Y Romy Schneider se liberó del corsé
Un documental rompe con la vinculación de la actriz al personaje de Sissi y la reivindica como una mujer independiente, osada y adelantada a su tiempo.
La historia del cine está jalonada de instantáneas icónicas de sus protagonistas, sencillas de extractar en unos pocos trazos. Un golpe de vista a unas gafas de sol extragrandes, un collar de perlas y unos guantes largos, por encima de los codos, nos evoca a Audrey Hepburn; un bombín inglés, un mostacho y un bastón, a Charles Chaplin; y un vestido regio de falda cónica, con un escote ancho y bajo que deja los hombros a descubierto para ser acariciados por una frondosa melena, a Romy Schneider. La diferencia entre las tres luminarias es que la actriz austríaca dedicó su vida y su carrera a dejar atrás esa estampa en un pulso feminista con una sociedad que la invocaba dulce, dócil y risueña.
Un documental estrenado en la sección Cannes Classics del Festival de Cannes recorre su trayectoria a la contra. Romy, femme libre (Romy, mujer libre), de Lucie Cariés, es un repaso exhaustivo a sus volantazos profesionales y vitales, siempre acogidos por la prensa con desmayo y alboroto, y abrazados por toda una generación de mujeres. Porque la actriz asociada a su pesar a la emperatriz Sissi abogó por el aborto, vivió su sexualidad sin tapujos sociales y exorcizó en pantalla el trauma familiar de unos padres colaboracionistas con el régimen nazi.
Rosemarie Magdalena Albach-Retty (Viena, 1938-París, 1982) era hija, nieta y bisnieta de actores, así que la exposición pública venía de serie. Su abuela paterna, Rosa Albach-Retty, fue la actriz más importante del Imperio austrohúngaro, y sus padres, Wolf Albach-Retty y Magda Schneider, dos intérpretes austríacos de fuste a mayor gloria del Tercer Reich. Su madre formó parte del círculo íntimo del artífice del nacionalsocialismo y su padre financió las SS de la Alemania nazi.
La niña creció ajena a las intrigas políticas, en una postal idílica de los Alpes bávaros. En concreto, en un chalet de 14 habitaciones cerca de Berghof, donde Hitler construyó su retiro llamado Nido del Águila.
El vínculo de sus progenitores con la Alemania totalitaria pesó como una losa en la conciencia de Romy y como un lastre en su carrera. Aunque sobrevivieron a la de posguerra, los Albach-Retty sufrieron el ostracismo profesional y, para contrarrestarlo, la madre se sirvió de su pequeña.
La filonazi interpretó a la duquesa Ludovica de Baviera, esto es, a la madre de la emperatriz Elizabeth de Austria, en la trilogía de películas dirigidas por Ernst Marischka que encumbraron a su hija, Sissi (1955), Sissi emperatriz (1956) y El destino de Sissi (1957). “Desde entonces, Romy vivió la fama de una forma contradictoria y ambivalente. Por un lado necesitaba la atención, ser observada todo el tiempo, pero, por otro, no lo soportaba, y en último término buscaba momentos de recogimiento, de olvido, en los que la dejasen en paz”, avanza Cariés.
El estrellato a los 16 años la sobrecogió; los rodajes eran agotadores, todo el tiempo oprimida por corsés; sufría unas migrañas de aúpa por el peso de las pelucas, de unos seis kilos; pero, oye, a su madre no le faltaba el trabajo y Austria se evadía de las vergüenzas de la guerra con la revisión edulcorada del mito. Hasta que su protagonista se plantó y, a pesar de las sumas que le ofrecían, rechazó protagonizar una cuarta entrega. “Me sentía como un pastel vienés que todos querían devorar”. Schneider demandaba en su lugar papeles de mujeres reales y contemporáneas. Dos décadas después cerraría el círculo protagonizando Ludwig, Luis II de Baviera (Luchino Visconti, 1972), donde volvió a encajarse la crinolina, pero en una personificación trágica de la figura histórica y, por tanto, fiel a la realidad.
“Romy mató a Sissi en varios asaltos. Primero al renegar de una nueva secuela; después, al protagonizar una película lésbica que escandalizó a Alemania, Corrupción en el internado (Géza von Radványi, 1958), sobre una joven que se enamora de su profesora y la besa en la boca; y finalmente, cuando dejó atrás a su familia para vivir con Alain Delon en París, algo impensable para la época. Además de ser muy joven, se amancebó con un francés, lo que fue considerado una traición a su patria. La película de Visconti fue su adiós definitivo y le sirvió para subrayar que Elizabeth era mucho más compleja. Esa emperatriz en miriñaque en realidad estaba devastada, destruida, y Romy al fin pudo contar su propia vida”, desarrolla la cineasta.
Entre medias de ambas cintas, la artista realizó una apuesta sostenida por el riesgo, con protagonistas controvertidas y escándalos varios por sus afectos. A lo largo de su vida se casó dos veces, una con el director de escena alemán Harry Meyen, que despertó la ira mojigata de la prensa, porque cuando iniciaron su relación estaba casado; y más adelante con su secretario personal, Daniel Biasini, al que llevaba una década de diferencia, lo que alimentó las maledicencias sexistas de la época y todavía vigentes. Y si no, que se lo digan a Brigitte Macron.
“Schneider se sitúa en un lugar muy interesante, porque no se declaraba feminista, pero lo era en sus acciones. Si le gustaba un hombre, se abstraía del qué dirán, dejaba su país y lo que hiciera falta, porque era su propia voz y trazaba su propia ruta. Mandaba a los que la cuestionaban a la mierda”, considera la realizadora. Su feminismo sui generis se revela en la campaña pro aborto en la que participó en la revista alemana Stern. El título del número monográfico publicado el 6 de junio de 1971 era ‘Wir haben abgetrieben!’ (¡Hemos tenido abortos!) y en ella, 374 mujeres, entre las que se encontraba la actriz, reconocían públicamente haber cometido un acto ilegal en aquel periodo. La edición rompió con el tabú de la discusión pública sobre la interrupción voluntaria del embarazo en Alemania Occidental y alentó la creación de varios grupos feministas.
Otro aspecto en el que se destacó respecto a las estrellas de la época fue en mostrar sin complejos las huellas del tiempo en su físico. “Para las actrices era un punto de inflexión, para muchas, inclusive, el fin de sus carreras. Pero ella se mostró frente al objetivo en una actitud que transmitía un desafío a la audiencia, en plan, mirad, estoy envejeciendo, cuál es el problema, qué hay de malo en eso”, opina la autora de este documental que cuenta con numeroso material de archivo y extractos de entrevistas, en su mayor parte inéditas, así como secuencias de películas.
Entre las que puntúan el metraje destaca El viejo fusil (Robert Enrico, 1972), donde interpretaba a una mujer judía que es asesinada junto a su hija por las SS. Como toda la generación alemana y austríaca postbélica, a Romy Schneider la abrumaba el apoyo de su padre y de su madre a un régimen que asesinó a casi seis millones de judíos y judías. Para aliviar el sentimiento heredado de culpa interpretó diversos papeles ambientados en la II Guerra Mundial. “A los cinco años adoraba a su padres, ignorante de su abyección, así que al crecer tuvo un conflicto de lealtad. De ahí los papeles de judías que se pelean y hacen frente a la adversidad. Su intención era la de reparar algo dentro de sus posibilidades. Era una actriz, de modo que sus herramientas eran la elección de las películas en las que participaba”, argumenta Lucie Cariés, para la que si hay un personaje que sintetiza la idiosincrasia de Romy Schneider ese no es ni por asomo el de Sissi, sino el de Rosalie, la protagonista del drama romántico Ella, yo y el otro (Claude Sautet, 1972).
La película con la que intencionadamente arranca Romy, femme libre está protagonizada por una mujer divorciada que inicia una relación con dos hombres. Fue un argumento muy moderno para la década de los años 70, y el director declaró que para desarrollar el personaje se había basado en la personalidad de Schneider, en su libre albedrío. “Desde hace 40 años, en Francia se la presenta como una mujer marcada por la desgracia y el determinismo. De hecho, todas las películas sobre Romy arrancan con la importancia de amar -lamenta Cariés-. Para mí, en contraste, es Rosalie. Fue a través de este papel de mujer combativa como marcó a sus pares. Rosalie y Romy compartían la misma insumisión, esa forma de avanzar sin preocuparse por la mirada de los otros. Así es como queremos que se la recuerde, como una mujer solar, fuerte y libre”.
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