El juicio de Salomón: una historia sobre la práctica del colecho

El juicio de Salomón: una historia sobre la práctica del colecho

En culturas donde se duerme con los bebés se da más importancia a lo comunitario y lo colectivo y en culturas donde las criaturas duermen solas y se las deja llorar se fomenta la individualidad y la independencia temprana.

25/01/2023

Cuadro ‘El juicio de Salomón’, de Luca Giordano. / Foto de la web de El Museo del Prado.

Todo el mundo ha oído hablar del juicio de Salomón, un episodio del Antiguo Testamento que relata cómo dos mujeres aseguran ser la madre (biológica) de un mismo bebé. Salomón, rey de Israel, debe decidir cuál de las dos es la verdadera madre y para ello propone partir al bebé por la mitad y dar una parte a cada una. La madre verdadera sería entonces aquella que prefirió desprenderse de su hijo y cederlo a la otra mujer para que no le hicieran daño.

Hablemos primero de la “verdadera madre”. Celia Amorós nos dice que esta historia es un símbolo patriarcal sobre cómo las mujeres históricamente han puesto el cuerpo y los hombres la palabra. Por ejemplo, hay multitud de guerreros en la historia y la mitología que han sacrificado a su hijo por el honor o la gloria de su pueblo. Sin embargo, la madre del juicio de Salomón sacrifica su palabra por mantener vivo a su hijo. Para la autora esto es símbolo de la maternidad normativa y del poco valor de la palabra de una mujer (Salomón le da el bebé a quien se desdice de su testimonio inicial). Muestra así cómo la palabra de las mujeres sirve de poco, quedando relegadas exclusivamente a lo corporal y terrenal, a la inmanencia que decía Simone de Beauvoir. No es casualidad que estas dos madres sean además prostitutas. Sin embargo, muchas autoras feministas no se dan cuenta de que luchar por reapropiarse de la palabra no significa rechazar el cuerpo. Así, el amor de una madre por su bebé no debería ser visto desde una mirada patriarcal, porque se basa en formas de hacer completamente alternativas a las lógicas imperantes en este sistema. Porque el deseo materno no solo es la relación sana, en una sociedad sana, de una madre con su criatura, sino que además genera prácticas revolucionarias y constructoras de una cultura de paz. Entonces, ¿por qué esta madre es para muchas autoras feministas sospechosa de estar reproduciendo valores patriarcales? Por un lado, porque la maternidad ha estado infravalorada durante mucho tiempo dentro de la mayor parte del feminismo occidental. Por otro lado, por la abnegación sin resistencia en la entrega del hijo, por la falta de cuestionamiento crítico de esa madre. En definitiva: lo contrario a una maternidad patriarcal no sería una maternidad sumisa (que no defienda su palabra y someta su cuerpo), pero tampoco lo sería una maternidad ausente (que defienda su palabra por encima de su cuerpo), sino una maternidad feminista y contestataria, libre y gozosa, ¿acaso no es esa la unión de cuerpo y palabra de la que habla Amorós?

Pero, ¿por qué no defiende esta madre su palabra? Salomón, hijo de David (la madre, Betsabé, parece desaparecer de estas estirpes) era, según dicen las escrituras, un rey sabio y justo al que curiosamente desviaron del buen camino sus numerosas mujeres (700 reinas y 300 concubinas). Un rey justo dentro de la justicia patriarcal que deja a la madre con pocas opciones, máxime cuando le hace ver que partirá a su bebé en dos. Pongamos de ejemplo el caso de Juana Rivas ante el juez Piñar, una madre que, por querer defender a sus hijos de una forma activa (con el cuerpo y la palabra), acabó con pena de cárcel y apartada de ellos.

Una situación similar nos encontramos ahora con numerosas madres en proceso de separación o divorcio, que terminan aceptando tratos muy injustos para ellas para que no les toquen a las niñas y los niños (y con miedo a la aplicación de la custodia compartida impuesta, del falso SAP, etc.). Salomón es el juez patriarcal que decide otorgar una custodia compartida impuesta: hay una madre que la acepta (a pesar del bebé) y otra que la rechaza (pensando en el bebé). En este primer simbolismo, el patriarcado se esconde tras dos personajes: el juez que emite la sentencia, que tiene el poder de dar y quitar y el conocimiento legítimo frente a quienes son todo cuerpo y no palabra. Pero también tenemos a la “falsa madre” que prefiere un niño partido, que asume al hijo (de la madre biológica) como una propiedad a repartir en el típico reparto de bienes de un divorcio. Como aquellos padres (¿corresponsables?) que prefieren retirarle la lactancia materna a su bebé para pedir la pernocta. O como los que luchan para que sus permisos sean iguales a los de las madres, para que no haya “discriminación”, invisibilizando los procesos por los que pasan ellas y las necesidades de las criaturas. Esta usurpación materna que se produce también en prácticas como los vientres de alquiler.

 

Pero, sin embargo, no es casualidad que, en la lucha por la custodia de este juicio patriarcal, la “falsa madre” sea una mujer y además sea madre. Así, por un lado tenemos a la “verdadera madre” que pone el cuerpo y deja la palabra y, por otro lado, a la madre egoísta, la clásica imagen de la “mujer-madre mala”. No es casualidad la enorme cantidad de películas, normalmente de estrenos de televisión para dormir la siesta, en las que aparecen madres manipuladoras, sobreprotectoras, etc. O esas mujeres que se convierten en niñeras y quieren robar al bebé de otra por una muerte perinatal anterior no resuelta. Al estilo de La mano que mece la cuna, en la que además se incluye abuso sexual del marido hacia otras mujeres, pérdida gestacional e histerectomía. La frivolidad con la que se tratan las pérdidas gestacionales y la salud mental materna es abrumadora. La “falsa madre” del juicio de Salomón también perdió a su bebé y esa situación no se debería tratar a la ligera. Pero no lo perdió de cualquier forma: lo aplastó ella misma mientras dormía.

Aquí entramos en otro terreno delicado: el colecho. La interpretación clásica de esta historia es que la mujer se acostó sobre su hijo, luego se intuye que estaba durmiendo con él. Este episodio ha estado presente en la mente occidental de tal manera que cuando comentas a alguien que duermes con tu bebé su primera pregunta es: “¿Y no te da miedo aplastarlo?”. El antropólogo y especialista en sueño James McKenna explica cómo la forma de dormir de los bebés en cada cultura depende de los valores que se quieran potenciar: en culturas donde se duerme con los bebés se da más importancia a lo comunitario y lo colectivo y en culturas donde las criaturas duermen solas y se las deja llorar se fomenta la individualidad y la independencia temprana (en lugar de la interdependencia).

Por ese motivo, en nuestro imaginario colectivo occidental, el lugar para un bebé debe ser exclusivo y separado del cuerpo de la madre, ese cuerpo que, sin embargo, es su hábitat. En las novelas, películas y series que solemos ver, lo primero que se prepara cuando una mujer está embarazada es el dormitorio para el bebé, un entorno adorable desde la perspectiva adulta y totalmente incomprensible desde la perspectiva del recién nacido. Vemos películas en las que una pareja discute en su cama sobre a quién le toca levantarse mientras se escucha de fondo (en un aparato sobre la mesita de noche) el llanto de un bebé que, hasta que empezó a llorar, podría llevar mucho tiempo necesitando contacto y seguridad.

¿Por qué esa separación? Cuando los partos se producían en casa acompañados de una partera, los recién nacidos se solían poner sobre la madre o a su lado. Sin embargo, con el aumento de los partos hospitalarios y de una “maternidad científica”, unida al miedo a los gérmenes y las infecciones, se empezó a separar a las madres de sus bebés, para mantenerlos en entornos asépticos y al cuidado de enfermeras. Las madres comenzaron a creer que eran un peligro para sus bebés, que necesitaban cuidados expertos apropiados y un entorno estéril. Por lo tanto, no nos puede extrañar que el colecho en occidente se haya percibido como una práctica propia de personas con escasos recursos, por no tener la oportunidad de destinar un dormitorio de uso exclusivo para el bebé (símbolo del progreso) o por considerar que no tienen acceso a la información científica. Es decir, se mantiene el discurso clasista blanco burgués de la falta de elección de las familias más pobres o de otras culturas: “Lo hacen así porque no pueden hacerlo de otra forma, por incultura o por costumbre, no por elección propia”. Sin embargo, en la mayoría de culturas dormir con el bebé es la práctica más extendida, mientras que la forma occidentalizada no es ni tan “normal”, ni tan frecuente, ni tiene por qué ser la mejor opción para madres y bebés. Además, obvia los deseos de la madre, cuya voluntad queda eliminada por la “evidencia científica”.

También nos encontramos con la postura adultocentrista, patriarcal y heteronormativa del “lecho matrimonial” donde solo caben dos. De hecho, en muchas ocasiones son los padres (varones) quienes se niegan a ceder parte de “su territorio” al bebé, sobre todo cuando ese territorio tiene connotaciones sexuales. Sin embargo, la mayoría de madres tras tener un bebé orientan su deseo sexual hacia la criatura; por lo tanto, la cama de la madre y el bebé sigue siendo un espacio de sexualidad, pero esta vez de una sexualidad no normativa, no falocéntrica y no adulta. La lactancia materna es sexualidad. Que en lugar de semen y flujos vaginales haya leche materna sobre las sábanas es sexualidad.

Aceptar esta idea es aceptar que la madre y el bebé pueden constituir una diada independiente y transgresora. Y esto es demasiado para el patriarcado. Por ese motivo el colecho ha sido una práctica enormemente cuestionada. En Estados Unidos, el país con mayor tasa de muerte súbita del lactante, el colecho está totalmente desaconsejado por la Asociación Americana de Pediatría. Para prevenir la muerte súbita recomiendan dormir en la misma habitación pero en superficies separadas (un gran negocio para los fabricantes de cunas de colecho). También en nuestro país, la Asociación Española de Pediatría desaconseja el colecho hasta los tres meses. Sin embargo, existen estudios muy recientes que excluyen el colecho (realizándolo de forma segura) de los riesgos para la muerte súbita y que, además, defienden la lactancia materna como principal factor preventivo. Una lactancia nocturna a demanda con un bebé alejado del cuerpo materno, además de difícil, es tremendamente agotadora para una madre que debe levantarse cada pocas horas y tener cuidado de no quedarse dormida con el bebé encima. Incluso las cunas de colecho acaban siendo en muchas ocasiones una percha para la ropa y el bebé termina en la cama de la madre (porque meter la teta dentro de ese cubículo no es nada sencillo). Por otro lado, también se defiende el uso del chupete como factor preventivo de la muerte súbita (pero al mes del nacimiento para no interferir en la lactancia materna). Esto lleva a cuestionarse si el factor protector no es la leche materna en sí, sino el hecho de amamantar, donde se incluye el contacto piel con piel y la succión (sea nutritiva o no). Por eso, para bebés que están lejos de la madre y no pueden recibir esta succión se buscan sustitutos artificiales a la teta.

En la línea adultocentrista se suele pensar que el bebé duerme mejor sin su madre, en un espacio acotado, independiente y casi desinfectado. Uno de los primeros argumentos para defender que un bebé “duerme mal” son los múltiples despertares que tiene (un bebé “bueno” será aquel que duerme con parámetros adultos). Pero, como ha demostrado Rosa Jové y otras especialistas en sueño infantil, el sueño “ligero”, es decir, tener frecuentes despertares, es síntoma de salud, ya que necesitan alimentarse frecuentemente, mantener la alerta de la persona cuidadora, entre otros beneficios de desarrollo y salud emocional. El colecho ha salvado la vida a muchas mujeres con bebés de “alta demanda”, producida entre otras cosas, por la vuelta temprana de las madres al empleo. El permiso de maternidad totalmente insuficiente, como plantea PETRA Maternidades Feministas, hace que la mayoría de bebés con lactancia materna exclusiva estén demasiadas horas sin su madre. Por ese motivo, a su vuelta, no pueden perder el tiempo: se enganchan cual lapa y saben que la noche será el único momento en que posiblemente su madre esté disponible.

Después de toda esta información no nos puede extrañar que en el juicio de Salomón una madre aplaste a su bebé haciendo colecho, que ante el dolor de la pérdida quisiese al bebé de la otra madre, que el juez proponga partirlo en dos y que la otra madre lo entregue sin rechistar para que no lo dañen. En ese juicio se encuentran presentes varios tipos de violencia machista que se ejercen hoy contra las madres, con un pater Salomón como representante de una cultura patriarcal, por los siglos de los siglos, hasta que el feminismo la erradique. Amén.

 


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