La madre vasca que llevas dentro
‘Cinco Lobitos’, la primera película de Alauda Ruiza de Azúa, cuenta una historia enorme que, de lejos, parece pequeña.
Esta película es una delicia. Una historia aparentemente cotidiana, que puede haber pasado en cualquier casa, pero está contada de manera que se convierte en algo trascendente y conmovedor. Y eso es una buena película.
Es la típica cinta que los típicos “críticos expertos” -que no se enteran de nada desde 2018- llaman “pequeña”, “intimista” o reducen a un subgénero dentro del subgénero -en su cabeza- de películas “de mujeres”. Pero Cinco Lobitos va del temazo del que va la mitología y los grandes tramones de la literatura, el cine y el teatro, y que copa -también- la mayoría de las conversaciones de tu vida: la familia. Ya lo decía Tolstoi en la primera frase de Ana Karenina: “Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. ¿Y qué coño será una familia feliz? Pues la directora Alauda Ruiz de Azúa opina (o eso interpreta mi visión de su visión) que es un grupo de personas al que la vida ha juntado un poco arbitrariamente y que ha sido capaz, en momentos fugaces, de estar más o menos bien. Como mucho.
Esta película trata de muchos temas trascendentes, como la insoportable levedad de la existencia, la vejez como condena a muerte o la dificultad de llevar una vida que no sea una sucesión de días insignificantes. Esta película va de muchos temas de la agenda feminista, como la imposición de los cuidados a las mujeres, la maternidad y la crianza como imposibles en un sistema que espera que nos saquemos de la braga el tiempo para cuidar, o de la incapacidad de los hombres para ocuparse de su propia supervivencia. Esta película va de muchas cosas que te suenan de tu vida o que te dan miedo de tu vida y, si estás viva, vas a llorar.
Algunos críticos han considerado que es una película sobre la maternidad, y juraría que se trata de una forma de intentar despreciarla como destinada a un público concreto, pero yo estoy de acuerdo solo en parte.
La trama de que la actriz Laia Costa tenga una criatura solo es un hilo conductor. La historia de maternidad de esta película, la historia de esta película, el historión que borda la guionista y directora y que se comen con anchoas albardadas las dos actrices impresionantes que la protagonizan, es la de la maternidad de la actriz Susi Sanchez con Laia Costa.
Susi Sanchez es la madre más vasca que he visto en mi vida, y eso que tengo una en casa. Y eso que ella (Susi) es de Valencia. Contenida, fría por fuera, sarcástica, borde, de una ternura críptica, enfadadísima con la mujer que pudo ser y entre asustada y envidiosa de que su hija tenga otra vida -una vida-, dirías que te ve, a través de la pantalla, con esa mirada que tiene un guion propio. La transición de su personaje, su lenguaje corporal, esa voz de cazallera con matices… está impresionante.
Laia Costa consigue lo mejor que puede hacer una actriz: te la crees. Pasa de pedir sushi a albardar anchoas y tú no sabes cómo, pero la has acompañado en el viaje. La mala hostia, la nostalgia de lo que se está perdiendo, la estupefacción ante el timo de los cuidados, la transición siempre inacabada de hija a adulta… ves cómo va gestándose en ella la madre vasca que se niega a ser. Y la tía es de Barcelona.
Alauda Ruiz de Azúa, sí es vasca, y se le nota. De Barakaldo y de una generación que creció escuchando a nuestras madres que no fuéramos como ellas. Se le nota en que la comida es fundamental en la película -siempre hay alguien preguntando qué vamos a comer, cocinando, comprando comida, hablando de comida- en algunas escenas de costumbrismo que le ponen raíces a muchos de los conflictos y nudos de la película y en la casa.
La mayoría de la película sucede en una casa preciosa con vistas a Mundaka como en la que las niñas de la margen izquierda (de la Ría de Bilbao) queríamos vivir. Igual es una frikada mía, pero esa casa tan bonita es un elemento clave en la peli, porque es de esas casas que, cuando la ves, piensas “yo ahí sería feliz”. Y luego igual no. Es muy impresionante que este sea el primer largometraje de Ruiz de Azúa.
Y luego están los señores. Ramón Barea borda al buenhombrevascodetodalavida y es que le tienes que querer, pero es que es un cuadro. Es incapaz de las mínimas gestiones, es incapaz de hablar de nada trascendente y es incapaz de vivir. Intenta la ternura, intenta la ira, intenta la defensa de la prole, pero qué va.
Mikel Bustamante es el tíosupermajotía y es que también lo hace genial. Es majo con la cría, pero elige su curro. Es majo con su compañera de vida, pero elude el conflicto. Cocina y cuida, pero hay que decirle lo que hay que hacer.
De eso también va la película, de la incapacidad de los hombres para sostener su propia supervivencia y de lo innecesario que les parece plantearse siquiera la necesidad de sostener ninguna otra vida más. Es muy evidente, pero muy creíble, que en ambas generaciones las mujeres toman las decisiones y los hombres asisten, expectantes pero también un poco indolentes, al reparto de tareas, a ver qué les toca. El retrato que se hace de la masculinidad es bastante condescendiente, pero no porque se los presente como seres inútiles pero entrañables, sino por lo primero. La idea de que si no estuvieran no pasaría nada es inversamente proporcional a la de que nosotras somos quienes sostenemos (todas) las vidas.
El papel de José Ramón Soroiz es bonito, porque es una promesa, pero solo lo es porque no se hace realidad. Y porque lo vives como un brillo en los ojos de Susi Sánchez que ya se apagó.
Hay algo minimalista en la película, pero yo me atrevo a aventurar que Alauda Ruiz de Azúa ha hecho puntilla para que lo parezca. Es lo contrario a la simplicidad. En la película no sobra ningún plano. Y detrás de eso hay mucho talento y mucho trabajo.
Es como la música original. Llama la atención que se cuente con una compositora brillante como Aranzazu Calleja y que se “meta” tan poca música. Pero cuentan en las cocinas del cine que directora y música han ido eligiendo el silencio en muchas de las escenas, porque el dramatismo en la vida real no tiene banda sonora, que, supongo, es lo contrario a hacer un melodrama. En esta peli también se ha compuesto el silencio.
La fotografía, de Jon D. Dominguez, se mueve entre el intimismo triste de esa casa preciosa en la que nadie se ríe y hacer justicia a la costa bizkaina, que es mucho decir.
Vamos, que es una película preciosa y que, si has tenido madre alguna vez, te va a pellizcar el alma. Y eso, en el cine, es mucho decir.
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