¡Cuidado con los cuidados!
En todos los sitios se habla de cuidados, las derechas hablan de cuidados, los hombres parece que cuidan más, los fondos buitres miran hambrientos a los cuidados. Como ha sucedido otras veces y con más luchas, los cuidados han sido cooptados de manera instrumental.
Desenmarañar los cuidados
La sindemia global ha puesto en evidencia una centralidad de los cuidados que, desde hacía ya tiempo, se alertaba desde los feminismos y la economía feminista.
El sistema, o cruce de sistemas, capitalista-neoliberal, hetero-patriarcal, colonial y racista, ha naturalizado la primacía de un falso ideal de autosuficiencia nominativo de los cuidados como carencia, problema o déficit. La vulnerabilidad y la eco-inter-dependencia, inherentes a la vida, han sido negadas en todas sus formas, evadiéndose su responsabilidad colectiva.
Los cuidados son sin duda uno de los retos que ha abierto este año largo de una de las catástrofes más gordas de la historia reciente. La Covid-19 ha detonado contradicciones y deudas históricas que como sociedad tenemos.
El virus conoce de clases sociales, de privilegios, de sures y de nortes. El acceso a un cuidado adecuado y a tiempo ha sido condición de posibilidad de sobrevivencia a este virus. Y, sin embargo y paradójicamente, no siempre se ha resuelto solo con dinero.
Al calor de la pandemia, las múltiples caras de la mercantilización de los cuidados han salido a la luz. Solo basta con recordar lo sucedido en las residencias privadas para personas mayores o cómo han estado las trabajadoras de hogar y de cuidados, muchas migradas y racializadas, una vez más, sosteniendo a las abuelas y abuelos en unas condiciones extremas de exposición, aislamiento y neo esclavismo.
Lejos de extraer aprendizajes desde la sostenibilidad de la vida para todas las vidas, se ha reafirmado la irresolución congénita del conflicto capital-vida velando por la reconfiguración de la reproducción del capital, conquistando con las viejas lógicas especulativas nuevos nichos de negocio.
Hablan de cuidados, de recuperación, de “normalidad” y hasta de resiliencia; pero, nos dirigen hacia el mismo camino o hacia uno aún peor, más violento, enrevesado, necio y arrogante. Basta ya de tanta desinteligencia colectiva.
Soka-tira por los sentidos
En todos los sitios se habla de cuidados, las derechas hablan de cuidados, los hombres parece que cuidan más, los fondos buitres miran hambrientos a los cuidados. Como ha sucedido otras veces y con más luchas, los cuidados han sido cooptados de manera instrumental. Cuidado con los cuidados.
Definir de qué hablamos cuando hablamos de cuidados implica no solo situar la discusión y politizar sus términos y marcos de actuación, sino también situarnos como parte de este proceso, nombrándolo en su complejidad y en su sencillez. Y explicitando con sinceridad y coherencia a qué y hasta dónde estamos dispuestas cuando de los cuidados como necesidad, responsabilidad y derecho colectivo se trata. Incluso cuando nuestras comodidades y privilegios se ponen en cuestión.
Los cuidados son todo y nada la vez. Muchas cosas son cuidados, pero no todo lo que se ha nombrado como cuidado lo es. Los cuidados son aquellos trabajos, tiempos y esfuerzos que permiten que la vida sea. Implican procesos concretos como alimentar, vestir, regar las plantas, cambiar un pañal o ayudar a hacer la tarea y procesos intangibles que comprenden hacer la lista de la compra mientras estás tele-trabajando, pensar en la ropa que necesita la persona que cuidas mientras la preparas la cena, llamar a una amiga que se está separando u organizar las comidas según lo que haya en la nevera. Suelen ser trabajos que se combinan y cruzan en lo cotidiano, sin que los dimensionemos.
El lugar y posición que se ocupa en la estructura social, tanto de quien los da como de quien los recibe, condiciona cómo cada quien se vincula con los cuidados que, a la vez, son algo relacional y cambiante. Quién, desde dónde, en dónde, cómo y cuándo, son preguntas que nos ayudan a entender este dinamismo.
Los cuidados son un arma de doble filo. Gratis, por amor, por muy poco dinero, porque no queda otra, porque se esperan de mí, por obligación, por libre elección y decisión… en casa, con mis padres y criaturas, en el curro, en el espacio en el que milito, en el barrio, en el patio del colegio, en la cola de supermercado. Implican muchas cosas que tienen múltiples consecuencias y derivas que van más allá de la dependencia inmediata.
Hay muchos tipos de cuidados y cuidados para todos los gustos. Los cuidados son un eje de violencias y desigualdad, en el que opresiones múltiples como la raza, la clase social, la situación de extranjería, la edad, la red y el status social se entrecruzan y retroalimentan. Los cuidados, en este mundo injusto y desigual, están sexuados, racializados, estratificados.
Cuando una vida, un abuelo o un rosal no ha recibido cuidados el descuido es notable. Cuando una persona se ha pasado su vida cuidando, también se ve. En su cuerpo, en su mirada y en los derechos que le han sido arrebatados, en términos de pensiones, por ejemplo. También cuando alguien no ha cuidado nunca, cuando alguien ha sido un perfecto evasor (y el masculino es adrede), eso también se ve. También se ve cuando la infraestructura comunitaria de cuidados no funciona, cuando estos se han llevado al ámbito de lo doméstico y de lo individual y cuando no se han politizado. También se ve cuando el capital corporativo lo ha vuelto una mercancía más, a la que solo tiene acceso quien puede pagar.
Lejos de asumirse como una responsabilidad, una necesidad y un derecho colectivo, se esconden debajo de la alfombra. Ese reconocimiento y esa percepción social opera profundizando desigualdades y violencias históricas.
Los cuidados en clave relacional y multidimensional pueden y deben ser abordados desde diferentes niveles: cercano-personal, entornos de relación inmediata (espacios de parentesco, amistad, militancia, empleo, trabajo…); y en los vínculos y des-vínculos: con las otras, con el entorno, con nosotras mismas, con lo común, con lo político, con lo comunitario, con lo público estatal.
Revolucionar los cuidados es transformarlo todo
Sacudir los cuidados implica sacudirnos. Desenmarañarlos conlleva también detectar cuándo y por quiénes se confunden con privilegios. Y ver también cuando se vuelve algo que se trasfiere pagando, porque es más cómodo, porque evita discusiones con la pareja, porque se tiene el dinero y porque hay alguien (mujer, empobrecida, migrada, racializada) que lo necesita y por su necesidad hace lo que yo no quiero o me da pereza hacer en casa.
Los cuidados que podemos hacer y no hacemos, incluso bajo la bandera de los autocuidados, son privilegios que reproducen lógicas y dinámicas de clasismo, de colonialismo, de machismo. Se trata de servidumbre cuando perpetúo una cadena de feminización y privatización, contratando a otra mujer empobrecida (aunque le haga un contrato y le pague 15 euros la hora). Y reproduzco opresiones cuando los transfiero, perpetuándolos en el marco de lo privado, lo doméstico, lo feminizado, lo mercantilizado y lo monetarizado.
Hacer una genealogía de los cuidados conlleva incorporar en el circuito de la reproducción social y de la sostenibilidad de la vida mucho de lo que hasta ahora no se contemplaba. Mapear los cuidados implica un ejercicio colectivo, todo un paso y una deuda histórica que requiere problematizarla más allá de su reconocimiento monetario. Es detectar cómo han operado, abrir fisuras. Es ensanchar grietas transformadoras apuntar a sacudir su raíz estructural y sus cimientos. Es preguntarnos por la vida que tenemos y por la vida que queremos, y por lo que estamos dispuestas, personal y colectivamente, a hacer para conseguirla.
Hacer una genealogía de los cuidados no solo es visibilizar dónde estos se realizan, por quiénes y en qué condiciones; sino también detectar los vacíos e identificar el profundo calado político y social que tiene y ha tenido todo el conjunto de ausencias y omisiones. Mapear todo esto es resituar y ubicar nuevos marcos de comprensión y gestión colectiva para unas relaciones de cuidados emancipados, que garanticen su acceso como derecho colectivo. Podría ser, por ejemplo, a través del desarrollo de un sistema público comunitario vasco de cuidados con presencia en todas las escalas de la Administración que traduzca su garantía en términos de políticas, presupuestos, infraestructuras de acceso para todas. Y que contemple y responda a las singularidades de las necesidades de vidas y cuerpos diversos.
Todo esto implicaría un salto abismal: reconocer los cuidados como un bien común, como algo que nos hace mejores, como algo que puede disfrutarse. Cartografiar los cuidados es un acto profundamente político. Hacerlo implica cómo mirar, cómo desmontar todo el perverso y podrido engranaje sobre el que se han montado y recrea escenarios futuros emancipadores.
Tanto se habla tanto de cuidados que, a veces, parece que se ha vaciado de contenido el término. Disputando narrativas discursivas y arrebatando derechos sociales y políticas públicas, parecen querer difuminarse adrede desde los lugares de poder hegemónico global. Sospechamos que este miedo que desde ahí se tiene a los cuidados no es algo casual. Su resolución en clave de justicia social radicaría en una de las revoluciones de mayor calado que nunca ha habido. Porque revolucionar los cuidados es transformarlo todo.
NOTA DE LA AUTORA: El título de este artículo y su contenido derivan de compartires colectivos, de aprender y tramar junto a compañeras queridas; varias que con ojo y pluma crítica han sugerido aportes que enriquecen este texto. Eskerrik asko a Trabajadoras No Domesticadas, especialmente a Liz y a Afrania; a Maisa de Mapeos Feministas de la Pandemia, a Amaia de Colectiva XXK y a Miren eta Jone de Emagin Elkartea.
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