¿Nos tocan a todas?
Ni el Gobierno marroquí ni el español esperan una reacción social de calado tras el asesinato de una mujer en la frontera porque creen que la asesinada era una sin nombre, una donnadie, alguien que no nos importa. De nosotras depende demostrar hasta qué punto se equivocan.
Ha vuelto a ocurrir. Cuando pensábamos que la barbarie había alcanzado su punto culminante de inhumanidad con la masacre de Melilla, la policía de Marruecos ha asesinado a otra migrante en la frontera. El crimen se produjo entre las localidades de Tarfaya y Akhfennir, ubicadas al sur en la costa de Marruecos, cuando la gendarmería disparó contra un grupo de 35 personas que intentaban alcanzar territorio español a través de la ruta canaria. Hay heridos graves cuyo pronóstico se desconoce, pero sabemos que han acabado con la vida de una mujer.
Una mujer desarmada que ha sido asesinada de un balazo en el pecho. De momento ninguna de las crónicas publicadas incluye su nombre ni ha tenido gran impacto en los medios. Conocimos el dato en la noche del 12 de septiembre gracias a una denuncia en la cuenta de Twitter de Helena Maleno. Sin embargo, este crimen no es un hecho aislado del que podamos lamentarnos en la intimidad. Horas más tarde conocíamos la noticia de que la Junta de Portavoces del Congreso se negaba abrir una comisión de investigación para esclarecer la actuación policial en la valla de Melilla solicitada por Bildu, ERC y Podemos. Asistimos a la rueda de prensa de Mohamed Said Badaoui, musulmán y activista social contra quien la policía ha dictado una orden de expulsión basada en criterios racistas e islamófobos que puede hacerse efectiva en cualquier momento. Y hace apenas unas semanas, precisamente a raíz de la masacre de Melilla, supimos que el presupuesto para el control fronterizo que la Unión Europea otorgaba al Gobierno marroquí aumentaba de 346 hasta 500 millones de euros, en un contrato de externalización de fronteras que estará vigente durante los próximos cinco años, si bien en la reunión mantenida en Rabat entre Grande-Marlaska, Ylva Johansson y Abdeluafi Laftit, ministro de Interior marroquí, quedó patente que la cifra podría incrementarse en el futuro próximo.
La reflexión anterior surge del sentir compartido dentro de organizaciones y movimientos como Caminando Fronteras y Regularización Ya. Pero más allá de la rabia y la impotencia, más allá de la estupefacción ante el uso desmedido de la fuerza policial contra población desarmada, ¿sería posible interpretar lo sucedido atendiendo a claves de la historia reciente, buscar significados, sabiduría y acciones en el pensamiento de aquellas que ya transitaron por este lugar? Dicho de otro modo, ¿es posible mirar a otros contextos desde donde avanzarnos a la crecida de violencia fronteriza que vendrá?
En uno de los primeros textos que integran el volumen Borderlands/La Frontera: The New Mestiza, de Gloria Anzaldúa, titulado El otro México, se lee lo siguiente: “La frontera entre Estados Unidos y México es una herida abierta donde el Tercer Mundo se araña contra el primero y sangra. Y antes de que se forme costra vuelve la hemorragia, la savia vital de dos mundos que se funde para formar un tercer país, una cultura de frontera. Las fronteras están diseñadas para definir los lugares que son seguros y los que no lo son, para distinguir el us (nosotros) del them (ellos). Una frontera es una línea divisoria, una fina raya a lo largo de un borde empinado. Un territorio fronterizo es un lugar vago e indefinido creado por el residuo emocional de una linde contra natura. Está en un estado de constante transición. Sus habitantes son los prohibidos y los baneados. Ahí viven los atravesados: los bizcos, los perversos, los queer, los problemáticos, los chuchos callejeros, los mulatos, los de raza mezclada, los medio muertos; en resumen, quienes cruzan, quienes pasan por encima o atraviesan los confines de lo ‘normal’. Los gringos del suroeste de Estados Unidos consideran a los habitantes de las tierras fronterizas transgresores, extranjeros –tanto si tienen documents como si no, tanto si son Chicanos como si son Indios o Negros–. Prohibida la entrada. Los trespassers serán violados, mutilados, estrangulados, atacados con gas, shot. Los únicos habitantes ‘legítimos’ son quienes tienen el poder, los blancos y quienes se alían con los blancos. La tensión se apodera de los habitantes de las tierras fronterizas como un virus. La ambivalencia y el malestar residen allí y la muerte no es una extraña”.
Apenas 20 años más tarde de la primera edición de Borderlands, Rita Segato publicaba La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado, donde aportaba el concepto de violencia expresiva. “Es por su calidad de violencia expresiva más que instrumental –violencia cuya finalidad es la expresión del control absoluto de una voluntad sobre otra– que la agresión más próxima a la violación es la tortura, física o moral. Expresar que se tiene en las manos la voluntad del otro es el telos o finalidad de la violencia expresiva. Dominio, soberanía y control son su universo de significación. Cabe recordar que estas últimas, sin embargo, son capacidades que sólo pueden ser ejercidas frente a una comunidad de vivos y, por lo tanto, tienen más afinidad con la idea de colonización que con la idea de exterminio. En un régimen de soberanía, algunos están destinados a la muerte para que en su cuerpo el poder soberano grabe su marca; en este sentido, la muerte de estos elegidos para representar el drama de la dominación es una muerte expresiva”.
De esta manera Rita Segato alertaba de una suerte de representación o diálogo establecido desde un espacio de violencia extrema, que se ha granjeado una lógica de terror e impunidad hacia nosotras, como mujeres y como sociedad. Más adelante, al analizar las características concretas del caso, Segato apuntaba a Ciudad Juárez, entre otras nociones que funcionaban entrelazándose entre sí, como un territorio fronterizo. “Frontera entre el exceso y la falta, Norte y Sur, Marte y la Tierra, Ciudad Juárez no es un lugar alegre. Abriga muchos llantos, muchos terrores. Frontera que el dinero debe atravesar para alcanzar la tierra firme donde el capital se encuentra, finalmente a salvo y da sus frutos en prestigio, seguridad, confort y salud. La frontera detrás de la cual el capital se moraliza y se encuentran los bancos que valen la pena. La frontera con el país más controlado del mundo, con sus rastreos de vigilancia cerrada y casi infalible. A partir de ese punto, de esa línea en el desierto, cualquier negocio ilícito debe ser ejecutado con un sigilo más estricto, en sociedades clandestinas más cohesionadas y juradas que en cualquier otro lugar. El lacre de un silencio riguroso es su requisito. La frontera donde los grandes empresarios viven de un lado y ‘trabajan’ del otro; de la gran expansión y valorización territorial –literalmente, terrenos robados al desierto cada día, cada vez más cerca del río Bravo. La frontera del tráfico más lucrativo del mundo: tráfico de drogas, tráfico de cuerpos. La frontera que separa una de las manos de obra más caras del mundo de una de las manos de obra más baratas. Esa frontera es el escenario del mayor y más prolongado número de ataques y asesinatos de mujeres con modus operandi semejante de que se tiene noticia en ‘tiempos de paz’”.
Siguiendo la estela de Gloria Anzaldúa y Rita Segato no resulta difícil identificar una serie de significantes comunes entre la historia de estas otras fronteras y los actuales mecanismos de control en los límites del sur europeo. Se trata de una violencia expresiva ejecutada sobre los cuerpos de un ser-humano-otro y que goza de una completa y gubernamentalmente consensuada inmunidad posterior.
La solidaridad de las mujeres de este lado de la frontera debe ser inapelable. Ninguno de los dos gobiernos espera una reacción social de calado porque creen que la asesinada era una sin nombre, una donnadie, alguien que no nos importa. De nosotras depende demostrar hasta qué punto se equivocan. Y posicionarnos en un espacio comprometido con el crescendo de violencia extrema que se sigue gestando en los límites mismos de nuestro país. El lema que movilizara la lucha feminista en las calles, el que coreamos para proteger a nuestras amigas y vecinas, a mujeres desconocidas mientras reivindicábamos nuestro derecho a la vida, puede cobrar desde hoy un significado distinto. Si tocan a una nos tocan a todas debería escucharse en las luctuosas playas de Tarfaya y Akhfennir y en los campos de Huelva. Allí donde las temporeras marroquíes son violadas en la más absoluta impunidad porque sus agresores, aunque ellas reúnan el coraje de denunciar asumiendo un altísimo riesgo, no van a la cárcel, pues nuestra jurisprudencia está contaminada de lo que colectivos de juristas como Justice for Muslims califica de islamofobia de género.
Desde los movimientos migrantes se convocarán concentraciones en varios puntos del territorio en repudio a este asesinato y para oponernos de manera preventiva a su impunidad. Tomando prestadas las palabras de Sojourner Truth preguntamos, ¿acaso no era ella una mujer? De nosotras depende gritar en su nombre.