¿Por qué nos repugnan los insectos?
Clara Obligado ha escrito un libro que nos cuestiona por qué es tan fácil ignorar el sufrimiento de aquellos con quienes no nos identificamos.
Hay en Clara Obligado, —la escritora, la humana—, una especie de desparpajo que contagia. Siempre alegre, risueña, con la palabra amable y la broma e ironía exacta para que nos tomemos muy en serio su no tomarse en serio. Ella es así, va por este espacio-tiempo, por el mundo, haciendo que las personas que la escuchamos sonriamos, ya sea por sentirnos reflejadas o justamente porque nos dice algo nuevo que no habíamos articulado como ella lo articula ya. No es baladí decir que cuando leemos a Clara Obligado lo que encontramos es un camino recorrido que nos da señales de lo que ha sucedido en ella, pero también en nosotras. Somos el mismo camino bifurcado que se entrelaza justo cuando la leemos. Sus libros son de todas las personas.
Quizá por esto es que creo importante hablar de su más reciente libro Todo lo que crece. Naturaleza y escritura (Páginas de Espuma, 2021) porque es el inicio de una conversación inacabada —como suelen suceder en voz alta—, que va de un tema a otro y que, dentro de la lógica lineal, parecen conectados por el paso del tiempo o del espacio (hay dos partes, la del sur y la del norte), pero que también podría ser una postura sobre por qué a veces la aparente desconexión es justo el hilo conector.
Es verdad que este libro está lleno de breves fragmentos de memoria, guiños a su origen, pinceladas de su andar por los lugares a los que ha tenido que enraizarse, pero me temo que lejos de ser un libro sobre una escritora migrada-exiliada, este texto tiene una pulsión distinta y que resulta importante porque, cosa mayor, se ha publicado en castellano. ¿De qué va este libro que en diversos medios españoles lo enlazan irremediablemente a su anterior libro Una casa lejos de casa (Ediciones Contrabando, 2020)? ¿Va de migración, de exilio? Sí, pero no solo en un sentido geopolítico, sino filosófico. Y la autora lo sabe y nos lo dice, no como posicionamiento inicial, sino que lo deja por ahí, pululando, como una pista que lectoras y lectores tendrían que encontrar dentro de su única lectura. Clara Obligado dice: “Me fascina cómo la ciencia se toma en serio a sí misma. ¿Qué sería de ella sin la imaginación? (…) No podemos pensarnos desde fuera de nuestro propio pensamiento, y eso convierte nuestras ideas en tautologías”. Para luego rematar diciendo: “Como otras formas de vida, la literatura sobrevive, conecta, coloniza. Las fibras de celulosa se convierten en papel, en libros y palabras inmortales. También las palabras abonan. ¿Es el intertexto, entonces, nuestra manera de reciclar la literatura? ¿De metabolizarla? Un libro pertenece a otro libro”.
Todo lo que crece es una reflexión ¿fragmentada? (¿por qué se le dice fragmentado a algo que no se percibe como lineal?) de la literatura, de la filosofía y de cómo el tiempo va configurando ambas. Si este libro lo hubiera escrito Vivian Gornick o cualquier autora de lengua no española, hubiera sido tomado de distinta forma y la conversación sería otra. Porque la habilidad que tiene Clara Obligado de poner a dialogar nuestro origen como humanidad respecto a la concepción de ciencia y filosofía es mucho más interesante que el quedarnos en la superficie de quién lo ha escrito. ¿Se habla de su experiencia migratoria? Sí. ¿Se habla de memoria y nostalgia? Puede ser que sí. ¿Se habla de desarraigo y enrraizamiento? Sí, pero desde un punto de vista mucho más global, se vuelve al origen de las palabras. Somos seres vivos que habitan un planeta y no solo humanidad geopolítica. Romper el discurso sin regresar a los orígenes, sino mantener los orígenes para cuestionar lo que se nos dice que es, que existe, que es verdad.
“La muerte es la principal proveedora de nutrientes para el suelo, lo alimentamos antes de partir, regresamos al inframundo como Odiseo, bajamos a los infiernos gracias a los descomponedores que llueven su energía desbordante, calan la tierra encargados de deshacer, transportar, nutrir. Solo vemos lo que sucede arriba, pero gran parte de la actividad de la vida discurre bajo su superficie. (…) Los seres humanos hemos descubierto que reciclar puede ser uno de nuestros caminos de salvación; los hongos lo saben desde hace cuatrocientos millones de años”.
Todo lo que crece es, entonces, un tratado de apenas 103 páginas en las que su autora cuestiona el estado actual de las cosas, no desde la confrontación, que siempre es lo más fácil, sino desde la posición que ella suele tener, un poco no tomarse en serio nada y por eso darle el peso exacto a la necesidad que hay sobre replantearnos cómo ejercemos el oficio de la literatura y por qué reubicarnos en el mundo es tan político y tan trascendental para quienes hacemos uso del lenguaje. Clara Obligado dice textualmente: “Qué fácil es ignorar el sufrimiento de aquellos con quienes no nos identificamos. ¿Por qué nos repugnan los insectos?”. Y luego, ahonda: “No puedo dejar de comparar la escritura con la naturaleza, mis estrategias literarias se acercan cada vez más a ella, es la dueña de una economía impecable, todo se reutiliza y lo que muere se convierte en abono”.
Es probable, pero lo sigo rumiando, que si es tan fácil que nos repugnen los insectos es justamente porque nos hemos alejado de la comprensión del mundo, hemos construido demasiado desde lo abstracto y nos hemos sentido cómodas desde la racionalidad, sin embargo, la literatura es parte de ese reformular/imaginar/crear el mundo desde una perspectiva en donde no nos repugnen los insectos, pero especialmente, no nos parezca fácil ignorar a aquellas personas con las que no nos sintamos identificadas. La literatura trata de esto, de mirar en lo que se nos ha dicho que es ajeno, algo de nuestra propia existencia y entender que somos parte de todo lo que crece.
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