‘Stranger things’, guerreras ante el maltrato

‘Stranger things’, guerreras ante el maltrato

La serie ha apostado desde el principio por personajes femeninos fuertes, sean mujeres, adolescentes o niñas se muestran luchadoras y con iniciativa. Rompen estereotipos y convenciones de género en el tiempo de ficción que les ha tocado vivir.

15/06/2022

Fotograma de ‘Strangers Things’. / Foto cedida por Netflix.

Strangers Things no es una serie feminista. Pero desde el principio ha apostado por personajes femeninos fuertes. Sean mujeres, adolescentes o niñas se muestran luchadoras, guerreras y con iniciativa. Rompen estereotipos y convenciones de género en el tiempo de ficción que les ha tocado vivir y como referentes dentro de la historia del cine. Involucradas en sus proyectos y objetivos, los llevan a término con ayuda o sin ella. Son duras y se saben defender. La serie no ha dado la espalda a la cuarta ola del feminismo y ha querido sumar puntos subiéndose a un carro que nos ha regalado momentos inolvidables a lo largo de la trama. Ha intentado hacer sus pinitos hasta donde ha sabido ver y entender. Y en esta temporada, ha dejado clara su postura. Ellas importan. Por eso se las presenta de forma redonda, compleja, con claroscuros, miedos, pasado. Vamos a desvelar aquí los puntos fuertes de estas heroínas, sus contradicciones y cualquier posible purplewashing, de principio a fin.

Joyce Byers, la maga invisible

Para entender a Joyce Byers (Winona Ryder) y valorarla como se merece, hemos de ubicarla como a una más en la fauna de outsiders que constituyen todos los personajes de Strangers Things. La serie donde los roles no normativos son elevados y al mismo tiempo conservan en su interior el zarpazo del rechazo social. Y quién puede ser más discriminada y rara que una madre divorciada que materna en solitario en los años 80 y cuyos hijos no son en absoluto populares, ambos son introvertidos, sensibles, con cualidades artísticas, incluso al más pequeño le acosan en el colegio y le llaman marica. No están bien vistos como familia. Una mujer con un trabajo precario, de clase trabajadora, humilde, porque el clasismo también está presente en la valoración de Joyce. A lo sumo despierta pena, compasión, hartazgo y cero interés en el normativo Hawkins. Un lugar como otro cualquiera.

Pues bien, un personaje lo suficientemente desprovisto de credibilidad social como ella es dotado con una misión de enorme carga argumental. Alertar a la autoridad local o a algún aliado de que en ese pueblo tan normal están pasando cosas raras. Lo hace en cada temporada. Y en cada ocasión, tiene que convencer a alguien que la mira con vergüenza ajena de que no está nerviosa, ni se imagina cosas. Lucha constantemente contra la asociación de ideas entre mujer, madre, nervios, histeria y locura. Pulveriza uno por uno todos los convencionalismos de género de una buena mujer-madre.

Joyce es la maga que conecta el mundo oculto con la realidad. Mantiene el rumbo hacia la luz de la verdad en medio del desconcierto y los engaños. Este tipo de roles deben representarlos personajes sin credibilidad alguna, pero tocados por algún tipo de pureza interior que contagiará su alrededor. Solo comenzaremos a creerla cuando el jefe de policía, un varón con poder, un cargo legitimado por la sociedad confirme, a ella y a nosotras, que efectivamente, tenía razón desde el principio. A pesar de que hayamos visto a Joyce con las luces encendidas sin enchufar entre sus manos, a pesar de que hayamos visto moverse a la pared, a pesar de que como público hayamos visto y vivido todo con ella, no creeremos nada al cien por cien hasta que Hopper (David Harbour) diga que es cierto, certifique las pruebas objetivas y se realice así nuestro horizonte de expectativas. Y es un momento crucial de enorme impacto.

Sin embargo, será ella la única que de verdad se enfrente al inquietante y terrorífico Papá (Matthew Modine), desde la temporada 1. Lo hará sin ambages, de cara, literalmente lo mandará al infierno, sin ceder ante sus veladas amenazas. Igual que echó al padre de sus hijos de su casa al desenmascararlo y vencer por fin su gaslighting y, por tanto, su maltrato. O se enfrentó a una autopsia amañada negándose a reconocer el aparente cadáver de su hijo. Asimismo, se negó incluso a asistir a su funeral. Un contexto cargado de protocolos y máscara social de la que Joyce es ajena. Sin lugar a dudas es un personaje femenino muy poderoso, cargado de una enorme fuerza interior, que se enfrenta a todo tipo de poderes y violencias institucionalizadas en una situación límite, sin nada que perder ante los ojos de la sociedad.

No obstante, en la cuarta temporada Joyce sí que pierde algo. En el camino de viaje a Rusia decaerá poco a poco su carácter. Asistiremos a un par de mansplainings por parte de Murray. La veremos drogada, amordazada, apartada para que su compañero pueda portarse como lo hacen los varones estereotipados, como lo haría Hopper, dando mamporros y pegando gritos, aunque se vistan con el humor del payaso. No veremos a la Joyce que guía a través de lo inaudito y se hace oír. Veremos a una que se queda sin palabras. Porque no están escritas en el guion.

Once y Max, el íntimo vínculo del maltrato

La historia de Once (Millie Bobby Brown) es demasiado desgarradora. Nos parece la actualización de antiguas leyendas que perviven en la oralidad de todas las culturas, con una triste base real. El encierro de una joven, llevado a cabo por su padre. Las finalidades podían ser muchas, el comercio con su virginidad, matrimonios concertados, la violencia sexual. Estas razones resuenan en nuestro imaginario colectivo, ya desdibujadas y desligadas de su origen, aunque muy vivas en noticias de secuestros o en la propia trata de mujeres en redes de explotación sexual. Ahí tenemos a Rapunzel, como la figura mainstream de este modelo que está presente en muchos romances de transmisión oral en toda España. Y que continúa latiendo en Once y en su terrible situación vital.

 

Ha sido una bebé robada y explotada económicamente. No por su padre biológico, sino por un impostor. Un psicópata al que llamará Papá. Una persona incapaz de sentir empatía, que exprime a las personas para conseguir sus objetivos, que ha creado un campo de concentración infantil. No ha sido escolarizada, no sabe a penas hablar, no conoce nada del mundo ni las reglas de la vida en sociedad. Carece de redes de apoyo hasta que conoce al que será su grupo de amistades y su familia de adopción.

Parte de la naturaleza del personaje consiste en la exposición continua de su vulnerabilidad al mismo tiempo que su fuerza. Muestra inocencia y candor a la par que oscuridad, paz al tiempo que ira. Y esta última cualidad es de vital importancia, porque no es castigada por expresarla siendo un personaje femenino. Complejo, rico, trabajado. La heroína sufridora, silenciosa y violenta de Strangers Things.

Puede haber un elemento común en los maltratos, la íntima vinculación entre víctima y agresor. El control se establece también de una manera emocional. Hay una intimidad tóxica en la relación entre Once y Papá. La obliga a matar animales y personas, la mantiene secuestrada. Pero también le habla con suavidad, la toma en brazos, solo cuando consigue alcanzar o superar un objetivo por él propuesto.

Fotograma de ‘Strangers Things’. / Foto cedida por Netflix.

Hay una entrevista que puede verse en el especial de Netflix sobre la segunda temporada, Más allá de Strangers Things, episodio 7, donde la actriz principal, Milly Bobby Brown, reconocerá que sentía una unión muy fuerte con Papá. El mismo sentimiento que con el reconfortante abrazo de Hopper tras cerrar el portal, aseguró. Los puso al mismo nivel (minuto 7:50). Los directores del show, Matt y Ross Duffer, indican a la joven que es presa del síndrome de Estocolmo. Parece que esta peculiar interpretación resulta de la intimidad emocional que vincula a una víctima con el agresor. Y está descrita a la perfección en la serie, aunque esta no pretenda recopilar los rasgos generales del maltrato.

Durante la magistral presentación de Papá, al inicio de la temporada 4, se deja claro en pequeños hábitos (jamás habíamos visto su esfera personal) que disfruta y se regodea con el control y con la reafirmación de su superioridad. Que es capaz de planificar este placer. Que le gusta hacerlo. Posiblemente, el personaje crea que ama a sus “hijos”, secuestrados para experimentar con ellos. Pero nos gustaría dejar claro que esto no es amor. Y también queremos señalar, hasta qué punto, el contacto emocional con psicópatas puede llegar a confundir a cualquiera, y el daño irreparable que puede ejercer sobre la psicología infantil y adolescente. Al decirse la actriz a sí misma y a todos en la mesa de la entrevista que Papá la quería y que tenían una buena conexión, que quería sacar lo mejor de ella, está diciendo algo así como: “No tengo ningún método como actriz para separar mis emociones personales de las del personaje. Por eso creo que Papá me quería”.

En el primer volumen de la temporada 4 volveremos a los orígenes de ese maltrato. Volveremos a la restitución del lazo tóxico. Once se resiste, lucha, pero las dimensiones del contexto la desbordan, y para continuar adelante se la engaña para que restituya la confianza en Papá. Esto coloca al personaje en un estado de indefensión aprendida continua, determinado por la necesidad de supervivencia. Once sabe defenderse, por supuesto, pero no ante Papá. Ni ante Mike (Finn Wolfhard). Porque tanto Once como Max vivirán la misoginia naturalizada en la infancia de la sociedad estadounidense, por lo menos. Les impedirán entrar en el grupo, les gritarán, les echarán las culpas de todo lo que pase. ¿Os suena? Eleven, a su vez, tendrá que soportar la furia de Mike. Llega a darle un manotazo en la temporada 1 y la hará sentir muy culpable. Da igual los perdona posteriores. Nuestra heroína vivirá la valoración de su autoimagen a través de los ojos de Mike. Tiene demasiado poder sobre ella. Nos parece, un perfil de baja tolerancia a la frustración, muy exigente y cambiante, que tiene toda la pinta de un futuro maltratador psicológico. Suerte que parece que cambia un poco en la cuarta temporada. Aunque, cuando Once le abre su corazón y expresa sus dudas y temores, Mike le contesta: “No seas ridícula”. Nos cae mal Mike.

Max, la culpabilización de la víctima por el agresor

La historia de Max (Sadie Sink) también está plagada de violencia machista. Vive en un hogar con dos maltratadores. Su padrastro, Neil Hargrove (Will Chase), y su hermanastro, Billy (Dacre Montgomery), que, agredido por su propio padre, repetirá el modelo de comportamiento violento de su progenitor. Veja, insulta, amenaza, agrede y aterroriza a Max. La joven no comparte normalmente su mundo de emociones. Es fuerte y prefiere resaltar esta faceta con una máscara que la ayuda a mantenerse en pie. Así se defiende, pone límites, crea barreras. Es audaz, inteligente, valiente, tiene determinación y una ética que aplica sin contradicciones, sin autoengaños.

Sorora y solidaria piensa en el bien común más que en sí misma, se enfrenta a la muerte buscando la conciliación entre sus afectos, lo cual le generará conflictos con su propia supervivencia. Podemos decir que el trabajo realizado con el personaje es brillante y coherente de principio a fin. Además de contar con una interpretación soberbia por parte de la actriz.

En la cuarta temporada, el personaje estará marcado por la violenta muerte de su hermano Billy, en la batalla de Starcourt. Es un conflicto complejo el de Max. Por un lado, su hermano era agresivo con ella, imprevisible y peligroso. Por otro, fue poseído por el azotamentes y también fue víctima del maltrato de su padre. Max vive aquella tragedia con culpa. Porque Billy es redimido en el último momento por la trama. Once contempla el origen de la violencia de Billy y apela a la parte de él aún intacta y la historia lo perdonará. De villano, pasará a convertirse en semihéroe. Esto dificulta la curación de la víctima de maltrato. Si la historia, la sociedad digamos, perdona al agresor… ¿Dónde queda la víctima?

Sabemos que la culpa y la vergüenza acompañan los procesos emocionales de las mujeres violentadas por sus parejas. Ello se desprende del trabajo de Marta Santandreu y Victoria A. Ferrer, ‘Análisis de la emotividad negativa en mujeres víctimas de violencia de pareja: la culpa y la ira’. Y aunque no se trate de un trabajo sobre psicología adolescente, ni aunque Billy fuera la pareja de Max, sino su hermano, plantearemos la posibilidad de que la culpa y la ira formen parte de los sentimientos de las mujeres y jóvenes agredidas. Es coherente que Max deba vivir este proceso psicológico. Pero, nos parece que, ya que Billy fue condonado en parte de su deuda, Max pueda también resarcirse un poco. No solo de su culpa, sino darle la oportunidad de expresar lógicos sentimientos de ira. Sin poner en conflicto la idea maravillosa de la música como instrumento curativo, gracias a la canción de Kate Bush, Running up the hill, tema preferido de Max, que en su día constituyó un himno feminista. En la letra, la cantautora le pide a Dios que cambien sus papeles tan solo por un día, a ver si le gustaba la experiencia. Si esta era la ira, nos sabe a poco y resulta demasiado simbólica.

Quizás, hemos echado en falta en el proceso de liberación de Max, poder decirle a ese Billy, proyectado por Vecna para hundirla, que sí, que quería que se muriera, pero solo un poco, solo en parte, porque la verdad es que la había maltratado. Hubiera bastado algo así como: “Pero Billy, debes comprender que fuiste un cabrón conmigo”. Claro que, quizás, eso hubiera causado tal estupefacción en la cara del Billy-Vecna, que el monstruo hubiera dejado de dar miedo. Y tal vez nos hubiéramos reído de él. Y claro, Max tenía que vencer, pero no tanto. Sufrir mucho, pero liberarse del todo, no.

Nancy y Robin, sororidad y desobediencia

No podemos despedirnos sin antes hacer mención a la maravillosa escena protagonizada por Nancy (Natalia Dyer) y Robin (Maya Hawke) haciéndose pasar por doctorandas en el Hospital de Salud Mental de Pennhurst. Sobre todo, resaltar el fantástico monólogo de Robin, pues no tiene precio, apelando al ego del director, alto cargo de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría. La audacia de la mentira, de tener una estrategia, nos lo ha hecho pasar pipa. La forma en que Robin sale en defensa de Nancy, cuando el doctor Robert Hatch casi la hace disculparse, nos parece muy feminista. Justo al escapar de esa situación, en una carrera hacia el coche, ambas echarán a volar sus zapatos. Y esa será la última vez que veremos a Nancy Wheeler salvar el mundo con tacones. De la posible homofobia y falta de diversidad racial y cultural, de la insistencia de buscarles pareja a todos los personajes, hablaremos otro día.

 


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