‘La maternal’: navegar entre el estigma y la mística

‘La maternal’: navegar entre el estigma y la mística

Pilar Palomero habla en la película de la vulnerabilidad y la precarización de las familias monomarentales, del peso de la ausencia, de los conflictos entre madres e hijas, de las miradas culpabilizadoras de la sociedad, de los retos y transformaciones intrínsecas a la maternidad.

25/01/2023

Fotograma de ‘La maternal’.

Se dice, se comenta y se rumorea entre la crítica que 2022 probablemente haya sido “el año de las mujeres” en el cine español. Sin duda, suena a buen augurio, aunque también es cierto que esa canción ya la hemos oído otras veces, así que más vale ser precavidas ante el efecto boomerang y los años de ostracismo… Ojalá “el año” venga para quedarse.

Como sea, entre los films destacados de ese supuesto boom, este año se encuentra La maternal, escrita y dirigida por Pilar Palomero, quien ya se llevó el Goya a mejor película, mejor dirección novel, mejor guion original y mejor fotografía por Las niñas en 2021, y que, con su nueva película, ya está cosechando reconocimientos en diferentes certámenes, especialmente Carla Quílez y Ángela Cervantes que, precisamente, acaban de ser galardonadas con el premio Gaudí a la mejor interpretación revelación y mejor actriz secundaria, respectivamente.

Así, la última obra de Palomero ha vuelto a tener muy buena acogida entre la crítica especializada con la historia de Carla, una joven de 14 años, rebelde y contestataria, que, tras quedar embarazada de su mejor amigo, llega a un centro residencial para madres adolescentes donde compartirá vivencias y aprendizajes con otras compañeras en su misma situación.

El argumento, sin duda, es muy sugerente y tiene el aliciente de que gran parte del elenco no es profesional y eso le da al relato una pátina de “verdad” inapelable. Además, el filme pone sobre la mesa una realidad que, aunque en el Estado español solo representa alrededor de un dos por ciento de los embarazos, acostumbra a ser un proceso no deseado, prematuro y profundamente estigmatizante. Un proceso que, a menudo, comporta también conflicto e incluso abandono o dejación por parte de la pareja sexual o afectiva y del entorno familiar, colocando a estas adolescentes en una situación de exclusión -y de excepción- que suele venir acompañada de menos controles prenatales y un mayor riesgo de morbimortalidad perinatal y materna, tal y como sostienen las estadísticas y las expertas en pediatría y maternidad precoz. Una situación de riesgo que, según cuenta Palomero en la película, vienen a paliar centros y profesionales del trabajo y la educación social como los que aparecen representados en la narración.

“Que soy primeriza, pero no gilipollas”

En este escenario, la realizadora zaragozana habla de la vulnerabilidad y la precarización de las familias monomarentales, del peso de la ausencia, de los conflictos entre madres e hijas, de las miradas culpabilizadoras de la sociedad, de los retos y transformaciones intrínsecas a la maternidad –más aún si no era deseada– y del cabreo, la ansiedad y la frustración que la acompañan en demasiadas ocasiones. Unos sentimientos que Carla nos lanza a la cara en una llamada desesperada a su madre, abandonando toda posible mística de la maternidad: “No me quiere. No quiere estar conmigo. No quiere que sea su madre. (…) No me deja hacer mi vida”.

Pudiendo ser un relato lacrimógeno, Pilar Palomero hace un uso estupendo de lo simbólico y de los recursos del lenguaje audiovisual para ahorrarnos todo aquello que podría considerarse superfluo y que se esconde en las elipsis espacio-temporales, los silencios, los significados implícitos (esa cuesta que subimos con Carla justo antes de los créditos, sin ir más lejos), las connotaciones, el uso de la banda sonora para acompañar sentimientos (imposible no emocionar con ese encuentro madre-hija entre Penélope y Carla a golpe de C-Tangana, Estopa y La Húngara). En La maternal no hay nada de más, pero yo sí he echado de menos cosas. Y es que, a pesar de todo ello, hay una ambivalencia en el posicionamiento que, a mi parecer, no acaba de cuajar.

Nos perdemos en la sobrecarga que supone criar, pero no se acaba de explicitar lo profundamente violento que puede ser gestar y parir cuando no se desea y no se tiene la madurez para hacerlo; ni tampoco llegamos a vislumbrar las consecuencias que ese dolor puede tener sobre todas las infancias implicadas –la que pare y la que nace–. La película denuncia el estigma y transita de forma desigual entre una cierta reivindicación de la capacidad de agencia y la autonomía de las protagonistas y su tutela (ya lo dice Carla: primeriza sí, pero no gilipollas), pero no alcanza la politización del discurso que creo que el tema merece.

La película de Palomero no acaba de desmistificar y desmitificar la maternidad y no encara la crítica sistémica necesaria que conlleva subvertir el imaginario dual del instinto maternal y la mala madre y el destino aparentemente inalienable de la clase social y la herencia familiar. Un paso que nos permitiría partir de lo personal, de la historia de Carla y sus compañeras, para hablar de la necesidad estructural de cuidados, de una educación sexual deficiente, de la necesidad de políticas públicas feministas en materia de salud sexual y reproductiva, de la falta de recursos públicos de acompañamiento socioeducativo para adolescentes embarazadas y de la necesidad de repensar esos servicios para salir del asistencialismo, la revictimización, el racismo. Hay mucha tela que cortar al respecto. Pilar Palomero ha abierto la puerta para que nos asomemos a una realidad de la que se habla poco o nada y lo hace con mucha verdad y emoción, pero le ha faltado punch.

 


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