¿Existe la pluma Bi?
Leyendo 'Vestirse', de Carrie Yodanis, un ensayo sobre la sociología de la moda, me detengo en un fragmento sobre la pertenencia a un grupo reflejada en las similitudes indumentarias. Ese modo de estar en sociedad que es la ropa me ha recordado a la reveladora teoría que dice que les bisexuales no sabemos sentarnos, en mi caso una verdad irrefutable (escribo esto hecha un ovillo).
Sentarse, como vestirse, es otra forma de encajar, y les bisexuales, habituales transeúntes de los no lugares (esto va a estar plagadito de referencias a Resistencia Bisexual de Elisa Coll) tenemos tantas formas de sentarnos y vestirnos que parece que no podemos pertenecer a un mismo club, no tenemos pluma bi. No estoy diciendo que cada disidencia tenga una indumentaria, pero hay más referentes estéticos identitarios, ¿no? Además, aquí estamos jugando a que la ropa dice cosas, el pelo dice cosas, sentarse dice cosas. Que se trate con condescendencia y se lleve siempre al terreno de lo superficial, feminizándolo en el sentido más misógino del término, es en sí una lectura escasa de una herramienta sociológica innegable. Tal y como apunta Carrie Yodanis, “no darle importancia a tu ropa no es rechazar las normas, sino que forma parte de ellas (…). El que nos vistamos conforme a nuestro género -algo que muches ni nos planteamos siquiera- es una de las evidencias más claras de que la ropa no es un mero reflejo del estilo personal o de la identidad individual. La ropa que vestimos es consecuencia de las pautas sociales que seguimos”. Cuando me fijo en mis amiguites LGTBIQA+, veo como nos mimetizamos de mil formas cuando no nos apetece exponernos, especialmente en entornos más normativos donde resulta cansado ser la nota diferente. Una vez más opera la violencia simbólica de la autocensura en favor de invisibilizarnos para seguir las pautas sociales. En Resistencia Bisexual, Coll cita a Shiri Eisner en Bi: Notes for a bisexual revolution: “Explica que a menudo el passing se convierte en una herramienta activa de autoprotección y como tal conlleva el miedo constante a que la verdadera identidad disidente sea descubierta por la hegemonía que te lee como una más”.
Si jugamos a hacer que las escritoras Yodanis y Coll se den la mano, salen cosas interesantes. Como con nuestro deseo, género o identidad, parece que hay que encontrar un estilo propio después de investigar (adolescencia y experimentación), pero siempre con el fin de llegar a un sitio en el que quedarse, un lugar (edad adulta y madurez). No se concibe otra opción. En el artículo Moda, ¿amiga o enemiga?, que abría el monográfico de Moda de Pikara Magazine, dije que “soy bisexual hasta para eso”, y que necesito poder cambiar sin sentir que no sé lo que quiero, o que es una fase previa a llegar a un estado de sabiduría y plenitud. Si me da la gana de cambiar no es por confusión sino justamente por saber qué narices quiero ahora mismo (y si no lo sé también está bien, qué leches). Elisa Coll se desprende de lo lineal y del destino para dibujar los “mapas de una disidencia habitable”. Aquí y ahora transito este espacio pero no es estanco. Los cambios de vestimenta pueden ser la palanca para aceptar nuestros cambios de humor, de posicionamiento, de gustos, en definitiva nuestros cambios vitales, eso también es encontrar un lugar en el que quedarse, y a quién no le gusta un makeover.
Vestirse bisexualmente puede ser no llegar nunca a hacerlo de la misma forma, ni reconocernos fácilmente (a excepción de los chalecos). Nuestro eclecticismo es sin duda el reflejo de un colectivo diverso, después de todo hay mil formas de llegar a nombrarse bi. “Me contradigo, yo me transformo”, que diría la Rosi. Esto puede ser también por el ascendente Escorpio y, sin duda, se debe al privilegio de clase. Los dictados de la moda, como los de las relaciones, son cada vez más cambiantes y las tendencias parecen empujarnos al hiperconsumo y a un estado permanente de insatisfacción con nuestro fondo de armario o nuestros vínculos. Amor y moda líquidos se nos van de las manos, nos cansamos cada vez más rápido y es difícil distinguir entre energía transformadora y explotación fulminante de los recursos. Pero este no es un artículo catastrófico barkatuezbarkatu.
Este es un saludito a mis compis de armario indeciso, a mis decisiones absurdas estilísticas que beben de aquí y de allá y que desde txiki me daban muchas pistas sobre quién quería reflejar de dentro hacia fuera con x camiseta o x gorra. Yodanis apunta que “los miembros de un mismo grupo se distinguen mucho entre sí pero no ven las diferencias entre gente de otros grupos”. ¿Puede ser este un delirio absoluto de diversidad? Me pregunto con mi boca blanquita bien pequeñita. Sigo con la lectura de Yodanis: “Todas las personas estamos influidas por otras, aunque pensemos lo contrario (…) El estilo alternativo es alternativo solo en relación con el estilo convencional. La moda puede inspirarse en la antimoda o copiarla, y por lo tanto, amenazar su condición de alternativa a lo convencional; el estilo contracultural sigue siendo alternativo sólo en tanto en cuanto otros no lo adopten. Pero la antimoda necesita a la moda. como es una reacción contra la moda, la antimoda necesita que la moda exista”. Los márgenes son definidos por la norma, si no estuviesen condenados a la disidencia no tendrían que reivindicarse.
Coll habla también de que no hay un insulto bi del que reapropiarse como bollera o marika, otro reflejo de que sin narrativas no puede haber pluma reconocible, no hay estereotipos, no se nos considera sujeto político. Sin embargo, esta puede ser otra oportunidad para romper las categorías binarias y seguir trazando mapas. Si la bifobia más significativa es el borrado aún vigente en entornos queer, la moda puede ser un arma para visibilizarnos. Hoy más femme, mañana más butch, desdibujando a la vez esas categorías, resignificándolas. Unas permanecen y otras van cambiando, derribando estructuras de la forma más sencilla y efectiva en un mundo que aprende e interioriza desde la imagen.
En mi opinión, la pluma bi es no binaria y transita los no lugares. A Yodanis igual le daba un pampurrio a la hora de retratarla. Cuando me nombré bisexual empezcé a cuestionarlo todo sobre el género. Si me hubiesen educado en la diversidad, no habría tardado tanto en entender que soy bi y, desde luego, no habría escogido la casilla mujer™ con todo lo que conlleva. Estas reflexiones utópicas sobre un mundo no binario no dejan de responder al trauma corporal que supone encajar como mujer normativa en sociedad. Misoginia y gordofobia de la manita, pero eso no quita que, de forma natural, me quiera alejar de los roles que se me asignan al leerme como mujer, entre otras cosas, por la ropa. Por cierto, Yodanis dedica unas líneas del libro a explicar la “tasa grasa”, o cómo las tallas grandes resultan más caras, no tanto por la cantidad de material sino porque es una oferta limitada. Pese a que la demanda crezca, sigue siendo ignorada en la mayoría de las tiendas. Y no hablemos de la desagradable respuesta en ciertos sitios cuando pides un tallaje más amplio, las miradas de arriba abajo, etc…
La ropa, la maldita ropa, y todo lo que acarrea, puede ser tremendamente asfixiante y cruel, pero una vez te permites salir de ciertos moldes y dejas de intentar satisfacer los mandatos estéticos, encuentras en tu modo de vestir, como en tu modo de nombrarte, un refugio. No entiendo el refugio sin amigues. “Los armarios están llenos de bisexuales y la amistad es la patada más fuerte que se le puede dar a la puerta para destrozarla y no volver dentro nunca más”, dice Elisa Coll.
En las últimas manis del orgullo crítico, sin organización previa, varies bis acudimos con la bandera integrada en nuestro look de distintas formas. Camisa, corbata y pantalón de los tres colores, una blusa bandera, pelos de colores, sombras de ojos, uñas… Un sinfín de creatividad para desmarcarse y, a la vez, pertenecer. Esta pulsión de mostrarnos, para poder reconocernos ya fuera de esa sombra, ese devenir bi afianza nuestra identidad en una acción colectiva, espontánea, pero certera. Somos pero también elegimos cómo ser. Todas esas preguntas complejas que nos hacemos en torno a nuestra identidad de género a partir de nombrarnos bis pueden obtener algunas respuestas en lo que llevamos puesto según la ocasión. O en aquello que nos morimos por llevar puesto.
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