Estoy que rabio

Estoy que rabio

Para las otras de las otras (las gitanas, las negras, las moras… las racializadas, ya tú sabes) está mucho peor considerado que expresemos la ira porque nuestra ira da miedo y cuando mostramos el enfado se nos ve, se nos siente, se nos percibe como brujas, hechiceras, capaces de convertir nuestra mirada en un terrible rayo destructor.

Ilustración de Libreslios.

“Los gitanos de Lisboa / ya no le pegan a sus mujeres”, se canta con la alegría de la normalidad y a compás de tangos-rumba en los corros de mujeres en las pocas juergas que nos van quedando.

No, no estoy enfadada. Estoy que rabio, que suena más gitano y le da a mi enfado una dimensión más real, más de acuerdo con mi forma de expresar y sentir. Una forma y unas propiedades diferentes al concepto payo de enfadarse. De hecho, en gitano puedes jachararte, sacar el rabo, enrabiarte, inritarte (sí, con una n antes de la r inicial, o sea, que es un fenómeno lingüístico: un metaplasmo por adición, vaya) y cada uno de esos verbos denota diferentes dimensiones de la acción de enfadarse. En mi particular mundo simbólico, estoy que rabio expresa el grado supremo de enojo, o sea, que estoy mazo enfadá.

Sí, ya sé que esto de enfadarse está muy mal visto. Lo he escrito en varias ocasiones anteriores. La ira, en cualquiera de sus expresiones, está mal vista. Máxime para nosotras, las otras, las que no formamos parte de la pandilla de machos mandamases ni de ninguno de los círculos de poder. Nos lo dicen desde niñas: ¡no te enfades!, ¡que te pones muy fea! Y así nos disciplinan y asumimos que es mejor no enfadarse y enfocar todo desde el cariño y el amor, que todo lo convierte en belleza.

Si esto es así para la mujeres en general, para las otras de las otras (las gitanas, las negras, las moras… las racializadas, ya tú sabes) está mucho peor considerado que expresemos la ira porque nuestra ira da miedo y cuando mostramos el enfado se nos ve, se nos siente, se nos percibe como brujas, hechiceras, capaces de convertir nuestra mirada en un terrible rayo destructor.

Pero, no se nos olvide, la ira tiene capacidad de construir: sin ira no hubiera habido revolución francesa, ni feminismo, ni ninguna de las rebeliones que ha habido en la historia.

Así que comienzo este espacio de ira, de rabia, de enfado para sincerarme, para intentar construir y, por qué no, para hacer terapia, que falta me hace.

Quisiera empezar diciendo que estoy que rabio con el PATRIARCADO.

Sí, bueno, nada nuevo en el horizonte, pero es que estoy que rabio porque nos tiene s’apart’ás, olvidadas unas de las otras, y matándonos entre nosotras: que si las gitanas, las moras y las negras dividimos el movimiento; que si las mujeres trans borran a las mujeres; que si hay que abolir la prostitución… Y todo eso para que no veamos que el mismo macho que te pone a ti el techo de cristal me corta a mí la luz, me segrega en el gueto, me persigue en el Mercadona, me convierte en fracaso escolar, me estigmatiza, me racismea…

He decidido no continuar metiéndome con vosotras, feministas hegemónicas payas. Sí continuaré ejerciendo la crítica porque creo que vuestro feminismo y el mío son dos modos de pensar y de actuar totalmente diferentes.

Por cierto, que no son dos feminismos (el payo/el gitano) sino que son tantos modos de pensamiento feminista como mujeres somos/estamos en el mundo ¡4000 millones por lo menos!
Estoy que rabio porque no somos capaces de hablar entre nosotras superando ese binarismo (payas/gitanas) que nos ha impuesto el patriarcado. ¡Somos mujeres! ¡Somos feministas! ¡Somos gitanas!

Podemos y, de hecho lo hacemos, sumarnos a las manis del 8 de marzo o del 25 de noviembre; podemos y, de hecho lo hacemos, unirnos a las campañas del #MeToo y del #Yosítecreo.

Pero también necesitamos que entendáis que esos lugares de encuentro, esas catarsis feministas en masa, deben ser lugares seguros también para nosotras; que no se vale culparnos de las opresiones que sufrimos; que no somos responsables del machismo de nuestros machos; que el patriarcado que me somete a mí es el mismo que el que te somete a ti y que en mi orden de prioridades de lucha están antes las necesidades materiales del cuerpo: tener un techo que me proteja de la inclemencia del tiempo, una calefacción que limite el efecto del frío, una fuente de ingresos que me permita llenar la nevera, electricidad para que funcione… O sea ¿primum vivere deinde philosophare? Pues no, sino que para poder siquiera tener cinco minutillos de relax para poner por escrito un pensamiento hace falta disponer de un lugar con luz y calefacción y que las barrigas (de nuestras criaturas y de nosotras mismas) estén mínimamente contentas porque si no es imposible. Y esto hay que tenerlo en cuenta: no pidamos milagros imposibles. Es decir, sed conscientes de vuestro privilegio payo.

Cansada de pintadas pregonando que “los gitanos no matan a sus mujeres”

Necesitamos, por supuesto, contar que a nosotras también nos matan ¡Claro que los hombres gitanos matan y maltratan! Pero, coño, tiene guasa que tenga yo que explicaros que lo hacen igual que un payo blanco de Albacete, de Donosti, de Navarrés o de Madrid. En serio ¿tenemos que explicarlo? Me parece absurdo tener que explicarlo. Absurdo porque es un tiempo y unas fuerzas que perdemos y que necesitamos para luchar por la emancipación de las mujeres gitanas.

Estoy que rabio porque los gitanos también matan y nosotras no podemos contarlo sin convertir este relato en una nueva ascua que avive el fuego de la propaganda antigitana.

Rabio y lloro escuchando a Séfora Vargas gritando a los cuatro vientos y sin que sea prime time que no vas a ser menos gitana por denunciar si te violan, si te abusan, si te maltratan. Le di las gracias a Séfora por decirlo y se las di de verdad, de corazón, pero mi mero agradecimiento no es suficiente así que estoy, primita de mis entrañas, intentando que te escuchen, promocionando tu voz y tu sentir.

No me atreví nunca a contarlo y ahora, cuando empiezo a sentirme con fuerzas para ir sacando a la luz ese dolor de haber sido maltratada, violentada, apalizada, despojada de mi dignidad, inferiorizada... me entero de charlas y conferencias en las que participan activistas gitanas y payas trabajadoras de asociaciones gitanas en las que dicen que a las gitanas no nos matan porque nos protege la ley gitana.

También yo caí en la trampa y escribí un artículo en Pikara Magazine en el que explicaba que la cultura gitana tiene mecanismos de protección para evitar las violencias machistas que se dan en el interior de nuestras familias. Lo escribí y me arrepiento.

Si ese mecanismo cultural funcionó antes ahora no lo hace. Creo que funcionaba con grietas, como toda institución. Ahora no, ahora no funciona. No funciona porque los hombres de respeto que ejercían esa mediación y evitaban el maltrato a las mujeres con base en su privilegiada posición de hombres líderes y respetados han sido sustituidos por pastores del culto (iglesia evangélica de algunas denominaciones) que en lugar de conminar al macho maltratador para que ceje en su violencia o se las tendrá que ver con el hombre de respeto (evitador/arreglador) animan a las mujeres a orar/rezar y a traer a sus maridos al culto para que dejen de pegarlas ¡la consabida revictimización! ¡Volvemos a ser responsables de las conductas de nuestros maltratadores!

No sé si el maltrato a las gitanas se da en mayor proporción que a las payas. ¡No hay estudios!

Ni de eso ni de nada ¡Ni tan siquiera sabemos cuantas personas somos gitanas en este reino español que nos maltrata!

¿Antigitanismo versus machismo?

No tengo tan claro ahora si el antigitanismo es peor que el machismo. No lo tengo nada claro.

He sido maltratada por gitana y por mujer, es decir, por hombres payos que ejercían su machismo antigitano y por hombres gitanos que ejercían su machismo.

También he sido abusada por las instituciones por ser mujer y por ser gitana.

Y sufro cada día ataques por mi condición de activista gitana cuyo contenido es casi siempre machista.

Esto es lo que tiene la interseccionalidad: que todo se enreda y complejiza. Como siempre, para desfacer entuertos lo mejor es volver al origen. En este caso a Kimberlé Crenshaw y a su magnífica capacidad pedagógica: una mujer está situada en el cruce de las calles Machismo y Racismo cuando es atropellada por un vehículo. ¿Importa saber por qué calle circulaba el vehículo? ¡No! Importa atender a la mujer, proporcionarle los cuidados que necesite, protegerla de sufrir nuevas agresiones, facilitarle los medios para que no tenga que seguir atravesando esas calles… Y después averiguar por qué calle venía, quién lo conducía, qué motivó el atropello… Para poder reclamar justicia y restauración.

De momento, no quiero contar en qué consistieron los malos tratos que recibí ni quién me los infligió ya que contarlo me supone salir del análisis del machismo para meterme a analizar el racismo social e institucional. Aún no estoy preparada porque siento que si explico que fui maltratada por un hombre gitano voy a tener que justificar que ese hombre también está sometido a la opresión antigitana y no quiero justificar de ninguna manera la violencia machista. Así que tengo que seguir dándole vueltas al atajo hasta encontrar argumentos que me convenzan y que ayuden a entender qué pasa en el cruce entre el machismo y el antigitanismo.

Pues eso, queridas, que hablemos, que nos juntemos, que nos echemos un café o unas birras y veamos que el racismo, que el antigitanismo es una extensión, una otra cara del patriarcado capitalista, del machismo que es quien realmente divide al movimiento.

 


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