La vida en el centro. ¿Qué vida y qué centro?

La vida en el centro. ¿Qué vida y qué centro?

Si hablamos de poner la vida en el centro, el punto de partida común es comprender que hay un conflicto capital-vida.

08/06/2022

Nieves Salobral, Zaloa Pérez, Amaia Pérez Orozco, Reyes Beltrán, Maider Barañano y Silvia Piris, integrantes del comité organizador del eje 4 del VII Congreso de Economía Feminista

La vida en el centro es una propuesta totalmente radical y emancipadora de la economía feminista. Pero nos surge la inquietud de si se está convirtiendo en un lema cada vez más mainstream. ¿Quién va a decir que está en contra de la vida y de su defensa? Bajo este paraguas se nos pueden “colar” muchas propuestas que están sosteniendo el mismo sistema y las mismas relaciones de poder que atacan lo vivo; o que se centran en las dimensiones más “políticamente correctas” de esta propuesta, obviando el conflicto inherente a la misma. Porque, si hablamos de poner la vida en el centro, el punto de partida común es comprender que hay un conflicto capital-vida. Vivimos en un sistema que prioriza los mercados y sus beneficios frente a las vidas diversas; un sistema que “funciona” porque la vida se resuelve en otros lugares, sobre el trabajo y los cuerpos de otras; un sistema donde las vidas tienen valores radicalmente desiguales: unas pocas vidas se imponen a sí mismas como las únicas dignas de ser sostenidas a costa de explotar otras muchas. Entre esas otras muchas están las que solo importan en la medida en que reproducen, producen, consumen o se endeudan. Y están las que solo valen desaparecidas, cuya muerte es lucrativa o cuya muerte es simplemente despojo irrelevante. La pandemia ha dejado todo esto más en evidencia si cabe.

Desde la economía feminista llevamos años poniendo luz sobre esta realidad. Llevamos años tratando de hilar esas diversas caras de esta “cosa escandalosa”, que es capitalista, heteropatriarcal, racista, colonialista, ecocida, capacitista… Esa hidra a la que nos vemos obligadas a poner cada vez más apellidos para comprender mejor su complejidad e impacto en la diversidad de cuerpos y de vidas. Nombrar para comprender. Creemos que tenemos cada vez más palabras para identificar eso que no queremos, eso que nos violenta. Pero, frente a la “cosa escandalosa”, ¿qué?

De ahí surge el eje 4 del VII Congreso de Economía Feminista ‘La vida en el centro’. Nace plagado de preguntas. Son preguntas que nos motivan a no dar por sentado conceptos o ideas que, de tan repetidas, parecen tener ya un sentido compartido, que a menudo es, sin embargo, engañoso y confuso. Nos cuestionamos de qué hablamos cuando volvemos a las palabras “sostenibilidad de la vida”, “vidas que merezcan la alegría ser vividas”… Sobre algunas de estas cuestiones podemos ya tener respuestas. Otras nos abren más preguntas todavía. La vida en el centro. ¿De qué vidas estamos hablando? ¿Y de qué centro? El reto no es pequeño; puede estar en seguir dando cuerpo a esos anhelos (y urgencias) de tejer una economía que sostenga todas las vidas en su diversidad.

Necesitamos seguir pensando juntas sobre los “qués”, cuál sería ese horizonte de transición hacia el que seguir avanzando. Sobre los “cómos” y los “dóndes”, qué estamos haciendo ya, qué alternativas estamos poniendo en marcha, en qué espacios y bajo qué lógicas estamos erosionando el sistema. Y sobre los “quiénes”, cómo vamos tejiendo ese sujeto diverso y fuerte con capacidad de abordar las desigualdades que lo atraviesan y de confrontar este sistema cada vez más agresivo y violento.

Sabemos ya mucho sobre los “qués”: ¡sabemos que queremos cambiar de raíz el modelo económico! Porque es biocida y porque ese conflicto capital vida que nombramos es estructural y sistémico, no es enmendable. Sabemos, además, que ese mismo sistema está ya en transformación por sus propias dinámicas. Podemos debatir si el capitalismo es capaz de volver a “recuperar el negocio”, pero es indiscutible que el ecosistema está colapsando y que vamos a tener que abordar una reducción obligada en el uso de energía y de materiales. Aquí, la pregunta es cómo vamos a distribuir este “obligado decrecimiento”: ¿unas zonas, unas personas del mundo vamos a seguir acumulando a costa de despojos cada vez mayores? En este marco, entendemos que el sistema, en constante crisis, está buscando sus propias respuestas, lanzando una ofensiva extractivista y mercantilizadora, extendiendo la precariedad y la concentración de recursos y derechos en cada vez menos manos.

Si esta es nuestra lectura del momento, ¿hacia dónde queremos ir desde una propuesta feminista? ¿Cuál es nuestro horizonte de transición y cómo podemos nombrarlo? Somos conscientes de que este esfuerzo por nombrar y construir esas otras formas de vida posibles (esas “utopías”, si nos atrevemos a usar la palabra) no empieza de cero. Pero también de que existen diferentes perspectivas, diferentes grados de intensidad de la transformación propuesta, distintos ritmos y velocidades… ¿Nos sentimos cómodas en la recuperación del estado de bienestar o apostamos por la construcción de otras ideas tanto de “estado” como de “bienestar”? ¿Apostamos claramente por estrategias de redistribución frente a la idea del crecimiento como la vía para que todas las personas puedan acceder a lo “necesario”? ¿Y qué es lo necesario? ¿Lo necesario es deseable o lo deseable es socialmente dañino? ¿Estamos en sintonía con las propuestas decrecentistas? ¿O nos vemos dotando de contenidos a propuestas como la soberanía feminista, la defensa del territorio cuerpo-tierra, el buen convivir? ¿Qué lugar le damos en todo esto a la comunidad?, ¿y a qué comunidad? ¿Y qué lugar a lo público? ¿Los vemos en continuidad o como dos ámbitos tensionados?

Sobre el segundo de los puntos, somos conscientes de que hay infinidad de iniciativas transformadoras en marcha. En este congreso hemos querido visibilizarlas, como una vacuna para la apatía y para la sensación de tener que empezar siempre de cero, del “no se puede”. Existen espacios de disputa, proyectos que están tratando de recuperar diversos ámbitos de nuestras vidas de las garras del capital y del ánimo de lucro. Son iniciativas muchas de las cuales se construyen sobre las propuestas feministas o tratan de integrarlas en mayor o menor medida: se proponen erradicar la división sexual y racial de los trabajos, se erigen frente a la pobreza feminizada y racializada. Hay propuestas en el ámbito de la soberanía alimentaria y la agroecología, la economía social y solidaria transformadora, la soberanía energética, las redes comunitarias de acogida y cuidado mutuo… Hay un “etcétera” muy largo que forma sin duda parte de ese camino que necesitamos recorrer. Pero, también, nos preguntamos dónde están los nudos y las dificultades que estas propuestas atraviesan. ¿Cómo podemos trasladar estas alternativas como opción posible y deseable para cada vez más personas? ¿Qué podemos hacer para escalarlas, potenciarlas e interconectarlas? ¿Quién se puede estar quedando fuera y qué dinámicas indeseables se pueden estar reproduciendo? ¿Estamos logrando generar otro tipo de organizaciones que no estén atravesadas por lógicas productivistas y patriarcales?

Nos resulta también especialmente interesante seguir preguntándonos por los dóndes en los que no logramos estar. Hay también dimensiones para las que no estamos articulando alternativas feministas o no con la suficiente fuerza: las finanzas, la digitalización, las telecomunicaciones… ¡el dinero! ¿Qué hacemos con el euro, por ejemplo? ¿No hay alternativas o no las conocemos? ¿Las monedas sociales tuvieron un auge y ahora han decaído y nunca llegamos a terminar de definir qué significaba que fueran feministas? ¿Qué se nos ocurre que podemos hacer para reconstruir toda la matriz (re)productiva? ¿Qué postura debemos adoptar frente a los fondos europeos que llegan: una exigencia de condicionalidad de género o una enmienda a la totalidad?

En tercer lugar, vemos necesario seguir reflexionando sobre el “quiénes”, con quiénes, entre quiénes… seguimos tejiendo todo esto. ¿Cómo seguimos definiendo ese sujeto político fuerte y diverso, que sea realmente capaz de abordar las desigualdades que lo atraviesan, confrontar este sistema, y construir alternativas vivibles para todes? Tenemos algunas cosas claras: que somos diversas y la diversidad es una riqueza; también que somos desiguales y que los privilegios de unas son las opresiones de otras. Y que no podemos debatir todo esto (solo) en el aire, sino frente a situaciones concretas, cuando abordemos debates en los que nos atascamos: qué hacemos con el empleo de hogar, con la ley de extranjería, con la educación pública guetificada. Probablemente necesitemos estar en una multiplicidad de espacios haciendo este ejercicio complejo de construir los problemas que tenemos en común y abordar las relaciones de jerarquía que nos conforman; entre ellos, espacios feministas mixtos de mujeres* migradas y racializadas y espacios no mixtos.

Y, en todo caso, sí sabemos que la universidad tiene un papel que jugar: no es un afuera. Muchas de nosotras estamos dentro, un tiempo corto o largo. Otras muchas, no: nunca hemos llegado, o no nos hemos quedado por imposibilidad o por elección. Pero, de alguna manera, la habitamos, aunque sea en estos tres días de congreso de economía feminista. Para toda esta construcción de otra economía futura, en la que todas las vidas importen, necesitamos construir saberes colectivos. Y aquí la universidad pública tiene una clara responsabilidad: debe ser un espacio que acoja, fortalezca y difunda los saberes diversos, valientes y rebeldes que nacen fuera de ella. Nunca un espacio que los ahogue, los domestique o los expolie. Y porque creemos en la complicidad con y desde algunos pequeños reductos académicos comprometidos, es por lo que construimos juntas este congreso y, en él, este eje: qué vida, qué centro.

Este texto ha sido publicado en el monográfico de Economía feminista, que ahora puedes conseguir en pdf. Los monográficos entran en varios tipos de suscripción, busca la que encaja contigo

 

 

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