¿Corresponsabilidad y salchichas para la cena?

¿Corresponsabilidad y salchichas para la cena?

En el anuncio del “hombre blandengue”, del Plan Corresponsables, salen tres hombres con bebé, ocupando la mayor parte de las escenas del vídeo. Ninguno friega el baño.

05/10/2022
cartel de un hombre con un bebé en brazos. Por encima unas letras dicen: ser o no ser. hacer o no hacer

Imagen de la campaña Plan Corresponsables. / Foto: Ministerio de Igualdad

Entre las medidas contempladas en el Plan Corresponsables, del Ministerio de Igualdad, se encuentra la dotación de fondos para campañas publicitarias que sensibilicen a los hombres, así como talleres específicos para hombres. No cabe duda de que las mujeres y, más aún, las madres feministas, queremos eliminar todo rastro de masculinidad patriarcal y que ellos se hagan cargo junto a nosotras de los cuidados de la vida, sean o no nuestras parejas, tengan o no criaturas (la vida a cuidar es mucho más amplia). Entonces, ¿por qué a muchas nos chirrían estas medidas?

Ya Sharon Hays, aquella autora que calificó de “maternidades intensivas” al deseo de las madres de estar con sus criaturas, lo dijo claramente: cuando los hombres se incorporen a la crianza más fácil será convencer a empresarios y legisladores para que haya guarderías, tiempo flexible, permisos… Así, la crianza paterna gozará de todos aquellos derechos que no pudo conseguir la materna. Hoy se está cumpliendo esta premisa y vemos como una gran parte del presupuesto se destina precisamente a los hombres cuidadores.

Es importante hacer un recorrido por nuestra historia para no andar haciendo bucles. Y que nos acordemos de aquel tiempo donde los padres eran dueños de sus hijos e hijas. Como decía la sufragista inglesa Emmeline Pankhurst a principios del siglo XX, las mujeres casadas de aquella época no existían como madres de sus propios hijos e hijas, ya que absolutamente todas las decisiones recaían por ley en el padre. Las custodias eran indiscutiblemente paternas. Incluso para las supuestas “mujeres liberadas” de clase alta, a las nodrizas las elegía el marido. En la actualidad, creyendo que ya existía igualdad real, hemos bajado la guardia. Y aparecen custodias compartidas impuestas, falso SAP y padres que usurpan el vínculo materno. Es la vuelta al poder del padre disfrazada de progresismo y, en ocasiones, con el absurdo beneplácito de algunas compañeras feministas.

Antropólogas y autoras feministas, por otro lado, hace ya mucho tiempo que demostraron cómo en la mayoría de sociedades se ha dado más valor a las actividades desarrolladas por los hombres, incluso aunque estas actividades fuesen las mismas. ¿Qué ha significado esto? Que las mujeres nos hemos incorporado a un mercado laboral masculino creyendo que era el espacio lo que nos pondría al mismo nivel, y, sin embargo, dentro de ese ámbito, siguen teniendo poder sobre nosotras. Así, surgía el trabajo feminizado, precario, la brecha salarial, los techos de cristal y el suelo pegajoso. El mercado laboral es el mismo, pero el trabajo de las mujeres siempre será considerado un trabajo menor en una sociedad patriarcal. Teniendo en cuenta estas premisas, ¿qué sucederá entonces cuando los hombres se incorporen a los cuidados? Ya lo estamos viendo. El trabajo es el mismo, pero los cuidados ejercidos por un hombre tendrán más prestigio, valor, reconocimiento e incluso remuneración que los cuidados ejercidos por las mujeres. Si el trabajo de cuidados hubiera sido tradicionalmente masculino, los hombres cuidadores tendrían poder, pero las mujeres cuidadoras, no. Porque no es la maternidad, es el patriarcado.

De esta manera, la crianza, en cuanto actividad realizada tradicionalmente por las mujeres, ha permanecido invisible. Y nos encontramos cómo se empiezan a otorgar derechos cuando son los hombres quienes acceden a ella. El ejemplo más claro lo hemos visto en el repentino aumento del permiso paterno sin apenas demanda social, a pesar de que las madres llevan años pidiendo el aumento del permiso de maternidad, congelado desde 1989, tal y como critica la asociación PETRA Maternidades Feministas. Las defensoras de los permisos iguales e intransferibles argumentan que el permiso paterno debe estar remunerado al cien por cien para que ellos se lo cojan, ya que están acostumbrados a ser los sustentadores de la familia. Mientras, las madres seguimos cogiendo excedencias y reducciones de jornada sin remunerar. Incluso nos encontramos con algunos casos de comunidades autónomas que han decidido remunerar las reducciones de jornada solo si estas son cogidas por los hombres o aplicarles a ellos un mayor porcentaje. El motivo para esta barbarie es incentivar a los padres para que hagan uso de este derecho. En definitiva: cuidados remunerados para ellos y gratis para nosotras.

Otra discriminación con la que nos estamos encontrando es que muchas madres ven cómo sus maridos, al tener menor tasa de desempleo y empleos de mayor calidad y estabilidad laboral, acceden a las prestaciones sin ningún tipo de problema. Mientras, ellas tienen que pelearse con las mutuas para conseguir las prestaciones de riesgo durante el embarazo o la lactancia y pueden tener incluso problemas para acceder al permiso de maternidad (en muchas ocasiones no cumplen ni siquiera los requisitos). A diferencia de las excedencias sin remunerar, los padres cogen un mayor número de permisos remunerados que las madres. Algunos quizás son instados por parte de sus empresas a no cogerse el permiso porque aún no existe en la cultura empresarial la figura del hombre cuidador. Sin embargo, cuando esto cambie, seguramente se convertirá en un derecho casi inalienable para ellos y nosotras seguiremos estando cuestionadas en nuestros empleos por ausentarnos demasiado. Porque, de nuevo, en una sociedad patriarcal, las actividades realizadas por las mujeres, aunque sean las mismas, tendrán menos prestigio y nosotras siempre estaremos cuestionadas.

Y volvemos al Plan Corresponsables. Vallas publicitarias, anuncios y toda una serie de medidas para producir un cambio necesario en la masculinidad, pero que, de nuevo, olvida y relega a las madres. Hay una auténtica obsesión porque veamos padres en solitario con bebés, como si la diada madre-bebé fuese totalmente prescindible. En el anuncio del “hombre blandengue” salen tres hombres con bebé, ocupando la mayor parte de las escenas del vídeo. Ninguno friega el baño. Es urgente que los hombres se encarguen de sus criaturas, pero esta idolatría hacia el macho cuidador de bebés nos recuerda a aquella canción de las CadiWoman: el admirado y amoroso padre que en el parque le da gusanitos a su criatura, frente a la malvada madre que mal alimenta en el parque con gusanitos a su criatura. La imagen romántica del padre porteando o del “cocinitas” que experimenta “delicatesen culinarias” y nunca haría un simple potaje “de madre”.

Además, no podemos olvidarnos de que todo esto no sale gratis y ha supuesto destinar una parte importante del presupuesto otorgado a ese Sistema Estatal de Cuidados, donde no están las madres ni la infancia. En este presupuesto se incluyen más espacios para aparcar a los y las niñas: aulas matinales, aulas de tarde, fines de semana (ya mismo abrirán aulas de noche y nadie podrá cuestionar que existe una institucionalización progresiva de la infancia). Otra actividad estrella del Plan son las formaciones para hombres. Las nuevas masculinidades gozan hoy de mayor prestigio y financiación que los colectivos de mujeres-madres. Además, han entrado fuerte en los debates académicos y políticos, pues eran esferas de poder que ya ocupaban y apenas abandonaron.

Es urgente un cambio educativo desde la infancia y todavía vemos cómo en demasiadas familias, demasiados centros escolares y prácticamente todas las empresas de productos infantiles se refuerzan los roles de género. Ese debería ser el primer cambio: una educación feminista a todos los niveles. Y mientras tanto, ¿qué sucede en la vida real mientras se otorgan más ingresos para los padres y se hacen campañas y talleres para los hombres? que la sociedad patriarcal sigue su curso. Por poner un ejemplo cotidiano, un día cualquiera: ayer, mientras estaba en la sala de espera de la pediatra, llegó la hora de la comida. De repente, las madres que acompañaban a sus criaturas empezaron a llamar por teléfono a sus maridos. Una insistía en que fuese haciendo las lentejas y cuando le estaba contando la receta, él le dijo que mejor hacía algo más sencillo. “Estos hombres”, dijo ella. Otra daba explicaciones al suyo, paso a paso, de dónde estaban los ingredientes y cómo debía hacer la comida. Otra, que iba con su marido, estaba muy estresada e iba recitando lo que se había dejado a medias. Sin ánimo de generalizar con esta situación a todas las familias, todavía esto es lo más frecuente. Ni la corresponsabilidad aprendida de adultos nos libra a las mujeres de la carga mental, y en demasiadas ocasiones, ni siquiera en parejas igualitarias. Porque el cambio debe ser más profundo. “No sabes delegar” nos dicen mientras nos piden que elijamos corresponsabilidad y salchichas para la cena. “Haces tantas cosas porque quieres”, nos dicen. Y sí, podemos olvidarnos ¡por fin! de planchar y otras cosas igual de innecesarias, pero ¿y de la cita del médico, el cumpleaños del amigo, la autorización para el cole y el bicolor que le falta a la niña? Y después, las parejas verán juntas el anuncio del hombre blandengue y se reirán del retrógrado discurso del Fary (como si no hubiera retrógrados más actuales). Porque ya hay igualdad. Ya… ya se me olvidó tender la lavadora y mañana tiene que llevar chándal que le toca educación física y los tiene todos sucios, a ver si debajo de las faldillas, al calorcito del brasero…

Poner el foco en el padre también deja fuera a otros modelos de familia, por ejemplo las monomarentales y las madres lesbianas. Se da por hecho que la solución para la mal llamada “conciliación” es tener un padre corresponsable que, en estos casos, no existe. A las familias monomarentales se las deja, por ejemplo, con la mitad de tiempo de permiso por nacimiento. En las familias lesbianas la corresponsabilidad de pareja que se quiere conseguir con el Plan Corresponsables ya se practicaba habitualmente antes de ser madres. Sería interesante conocer cómo hacen ellas para compatibilizar las diferencias derivadas de la crianza temprana de la madre gestante (exterogestación, lactancia materna, etc.) sin que exista por ello desigualdad.

Es necesario que la política tenga una base ideológica y de conjunto, pero, cuando esa base es solo teórica y se olvida de la gente, ni las leyes ni las medidas que se toman dan respuesta a la realidad. Como decía Vandana Shiva, las instituciones y los gobiernos a escala mundial deberían “aprender de las madres, de los grupos tribales y de otras comunidades que sitúan en el centro de sus decisiones a las niñas y los niños”. Sin embargo, en planes como este se están dejando fuera las necesidades de la infancia. Adriana Guzmán, desde el feminismo comunitario de Bolivia, también nos habla de esta urgencia: “La diferencia con los feminismos liberales es que nosotras queremos criar”. Pero una crianza comunitaria no es algo de dos, no ensalza la figura del padre como única solución para la conciliación y la corresponsabilidad, sino que respeta la diada mientras es sostenida por toda la comunidad.

 


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