Yo también, pero con matices

Yo también, pero con matices

‘Intimidad’, la serie sobre las violencias machistas que no lo parecen, describe una realidad que nos suena demasiado, aunque no suela acabar igual.

06/07/2022

Fotograma de ‘Intimidad’.

A todas nos ha pasado, lo audiovisual puede ser pedagógico, la masculinidad es el problema y Bilbao es precioso. Esas cosas te quedan bastante claras, cuando ves Intimidad.

“Sola no puedes, con amigas sí”, dice un personaje de la serie, parafraseando La Bola de Cristal, ese producto audiovisual pedagógico y casi subversivo que se coló en la programación infantil en los años 80 y que nos daba tortas espabilantes cada vez que rompía la cuarta pared.

Y ese es uno de los mensajes más importantes de esta serie con mensajes varios. Y resultados varios.

Es difícil decidirse por quién es la protagonista. Está claro que Itziar Ituño es la estrella, porque su presencia convierte en mainstream cualquier producto audiovisual en el que aparezca, después de petarlo con La Casa de Papel. En esta serie ella hace -otra vez- esa cosa que se le da tan bien, que es representar a una mujer endurecida a hostias, que se permite sentir solo cuando nadie la ve y que se convence a sí misma de que ha llegado hasta ahí (a saber a dónde) ella sola. Como si alguna lo hubiera hecho.

Para mí esta es la historia del personaje que encarna Patricia López Arnaiz. Y utilizo ese verbo a propósito. La tristeza, la impotencia, la culpa, la rabia, la ternura y la incapacidad para gestionar la vida misma, cuando se pone jodida, se transparentan en esos ojos que se pasan la serie conteniendo emociones, que es una cosa muy difícil de hacer en la realidad y un curro extraordinario en la ficción.

Es brillante también el trabajo de Verónica Echegui. Intentar fingir que puedes con todo, que la mala suerte se pasa sola, y que eres capaz de compensar una mala elección con una buena (como si eso existiera) lo hemos hecho todas, vivimos haciéndolo. Lo que pasa es que ella tiene guion, y no es el de la feminidad. Es muy fuerte cómo expresan las actrices de esta serie la contención, con lo paradójico que eso suena.

Emma Suárez hace de cómplice del patriarcado mejor que las que lo son de verdad. Hasta el lenguaje no verbal te cuenta que ella lleva un vida entera haciendo de tripas ambición y se le escapan por los ojos las ganas de encontrar a otra a la que apoyar y envidiar a partes iguales.

Es especialmente chulo el personaje de Miren Gaztañaga. Esa amiga que te acompaña y cena chino contigo y se abre otra birra y está, aunque no sabe muy bien qué hacer, pero está. Ojalá otras amigas así estando con las otras protagonistas. Intuyo que la mayoría de las historias hubieran acabado mejor. En la vida también.

Ana Wagener lo hace muy muy bien, pero no se lo cree ni ella. Ese personaje de lesbiana armariada y policía buena (toma oxímoron) es un poco los dragones de Juego de Tronos, que te la crees en ese universo de sororidad y justicia reparadora en el que te mete la serie, pero que cuando te la cuentas después… pues no cuela. Y la catarsis desarmariante… pelín forzada.

A ver, que el equipo de guion coordinado por Laura Sarmiento y Verónica Fernández hace algo casi imposible, como es convencer a las convencidas y a las sorprendidas. Las tramas que plantean resultan creíbles, básicamente porque alguna nos ha pasado a todas. Hay una clara intención pedagógica en el guion, y eso siempre es peligroso, porque la propaganda deja de funcionar cuando se le ven los hilos. Diría que en esta serie cuela. Y diría que esta serie construye un mundo en el que se vive un poco mejor, porque no nos callamos. Y diría que eso es mucho decir de una serie.

 

Pero hay un par de juegos de compensación que chirrían a las convencidas y que pueden desconcertar a las sorprendidas. Si haces propaganda, hazla hasta el final. Como en Podría destruirte, que mira qué pedazo de serie les ha salido, y no se cortan.

El personaje de Yune Nogueiras es ambivalente, según como lo mires. Ella lo hace genial. Ese desdén por todo lo adulto, ese no poder con la vida tan real en la adolescencia, ese amor por su madre y por su padre, que no sabe muy bien cómo sacar, es que lo borda. Pero hay una parte de su personaje que nos hace trampas y, como la actriz lo hace tan bien, si no estás atenta, pues te lo crees. Las chavalas no pegan a sus novios, ni siquiera las chavalas con problemas de agresividad (en los que no se profundiza, por cierto). Pero es que, en el caso de que lo hicieran, los tíos no se quedan en el suelo recibiendo pasivamente los golpes. Si esta trama estaba pensada para sugerir un giro hacia el género rape revenge, en la línea de Una joven prometedora o incluso Thelma & Louise, no tiene sentido plantear la violencia que ha provocado la respuesta -también violenta- como una paranoia de la chavala. Esta subtrama es con la que se van a quedar quienes se hayan sentido incómodos con la crítica feminista que subyace en toda la serie: “Las chicas también pegan”, “las chicas están locas”. Sin mencionar que responda a una tocada de culo sin consentimiento con un muerdo, en vez de con una hostia. ¿Pero no era violenta?

En el contexto que describe la serie, la masculinidad se dibuja con una tinta tibia, que también intenta compensar. Hay hombres malos, muy malos, que hacen cosas muy malas. Hay algunos que solo son un poco malos y luego hay tíos majos que cuidan y reconocen sus fallos y hacen autocrítica y no juzgan a nadie más que a sí mismos. Y luego están los gais, que son nuestros amigos. Un poco cliché, ¿no? ¿Los “malos” están en paro y viven en lonjas abandonadas y los “buenos” hacen queso artesano en un baserri? Qué oportunidad perdida para que Kepa desarrolle las maneras machistas que apunta… eso sí que hubiera sido creíble.

Como que hubiera algún cuerpo no normativo al que no le diera un infarto.

Yo entiendo que es ficción, y reconozco y aplaudo una serie valiente y con mensaje feminista, rodada con un gusto brillante (la dirección de arte de Jaime Anduiza es una preciosidad) y con un guion sólido a ratos, pero me falta un poco de asumir que una historia que empieza así, no puede acabar tan bien.

Cuando vas a denunciar, no hay una ertzaina lesbiana y comprensiva que empatiza contigo y se toma todas las molestias posibles para resolver tu caso, hacer justicia e intentar la reparación. La comisaría no es un sitio acogedor, bien iluminado y diáfano (esto último, afortunadamente, solo faltaría que te vieran llorar y tener miedo otros policías).

La idea de que denunciar es el principio del fin, de que vas a encontrarte con policías que te creen y no te cuestionan, que te aclaran que la víctima eres tú, vestidas de paisano (igual esto es un guiño al público vasco, pero la ertzaina “maja” nunca va vestida de ertzaina, por lo que sea) y dispuestas a acompañarte y sostenerte, siempre en tu bando, es muy peligrosa. Porque no es cierta. Y si pretendes hacer una serie con mensaje, no puedes decirles a las víctimas que te están viendo que el sistema las va a cuidar.

Porque es mentira.

 


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