Las tierras vigentes de Núria Bendicho
La novela 'Tierras muertas' expone, sin retahílas ni prejuicios, la violencia sistémica a la que las mujeres están “condenadas” por esa obligación de sostener a la familia.
Tierras muertas, la novela escrita por Núria Bendicho (Barcelona, 1995) y traducida del catalán al español por Ana Crespo en Sajalín editores, es una historia de apenas 174 páginas que te adentra a un mundo rural que la autora logra hacer universal gracias a la forma y el fondo con la que la construye. Ese es su primer gran acierto, que dentro de la historia se palpa y se respira una fuerza narrativa que coquetea tanto con lo contemporáneo como con lo tradicional.
Me interesa hablar de aciertos, porque todavía sigo sin entender cómo es que Anagrama, que la publicó primero en la lengua materna de la autora, no haya apostado por acompañarla en su incursión dentro del castellano. Mucho menos se entiende cuando dicha versión recibió nominaciones para los premios Llibreter, Òmnium y Finestres en 2021. No es poca cosa para una autora joven que, además, está siendo considerada como parte de una tradición que va desde las fantásticas Víctor Català (Caterina Albert) y Mercè Rodoreda hasta la tradición del escritor Àngel Guimerà. Yo agregaría un poco más y diría que se nota en Bendicho un acercamiento a Juan Rulfo; y no creo que el guiño que hacen desde Sajalín editores al poner como fotografía de la cubierta la famosa Cruces en en panteón de Huamantla -de autoría del escritor mexicano- sea gratuito. Hay en esta novela una voz narrativa que se siente concisa, coherente, propositiva y sin barreras.
El segundo acierto de Núria Bendicho es el no tratar de alargar la historia más allá de lo que daba de sí. Por el contrario, se nota el mapa que la escritora trazó para llevar a lectoras y lectores a descubrir un camino que nos remite a los orígenes del relato. No hay más que el rompecabezas que nos van narrando los personajes, si acaso intuiciones, subtexto, una doble lectura que pertenecerá al sentido literario que le otorguen quienes se adentren a esta novela, y que no involucra o necesita a la autora, porque se encargó de que la historia sea independiente de sí y esto es digno de aplaudir en tiempos en los que se confunden realidad con ficción.
El tercer acierto que encuentro en este texto literario es el uso del lenguaje -y que se aprovecha para agradecer el trabajo de la traductora- porque hay conciencia del mismo, cada palabra está ahí porque tiene un significante necesario. No es un conjunto de palabras que narran por narrar, hay una búsqueda de las voces narrativas que transmiten una intención literaria. Existe un trabajo de la autora para lograr esto, tiene una conciencia de lo que desea hacer con este libro y se siente desde sus primeras páginas.
El cuarto acierto -y quizá para mí el más importante- es la capacidad que tiene Núria Bendicho para remitir con la historia de esta familia a los orígenes mismos de la familia tradicional. Y la cuestiona y la pone a prueba. No es el hogar ese espacio donde hay calidez y confort, al contrario, es el primer campo de batalla y de supervivencia. Es el resquebrajamiento de la concepción del amor fraternal, pero también la ruptura de los hijos contra los padres y de la humanidad contra quienes buscaron guiarla. No hay familia, pero tampoco hay religión que salve. No hay cariño o ternura que sea capaz de proteger, aunque sí sirvan para seguir adelante. La contradicción. No hay castigo que no se cumpla, aunque esto signifique que las consecuencias sean la venganza, el sacrificio y la culpabilidad heredada no solo por las acciones individuales, sino también por el contexto en el que se concibieron estos sentimientos.
“Por eso nos expulsaron del paraíso y por eso Jehová se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra. Pero yo hasta entonces había escuchado aquellas historias del cura como si fuesen parte de un pasado muy lejano y todavía no había descubierto que el hombre de las escrituras también podíamos ser todos nosotros. Que todos llevábamos algo de su carne” (pág. 157).
También hay un quinto acierto y es la capacidad de exponer, sin retahílas ni prejuicios, la violencia sistémica a la que las mujeres están “condenadas”, justo por esa obligación de sostener a la familia. No hay mujeres que escapen de su “libre albedrío”, pero este mismo está condicionado por las circustancias a las que están constreñidas. No hay intenciones puras ni inocencia, pero tampoco hay en las mujeres de esta historia la maldad que necesita el pecado para ser castigadas. Son mujeres que de una u otra forma tratan de huir pero cavan su propia tumba. No hay salida a la violencia, ni cuando mueren. Están inmersas dentro de una realidad que, como dice uno de los personajes, les hacía suplicar porque Dios dejara de enviarles “todo lo que son capaces de soportar”.
“No abandonarla nunca y aguantarlo solo hasta el momento en que ella fuese libre y no me necesitase a mí a su pequeñuela, para continuar respirando. Porque ella había hecho lo mismo conmigo. No se había quitado la vida ni había abandonado a la bestia por el simple hecho de que to existía, y solo cuando yo fuese libre ella se esforzaría en salir de aquella trampa en que la había metido el destino” (pág. 103).
Y es está universalidad católica, occidental, rural, de costumbres, pero también contemporánea, lo que hace que estas Tierras muertas calen hondo. Hay -dentro y sobre la tierra que pisamos- algo de entendimiento de lo que vive esta familia, porque es muy probable que es lo que hayan vivido y viven muchas familias para mantener la impunidad de la vejación hacia las mujeres, no solo en el universo ficticio de Bendicho, también en Cataluña, en España, en América Latina y alrededor del mundo: una familia suele iniciarse con el feminicidio de una mujer y suele terminarse con otro. Las mujeres muertas son las que acaban siendo culpables o asesinadas para justificar la torpeza y la violencia que no termina por ser asumida por sus perpetradores. La historia de todos los días.
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