Contra la banalización del feminismo
"Los inicios del feminismo aparecen vinculados a la lucha obrera", escribe María Gorosarri en el libro 'Contra la banalización del feminismo' (Txertoa, 2021), del que publicamos un extracto.
En la devastada Europa después de la Segunda Guerra Mundial, la filósofa Simone de Beauvoir publicó una de las obras fundamentales del feminismo: El segundo sexo (1949). De Beauvoir señalaba la dimensión de la opresión de las mujeres en diferentes ámbitos y redactaba la cita que marcará una época: “La mujer no nace, se hace”. De esa manera, se apuntaba a la construcción social de la caracterización de las mujeres, el proceso por el que la diferencia biológica se jerarquiza y resulta en la subordinación de las mujeres: el género. De Beauvoir firmó el comunicado “Yo aborté” de las 300 intelectuales francesas en Le Nouvel Observateur, en 1971. Así, se explica que la segunda ola del feminismo luchó por la libertad sexual, especialmente, los anticonceptivos y el derecho al aborto. Por ello, se le conoce como el movimiento de emancipación (o liberación, según la expresión inglesa) de las mujeres. De un lado, en Europa, siguiendo la vía legal, se pedía la despenalización del aborto, cuya consecución ha sido larga: Inglaterra (1967), Alemania (1972 en la Alemania del Este y 1976, con restricciones, en la Alemania Federal), Francia (1975), Italia (1978), España (1937 y, después del franquismo, 1985), Grecia (1986), Portugal (2007) y, recientemente, Irlanda (2018)
Mientras, en EE. UU., se llamaba a la revolución sexual. Los nuevos movimientos sociales quisieron romper los límites del matrimonio tradicional y abogaban por nuevas maneras de relacionarse. Perspectivas críticas denunciaron que la revolución sexual únicamente había facilitado más mujeres a los hombres, pero que la sexualidad de éstas no se había teniendo en cuenta siquiera. En efecto, ya sufragistas como Mary Gove Nichols (1810-1884) habían escrito sobre el amor libre, cuestión central en el feminismo marxista y anarquista.
En ese contexto, surgió el feminismo radical en EE. UU. Se trataba de mujeres jóvenes y solteras, de diferente perfil al feminismo liberal. Con la publicación en 1970 de Política sexual de Kate Millett, se socializaron conceptos como género y patriarcado. Así, las feministas radicales contextualizaron la violencia contra las mujeres. La periodista estadounidense Susan Brownmiller (nacida en 1935) explicó, en Contra nuestra voluntad: hombres, mujeres y violación (1975), la función social de las agresiones sexuales: lejos de ser actos individuales de hombres enfermos, actúan como control patriarcal, no solamente contra la mujer agredida, sino contra todas las mujeres. De la misma manera, el concepto de sororidad apelaba a una solidaridad entre mujeres como estrategia para defendernos de las diferentes violencias ejercidas contra nosotras. Además, la activista feminista lesbiana estadounidense Adrienne Rich (1929-2012) teorizó sobre la heterosexualidad obligatoria, donde la homosexualidad femenina no era siquiera imaginada.
Se trataba del feminismo autónomo, un movimiento independiente de partidos y sindicatos, normalmente dominados por hombres. En Euskal Herria, durante la década de 1960, Baiona toma el protagonismo en la lucha por la emancipación de las mujeres, en relación a los derechos sexuales y reproductivos. Después, Bilbao destacó por acoger el nacimiento del feminismo autónomo vasco, movimiento formado por mujeres de izquierda y conectado con la lucha antifranquista. De esa manera, se fundaron el colectivo feminista Lanbroa (1976) y la Asamblea de Mujeres de Bizkaia (1977). Los dos momentos históricos principales en los que se articuló el feminismo autónomo vasco fueron las primeras Jornadas Feministas de Leioa (1977) y las protestas por la despenalización del aborto, en relación a las “once mujeres de Basauri” (hasta 1985).
Así mismo, la práctica del ‘separatismo’ llevó a mujeres lesbianas a organizarse colectivamente, de manera diferenciada del movimiento de liberación gay. El lesbianismo político se entendió como la coherencia militante de deconstruir el deseo heterosexual y relacionarse íntimamente sólo con mujeres. Consideraban, así, que el lesbianismo era “la práctica” de la teoría feminista.
El feminismo autónomo vasco cuestionó, ya desde las jornadas de Leioa (1977), la heterosexualidad obligatoria. En 1980, la Asamblea de Mujeres de Bizkaia publicó un manifiesto defendiendo el lesbianismo “como una opción sexual más”. A su vez, mujeres lesbianas militantes en el movimiento de liberación gay crearon los colectivos de lesbianas feministas, entendiendo que sus demandas eran diferentes a las de los hombres homosexuales, porque ellos disfrutaban de visibilidad social y ellas, no. Así, en 1979, se creó en Bizkaia ESAM, el primer grupo de lesbianas dentro de EHGAM. En 1983 organizaron las primeras Jornadas de Lesbianas de Euskadi y, a partir de entonces, fueron surgiendo diferentes colectivos de lesbianas feministas en Bilbao, Donostia-San Sebastián, Iruña-Pamplona y, finalmente, en 1994, en Vitoria-Gasteiz.
Las revueltas estudiantiles de 1968 ampliaron los límites del sujeto revolucionario y permitieron incluir a colectivos que el marxismo no consideraba productivos, como mujeres, cuyo salario seguía siendo inferior al de los hombres y no permitía una vida independiente, y estudiantes. Una nueva generación de trabajadoras se unió a los movimientos autónomos y, a través de ellos, desarrolló conciencia feminista. Es el caso de Leopoldina Fortunati (nacida en 1949) quien destacó que el movimiento operario italiano en el que militaba (Lotta Femminista) le “otorgó significado político a sus opciones personales”. Desde el feminismo marxista, se teorizó sobre la sobreexplotación laboral a mujeres: la carga de trabajo familiar, después del trabajo fuera de casa. Silvia Federici (nacida en 1942) y Mariarosa Dalla Costa (nacida en 1943) lucharon por un salario para las amas de casa. Fortunati, en El arcano de la reproducción: Amas de casa, prostitutas, obreros y capital (1995), amplió el concepto de trabajo reproductivo de las mujeres, mediante el cual los obreros reproducen su propia fuerza de trabajo (dormir en una cama limpia, alimentarse correctamente, apoyo emocional…), más allá de las fronteras del hogar. Por ello, la filósofa política estadounidense Nancy Fraser (nacida en 1947) considera que la segunda ola del feminismo versó sobre economía política, abarcando “el trabajo doméstico, la reproducción y la sexualidad”. Sin embargo, Clara Zetkin ya había denunciado a principios de siglo la “doble obligación” de las mujeres trabajadoras: “activas en la fábrica y en casa”.
Pero, de nuevo, las olas no explican el reconocimiento al lesbianismo político, ni la teorización sobre reproducción, ni las mejoras conseguidas por el movimiento obrero, ni los avances de colectivos oprimidos. De hecho, la militancia en grupos mixtos no siempre fue fácil. En la Conferencia de la Federación Socialista de Estudiantes Alemanes (SDS, en sus siglas en alemán) en 1968, los ponentes cambiaron de tema ante la pregunta de la directora de cine Helke Sander (nacida en 1937) sobre cómo esos mismos estudiantes les oprimían a ellas. Entonces, Sigrif Rüger (1939-1995) lanzó un tomate a los representantes de SDS, obligándoles a contestar. Tomó el nombre de “tomatazo”. Así, en diferentes grupos mixtos, las mujeres decidieron organizarse de manera autónoma, provocando la escisión de varios grupos, tal y como ya habían tenido que hacer las trabajadoras de 1870, quienes se organizaron en sindicatos de mujeres. Siguiendo el modelo estadounidense de los grupos de autoconciencia feminista, en estos espacios, las mujeres intercambiaban sus experiencias en el marco de una idéntica opresión (la del patriarcado) y una misma explotación (la capitalista). Se trataba de la “revolución interior” o “revolución desde dentro”: cambiar aspectos de la vida personal que tuvieran efectos en la vida social.
Grupos armados de mujeres participaron en organizaciones mixtas en EE. UU., como en el Black Liberation Army. En Alemania, surgió el grupo armado feminista y anticapitalista Rote Zora, integrado dentro de las Células Revolucionarias, que bombardeaba sex shops y asociaciones de médicos antiabortistas, sin causar daños humanos, al igual que las sufragistas inglesas. De la misma manera, las mujeres de naciones oprimidas han desarrollado conciencia feminista a través de la lucha por la descolonización, obligando a reconocer sus derechos a sus propias comunidades, en contra de la tradición. Tal es el caso de las integrantes del EZLN, cuya participación en el levantamiento zapatista del 1º de enero de 1994 estuvo supeditada a la aprobación de la Ley Revolucionaria de Mujeres. En dicha ley se les reconocieron, entre otros, “el derecho a la educación, a trabajar, a elegir su pareja y no ser obligadas a contraer matrimonio, a decidir el número de hijos, a no ser golpeadas, a que la violación sea castigada severamente, etc.”.
En aquellas organizaciones en las que la opresión hacia las mujeres no fue tenida en cuenta, las militantes decidieron abandonarlas. Angela Davis (nacida en 1944) dejó las Panteras Negras, pero no encontró lugar tampoco en los movimientos feministas. Al igual que las sufragistas estadounidenses blancas se negaron a integrar en su organización a sufragistas afrodescendientes como Ida B. Wells (1862-1931), el movimiento feminista estadounidense de la segunda ola no consiguió realmente aplicar la idea de ‘sororidad’ para con las mujeres no blancas. De esa manera, la segunda ola del feminismo se solapa también con los avances de los derechos civiles de las minorías en EE. UU. Por eso, las feministas negras se sentían triplemente oprimidas: por el género, por el color de la piel y por la clase social. La jurista Kimberlé Crenshaw (nacida en 1959) desarrolló el concepto de ‘interseccionalidad’, para describir el cruce de categorías sociales bajo las que una persona es discriminada.
Frente al feminismo de la igualdad impulsado por Simone de Beauvoir, surgió el feminismo de la diferencia, con la obra Speculo de la otra mujer (1974) de la activista belga Luce Irigaray (nacida en 1930), quien subrayaba la diferencia biológica entre hombres y mujeres. Así, abogaba por recuperar la identidad femenina. El feminismo de la diferencia tuvo gran repercusión en Italia, tras la publicación del Manifesto de Rivolta Femmenile (1970). Incorporaron la técnica de los grupos de autoconciencia feminista y desarrollaron el concepto de ‘affidamento’, que supone el reconocimiento de la autoridad femenina, en base a la experiencia, por parte de las mujeres más jóvenes.
Sin embargo, desde el marxismo-feminismo, se ha criticado que la institucionalización de la segunda ola trajera consigo la definición de feminismo como “igualdad de hombres y mujeres”, considerándolo un elemento de la reacción al avance del movimiento feminista. De hecho, la idea de igualdad “no exige cambios en las estructuras sociales” y sólo busca, así, un cambio “en la condición de las mujeres”, especialmente ligado a la emancipación económica. Esta definición del feminismo, en tanto que igualdad, es la asumida por la ONU.
El feminismo ‘girlie’, característico de la década de 1990, ha sido considerado a su vez como reacción antifeminista. Se critica el individualismo que le caracteriza, en lugar de lucha colectiva, y la proliferación de “feminismos” que promueve. Sin embargo, no he podido corroborar (ni en inglés, ni en castellano) la cita directa atribuida a diferentes autoras de esta época, afirmando que “hay tantos feminismos como mujeres” (o personas). Aunque resulta obvio que otorgar la misma importancia a todas las opiniones anula las bases teóricas del movimiento.
En definitiva, los inicios del feminismo aparecen vinculados a la lucha obrera. Desde sus principios hasta hoy, la resistencia social de las mujeres a ser oprimidas se caracteriza por la organización de una estrategia común y no, individual. En todas las conquistas del feminismo, además, las trabajadoras han sido quienes más se han beneficiado de los logros sociales, porque la opresión sexista se intensifica cuanto mayor sea la necesidad económica. En el caso de los derechos reproductivos, las mujeres burguesas lograron el acceso legal y más barato a los anticonceptivos, mientras que las obreras consiguieron salir vivas de un aborto. Sin embargo, la pugna por la libertad de las mujeres no ha concluido aún, porque es inseparable de la lucha contra el capitalismo. Asumir una genealogía irreal, además de contribuir a intereses ajenos al movimiento feminista, banaliza el feminismo.
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