Tras las huellas de científicas españolas de principios del XX

Tras las huellas de científicas españolas de principios del XX

A principios del siglo, la educación de las mujeres en el Estado era muy limitada. Un libro recoge la biografía de doce mujeres que estudiaron en estos años. Ocho lograron obtener el título de Bachillerato. Muchas otras tendrían que aprovechar vías alternativas para cumplir sus deseos de formación científica.

09/11/2022

Isabel Delgado Echeverría, María José Barral Morán y Carmen Magallón Portolés

Portada del libro.

Las mujeres y las ciencias en el periodo 1850-1950: una relación imprevista

El acceso de las mujeres a la educación formal

“La cultura femenina no ha de revestir el carácter científico necesario para formar mujeres médicos, ingenieros o legistas, sino que, por el contrario, ha de procurar dar a la mujer aquellos conocimientos que, perfeccionando sus facultades, la dispongan para realizar su destino, para ser la fiel compañera, la dulce amiga, la auxiliar noble e inteligente del hombre, y la tierna educadora, la amante guía, el firme sostén del niño”.

Concepción Sáiz Otero

 

“La educación intelectual de la mujer debe ser idéntica a la educación intelectual del hombre. En esto, aunque se nos tache de inmodestas, no reconocemos superioridad en el otro sexo, por lo que respecta a las dotes naturales”.

Adela Riquelme

 

 

De este modo se expresaban dos de las mujeres más cultas del país en el “Congreso Nacional Pedagógico” celebrado en Madrid del 28 de mayo al 5 de junio de 1882. La cuestión del acceso de las mujeres a la educación estaba sobre la mesa, y había opiniones para todos los gustos. De lo que no hay ninguna duda es de que hasta entonces las posibilidades educativas eran muy diferentes para las personas de uno y otro sexo.

Desde nuestra posición actual, cuando contamos con una educación primaria y secundaria obligatorias y gratuitas, y un acceso legalmente igualitario al Bachillerato y la Universidad, es difícil valorar qué supondría para una mujer nacida en España entre 1862 y 1904 llegar a obtener una formación científica. Tres datos nos pueden ayudar a hacernos una idea. Uno: en 1900, cuando nació María Soriano, la tasa de alfabetización femenina era del 25,1 por ciento (esto viene a significar que tres de cada cuatro mujeres españolas de aquella época no sabían leer ni escribir). Dos: aquel año se matricularon 44 chicas (en total) en los Institutos de Segunda Enseñanza de toda España (esto es: la probabilidad de encontrar una chica en un aula de Bachillerato era del 0,13 por ciento, aproximadamente una chica por cada 769 chicos). Tres: el 8 de marzo de 1910 se publicó una Real Orden que disponía que se considere derogada la citada Real Orden de 1888, y que por los Jefes de los Establecimientos docentes se concedan, sin necesidad de consultar a la Superioridad, las inscripciones de matrícula en enseñanza oficial o no oficial solicitadas por las mujeres para la enseñanza superior (lo que viene a indicarnos que la que hubiera querido matricularse en la Universidad entre 1888 y 1910 lo habría tenido muy difícil).

En este capítulo tratamos de dibujar en pocos trazos el contexto educativo que se ofrecía a las mujeres en la época que vivieron las doce científicas de las que hablamos en este libro. Porque en ese contexto cobran un significado particular las fechas en que algunas de ellas terminaban el Bachillerato (1883, 1888, 1910, 1911, 1913, 1918, 1921) o incluso obtenían un doctorado (1896, 1919, 1921, 1922, 1926, 1928, 1929, 1930). Conocer ese contexto nos permite, además, entender cómo es que algunas de estas científicas llegaron a serlo sin haber obtenido ninguno de estos dos títulos: siguieron otro camino, realizando estudios superiores en la primera institución española creada como mixta, la Escuela Superior de Estudios del Magisterio. En realidad, conociendo el contexto, lo que resulta extremadamente sorprendente es que estas doce mujeres consiguieran realizar en España estudios en las áreas de Ciencias.

La educación de las niñas

Cuando Concepción Aleixandre vino al mundo en 1862, la escolarización de las niñas seguía siendo minoritaria; sus posibilidades educativas, muy limitadas, estaban fuertemente determinadas en función de la clase social de origen. Para empezar, la educación no era gratuita, ni siquiera en las escuelas públicas, que hasta 1900 estaban a cargo de los ayuntamientos. La escuela era financiada parcialmente por las familias, que raramente tenían interés en procurar una formación académica a sus hijas; las niñas solamente acudían a la escuela cuando se las liberaba de las tareas de limpieza y cuidados adjudicadas en el ámbito doméstico (o sea: casi nunca).

En 1904, Margarita Comas terminaba los estudios primarios en la escuela pública de niñas de Alaior (Menorca). Pero no todas las localidades tenían escuela para ellas. Aunque la Ley de Instrucción Pública de 9 de septiembre de 1857 (conocida como ley moyano) había establecido la obligatoriedad universal de la enseñanza para el periodo de seis a nueve años (lo que se llamaba “Enseñanza Primaria de grado elemental”), no se preveía la misma oferta escolar para niñas que para niños: “En todo pueblo de 500 almas habrá necesariamente una escuela pública elemental de niños y otra, aunque sea incompleta, de niñas”, decía el artículo 100 de la Ley Moyano; en localidades menores, donde había escuelas incompletas, se permitía la concurrencia de ambos sexos en un mismo local “y aun así con la separación debida”. Los programas escolares, serían, en todo caso, diferentes para niñas y niños. Tanto en los centros públicos como en los privados, lo fundamental para las niñas era su instrucción en “labores de manos”, desatendiendo la lectura, la aritmética y, sobre todo, la escritura. Las asignaturas específicas que figuraban en los planes de estudios de la enseñanza primaria consagraban las diferencias: para los niños, se incluían materias como “Breves nociones de Agricultura, Industria y Comercio”, “Principios de Geometría, de Dibujo lineal y de Agrimensura”, y “Nociones generales de Física y de Historia natural”. Por el contrario, para las niñas, las asignaturas específicas eran “Labores propias de su sexo”, “Elementos de dibujo aplicados a las labores” y “Ligeras nociones de Higiene doméstica”. Las materias científicas se encontraban claramente ausentes.

La enseñanza privada experimentó un importante crecimiento en el último tercio del siglo XIX, tras la promulgación de la ley de libertad de enseñanza de 1868. El reconocimiento de libertad religiosa de 1876 permitiría la creación de algunos centros privados como el International Institute for Girls in Spain, fundado en Santander en 1877 como “Misión” de la Iglesia protestante norteamericana. La Iglesia Católica, por su parte, adquirió un enorme poder en relación con la educación a partir del Concordato firmado con la Santa Sede en 1851, y fundó gran número de colegios religiosos, localizados en zonas urbanas, y dirigidos a un alumnado de clases medias. Elisa Soriano estudió en uno de ellos, si bien bastante peculiar: fue en el “Colegio San Luis de los Franceses”, fundado en Madrid en 1856 para proporcionar a los niños franceses “una instrucción cristiana y francesa” (aunque pronto admitiría alumnado español, entendemos que por completar las aulas).

Durante el periodo 1800-1936 aparecieron en España 24 fundaciones religiosas dedicadas a la enseñanza; los colegios católicos masculinos, en los que se negaba el acceso a las niñas, se especializaron en Educación Secundaria para las clases dirigentes, mientras las congregaciones femeninas se ocuparían solamente de la Enseñanza Primaria, que impartirían generalmente en “escuelas para niñas pobres”. De este perfil era el colegio de las monjas “Jesuitinas” de Salamanca en el que estudió Dolores Cebrián: fundado en 1871 por la “Congregación de las Hijas de Jesús”, estaba dedicada “a la salvación de las almas, por medio de la educación e instrucción de la niñez y juventud”.

En cuanto a los niveles superiores, los Institutos de Segunda Enseñanza, igual que la Universidad, carecieron de presencia femenina hasta las últimas décadas del siglo XIX. Concebidos para la formación de los hombres de clase media y alta, estos centros no necesitaron hasta entonces una legislación que excluyera explícitamente a las mujeres, pues su ausencia, en realidad, se daba por segura. Sin embargo, algunas jóvenes de clases acomodadas y entornos intelectuales favorables, formadas durante su infancia en centros privados o en sus casas, entraron a los Institutos para realizar los exámenes de Grado, amparadas en la modalidad legal de “matrícula libre”. En 1870, cuando un cierto número de ellas había conseguido de esta forma el título de Bachillerato, se produjo como reacción un decreto gubernamental que establecía para las chicas el requisito particular de solicitar permiso al Ministerio antes de matricularse en un Instituto. Este fue el permiso que tuvo que solicitar Concepción Aleixandre (o mejor dicho, su padre) para poder estudiar en el Instituto Luis Vives de Valencia; ella fue una de las 171 alumnas que realizaba estudios de Bachillerato en España durante el periodo 1870-1882.

La situación empeoró en 1882 cuando, en respuesta a la solicitud de acceso al doctorado de dos mujeres (María Elena Maseras y Dolores Aleu), se publicó la Real Orden de 16 de marzo que, si bien autorizaba a continuar estudios “y aspirar a los correspondientes grados y títulos académicos” a las reclamantes, así como a “las matriculadas hasta la fecha en estudios de Facultad”, cerraba las puertas al resto de las mujeres, al establecer que se suspendiera en los sucesivo “la admisión de las Señoras a la Enseñanza Superior hasta tanto que se adopte una medida definitiva sobre el particular en los términos legales”. Esto afectaba tanto a las Universidades como a los Institutos, pues la “Segunda Enseñanza” era entonces considerada dentro de la “Enseñanza Superior”. Un año después se autorizaría la matrícula de las mujeres para realizar estudios de Segunda Enseñanza (Real Orden de 25 de septiembre de 1883), aunque sólo en régimen de “enseñanza privada” (es decir, que sólo acudirían a los Institutos para examinarse como “alumnas libres”); podría, también, solicitarse a la Dirección General de Instrucción Pública un permiso especial para la matrícula oficial (una puerta entreabierta que algunos padres pudieron utilizar para matricular a sus hijas). En las décadas siguientes hubo un crecimiento continuado del número de alumnas en los Institutos de Segunda Enseñanza – en los que serían, desde luego, una minoría.

Cuando en 1883 Trinidad Arroyo se matriculó en el Instituto de Palencia, había tres chicas en un centro que contaba con 400 alumnos. En el curso 1900/1901 había 44 chicas cursando Bachillerato en toda España (0,13% del alumnado total). La situación era prácticamente igual en 1904, cuando Elisa Soriano iniciaba el Bachillerato en el Instituto General y Técnico de Guadalajara y Margarita Comas lo hacía en el de Mahón. Lo más frecuente era que las alumnas realizaran sus estudios por enseñanza libre (no oficial y no colegiada), como hicieron Elisa y Jimena Fernández de la Vega en el Instituto de Lugo entre 1909 y 1913. A diferencia de las anteriores, María Soriano pudo matricularse en 1911 como alumna oficial en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid, ya que la Real Orden de 8 de marzo de 1910 había regulado el acceso de las mujeres a la educación secundaria. A pesar de la regulación normativa, todavía en 1914 los estudios de Bachillerato se encontraban lejos de ser comúnmente accesibles para la población femenina: aquel año habría un total de 1.373 alumnas matriculadas en Institutos de toda España, que estudiarían junto a 47.377 alumnos – es decir: ellas representaban menos del 1 por ciento del alumnado total. Este porcentaje subiría notablemente en las décadas siguientes, llegando a ser el 31,6 por ciento en el curso 1935/36 (un total de 39.487 alumnas de Bachillerato).

No podemos sino considerar excepcional el hecho de que ocho de las doce mujeres biografiadas en este libro obtuvieran el título de Bachillerato: Concepción Aleixandre en 1883, Trinidad Arroyo en 1888, Elisa Soriano en 1910, Margarita Comas en 1911, Jimena y Elisa Fernández de la Vega en 1913, Felisa Martín Bravo en 1918 y Josefa Barba Gosé en 1921. Muchas otras tendrían que aprovechar vías alternativas para cumplir sus deseos de formación científica. De esas vías hablaremos más adelante.


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