Diana Oliver: “Hay una infantilización constante de las madres”

Diana Oliver: “Hay una infantilización constante de las madres”

La periodista escribe sobre la maternidad precaria, aislada y frustrante resultado de un sistema desigual en cuanto a clase y género.

02/11/2022

Diana Oliver. / Foto cedida

Las madres estamos cansadas, pero sobre todo estamos cansadas de estar cansadas. Diana Oliver (Madrid, 1981) añade que “no es la maternidad en sí misma lo que agota, sino las condiciones que se le imponen”. Maternidades precarias (Arpa, 2022) es un ensayo denuncia y reflexión sobre las condiciones en las que maternamos, y sobre qué efectos en la salud física y mental tiene. Oliver es periodista especializada en infancia, maternidades y salud. Colabora asiduamente en El País y acaba de incorporarse al Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal. En sus palabras: “Mientras no se reconozca el derecho a cuidar, y a ser cuidados, y se establezcan los mecanismos legales que protejan este derecho, seguiremos haciéndonos las mismas preguntas: si cuida quien quiere cuidar o quien puede. Si podemos elegir libremente cuidar. Y cómo cuidamos cuando lo hacemos”.

Adrienne Rich escribía en Nacemos de mujer que la maternidad y la sexualidad habían sido empleadas “para servir a los intereses masculinos”. Una herramienta de control a las mujeres y, también, para garantizar la supervivencia del patriarcado. Después de tener una niña y un niño, ¿en qué actos, simbologías y silencios concretos te reconoces en lo que señala Rich?

Cuando tienes hijos, una forma de control evidente es a través de su crianza: qué tiempos y qué formas de cuidados se te permiten. Se prima un sistema basado en lo productivo, en el poder, en las relaciones de dominación; frente a otro que está lejos de todo esto y que está relacionado con la colaboración, la interdependencia y el ritmo pausado. También está en el control de nuestros cuerpos desde los procesos reproductivos. Parece que somos libres para decidir cuándo, cómo y con quién tener hijos pero en realidad no lo somos si no podemos acceder a tener hijos e hijas por cuestiones económicas, laborales y, muchas veces, personales. Aquí ya hay un claro control del embarazo. Rich decía que sentía que debía ser “como las demás mujeres”, es decir: con hijos. Ahora parece que lo que prima es justo lo contrario: el trabajo por encima de todo lo demás y más adelante, si acaso, los hijos. Pero es curioso porque al mismo tiempo se sigue esperando socialmente que al llegar a una edad ya los hayas tenido y se insiste en lo mucho que necesitamos que aumente la natalidad. El mismo sistema que te urge te lo pone todo muy fácil para que no los tengas.

¿La gestión de nuestras maternidades está estrechamente vigilada por el entorno?

Yo creo que sí, que así seguimos. Y como dice Carolina León en el prólogo del libro de Rich, cuanto más pobres, más vigiladas. Añadiría que cuanto más te sales de la norma y más critica eres con el sistema, más control y más juicio te encuentras. Hay una infantilización constante hacia las madres ya desde que una piensa en quedarse embarazada. Parece que nosotras nunca sabemos hacerlo, nunca sabemos lo que es mejor, nunca tenemos claro nada. Se nos tacha de histéricas, de sobreprotectoras, de dejadas, de irresponsables. Todo parece tener que pasar por unos filtros sociales, familiares, laborales.

¿Cómo casa esa vigilancia con que seamos más individualistas que nunca?

Supongo que regular porque al mismo tiempo que se nos “controla” ahora también se nos deja más solas que nunca. Estamos tan desconectadas de las demás personas que no sabemos ni cómo podemos ayudar a otras, ni mucho menos pedir ayuda. En la maternidad muchas veces no sabemos ni cómo es un bebé o un niño. Puede que hasta que no seas madre tú misma no hayas tenido un contacto estrecho con una criatura. Que no sepas nada de crianza, de lactancia, de ritmos, de fases del desarrollo, de cuidados bastante básicos.

Afirma que existe un “desfase monstruoso” entre el reloj biológico y el reloj social: “Por eso somos un objetivo fácil para la mercantilización de nuestros cuerpos. ¿Dónde están los principales negocios del “desfase monstruoso”?

Por supuesto la industria de la reproducción asistida ha sabido aprovechar mucho esto: “¿Quieres tener hijos? No te preocupes, disfruta, que ya serás madre más adelante”. El problema es que no siempre estamos a tiempo y que cuando esto ocurre la inversión económica y emocional es enorme. Y luego está también el negocio de la llamada “gestación subrogada” que no es otra cosa que la compra-venta de seres humanos y la explotación del cuerpo de la mujer. Hay un lobby muy fuerte haciéndonos creer que se trata de altruismo y que la paternidad y la maternidad son derechos.

“Yo siempre digo que el cuerpo de la mujer es la última frontera del capitalismo. Quieren conquistar el cuerpo de la mujer porque el capitalismo depende de él”, dijo Silvia Federici. Al fin y al cabo parimos la mano de obra. ¿Qué lectura hace de esta frase?

El capitalismo necesita que sigamos teniendo hijos para que la rueda siga girando pero no puede desperdiciar la mano de obra que somos. Le vienen muy bien todos estos mensajes de “quererlo todo”, “no renunciar”, “equilibrio entre la vida profesional y familiar”. Ha conseguido que todas nos creamos que tenemos carreras profesionales increíbles o que podemos aspirar a ello, que somos súper “independientes” porque tenemos un trabajo y que, además, podemos tener hijos y estar presentes. Y luego la realidad es que la mayoría tenemos trabajos de mierda, unos problemas de salud físicos y mentales enormes derivados del sistema y de cómo nos vemos obligadas a hacerlo todo, y de remate, nos sentimos culpables porque encima no tenemos ni fuerzas para estar con nuestros hijos.

Diana Oliver son su libro. / Foto cedida

Le leo: “Tengo dos hijos. Una casa diminuta. Trabajo ‘de lo mío’. Me pregunto muchas veces si nos equivocamos al tener hijos. No por ellos, por nosotros. Por lo que podemos ofrecerles. Por lo que queremos darles pero no podemos. Por estar siempre corriendo y enfadados por no llegar a nada”. Por imaginar, ¿cómo cree que sería cuidar, criar y vivir con las condiciones materiales resueltas?

Eso ayudaría muchísimo. Estoy segura de que cuando tienes una vivienda digna y no tienes problemas para pagarla a final de mes, o no tienes que pagarla, eso ya te quita una losa muy grande de encima. Y no creo que sea solo esto. Facilitaría mucho las cosas que las ciudades cambiaran, que fueran lugares más amables. Que dejáramos atrás las formas de trabajo actuales: esos horarios imposibles en determinados sectores, las ocho horas, que son mil más, la presencialidad en tantos trabajos. Y luego está la precariedad de los sueldos. Que repensáramos cómo nos estamos relacionando con el vecino de al lado, con la panadera, con el conductor del autobús, con nuestra familia.

Habla mucho de la precariedad de las madres ahora, y yo diría: ahora y siempre en la clase trabajadora. Por lo menos, las dobles o triples jornadas cobrando miseria se hacían antes incluso que nuestras abuelas. Pero, ¿un trabajo bien pagado y estable guarda correlación con niños y niñas libres y felices?

Yo creo que un trabajo por muy pagado y estable que sea siempre va a ser incompatible con criar hijos si lo tenemos que hacer solos, en familias nucleares aisladas. Por mucho que haya una pareja, y esta se corresponsabilice del cuidado, es difícil llegar a cubrir tantas necesidades en el día a día. Los niños se ponen malos, los niños tienen unas necesidades enormes los primeros años, los niños necesitan otros ritmos muy distintos a los adultos… ¿Cómo se puede estar en dos sitios al mismo tiempo? Hablan de “conciliar” pero nadie sabe lo que es.

Las mujeres llevamos años incorporadas en el trabajo extramuros del hogar, pero, la jornada laboral sigue siendo inflexible y las condiciones laborales para trabajar y criar a la vez son insufribles. ¿Nos hemos manifestado poco?

Poco nos manifestamos para lo que estamos viviendo. Cuando aquel 8M salimos tantísimas mujeres a la calle e hicimos aquella huelga de cuidados tan enorme pensé que ahí se iniciaba un cambio grande en este sentido. Que los cuidados por fin ocuparían el lugar que merecen. Luego llegó la pandemia y me parece que pese a todo, pese a la evidencia de nuestra interdependencia y fragilidad, se ha desinflado un poco el asunto.

Dice que la conciliación no existe porque es un término vago e impreciso, como “un batiburrillo de dilemas fabricados con el conglomerado viscoso de las expectativas, las redes, las circunstancias personales y las condiciones materiales y económicas”. ¿Qué medidas reales y factibles podrían llevar a cabo la Administración pública para que la conciliación fuera concreta y posible?

Es que deberíamos empezar por preguntarnos qué es eso de la conciliación. ¿Cómo se compatibiliza tener un trabajo fuera de casa y otro dentro? Aunque sean cuatro las manos… Siempre se va a tener que parar uno de los dos o se va a malvivir para llegar aunque sea a la mitad de uno y de otro. A lo mejor hay que empezar a visibilizar eso, que no se puede, y a reclamar ayudas universales o salarios por cuidados.

“Una de cada cinco mujeres en el mundo sufre algún desorden de salud mental durante el embarazo y en el primer año”. ¿Quién cuida a las que cuidamos? ¿Qué echa de menos en la sanidad pública respecto a las madres?

Nadie cuida a las madres. Se minusvalora nuestro sufrimiento porque “es lo que toca”. Tenemos muy asumido que la maternidad es “así”. Cuando nace tu bebé de repente ocupa todo el espacio a tu alrededor, nadie ve más allá. Al menos al principio, luego pronto se olvidan. En la sanidad pública hay un seguimiento del embarazo y del parto, también luego del bebé pero para ti hay muy poca atención más allá de una revisión básica física. No hay un acompañamiento emocional, hay pocos grupos de postparto y de crianza, se posibilita poco la creación de estos espacios de encuentro con otras madres que son tan necesarios y que literalmente te salvan.

 


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