Construyendo la agenda política de las gitanas feministas
Compartimos los análisis y las reivindicaciones que desarrollamos en el I Congreso Internacional de Antigitanismo de Género organizado por AMUGE y Romi Berriak en Bilbao.
Alrededor de 150 activistas gitanas y algunas aliadas payas nos reunimos los días 3, 4 y 5 en Bilbao, en el I Congreso Internacional sobre Antigitanismo de Género. El programa incluyó espacios seguros, no mixtos, para construir entre nosotras un marco teórico propio, y también espacios de transmisión de nuestro discurso y nuestra agenda a los movimientos sociales, especialmente el feminista y el antirracista.
El congreso empezó situando el antigitanismo como una vulneración flagrante de los derechos humanos, que revela un fracaso de marcos jurídicos como la Declaración universal de derechos humanos o el artículo 14 de la Constitución española. La premisa de que todas las personas somos iguales en derechos choca con la realidad de que las gitanas somos perseguidas y rechazadas sistemáticamente en todos los ámbitos de nuestra vida: en el acceso a la vivienda, al trabajo, a la educación, a la salud o a establecimientos comerciales, entre otros.
Esa persecución se ve intensificada en situaciones como la pandemia, cuando aumentaron los discursos del odio antigitanos y los ataques a la comunidad gitana, porque los discursos del odio antigitanos la señalaron como transmisora de la Covid-19.
Nuevas herramientas jurídicas
Enérida Isuf planteó que, si se considerase a las gitanas como personas sujetos de derechos humanos, no harían falta estrategias nacionales y planes específicos para atender la situación del Pueblo Gitano: “No quiero reclamar mis derechos por ser gitana, sino por ser persona. Soy persona, en primer lugar, y como valor añadido, soy gitana”.
A falta de ese reconocimiento básico de nuestros derechos humanos, el activismo gitano ha logrado, a través de la incidencia política, dotarse de nuevas herramientas jurídicas: la Ley Integral para la Igualdad de Trato y la No Discriminación, y la modificación del Código Penal para incluir el antigitanismo como categoría específica dentro de los delitos de odio. También tenemos políticas públicas autonómicas, como la Estrategia vasca con el pueblo gitano, que incluye entre sus compromisos aprobar un Pacto contra el antigitanismo.
Sin embargo, si ya es difícil desarrollar esas leyes y políticas públicas, es aún más difícil lograr que se apliquen. Necesitamos, en palabras de Patricia Caro Maya, abogados y abogadas gitanas especializadas en delitos de odio antigitano, que luchen fuerte, “porque nadie va a luchar por nuestros derechos como nosotras mismas”, dijo. Tanto Caro Maya como Isuf insistieron en la necesidad de contar con indicadores con perspectiva de género que nos permitan evaluar la eficacia de esas leyes en la defensa de los derechos de las mujeres gitanas. Sara Giménez recordó también la urgencia de exigir que se cree la autoridad de igualdad de trato que establece la ley. Se trataría de un organismo independiente para que las personas discriminadas tengan donde poner las denuncias. Si no, la norma será un brindis al sol.
Otro reto es poder intervenir no solo en las formas más hostiles del antigitanismo, sino también en las benevolentes y líquidas, que pasan más desapercibidas o que incluso se dan con nuestro consentimiento pero que refuerzan nuestra situación de subalternidad, como pueden ser las actitudes paternalistas.
Tenemos que prestar atención también a violencias simbólicas, como es la pérdida de nuestra lengua, el romanó. Así, Marinela Isuf subrayó la importancia de recuperar nuestro idioma, primero porque es el legado de nuestras antepasadas y antepasados; segundo, porque es parte fundamental de nuestra identidad y, por último, porque es fundamental para el reconocimiento del Pueblo Gitano como minoría territorial.
Del género a la interseccionalidad
La perspectiva de género es imprescindible para una comprensión profunda del antigitanismo, porque los estereotipos sobre los que se construye nuestra discriminación son distintos en el caso de las mujeres y en el de los hombres. Este sexismo interseccional no es algo nuevo, sino que se observa en nuestra historia de represión. Por ejemplo, en los episodios más tenebrosos de la persecución antigitana, como el Holocausto nazi o la Gran Redada en España, a las mujeres y a los hombres gitanos se les infligieron distintos castigos y violencias.
Ese sexismo interseccional también afecta adentro de nuestras comunidades. Patricia Caro Maya afirmó que las dinámicas sexistas entre gitanos y gitanas están estrechamente ligadas a la influencia del antigitanismo patriarcal que nos impone la sociedad mayoritaria.
De hecho, una de las expresiones de ese antigitanismo patriarcal es caricaturizarnos a las mujeres gitanas como sumisas y atrasadas, y a los hombres gitanos como los más machistas y violentos. Las gitanas feministas respondemos a esa imagen recuperando la memoria de nuestras antepasadas, las que resistieron a la Gran Redada y al Holocausto nazi, las cigarreras que protagonizaron huelgas históricas, y nuestras tías y abuelas, que han mantenido vivas nuestra historia, nuestra memoria, nuestra cultura y nuestras luchas.
Uno de los objetivos de este congreso era consensuar una definición conjunta de antigitanismo de género, es decir, de la violencia estructural que vivimos las mujeres gitanas como fruto de las opresiones sexistas y racistas que nos atraviesan.
Las activistas de RomaniPhen, de Alemania, nos aportaron otro concepto útil: el etnosexismo. Observaron en once estudios sobre el empoderamiento de las mujeres romaníes que en todos ellos se daba una imagen del Pueblo Gitano como premoderno, primitivo y patriarcal. Esa asunción no tiene rigor alguno, sino que es puro prejuicio, y ese prejuicio tiene impacto en la vida de las mujeres romaníes, jóvenes y adultas.
Un ejemplo que aportaron y que aquí también conocemos bien es que ni las alumnas gitanas más brillantes cuentan con el apoyo del profesorado, que prejuzga que no van a ser capaces de finalizar sus estudios porque van a tener que encargarse del hogar. También nos han hablado de que los servicios sociales incumplen sus propios protocolos a la hora de retirar las criaturas a las familias romaníes, porque asumen que somos malas madres y padres. Describieron un círculo vicioso: los prejuicios antigitanos provocan discriminación, y cuando vamos a denunciar esa discriminación, tenemos que volver a luchar contra esos prejuicios. De ese círculo también hablaron las activistas de la asociación rumana E-Romnja, cuando señalaron que las mujeres gitanas en situación de violencia machista no acuden a las instituciones, porque saben que sufrirán racismo y discriminación.
Sin embargo, el debate ha llevado a plantear si los términos que solo aluden al racismo y el seximo se quedan cortos, teniendo en cuenta que estos ejes de opresión se entrelazan con otros, como la violencia económica y social que impone el sistema capitalista. El mercadillo es un buen exponente de ello: lo defendemos como un espacio de supervivencia y de resistencia feminista (el 80 por ciento de las licencias de venta ambulante pertenecen, actualmente, a mujeres), antirracista y anticapitalista.
Así, la teoría de la interseccionalidad, un concepto clave construido por las activistas y pensadoras racializadas, nos ayuda a entender cómo interactúan de forma compleja los distintos sistemas de poder: racismo, sexismo, clasismo, intolerancia basada en la religión o capacitismo. De este último nos habló la Maritha Marques, quien nos concienció de la realidad de las personas con discapacidad, que en muchos casos coincide con la del pueblo gitano: el nazismo nos masacró tanto a personas gitanas como a personas con discapacidad; se nos ha sometido a esterilizaciones forzosas; y se nos ha borrado de la memoria colectiva del feminismo. Marques reclamó que el activismo gitano sea inclusivo y accesible, también en los discursos.
Por ello, aunque queda mucho por debatir y consensuar, intuimos que el concepto “antigitanismo interseccional” expresa de forma más completa, respecto a la expresión “antigitanismo de género”, las violencias transistémicas que vivimos las mujeres gitanas.
Un segundo objetivo del congreso fue profundizar en cómo se manifiesta ese antigitanismo de género o interseccional en los distintos ámbitos de la vida. Para ello, el segundo día del congreso trabajamos en cinco grupos, en los que afloraron debates internos sobre nuestros cuerpos, sexualidades, identidades, los modelos educativos o la relación con los hombres, que daremos a conocer con nuestros tiempos y nuestras formas. Las reivindicaciones que se plantearon en los distintos grupos trazan una agenda de las mujeres gitanas que, si algo dejan claro, es la necesidad de dar continuidad a este proyecto político de alianza internacional feminista antirracista.
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