Dejar el río correr para recuperar la convivencia

Dejar el río correr para recuperar la convivencia

La supremacía humana deja a su paso una violencia que sufren otras especies animales. Reflexionamos sobre cómo podría transformarse desde una mirada antiespecista la realidad para reanudar unas relaciones entre seres vivos más justas e igualitarias.

Texto: Andrea Liba
11/01/2023

Ilustración Eider Agüero.

Imaginar un mundo en el que la especie humana y todas las demás convivan en condiciones de igualdad, equilibrio y respeto entre ellas ha sido una constante en el activismo antiespecista. Concretar propuestas viables, una asignatura todavía pendiente. Poco a poco, la sensibilización sobre los derechos de los animales y la conciencia sobre los perjuicios que el sistema de consumo alimentario actual les genera va en aumento. Cada vez hay más personas veganas, más colectivos antiespecistas y más personas antiespecistas en todas las áreas de conocimiento.

Al tratar de configurar una nueva convivencia se plantean distintos retos. Uno de ellos, el consumo alimentario. En la sociedad actual, los animales son considerados objetos de consumo; recursos, no criaturas con derechos. A escala mundial, en 2013 cada persona comió 94 kilos de carne y en 2016 se produjeron más de seis millones de toneladas de carne y 153 de pescado. Esto supone un aumento de casi el 850 por ciento desde el año 1961. Pero estos datos reflejan la media. Hay mucha diferencia de unos países a otros. En Estados Unidos o Argentina se superan los 100 kilos de carne anuales por persona, pero en India no llegan a los cuatro kilos. España es el segundo país europeo y el decimocuarto mundial que más carne por persona consume al año, entre 70 y 80 kilos, según el director general de Derechos Animales del Gobierno de España, Sergio G. Torres. En el consumo de pescado, España también supera la media europea con 23,73 kilos por persona al año, según las estadísticas de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés). Existen en el Estado 280.998 explotaciones ganaderas que aglutinan a casi 50 millones de animales, según datos de Greenpeace, y más de 9.000 embarcaciones pesqueras, como indica la FAO.

Otro reto: la legislación. En algunos países, como India, ya se ha empezado a avanzar en el reconocimiento de derechos para los animales no humanos. El Tribunal Superior del Estado de Uttarakhand otorgó la categoría de persona jurídica a los animales. Sergio G. Torres considera que, para caminar hacia un escenario en el que todas las especies coexistan en términos de cooperación y de igualdad, es necesario introducir los cambios paulatinamente. El trabajo más fundamental es el pedagógico, opina. Desde su departamento están preparando propuestas legislativas para, entre otras cuestiones, dar cobertura legal a los santuarios de animales, modificar el Código Penal para introducir el maltrato a todo animal vertebrado o reducir los abandonos de animales domesticados (se producen alrededor de 200.000 al año). También estudian planes educativos para que “las nuevas generaciones tengan una visión más justa de la relación con los animales en nuestro entorno”. No contemplan desde el Gobierno recurrir a la prohibición para abordar cuestiones como las explotaciones ganaderas, la compraventa de animales o la tauromaquia y otras festividades en las que se tortura y asesina a animales. Para el político, la apuesta es pensar en el largo plazo y empezar por transformar progresivamente el imaginario colectivo con respecto a los animales: “El Gobierno puede prohibir la pesca deportiva o la caza deportiva, pero ¿hasta qué punto se consolidarían esos avances, cuando cambiara el gobierno, si la gente mayoritariamente no rechaza esas prácticas porque quizá nunca se lo han planteado?”. En España, 43.945.027 hectáreas, el 87 por ciento del territorio del país están destinadas a la caza, según la Estadística Anual de Caza de 2018 del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.

Avanzar en materia legislativa, en un contexto en el que las instituciones aglutinan todo el poder de decisión sobre quién puede o no vivir y en qué condiciones, es fundamental. La abogada antiespecista Ana Casadiego considera que, tanto a los animales domesticados como a los liminales (los animales que no viven ni en un lugar ni en otro, sino que están de paso) y los salvajes habría que reconocerles derechos fundamentales, como son los derechos negativos básicos (a no ser explotados, torturados, asesinados) y algunos derechos positivos, de acuerdo a las capacidades y necesidades de cada especie, como el derecho a la salud.

Desde el ámbito filosófico también se han elaborado propuestas. Los investigadores y filósofos canadienses Sue Donaldson y Will Kymlicka, en su libro Zoópolis. Una revolución animalista (2011), proponen caminar hacia el reconocimiento de derechos básicos invulnerables para los animales. En concreto: ciudadanía para los animales domesticados, soberanía para los salvajes y cuasi-ciudadanía para los animales liminales. Es un planteamiento que pretende “reconocer la injusticia de acciones pasadas” y “ofrecer una compensación o restitución”. Muchas personas están en contra del maltrato animal y destinan recursos para ofrecerles cuidados a sus mascotas, pero hay cuestiones desatendidas. “Hay un error enorme en los sacrificios que hacen muchas familias por el bienestar de sus perros y gatos, mientras participan alegremente en el maltrato de animales de granja”, recuerdan en su libro los filósofos. Ana Casadiego se pregunta: “¿Cómo vas a protestar a la plaza de toros y luego te sientas a comerte un filete de ternera?”, y asume que “hablar de moral no funciona” y que, por eso, hay que reconocerles derechos a los animales “por principio democrático más que por una cuestión moral”. Considera que a nadie le importa que los animales sufran, y por eso algunas campañas que giran en torno a esa idea fracasan o no terminan de calar. “Parece que todo es rebatible con que los humanos razonamos. No, no todos razonamos. Un bebé no tiene capacidad para razonar y no por ello le clavamos banderillas en la espalda”, apunta.

Redistribución del territorio

Los humanos, recuerdan Donaldson y Kymlicka, “han invadido y puesto en peligro drásticamente el hábitat de los animales”, pero sigue habiendo grandes extensiones de territorio no urbanizado habitado por animales salvajes. Ahí hay posibilidades de reversión de la conducta humana habitual. El desafío que presenta la distribución del territorio es, quizá, el más complejo. Los filósofos sugieren que “todos los hábitats en los que no hay asentamiento humano ni desarrollo urbanístico deben considerarse territorio animal soberano: el aire, los mares, lagos y ríos y todas las demás zonas naturales ecológicamente viables”. Eso supone “el final de la expansión del asentamiento humano”. De esta forma, según prevén, “la cifra de animales domesticados de pastoreo (como las ovejas, las cabras o las vacas) se reduciría muchísimo. La sierra, minería y recolecta de comida silvestre se transformarían para limitar los perjuicios a los animales”. Con todo, reconocer estas zonas como territorio soberano de los animales supondría no solamente evitar el perjuicio directo en los procesos de extracción de recursos, sino también una “renegociación sobre la base de las relaciones recíprocas entre iguales soberanos”. Reconocer soberanía a los animales pasa por imponer frenos a la actividad humana. Tiene que darse, en palabras de Donaldson y Kymlicka, un proceso similar al que conocemos por descolonización, en el que se sustituya “la extracción unilateral por el comercio justo y las prácticas de costes ecológicamente destructivas por otras sostenibles y beneficiosas para todas las partes”.

 

 

¿Y las ciudades? ¿Qué habría que hacer con ellas? Las barreras arquitectónicas impiden el acceso a muchas especies, la estancia y la libertad de circulación de los animales no domesticados. Marta Batlles es veterinaria y forma parte de un santuario de animales en Murcia. Considera que hay que eliminar “las barreras sociales y jurídicas que se les imponen a los animales desde una visión antropocentrista”. La urbanista Clara Montaner aboga por la renaturalización de espacios y pone como ejemplo la experiencia reciente del río Manzanares en Madrid: “La mayor actuación que han hecho es dejar que el agua corra libremente. Solo con liberar el agua y dejar que pasen los sedimentos, a los pocos meses ya había un montón de animales. Han crecido bosquecitos de ribera, hay pájaros, peces. Y lo único que se ha hecho es dejar el río correr”. Algunas pensadoras antiespecistas apuestan por un modelo intervencionista. Por ejemplo, creando pasos de fauna para evitar atropellos en carreteras que atraviesan parques naturales o eliminando asfalto y convirtiendo las calles en tierra fértil, como propone Montaner. Otras creen que ceder el espacio es la mejor manera de conseguir una reparación y recuperación de las relaciones.

¿Y en los espacios rurales? En España hay 109.558 huertos familiares, según el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. ¿Cómo evitar que algunos animales los destrocen? Alrededor del 20 por ciento de la población en el país, casi diez millones de personas, según datos del INE, vive en el entorno rural, en el que la distancia y las relaciones de los humanos con otras especies se estrecha notablemente y requiere otro tipo de gestión del territorio. ¿Cómo se solventa el conflicto en ese espacio? Para Batlles, “se trata de entender que ese territorio no nos pertenece, aceptar que compartimos espacio con otras especies que también tratan de subsistir y hacer hincapié en que, para que la convivencia sea amable y respetuosa, es imprescindible una transformación de raíz del modelo de consumo y producción. El antiespecismo debe ser anticapitalista”. Recuperar las relaciones de cooperación entre especies pasa, según profesionales de diferentes ámbitos, por respetar el hábitat. Aunque, como recuerda Ana Casadiego, choca con los intereses de las grandes corporaciones es posible. Batlles explica que “la convivencia entre especies es posible y la figura de los santuarios de animales es un claro ejemplo de interacción empática entre especies”, explica. Pero sigue quedando sin resolver una cuestión que, tanto desde el activismo como desde el pensamiento filosófico, ha resultado ser uno de los mayores inconvenientes: ¿cómo conseguir el equilibrio entre la apuesta ecológica y la antiespecista? Por ejemplo, ¿qué alternativas tendría una agricultora que rechaza el uso de químicos para no recurrir al estiércol derivado de la ganadería extensiva? ¿Cómo podría esa agricultora defender la sintiencia (la capacidad de sentir) de los animales, es decir, estar en contra del asesinato animal y por tanto también de cualquier tipo de ganadería y, al mismo tiempo, cuidar la salubridad de su cosecha y de quienes se alimentan de ella y del entorno que la rodea?

Ilustración Eider Agüero.

Volver a la coexistencia

Cualquier proyecto antiespecista presupone, además, el veganismo. Pero, ¿cómo lograr que nadie coma animales en un mundo en el que una mayoría ni siquiera condena prácticas como la caza deportiva o los festejos con animales? La veterinaria recuerda que comer animales no es necesario ni eficiente. Aun así, reconoce que, “tal y como se sostiene el sistema actualmente, decidir no comer animales puede ser un privilegio. Países del sur global a los que se les ha expropiado sus recursos y explotado durante siglos el acceso a una alimentación variable, plantearse este tipo de cuestiones se ve restringido por cuestiones de supervivencia”. Recuerda, sin embargo, que “fuera del contexto humano, no existe el especismo. El mayor trabajo por hacer es pedagógico. Existen ya muchos proyectos en los que se hace divulgación y se conciencia sobre la sintiencia de los animales no humanos. Estefanía Moghli, del santuario de animales Almas Veganas de Girona, explica que “puede costar más o menos, pero la información está ahí y se sabe. Quien no sea antiespecista puede ser ecologista. Y por ecología también deberías ser vegano. O puedes ser anticapitalista y por anticapitalismo también deberías ser vegano. O por ser antiautoritario, o por llevar una vida natural, o por querer salir de este sistema. O por ser transfeminista, por solidaridad con los cuerpos disidentes. Todo va unido”. Moghli reflexiona sobre el sentido del antiespecismo también para los y las humanas: “Estamos acostumbrades a vivir de rodillas y no salir de nuestra zona de confort y seguimos igual. Hace falta un empujón muy grande para salir y quemarlo todo y vivir, porque al final la gente tampoco está viviendo. Trabajamos mil horas para pagar derechos básicos que deberíamos tener todes”. Podríamos vivir en condiciones de igualdad, respeto y cooperación. Para Sue Donaldson y Will Kymlicka, el primer paso es “reconocer a los animales como yoes vulnerables con derechos invulnerables” y, reconocidos los derechos básicos, preguntarnos cómo podrían ser unas relaciones “entre animales y humanos no explotadoras”.

Este texto ha sido publicado en el anuario número 8 de #PikaraEnPapel. Puedes conseguirlo en nuestra tienda online. 

 


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