Lara Moreno: “Todas somos vulnerables a sufrir una relación de maltrato”

Lara Moreno: “Todas somos vulnerables a sufrir una relación de maltrato”

La escritora sevillana ha publicado ‘La ciudad’, tres historias de mujeres que conviven con las violencias y sobreviven a ellas.

Lara Moreno: / Foto: Jairo Vargas Martín @

El último libro de Lara Moreno (Sevilla, 1978) duele. Se llama La ciudad, pero más que luces, tráfico y gente apelotonada lo que impera son las dispares caras de un dado llamado violencia. La violencia chorrea, y a borbotones se escapa por calles cuesta abajo. Y acaba haciendo un charco de mierda, miedo y dolor. Este libro tricéfalo no es mar en calma ni brisilla marinera. La violencia que retrata y transporta es afilada, al estilo cuchillito recién pasado por la chaira. Tres historias, tres mujeres comparten un bloque de edificios en la madrileña Plaza de la Cebada, pero ellas rotas se miran aunque no se ven. Este libro deja herida. Un rasguño aunque sea. Y en el cerebro flotando un nuevo bucle: ¿Podría pasarme a mí? No somos libres de la violencia machista ni tampoco de la pobreza ni de la explotación. Y con eso juega Lara Moreno, y por eso lleva medio año danzando por todo el Estado, compartiendo ratos y más ratos con lectoras que han acabado tocadas, heridas, cagadas con esa ciudad repleta de maltratadores, clasistas, racistas y gentuza de variopinta especie.

Tres mujeres y una ciudad: Madrid. Diferentes clases y razas, pero las tres son sometidas a violencia. Cuéntenos sobre qué las acorrala a cada una de ellas.

Me doy cuenta conforme pasa el tiempo de que es imposible separar este libro de la palabra violencia. A Oliva la cerca la violencia machista, la telaraña asfixiante en la que se ha convertido su vida a causa de la relación de maltrato que sufre. A Damaris, la explotación laboral, el racismo, el clasismo, la hipocresía de una sociedad que se vanagloria de acogerla. Horía es quien tiene el cerco más agresivo. Horía viene de un país que está separado del nuestro por muros, por vallas, y hasta hace muy poco, por vallas con concertinas. En la frontera entre su país y el nuestro, muere gente intentando cruzar. Y el Estrecho está lleno de cadáveres de personas que querían llegar a España, a Europa.

¿Qué tienen en común la violencia machista, la explotación laboral y la pobreza?

Son los tres palos de una misma baraja, ¿no? Son grandes mecanismos de poder que ordenan nuestro mundo.

Tres mujeres y tres formas de sentir miedo, ese es el común denominador. La ansiedad, el estrés, el infierno por un mal externo. Háblenos de su relación con el miedo y por qué le apetecía escribir sobre ello.

Es curioso que cuando este libro aún era un boceto, garabateado en una página de cuaderno, se titulara La ciudad y el miedo. Yo pensaba hablar de miedo, no de violencia. De todos los miedos que se narran en este libro, yo solo he podido sentir el de una de ellas, claro, el de Oliva. No sé lo que es cruzarse el mundo y dejar a tus hijos atrás porque es la única forma en que les puedes dar de comer. No sé lo que es sentir miedo de que la policía venga a buscarte y te detenga porque estás en situación irregular. Ni otras muchas cosas que se cuentan en el libro. En realidad, creo que mi propósito ha sido más contar la naturalización de la violencia en nuestra sociedad que el miedo que provoca. En el libro hablo de miedos estructurales. Yo soy muy miedosa en general, pero mis miedos personales (insisto, más allá de los miedos de Oliva, con los que me puedo identificar) no están narrados en la novela.

¿Le ha hecho más fuerte, se ha empoderado? ¿Ha diseccionado con un bisturí llamado escritura estas relaciones desiguales y dolorosas?

A Oliva y a Max los he narrado, exactamente, desde el bisturí que disecciona y reordena y resignifica todo lo que una ya sabe. A Damaris y a Horía, desde la búsqueda, la mirada a través del bosque. No creo que me haya hecho más fuerte, pero sí más consciente.

“Aunque la víctima pueda valerse por sí misma económica y socialmente, aunque pertenezca a la clase media, aunque haya estudiado una carrera, sea de izquierda y lea libros. El yugo es el mismo y nace de la violencia de género”, le he leído decir. Por muy fuerte que sea la mujer, o que pueda parecerlo, la trampa de una relación tóxica, ¿es la misma? ¿Podemos caer todas?

Intento distinguir entre relaciones tóxicas y de maltrato. Y creo que sí, que todas somos vulnerables a sufrir una relación de maltrato. Evidentemente, no todas tenemos los mismos recursos y, cuanto menos recursos tengas, más dificultades tienes para encontrar la salida. El otro día en un club de lectura una mujer afirmaba que los maltratadores siempre buscan perfiles concretos, de mujeres débiles. Todavía mucha gente lo ve así. El maltrato debilita, pero no hay una víctima tipo, una víctima tipo débil, ni mucho menos. Sí hay un agresor tipo. Pero, socialmente, aún no vemos las relaciones de maltrato como un mal endémico consecuencia de un sistema basado en la desigualdad entre el hombre y la mujer. Ni siquiera sabemos distinguir cuándo nos están maltratando “un poco solo”. Estamos lejos de tener la foto completa. Nuestra educación sexoafectiva es pésima. Pensamos que a todas nos pueden robar por la calle. Incluso pensamos que nos pueden violar por la calle, a cualquiera. Pero no pensamos que nos van maltratar. Eso no. ¿Por qué? Porque que te maltraten está mal visto. Porque es culpa tuya. Porque es de mujeres débiles, dependientes y tontas. Entre otras cosas. Así de bien se organizan los palos en esta baraja que tenemos por mundo.

Formas de violencia ejercidas por Max a Oliva: le escribía siempre, a cada rato. “Píldoras de control que parecían necesidad”. Aviso a navegantas: esto no es una demostración de amor. Punto.

No lo es: la comunicación en línea es la herramienta más perfecta de control y sometimiento. Una que, además, asumimos como voluntaria. Parece que formamos parte, que lo hacemos porque queremos. Parece que luego lo necesitamos. Encima, a través de los smartphones, que ya de por sí son adictivos, generadores de ansiedad. Es una herramienta perfecta para el capitalismo y para cualquier relación de abuso. Hay que huir de quien necesita saber qué haces en cada momento. Hay que huir también de necesitarlo tú. Hay que huir de quien te exige que respondas mensajes en el acto. Y mucho más si te lo exige “por amor”. Lo que entendemos por amor es un paraguas donde caben demasiadas formas de tortura.

A Max le dan ataques y explosiones de ira contra su novia. Y ella, algunas veces, se agrede a sí misma. “Pegarse a sí misma era recoger la violencia a la que era sometida y aplicársela de su propia mano”. Aunque él no levante la mano, la violencia física está.

La violencia es violencia y cuenta con muchísimos caminos para lograr su cometido. La violencia es una forma de generar parálisis, que ya de por sí es una consecuencia física. El maltrato físico es la punta del iceberg del maltrato en general. La paliza o el asesinato siempre vienen después del maltrato psicológico, son un paso más. Si hay violencia, si hay agresividad, todo está cristalizado de una manera hiriente. El aire duele. Todo hace daño. De todos modos, a veces me sorprende cómo nos echamos las manos a la cabeza con este asunto de la violencia física, como si ese fuera el límite de algo, el límite del bien o del mal, pero luego podemos ver a un padre pegarle a un hijo y no hacemos nada. Es una sociedad donde se pega, en general.

Cuando Max empieza a desenmascararse como el ser repugnante y monstruoso que es, Oliva intenta hablarle, hacerle ver cómo le hace sentir su maltrato para que él se dé cuenta que tiene un grave problema. Y dice: “De cómo se agachó para mirar los ojos de la bestia creyéndose domadora”. Aviso a navegantas, segunda parte: ¿domar o protegerse y salir corriendo?

Correr, sin duda. O, si estás en tu propia casa, expulsar al sujeto en cuestión y cerrar la puerta con llave y no volver a tener ningún contacto. (Ningún contacto es ningún contacto, qué miedo nos da romper ciertos hilos. El contacto cero es un superpoder.)

Presuponemos que los hombres de izquierdas, como lo es Max, son feministas. Pero…

No hay ideología que te salve del patriarcado.

Damaris está en Madrid cuidando a dos niños para poder pagar los estudios de su hija en Colombia. Tiene que ser tremendo hacer la comida a esos niños, bañarlos, acompañarlos en su crecimiento, abrazarlos y olerlos… teniendo a tu hija a kilómetros a distancia. Usted, como madre, ¿cómo lo siente? ¿Por qué ha querido retratarlo?

Yo he querido retratar con Damaris a todas estas mujeres que están cuidando de nuestros niños y de nuestros mayores, todas estas mujeres que están permitiendo que nosotras nos liberemos de esos cuidados. Hay algo que funciona muy mal en nuestro mundo: para que estemos bien, alguien tiene que estar mal. Nuestra comodidad se levanta sobre la pobreza de millones. No sé lo que es alejarte de tu hija para trabajar en el otro lado del mundo, no me lo quiero imaginar. Eso ha pasado siempre. La pobreza siempre ha obligado a las madres a separarse de sus hijos. A dejarlos con otras familias que los pudieran cuidar. A meterlos en un barco para salvarlos de la guerra. Me parece una tragedia cada vez más normalizada. No he querido retratarlo específicamente: quería contar la vida de una cuidadora de América Latina, su día a día en nuestro país. Esa ausencia, ese desarraigo, ese abandono, forma parte estructural del problema migratorio. Además, existe la tensión siempre de reunir a la familia, lo que agudiza el problema. Horía está en una situación parecida, más trágica, por supuesto, finalmente.

Damaris tiene un contrato, pero es prácticamente esclava de sus patrones. Sin horas establecidas, sin vacaciones, todas las tareas habidas y por haber. Y ellos, los pagadores, se pensarán hasta progresistas…

Tampoco hay ideología que nos libre del clasismo.

Se ha documentado para escribir sobre el personaje de Horía. La madre marroquí que viene a Huelva a recoger fresa. ¿Qué ha descubierto, qué le ha sorprendido sobre las condiciones de vida y trabajo de estas mujeres?

He descubierto la fortaleza y la valentía de tantas. Y también he descubierto que en algunos rincones de este país, un poquito en cada lugar, seguimos estando en la Edad Media en cuanto a condiciones laborales se refiere. Pero arreglarlo todo es demasiado costoso. Y total: a quién le importa todo esto.

¿Explorar a Damaris y a Horía le ha hecho plantarle cara a su propio racismo y clasismo? ¿Ha cambiado la mirada después de escribir La ciudad?

Sí, sin duda. Pero es la mirada, la conciencia, mi vida no ha cambiado, solo he escrito un libro. Sigo dedicando el tiempo a lo que lo dedico y sigo estando en la posición en la que estaba antes. Pero sí, soy más consciente de mi racismo, de mi clasismo, de los mimbres de esta sociedad a la que pertenezco. Ha cambiado mi forma de hablar, de nombrar ciertas cosas. Mi forma, sí, de mirar. Y no ha sido por escribir este libro, sino por todo lo que he aprendido de otras personas que miraron antes que yo. Ha sido con la ayuda de muchas.

 


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