsablemente, sabe iniciar los procesos de seducción. Es cortante con los varones que se propasan, la boca de su abuela la ayuda con eficacia. Y cuando se deja llevar por el egoísmo de otro es porque ella ya tiene un objetivo. Sin duda, son características que tradicionalmente se han adjudicado a los varones y, de hecho, las creadoras aseguran que se ha buscado dotar de un espíritu de libre albedrío a Nadia, construyéndola sobre personajes masculinos de películas de gánsteres y policías corruptos.

Pero a Nadia no la veremos en toda su amplitud a través de sus propios ojos, porque los seres humanos necesitamos comprendernos en comunidad, también desde la mirada del otro. Parte de su evolución personal está ligada a la de Alan Zaveri (Charlie Barnett). Un joven atravesado por otro ciclo de muerte y reinicio y cuya vinculación con Nadia se expande durante la segunda temporada. El viaje en metro de Alan le lleva a ver y a ser su abuela, una estudiante de Ghana que accede a la universidad en el Berlín Oriental de 1962.

Resulta clave haber creado un personaje varón interesado por su legado materno. Esto lo lleva a empatizar con la historia de su abuela. Los miedos sociales de Alan, que son muchos, se relajan solo entonces. Está en el cuerpo de otra persona, de alguien de confianza, alguien que él quiere y sabe que lo quiere. Esto no le ocurre mucho, teme siempre la opinión del resto. Se ubica tan cómodamente en el lugar de su abuela que puede permitirse, siendo Alan aparentemente heterosexual, besar y querer a Lenny, el amor de su abuela Agnes (Carolyn Michelle Smith), sin que surja un conflicto en él por ello. Permite abrir la puerta de una afectividad masculina universal, más humana hacia las mujeres, hacia otros varones y hacia sí, más allá de una finalidad sexual. Demuestra vulnerabilidad, inocencia, empatía, floración de emociones, que son valores humanos y que no deberían ser convencionalmente femeninos. Parece que quisiera lanzar el mensaje: “¿Tú te pones en el lugar de tus ancestras?”.

Algo destacable de la serie es trazar un mapa de la identidad de Alan y Nadia entendido desde la entrega que realizaron abuelas y madres a la historia personal de cada uno. Creemos que esto es conferir importancia a la influencia social, histórica, familiar e individual de las mujeres, cómo hemos podido influir en el mundo, influirnos entre nosotras, a nosotras mismas y a nuestros y nuestras descendientes, si las tuviéramos.

Influencias cinematográficas

Natasha Lyonne asegura que la diseñadora Diane Lederman de producción llegó con la idea de evocar el apartamento de Terciopelo azul (David Lynch). Y en efecto, hay similitudes entre la casa de Dorothy Vallens en Terciopelo azul (Isabella Rosellini) y la de Nora y Vera, la madre y la abuela de Nadia, respectivamente. En la casa de esta última se coloca un objeto bajo el sofá como un secreto. El tocadiscos juega un papel de sorpresa y temor. Y no es extraño este parecido, porque Dorothy, al igual que Nora, tiene un hijo al que no puede acceder con libertad porque lo han raptado o ella se encuentra internada en un centro de salud mental. Además, Terciopelo azul contiene también sentimientos de dolor, miedo y sufrimiento en torno a la maternidad, la idea de la mala madre, de la madre víctima, debido a que alguien se interpone y frustra la realización de los sentimientos maternales.

Nadia está asentada sobre protagonistas masculinos de películas como El rey de Nueva York, pero con un giro fresco y humorístico. Personajes que habían protagonizado actores de cierto perfil, como Joe Pescci, Robert de Niro o Harvey Keitel, son totalmente libres, sin límites verbales, morales, de comportamiento, hacen y dicen lo que quieren. Alude sin dudar a Fellini, Cronemberg o Lynch como creadores de mundos conectados a la tierra y al mismo tiempo muy lejanos.

Nos parece que Alicia en el país de las Maravillas está presente en diferentes momentos de la serie. Como cuando un espejo se convierte en ventana para escapar de los nazis, una clara evocación del paso a otra realidad. O con la presencia de Horse (Brendan Sexton III), la persona sin hogar presente en los fenómenos extraños que suceden. Tal y como lo haría el conejo blanco que justo avista Alicia antes de caer por la madriguera. Anticipa la magia. Nadia siempre intenta acercarse o dirigirse a él, lo observa, lo considera una fuente de consejo y ayuda cuando se encuentra en un aprieto, aunque él no siempre se comporte acorde a estas expectativas. El personaje parece tener una enfermedad mental o vivir en un estado de conciencia alterado, por tanto, es siempre un intermediario entre el mundo del tiempo lógico y el regido por el fantástico.

Muchas referencias masculinas que a nuestro parecer enturbian un poco el propósito feminista que nos parece alberga este proyecto. Pero la historia del cine mainstream la han construido varones, el cine que puede ser reconocido por la mayoría. Aunque es bien claro que las mujeres hemos estado desde los inicios en todos los roles profesionales que abrazan el cine, sí es cierto que hemos llegado mejor al montaje, al documental o al cine experimental o de autora debido a la dificultad de acceder a recursos económicos, visibilidad o prestigio público.

Lenguaje audiovisual

No hay duda de que los viajes psicotrópicos de Nadia se representan en pantalla de manera muy estilizada, simbólica, metafórica, expresiva. Asimismo, también ocurre con las experiencias cercanas al tiempo no lineal. O con la necesidad incesante de señalar que las vivencias de Nadia y Alan suceden de manera paralela y simultánea, partiendo la pantalla por la mitad, por ejemplo. El resto del tiempo se tiene muy en cuenta que los ángulos y las perspectivas coincidan y se repitan en cada época, en especial en 2022. De esta manera, el discurso puede entenderse sin esfuerzo ni distracciones, sin que genere un ruido innecesario sobre la dificultad que subyace en las tramas relacionadas con saltos en el tiempo.

Russian Doll quiere recorrer un laberinto interior y hacerlo cada vez de forma más profunda. Y quiere que te rías por el camino de la matrioska. La creación de capas se da a diferentes niveles. La serie soporta segundas y terceras visualizaciones. Y no pierde un ápice de interés porque continúa emanando significado.

Podemos quedarnos solo con la acción, con sus excelentes diálogos, su inteligentísimo y ácido humor. Pero también nos ofrece un vasto recorrido en el misterio. Lo vamos resolviendo con la protagonista, que verbaliza toda clase de descubrimientos compartiendo sus pesquisas con nosotras.

Y, sin duda, podemos morder la manzana metafísica que nos ofrece a cerca de nuestros dolorosos enredos interiores. Intentar comprender cómo el argumento influye en esta última capa y qué trascendencia proyecta. Podemos vivir la historia desde el trasfondo feminista; de hecho, nos perderíamos mucho de su sustancia si no lo hiciéramos así. Podemos entenderla desde el punto de vista de la psicología, desde lo antropológico… No tiene fin. Las muñecas rusas abren una perspectiva dentro de otra, con la suficiente sutileza y sencillez como para que le sigamos el juego hasta donde queramos, podamos o sepamos viajar con ellas.


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