Una montaña entre mujeres montañosas: las poetas y la maternidad
La fecundidad, la fertilidad y la maternidad quizá sean algunos de los mandatos de género menos cuestionados. Ha sido dibujada llenita de flores y de pasteles en el horno. Nunca veíamos las noches en vela ni las frustraciones, porque estas se lloraban encerradas en un baño para que nadie descubriera que no eran felices.
Fue un hombre, el marqués de Vibraye, quien le puso nombre a una figura femenina paleolítica que había aparecido en el yacimiento de Laugerie-Basse hacia 1864. La llamó la Venus Impúdica. Venus en honor a la diosa romana de la belleza y de la fertilidad. E Impúdica porque se contraponía a las púdicas romanas que escondían, en un ademán delicado, los signos de su sexo. La de Laugerie-Basse iba desnuda y mostraba rotunda sus pechos y su pubis. Fue la primera venus, pero no tardaron en descubrirse otras. En 1908 aparecía la Venus de Willendorf, en 1909 la Venus de Laussel y en 1922 la Venus de Lespugue. Y siguieron apareciendo venus que, sin ningún pudor, se mostraban desnudas, rotundas y hermosas. En el Paleolítico, hace unos 38.000 años y hasta hace unos 14.000, se tallaron imágenes de mujeres desnudas que, para una mayoría de historiadores, representan la fertilidad.
Unos milenios más tarde, en la antigua Roma, también dedicaron una figura femenina a la fecundidad. Se trataba de Maia, la diosa de la fertilidad y la naturaleza, que dio nombre al mes de mayo, porque es el mes en el que empiezan a florecer los árboles y aparecen los primeros frutos. No solo entonces, también en el antiguo Egipto, donde honraron a Hathor e Isis, y en la antigua Grecia, que alabaron a Rea.
La fecundidad, la fertilidad y la maternidad quizá sean algunos de los mandatos de género menos cuestionados. La historia ha retratado la maternidad como un regalo, un don, lo esperado y deseado desde la más tierna infancia por nuestras niñas (porque, ¿qué otra cosa podría querer una niña distinta a ser la madre de sus retoños de plástico rosado que se agolpan en carricoches de juguete?). A la maternidad se la ha dibujado llenita de flores y de pasteles en el horno. Nunca veíamos las noches en vela ni las frustraciones, porque estas se enterraban bajo la almohada o se lloraban encerradas en un baño para que nadie descubriera que no eran felices.
Si bien la relación madre-hija y madre-hijo no tiene una larga trayectoria como tema literario, podemos encontrar textos poéticos que deconstruyen el tópico de la madre como ser puro, angelical, feliz y altruista. En algunos casos, para deconstruirlo le prenden fuego y, entre las cenizas, encuentran la palabra con la que dar voz a todas aquellas madres que no vivieron la maternidad como la realización y justificación a sus vidas.
Sharon Olds es una de las voces más reconocidas de la poesía norteamericana contemporánea. Nació en San Francisco (EE. UU.) en 1942 y obtuvo el Premio Pulitzer y el National Book Critics Circle Award por El salto del ciervo (2013). Desde un estilo libre y preciso, habla de la cotidianidad, de la familia, el amor y la muerte. En 1980 publicó su primer poemario, Satán dice, en el que encontramos un poema en el que se aborda la carga asfixiante de la maternidad:
Ahogándose
[Las madres están sentadas en la cocina, hacia el finalde la tarde, la luz como resina
sólida en el agua de los tallos dorados,
el té como resina de bailarines; mojan
sus lenguas y hablan. Siempre temen
un desastre para sus hijos: la hendidura entre las tablas,
el clavo, el gancho, las escaleras del sótano,
toda la sangre saliendo de los pequeños cuerpos.
Si miras a través de la ventana mientras la oscuridad se filtra
y el cuarto es como un jarro color ámbar con agua,
hay un ángulo, un momento, en que puedes ver que cada madre
tiene una mujer aferrada a su cuello que la empuja hacia abajo – su propia madre
asiéndola y hundiéndola
en la débil luz.
Sharon Olds
Adrienne Rich (1929-2012) fue poeta, ensayista y académica. A comienzos de los cincuenta, se casó con un profesor de economía con quien tuvo tres hijos. Tras separarse de su marido, este se quitó la vida. El suicidio, la maternidad o la crianza durante la Guerra Fría influyen en su obra que, a partir de los setenta, incorpora el activismo por los derechos civiles, contra la guerra de Vietnam, el feminismo, el lenguaje y la visibilidad lésbica. En su ensayo Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución (1976), traducido por Ana Becciu y publicado con licencia Creative Commons en la colección de Traficantes de Sueños, Rich disecciona la cuestión de la maternidad desde una perspectiva feminista. Es, desde luego, uno de los ensayos referentes del tema. Sobre la lengua, la identidad y la maternidad hablaba en este poema recogido en Diving into the Wreck (1973) y traducido por Beth Miller para la publicación Buenos Aires Poetry.
La extranjera
Mirando como antes he mirado, derecho al corazón
de la calle hasta el río
caminando por los ríos de las avenidas
sintiendo el temblor de las cuevas bajo el asfalto
viendo encenderse las luces en las torres
caminando como antes he caminado
como un hombre, como una mujer, en la ciudad
mi ira visionaria despejando mi vista
y las detalladas percepciones de misericordia
floreciendo de esa ira
si al entrar en un cuarto desde la aguda luz brumosa
los oigo hablar un idioma muerto
si preguntan mi identidad
¿qué puedo decir sino que
soy la andrógina?
yo soy la mente viva que no pueden describir
en su idioma muerto
el sustantivo perdido, el verbo que sobrevive
sólo en infinitivo
las letras de mi nombre están escritas entre los
párpados del recién nacido.
Adrienne Rich
Adrienne Rich también contempló el tema de la maternidad en el poema que dedicó a las artistas Paula Becker y Clara Westhoff, quienes se conocieron en una colonia de artistas cerca de Bremen, Alemania, en el verano de 1899. Paula era pintora y Clara estudiaba escultura. Vivieron juntas en París y en Berlín. En 1910, Clara se casó con el poeta Rainer Maria Rilke y, al poco tiempo, Paula se casaba con el pintor Otto Modersohn. Cuentan que murió dando a luz y que sus últimas palabras fueron “¡Qué lástima!”. Rich escribió el texto “Paula Becker a Clara Westhoff”, donde imaginó cómo se amaron estas mujeres. La traducción es de Diana Bellesi para trianarts.com:
Paula Becker a Clara Westhoff
El otoño se ha retrasado,
se sostiene el verano todavía, mientras la luz
parece durar más largamente de lo que debiera,
o quizás estoy usándola hasta el fin.
La luna rueda en el aire. Yo no quería a esta criatura.
Eres la única a quién se lo he contado.
Deseo tener un niño algún día, pero no ahora.
Otto tiene una manera calma y complaciente
de seguirme con sus ojos, como diciendo
¡pronto tendrás las manos llenas!
Y sí, las tendré; este niño será mío,
no suyo, los fracasos, si fracaso,
serán míos. No es fácil aprender, Clara
a prevenir estas cosas,
y cuando tenemos un niño, es nuestro.
Pero últimamente me siento más allá de
Otto o de cualquiera.
Sé ahora qué clase de trabajo tengo que hacer.
¡Exige tanta energía! Tengo el sentimiento de
moverme hacia algún lugar, paciente,
impacientemente,
en mi soledad. Busco en la naturaleza
formas nuevas, viejas formas en lugares nuevos,
los planos de una boca antigua, digamos,
entre las hojas.
Sé y no sé
lo que estoy buscando.
Recuerdas aquellos meses juntas en el estudio,
tus fuertes brazos hundidos en la arcilla
húmeda, mientras yo trataba de hacer algo con las
raras impresiones que me asaltaban – flores
y pájaros japoneses sobre la seda, borrachos
protegiéndose en el Louvre, aquella luz del río,
aquellos rostros… ¿Sabíamos exactamente
por qué estábamos allí? París te amilanaba,
era demasiado para ti, sin embargo
proseguiste tu trabajo… Y más tarde nos encontramos
nuevamente allí, ambas casadas entonces,
y pensé que tú y Rilke parecían inquietos.
Sentí cierta falta de alegría entre ustedes. Por supuesto
él y yo tuvimos nuestros roces. Quizás estaba celosa
de él, en principio por haberte alejado de mí;
quizás me casé con Otto para llenar
mi soledad de ti.
Rainer, por supuesto, sabe más de lo que Otto sabe,
él cree en las mujeres. Pero se alimenta de
nosotras, como todos ellos. Su vida entera, su arte
está protegido por mujeres. ¿Quién de
nosotras podría decir esto?
¿Quién de nosotras, Clara, como mujer no
ha tenido que dar un salto más allá de nosotras mismas
para salvar nuestro trabajo? ¿o es para
salvarnos a nosotras mismas?
El matrimonio es más solitario que la soledad.
Sabes: he estado soñando que moría dando a luz al niño.
No podía pintar o hablar o aún moverme.
Mi niño -pienso- me sobrevivía. Pero lo gracioso.
en el sueño, era que Raine había escrito mi réquiem;
Un largo y hermoso poema, llamándome su amiga.
Yo era tu amiga,
pero no en el sueño tú no decías una palabra.
En el sueño su poema era como una carta
a alguien que no tenía derecho
de estar allí, pero que debía ser tratado gentilmente,
como un huésped que llega en día equivocado. Clara,
¿por qué no sueño contigo?
Aquella foto donde estamos juntas; la tengo todavía,
tú y yo mirándonos intensamente
y mi cuadro detrás nuestro.
¡Cómo trabajábamos codo a codo!
Y cómo he trabajado desde entonces
intentando crear acorde a nuestro plan,
el que traíamos contra todos los obstáculos,
imprimir nuestra fuerza
en cada cosa. No deteniéndonos en nada
aunque fuéramos mujeres. Clara, nuestra
fuerza permanece todavía
en los temas de los que solíamos hablar:
cómo la vida y la muerte se toman de las manos,
la lucha por la verdad, nuestro voto contra
todo sentimiento de culpa.
Y ahora siento el amanecer y el día que llega.
Amo despertar en mi estudio viendo mis
pinturas revivir en la luz. A veces siento
que soy yo misma quien se mueve dentro de mí,
a quien debo amar y alimentar…
Deseo hubiéramos hecho esto una con la otra
toda nuestra vida, pero no podemos…
Dicen que una mujer preñada
sueña su propia muerte. Pero la vida y la muerte
se toman de las manos. Clara, me siento llena
de trabajo, de vida que vislumbro, y amor
por ti, que entre toda la gente,
no importa lo mal que lo exprese,
oirá todo lo que diga y lo que no puedo decir.
Adrienne Rich
La maternidad, o las diferentes maternidades, también preocuparon a la poeta Sylvia Plath (1932-1963), una de las poetas más significativas e icónicas del pasado siglo, y a este tema dedicó el poemario Tres mujeres, un poema extenso sobre la mujer y la maternidad escrito a tres voces que se van intercalando y construyendo el texto: la de una mujer que se siente realizada en y con la maternidad, la de una mujer atrapada por el sufrimiento de no poder ser madre y la de una madre que no quería serlo. Plath leyó este poema en la BBC de Londres durante 1962, apenas unos meses antes de su suicidio. En la versión publicada por Nórdica Libros en 2013, cuando se cumplían cincuenta años de la muerte de Plath, contaron con la traducción de María Ramos y las ilustraciones de Anuska Allepuz.
Tercera voz
Ahora soy una montaña entre mujeres montañosas.
Los médicos se mueven a nuestro alrededor como si nuestra grandeza
asustara a sus mentes. Sonríen como tontos.
Son responsables de lo que soy, y lo saben.
Abrazan su pasividad como a una especie de salud.
¿Y qué, si se sintiesen sorprendidos, como yo?
Enloquecerían.
¿Y qué, si entre mis caderas se escurren dos vidas?
He visto los instrumentos de la habitación blanca y limpia.
Es un lugar de gritos. No feliz.
“Aquí vendrás cuando llegue el momento”.
Las luchas de la noche son planas como lunas rojas.
Empañadas en sangre.
No estoy preparada para que nada pase.
Debí haber acabado con esto que acaba conmigo.
Sylvia Plath
De la maternidad no buscada, no querida, no deseada, también habló la poeta somalí Warsan Shire (1988), voz del feminismo y empoderamiento de la mujer negra. Su poesía denuncia la injusticia, la desigualdad y el sexismo de las sociedades actuales. Mònica Vaz Buxarrais dedicó su Trabajo de Fin de Grado de Traducción e Interpretación de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona a traducir y analizar el poemario Teaching My Mother How to Give Birth, que Shire publicó en 2011.
El primer beso de tu madre
El primer chico que besó a tu madre violó a mujeres
cuando estalló la guerra. Recuerda habérselo oído a tu tío
y luego irse a tu habitación y tumbarse
en el suelo. Tú aún ibas a la escuela.
Tu madre tenía dieciséis años cuando él la beso por primera vez.
Ella contuvo tanto rato la respiración que se desmayó.
Al despertarse notó que tenía el vestido mojado y pegado
a la barriga, y mordiscos en forma de media luna en sus muslos.
Esa misma noche fue a ver a una amiga, una chica
que fermentaba vino ilegal en su habitación.
Cuando tu madre le confesó jamás me habían tocado
de esta manera, la amiga se rio, con sangre de uva en la boca,
luego metió la mano entre las piernas de tu madre.
La semana pasada, lo vio conduciendo el bus número 18,
su mejilla una colina hinchada, una cicatriz que se arrastraba
por la boca. Tú estabas con ella, con una bolsa de dátiles
apoyada contra el pecho la oíste exhalar un gemido
cuando se dio cuenta de cuánto te parecías a él.
Warsan Shire
María García Zambrano (Madrid, 1973) publicó en 2015 el poemario La hija (El sastre de Apollinaire), que llegó tras el nacimiento de su hija. Fue una experiencia difícil, que nos lleva al límite, a la enfermedad, al olor de los hospitales, a la mirada asustada, a la respiración, el latido, los bisturíes, a una recién nacida desvalida y dependiente de la ciencia y del personal sanitario. Es un canto en el que la esperanza y la desesperanza se abrazan para prestar la voz a una hija que ha nacido con dificultades y secuelas médicas.
La tristeza
Todas las madres que soy debíamos hablar
aproximar posturas
organizar un plan de acción para que no se desparramen
leche
lágrimas
suero
medicamentos.
La madre bandada de pájaros que espera la primavera
para regresar a su nido
sentada en la única silla que no está rota.
La madre jeringa de leche para un gorrión se posa
en la ventana.
La madre en carne viva sin ninguna medicina que la cure.
La madre esperanza que ata sus dedos al viento y anhela
la mueca que suture de una vez
la herida.
Todas las madres reunidas alrededor de un cuerpo
que redime
con su escasos centímetros
resolvemos:
hilvanar con un hilo esta tristeza
la desesperación de no ver a LA HIJA solo un cuerpo que se desborda
e inunda los ojos
la boca
el corazón.
María García Zambrano
Cuando el marqués de Vibraye nombró la divinidad de la fertilidad paleolítica que había encontrado en el yacimiento de Laugerie-Basse la llamó Venus Impúdica, porque iba desnuda, mostrando su cuerpo. Para el constructo ideológico y cultural que ha tiranizado la vida de todas estas voces de la maternidad, las de las mujeres que quisieron ser madres y no pudieron, las de aquellas que no quisieron serlo y lo fueron, las de quienes nunca gestaron, las de aquellas que sufrieron por una hija enferma, todas ellas, rotundas, desnudas ante el miedo, “reunidas alrededor de un cuerpo que redime”, que “anhela la mueca que suture de una vez la herida”. Las Venus Impúdicas, todas ellas, forman un ejército rabioso. Todas las maternidades caben en ellas.