El consentimiento de Coralie Smeers
“Nadie me dijo que mi cuerpo podía existir tal y como era". Relato de una joven intersex belga que busca el reconocimiento de la justicia 13 años después de una cirugía ‘normalizadora’ practicada en su adolescencia.
Coralie Smeers tiene 15 años y sospecha que su cuerpo no está haciendo algo que debería hacer. Ella sabe que sus compañeras del instituto ya tienen la regla. En la televisión, las chicas de su edad parecen felices porque las compresas absorben un líquido azul que ella busca en su ropa interior. Para ella, mirarlas es como cortarse con el canto de un papel.
Es el invierno de 2009 en Bruselas, Bélgica, y Coralie considera que un médico tendrá la respuesta a por qué su cuerpo no sangra.
Algunos meses pasan, Coralie y su madre esperan en el hospital infantil del norte de la ciudad. Es un edificio de color marrón y ventanas como filas de diminutos dientes. El cuerpo de Coralie es diferente, les confirma el hombre de bata blanca. Solo que no lo dice así, cita un síndrome impronunciable, Mayer-Rokitansky-Kuster-Hauser, caracterizado por la ausencia total o parcial de la vagina y del útero. Después, sin ocultar su entusiasmo, añade: “Eres el primer caso de toda mi carrera”.
Coralie Smeers no retiene el apellido de los cuatro señores que bautizaron lo que le pasa. Lo que sí escucha es que es una mujer incompleta, como si en lugar de un hueco entre la vulva y el cérvix acabaran de señalar un vacío en su identidad. Un error que, le dicen, debe remediar con prontitud para considerarse y ser considerada una mujer.
Una década después, Coralie Smeers descubrirá que es intersex. Así que –en esa consulta, delante de ese médico– no tuvo manera de saber que iba a ser la primera mujer intersex en Bélgica en denunciar a un hospital entero, a ese mismo hospital, por falta de consentimiento informado y error médico.
Uno.
El primer recuerdo de Coralie es una piscina. Es enana, de plástico. Ella está dentro haciendo olas con sus pies. Su madre, sentada a algunos metros en un jardín, deja de leer una revista y la mira. Eso es todo. No sabe con seguridad dónde es, pero probablemente fuera Mons, Bélgica, en donde la familia vivió hasta el final de los años 90.
Poco después del nacimiento de su hermana Elodie, cinco años menor, y de mudarse a Bruselas, su padre y su madre se separan. La madre combina varios trabajos mientras la niña Coralie sueña con salvar a todos los animales. Lo que más le gusta del colegio es el entrenamiento de gimnasia después de las clases. Si se cae o si se golpea, se levanta y sigue. Porque el dolor no importa, entonces. Ella quiere volar y ser la mejor.
Tiene 12 años cuando nace su segunda hermana, Estelle, y se mudan a la casa de su expadrastro. Al año, nace Tristan. Uno o dos veranos después, pocos meses antes de la primera visita al médico, antes del año en el hospital, de la silla de ruedas y de raparse el pelo, Coralie pasa las vacaciones en la casa de sus abuelos en el campo belga. Allí hay bastantes niños y niñas y poco qué hacer. Quienes tienen más edad pasan el tiempo viendo clásicos de anime en la tele, como Dragon Ball o Bleach.
A Coralie siempre le habían gustado los dibujos animados, pero a los 15 años las series infantiles le saben a poco. El anime es otra cosa. Es una puerta a la parte del mundo de los adultos que la intriga y que muestra la relación con la naturaleza, la discriminación, la soledad, el sentido colectivo del deber. El anime le enseña cómo otras vidas transcurren lejos de Bélgica.
Aunque no empezó a dibujar entonces, esos días de verano siembran un pequeño interés. Años más tarde se habituará a tener su propio stand en algunos de los salones manga más importantes fuera de Japón.
Dos.
Coralie no podrá tener hijos ni hijas biológicos, dice el hombre de bata blanca, pero sí mantener relaciones sexuales porque existen tratamientos para agrandar la cavidad vaginal.
Cuando dice relaciones sexuales, el médico habla de una práctica muy específica: la penetración. Es decir, le propone alterar una parte de su cuerpo para que pueda acoger un pene de tamaño medio. Es decir, le hace entender que es más importante que su cuerpo esté listo para el coito que conservar intacta una parte de él.
Coralie todavía no ha besado a nadie, ni sabe quién le gusta. Para ella lo único urgente es recuperar el privilegio de la normalidad. En junio, ingresa en psiquiatría durante una semana por depresión.
En septiembre de 2009, cinco meses después de la primera visita al hospital infantil, le hablan de la vaginoplastia sigmoidea, una cirugía para crear una neovagina a partir de un pedazo de tejido del colon. Coralie entiende que la operación es una solución rápida y segura. Que pronto podrá pasar página. Que, con su experiencia, sus médicos podrán ayudar a otras niñas.
Tres.
La intersexualidad no es una identidad de género, ni una orientación sexual. Audrey Aegerter, activista e investigadora suiza, explica que las personas intersex son “aquellas que han nacido con características sexuales, como los cromosomas o las hormonas, o que las desarrollan en la adolescencia, como los pechos o la vellosidad, que no corresponden a la definición actual de masculino o femenino”. Incide sobre el adjetivo actual. “Lo que consideramos hoy como sexo femenino ha evolucionado muchísimo, igual que la definición de sexo masculino”, afirma.
Todavía hoy, en todo el mundo, los cuerpos sanos de infancia intersex son operados para que encajen en la casilla de hombre o de mujer. No hay una enfermedad. No se persigue una cura, sino modificar los cuerpos que escapan del binarismo porque sobre él descansa la norma.
En 2019, el Parlamento Europeo condenó estas cirugías y tratamientos llamados correctores. El Consejo de Europa y Naciones Unidas también han pedido a los gobiernos que protejan a estas personas, que son el 1,7 por ciento de la población mundial, un número equivalente al de pelirrojas. En España, una vez que el Senado apruebe la ley trans, las cirugías no imprescindibles estarán prohibidas en todo el territorio hasta que la infancia intersex cumpla 12 años. En Aragón, Baleares, Madrid y Comunidad Valenciana ya estaban prohibidas.
El Gobierno belga también planea prohibir las mutilaciones genitales en niñas y niños intersex mientras no puedan dar su consentimiento informado. Será el séptimo país en Europa después de Alemania, Islandia, Malta, Portugal, Grecia y pronto España en tomar esta medida.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos habla de violencia médica contra las personas intersex para referirse a cirugías irreversibles de supuesta normalización sin consentimiento informado, esterilización involuntaria, sometimiento excesivo a exámenes médicos, fotografías y exposición de los genitales, falta de acceso a información médica e historias clínicas, negación de servicios de salud, entre otros.
La historia de Coralie contiene casi todos los elementos de la lista.
El 14 de enero de 2010 tiene lugar la operación. Una cirujana viaja desde Argentina para realizar la intervención ya que nunca se ha practicado en ese hospital. Dura ocho horas y es filmada de principio a fin. En los días siguientes, estudiantes y personal médico del hospital piden a Coralie que les muestre el resultado de algo nunca hecho antes.
El 22 Coralie recibe el alta a pesar de quejarse de fuertes dolores.
Al día siguiente, se presenta en urgencias tras haber expulsado heces por la neovagina.
El 26, vuelve a ser operada para reparar el error y desunir la neovagina y el colon. Se enferma de neumonía y permanece ingresada hasta el 8 de febrero.
Durante los meses siguientes, Coralie sufre dolores insoportables y estreñimiento permanente que la llevan a entradas y salidas constantes del hospital.
Finalmente, le proponen anestesiar el dolor mediante la inyección de un corticoide. Esta intervención tiene lugar el 4 de julio de 2010. A partir de entonces, Coralie tiene problemas para caminar. Le dicen que la causa es psicógena, es decir, que está en su mente. En alguno de los hospitales por donde pasa, le sugieren encarecidamente que se marche a casa, pero no le proporcionan ni muletas, ni silla de ruedas.
En junio de 2012, cuando ya apenas puede caminar, Coralie interpone una denuncia contra el hospital infantil. Durante los seis meses previos, intenta obtener su historial médico, pero lo que le envían del hospital es, por ejemplo, la lista de menús que comió mientras estuvo ingresada. Recibe el dossier completo solo cuando interviene su abogada.
En 2013, las dilataciones vaginales comienzan. Evitarlas fue la razón por la que Coralie aceptó la cirugía. No tolera el tratamiento y finalmente se cancela. Su estado físico se irá degradando hasta la silla de ruedas.
Para Coralie, afirmarse como intersex fue un alivio y una tristeza. Por un lado, se sintió ligera y legítima porque no estaba sola. Por el otro, saber que no estaba sola significó tomar conciencia de que más personas, que hablan o no otros idiomas, que viven lejos o cerca, comparten experiencias y dolores similares.
Cinco.
“La operación no debió de haberse realizado”.
Dice una de las abogadas de Coralie en una pequeña sala de la corte de apelaciones. Fuera, el Palacio de Justicia de Bruselas es un laberinto ecléctico y colosal cubierto de diez mil metros de andamios. Es el 9 de enero de 2023.
“La operación logró el objetivo esperado”.
Dice el abogado que ha llegado media hora tarde y que representa al hospital.
“Nadie me dijo que mi cuerpo podía existir tal y como era”.
Dice Coralie cuando los abogados terminan, dirigiéndose a las cuatro mujeres vestidas de toga y sentadas en el estrado. El dedo de la segunda abogada tiembla sobre el labio. El padre se levanta las gafas y se seca los ojos. De espaldas a quienes no vestimos de negro, la voz de Coralie se quiebra, pero continúa: “Estoy furiosa”.
En 2018, ocho años después de su operación, el tribunal de primera instancia sección civil de Bruselas dictaminó que, si bien el error médico no era imputable por tratarse de una operación compleja, el hospital era culpable de prescribir dicha cirugía y de no obtener el consentimiento informado de Coralie y su madre. El hospital apeló la decisión. Esa apelación es lo que se discute ahora.
La mujer que ocupa el centro del estrado dice que la resolución será el 14 de febrero.
Entre los cientos de documentos aportados no hay uno que muestre que Coralie tuvo la opción de no operarse, que nadie del hospital le informó de esa posibilidad.
Seis.
De cuando empezó a dibujar solo recuerda llamar por teléfono a su madre y pedirle cuadernos, pinturas y que le fotocopie mangas con la impresora de casa. Lo peor de estar en el hospital, después del dolor y del miedo, era el aburrimiento. Al principio solo copiaba y le animaba comprobar que iba aprendiendo. Pronto empezó a dibujar desde que se despertaba hasta que era hora de dormir. Los bocetos cubrían la cama, el suelo y la bandeja del almuerzo.
Cuando años después su psicóloga le propuso escribir su historia, Coralie la dibujó con colores opacos. Eran las veces que sintió que desestimaban su palabra como un insecto que se acerca demasiado al rostro. Por ejemplo, la noche en el hospital cuando se mordió la mano para desplazar el dolor a otra parte de su cuerpo y las enfermeras respondieron que exageraba.
En sus cómics actuales, Coralie se dibuja diciendo “me quema”, “me hace daño”, “me duele”, “no”, “no quiero”, “no es normal”, “tengo miedo”, “odio mi cuerpo”, “no siento mi cuerpo”, “me siento sucia”. Utiliza las viñetas como ladrillos para construir una versión irónica y siniestra de sí misma, explícita y pródiga en detalles, porque mirar el horror con los ojos abiertos puede ser sanador. Para personas que la leen, Coralie parece ser alguien con mal carácter. Otras, en las convenciones en las que participa, como la Japan Expo de París, se acercan a su stand para decirle “yo te creo”. Para otras personas intersex, los cómics de Coralie son un reflejo de su propio sentir.
Habla con crudeza porque se siente separada de su vivencia, como si le hubiera ocurrido a otra persona, dice, pero una vez por semana todavía tiene pesadillas. En ellas revive las veces que le impusieron las dilataciones vaginales. “Las violaciones”, aclara. Solo que en sueños, además, los médicos se burlan de ella en su cara.
Coralie sabe que podría contar su historia de otras maneras, lo que no concibe es no contarla: “Necesito que la verdad esté escrita en alguna parte, que haya una prueba, porque han deformado tanto mi palabra y mi experiencia, que tengo miedo de que mi vida no sea más que una mentira. Es idiota pensarlo porque yo sé que no es una mentira”.
Desde que lleva el pelo tan corto, a veces, personas desconocidas le llaman señor, cuenta divertida.
“Hombre o mujer… me importa un bledo. Son categorías que ya no me dicen nada, que ya no me importan”.
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