El costumbrismo queer de Sara Torres

El costumbrismo queer de Sara Torres

El libro ‘Lo que hay’, primera obra narrativa de la poeta, llega a mi vida en medio de dos duelos. Esta obra no lo pretende, pero es una guía para afrontar los miedos a la muerte y al amor.

Sara Torres. | Foto: Alba Ricart.

Sara Torres y su Lo que hay llega a mi vida en medio de dos duelos, uno más jodido que otro, y me llega como regalo de una nueva amiga, B, con la que en ese momento estoy saliendo, con la que puedo compartir intimidad y vulnerabilidad absolutas, que sabe bien lo que es el duelo porque, al igual que Sara, perdió a su madre por el cáncer. Y, al igual que Sara, lo ha vivido mientras se enamoraba y desenamoraba de mujeres. El duelo y las relaciones sáficas son los hilos conductores de este libro, duelos de muerte y de amor.

Han pasado (solo) unos meses desde que murió mi vieja amiga A y lo dejé con la chica de la que me enamoré en medio de ese duelo surrealista que aún a día de hoy me cuesta creer. B me ayudó mucho a relativizar el duelo del desamor, pero, sobre todo, a encajar el duelo de la muerte en su proceso primigenio, cuando resulta imposible aceptar que alguien tan cercano a ti, con tanta vida por delante, simplemente desaparezca.

Este duelo me sirve de catalizador de todas las emociones más complicadas de explicar y siento que lo lloro todo en nombre de A. También es mi excusa, por la que se congeló un proceso intenso de escritura sobre la culpa en las amistades (no sé cuándo lo retomaré). Es la razón por la que me entregué al amor romántico sin frenos ni cinturón de seguridad. Cuánta responsabilidad para ti sola, A, que cargas con ser el punto de inflexión de todes les de tu alrededor.

Cuando A me contó que tenía cáncer, lo primero que pensé fue “esto no me puede pasar a mí”. Mi amiga, aterrorizada, y yo preocupade por mi capacidad de soportar una pérdida así. Ese pensamiento me ha atormentado y, aunque no me enorgullezco, es sin duda un reflejo de las carencias educacionales que tenemos respecto a la enfermedad y la muerte.

“Lo que Hay” no lo pretende, pero acaba siendo una guía para cualquiera que comparta estos miedos. No hace falta que seas lesbiana o poliamorosa para encontrarte en sus líneas y ver un reflejo al que en ocasiones cuesta sostener la mirada. Esta primera novela de la poeta asturiana, desde su pequeña parcela geográfica e intimista, toca la vida, la muerte, el amor y los corazones rotos, temas universales que siguen siendo misterios sin resolver. No es que dé respuestas, pero sí ofrece un refugio, una belleza cruda a la que volver cuando necesites mirar a ese cuadro que te abruma con melancolía, y una franqueza que aún nos falta cuando nos referimos a la muerte. En su corto recorrido, (se publicó en mayo de 2022), el libro ya cuenta con un éxito que, sin duda, acaba de empezar. Quienes seguimos a Sara Torres en redes vemos cómo lo va celebrando con su madre, manteniendo su recuerdo aún más vivo si cabe. 

Tu testimonio sobre la pérdida hace entender a quien lo lee, y pretende aún separarse o disociarse de su duelo, que estamos irremediablemente ligades a esta experiencia universal de dolor. La somatización física del duelo en tu caso no es lineal, no va de más a menos, pero ¿puede tratarse de una herramienta más de auto-conocimiento ya que a cada cual nos afecta de forma diferente?

Dada la división mente/cuerpo, alma/materia sobre la que se construye el pensamiento occidental, a menudo vivimos con sorpresa cómo el cuerpo se transforma y sufre durante procesos emocionales y psíquicos complicados. Hace falta un cuerpo para experimentar la angustia por pérdida y separación, cuyos síntomas a veces comparten formas de expresión con los estados depresivos, la ansiedad y el pánico. La angustia por la pérdida de un vínculo fundamental provoca a la humana-mamífero una experiencia de intemperie, nada lejana a la del cachorro que se pierde y queda aislado del cuerpo de la madre. La posibilidad de la pérdida genera al inicio un exceso de energía, con ella intentamos volver al estado previo a la separación: el llanto del cachorro es agudo, el cuerpo se pone en tensión, la llamada, la demanda, tiene como objetivo el reencuentro, que permitirá la supervivencia. Nuestros cuerpos en duelo, a la intemperie, no están tan lejos de ser ese cachorro. No hay realidad adulta que “supere” la infancia, que “supere” la vulnerabilidad ante la idea de quedarnos sin acompañamiento o amor. Distintos cuerpos lo expresan de formas distintas, pero el desamor nos deprime, debilita nuestras defensas y nos lanza a procesos psíquicos obsesivos, “de bucle”, que nos alejan del mundo y de otras fuentes de bienestar. Esta realidad se calma con el tiempo, pero no existe un tiempo único o correcto de reconstrucción después de la debacle provocada por una pérdida significativa.

Ese dolor otras veces es un pesar constante que genera apatía y del que consigues distraerte con el ritmo incesante de estímulos vitales, pero vuelve a ti en forma de sueños raros. Cuando una novela es tan realista como esta, nos cuesta percibir el importante papel de los sueños, que no dejan de ser otra experiencia real. ¿Cuánto peso tiene lo onírico en Lo que Hay? 

Tiene un peso fundamental en el tipo de duelo que cuenta la novela. Esto es debido a que la narradora evita entrar en la angustia de formas distintas durante el día, llenándose de actividades, interacciones y pasiones. Entonces, la noche es el momento donde se completa el duelo. Lo que reprimimos, aun inconscientemente, siempre reaparece bajo una forma u otra, tarde o temprano. Los sueños dan a la mente una oportunidad para reorganizar el sentido cuando no asimilamos lo que estamos viviendo. Pensamos y repensamos, de día o de noche, de forma involuntaria, para poder asimilar los eventos y los afectos que nos impactan. Al humano le gusta pensar que la razón consciente lidera sus procesos vitales, pero ya sabemos que no…

Algo que se agradece al leer este libro, es lo bien plasmados que están los vínculos afectivos entre mujeres, entendiendo la intimidad desde el sexo hasta las sopas de verduras. A muches nos falta el costumbrismo queer después de tanto ensayo sociopolítico, y leer tus viajes relacionales aporta mucha perspectiva y calma, porque todo pasa o se transforma. ¿Cómo llevas la exposición de tu intimidad llegando la novela a un público tan amplio?  

Adoro el costumbrismo queer [risas]. Qué cosa más tierna y a la vez feroz ¿no? Creo que la idea tan compartida de que lo personal es político es útil en el contexto de tu pregunta. Una vez trabajada en la composición de una obra narrativa, mi intimidad deja de ser mi intimidad para pasar a ser un texto, un objeto cultural que genera ocasiones de encuentro, de disputa, de identificación y de colectivización. En resumen: posibilidades de acción y transformación colectiva. Los textos que las escritoras lesbianas del pasado dejaron han sido para mí posibilidades de existencia, paisajes deseables, a veces espejos y a veces horizontes misteriosos. Escribo y vivo el dulce e intensito costumbrismo queer porque otras escribieron y vivieron.

Sara Torres. | Foto: Alba Ricart.

Al heteropatriarcado no le ha interesado que revisemos la idea del amor, lo ha tildado muchas veces de tema secundario y relegado a una preocupación feminizada, pero resulta que es un espacio de reflexión determinante para derribar estructuras de represión internalizadas. Ahí nos hacemos más conscientes de nuestras contradicciones, del calado del capitalismo en todo tipo de relaciones, de que los mitos del amor romántico trascienden al género y son un campo de cultivo de maltrato también en entornos queer. ¿Se debe a la ansiedad que produce no cumplir las expectativas irreales de un amor único, exclusivo y eterno? 

Creo que el amor tiende a estabilizarse en la ideología de la monogamia y en estructuras solo aparentemente seguras porque hemos heredado la promesa de que ser las elegidas de alguien nos salvará del sufrimiento. Hablo en un plural donde me incluyo, por supuesto. Somos bichos de manada, a menudo necesitamos la pertenencia y la interacción más o menos constante con otres para sentir que existimos, que nuestra vida es valiosa y tiene sentido. Esta realidad podría dirigirse hacia un reparto distinto de la atención y el afecto, pero el sistema monógamo se alimenta de nuestra demanda de amor y la encierra en viviendas unifamiliares. Ahora la pregunta es: si nuestro tejido emocional y nuestra psique han sido formados bajo el ideal de amor romántico en la lógica de la exclusividad, ¿hasta qué punto podemos llegar a transgredir este orden? Materializar prácticas del amor distintas transforma lo que somos y lo que sentimos, abre horizontes necesarios, pero eso no ocurre sin sufrimiento. Hay que ser sinceras cuando lo contamos a las otras. Es lo que intenté en la novela y lo que sigo intentando, no vender una moto, transmitir que abrir la vida a lo posible fuera del guión comporta un riesgo, y que en el riesgo hay una fuerza creativa muy valiosa, necesaria para crecer, pero que no todos los cuerpos van a sentir que pueden soportar siempre.

De pronto, la muerte no parece tan terrible, es una ausencia más sencilla de asumir, “La que murió no me ha abandonado”. La que muere no hace ghosting, es un puto ghost al que recurrimos para ir pasando la pelota de un jugador a otro. Muerte vs. desamor, hacen pases con nuestros miedos y culpas. La que muere no reaparece de manera aleatoria en un sitio inesperado, no genera situaciones incómodas. ¿Cómo de chungo es que todes podamos identificarnos con este sentimiento? 

Uf qué bien lo has entendido y resumido en “la muerte no hace ghosting”. ¡Estoy tan de acuerdo! La que muere no rechaza voluntariamente nuestra demanda de amor. Tampoco es condescendiente ni superficial al despedirse. No nos quiere menos cuando se va ni nos deja porque desea vivir algo distinto a nosotras. Una despedida con amor es durísima, pero tal vez no destruya tanto la autoestima como una mala ruptura. Si el amor hace sus trabajos de duelo, y se libera de a poco, una muerte de alguien que nos ama nos deja también llenas de una energía nueva, algo mágico, una sensibilidad o un poder. No tenemos palabras para nombrarlo. Por otro lado, una ruptura sin proceso, sin cuidados, nos deja a menudo llenas de pasiones tristes, que son un estorbo para la vida: la inseguridad, los celos, la rabia, la sensación de injusticia, el complejo de inferioridad. ¿Es insuficiente lo que puedo ofrecer? ¿Si es tan fácil prescindir de mí, será acaso que todo era una mentira? Son preguntas comunes que nos empequeñecen.

Escribes en el libro: “En los momentos fundamentales siempre me siento muy sola. O puede que sea la soledad la que permite sentir”. Muches sentimos desde la disidencia cómo poco a poco reescribimos los modelos relacionales, para romper las jerarquías y las inercias de aislamiento, y no tenerle tanto miedo a la pérdida. Buscamos colectivizar los duelos para vivirlos acompañades, mantener ritos comunes de despedida y propiciar espacios en los que dar rienda suelta al desahogo, sin una concepción temporal arbitraria de que “ya deberías haberlo superado”. ¿Crear esa red de apoyo mutuo pasa por romper la monogamia?

Esa red de apoyo se ha tendido a dar bajo la idea de familia, como entidad más o menos flexible donde podían entrar vínculos más allá de la sangre, pero respetando la pareja monógama como “mito de origen”. Creo que romper la monogamia es una forma de generar espacios más anchos donde sentirnos conectadas y acompañadas. Pero también puede ir haciéndose, por ejemplo, desde relaciones monógamas (en la práctica sexo-afectiva) que no jerarquicen los afectos dentro de la lógica de reproducción y acumulación de capital, y que reconozcan la amistad como el centro del amor y la supervivencia.

Me señalaste, de forma muy acertada, “la dificultad que tenemos para valorar el amor por sí mismo, por su potencia y por su capacidad de llevarnos al cuidado y la generosidad”. ¿Cómo tener esto en mente sin volver a caer en la idealización de “lo que debería ser” el amor?

Creo que la constante valoración de “lo que tendría que ser” frente a lo que estamos viviendo es un mecanismo ansioso de búsqueda de control. Muchas buscamos control sobre las situaciones porque nos sentimos vulnerables, y cuanto peor nos hayan amado en el pasado, más vulnerables llegamos a nuestro siguiente vínculo. También creo que los signos que indican que un cuerpo nos ama son bastante universales y debemos dejar a un lado la ansiedad para poder disfrutar de la ternura y el deseo.

A no ser que haya una personalidad muy críptica, el amor se transparenta en la mirada, la atención, la presencia, el deseo de compartir tiempo, realidad, mundo. Pero la ansiosa mente monógama a veces valora menos la generosidad, el deseo y el cuidado que la exclusividad. ¿Cómo puede ser? A veces preferimos una pareja que nos quiera a medias, o que nos genere carencias, a la idea de que una amante “quiera también a alguien más”.

La vida está llena de contradicciones, precisamente porque no somos esos seres racionales perfectamente organizados por ideas y principios que creímos ser. Somos bichitos atravesados por pasiones y con una necesidad enorme de ternura, que a veces olvidamos y desatendemos cuando llevamos tiempo sin vivirla.


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