Carta desde Castilla la Vieja

Carta desde Castilla la Vieja

A mí, lo confieso, me inquietó que hablando de derechos el vicerregente Gallardo tomara como ejemplo la controversia de Valladolid de 1550, pues aun no sé si quiere que volvamos a esa época.

Juan García-Gallardo, vicepresidente de Castilla y León. / Foto: Junta de Castilla y León

22/02/2023

¡¡Mónica!! ¡Querida! ¿Qué tal te va por las siempre recias Vascongadas? En tu última misiva me pedías noticias sobre el Gobierno de la Castilla la Vieja y de los aconteceres de nuestras vidas y he aquí que te cuento nuevas, dimes y diretes de este antiguo reyno.

Verás, no sé muy bien qué sentimiento me embarga en los últimos tiempos, que me siento como antigua yo también y hasta descúbrome con fablas más propias de nuestras abuelas, que en gloria estén. Hay algo en los vientos que huele a rancio, a estancia mal ventilada y a pan de mendrugo seco. Es difícil señalar cuándo empezó esta niebla que nos adormece. Quizás fue hace ya muchos años cuando el discurso de nuestros amados líderes comenzó primero a sosegarse, luego a repetirse como las estaciones y finalmente a apagarse en un rumor sordo que no admitía respuesta o pregunta alguna. Y es que, para qué va a pararse a hablar con el vulgo una casta de Gobierno que ya dura 36 gloriosos años y promete otros 30 más de estabilidad en el mando del castillo. Ya en tiempos del regente Herrera pusiéronse de moda las ruedas llamadas de gacetilleros (¿o eran periodistas?) a los que se explicaban las cosas del Gobierno y se les mandaba a casa a contarlo a sus vecinos como buenos pregoneros. Las cosas discurrían placidas en esos tiempos, sin novedad alguna, se repartían las ayudas llegadas desde las germanías y se mantenía a raya a los siempre peligrosos sediciosos del común. Fíjate que durante dos lustros (¿o eran legislaturas?) incluso los pervertidos afanosos de los pecados contra natura (¿vosotras los llamáis LGBTIs o algo así no?) reclamaron el derecho a verse en presencia del siempre benévolo regente, ¡osados son¡ y acompañados además de esas mujeres descontentas que siempre las hay y andan revolviendo. Querían facer nuevas sobre las familias, hablaban no sé qué de que eran discriminadas y de que querían disponer de sus cuerpos y vidas. Reclamaban incluso el derecho a disponer de los nacimientos de las crianzas y ¡hasta el de discutir al varón el orden en la mesa!, ¿habrase visto? Pero siempre con buen juicio el señor se mantuvo lejos de la tentación de prestar oído a esas gentes que siempre quieren cambios y que promueven a saber qué dislates contra el orden establecido.

Más toda placidez está destinada a su fin, ya lo dice mosén Pérez, y he aquí que este regente de gesto amable y lejano fue sucedido por un otro de nombre Mañueco, señor de Salamanca y de mañas más arteras, y que por caer mal perdió el pulso en las Juntas de Castilla, donde perdió el favor de los procuradores en pro de los llamados socialistas y que hubo de pactar con una facción que se decía de las ciudades y sus gentes y que prometía grandes nuevas y reformas para el vulgo. Dieron palabra a todos de grandes mudanzas mas luego se vio que, incapaces de contentar a todos y en su afán de quedar en el medio de toda idea, decidieron no hacer mudanza alguna y así se pasó aquel bienio largo de la peste que asoló nuestras tierras.

Rompieron al final sus pactos y alianzas y se llamó de nuevo al pueblo a pronunciarse, pero esta vez fue la facción realista la que reclamó tener Vox en las Cortes y demandó pactos con el regente, en términos muy desabridos, como es su estilo, y siempre con grandes alardes y chanzas que al parecer hacen el jolgorio de los más bajos gacetilleros. Se configuró al final un gobierno entre el Mañueco y un joven de los García y Gallardo, de aspecto morugo, hombre lenguaraz y faltón y censor de las costumbres, que no tardó en hacerse notar, probablemente porque tampoco tenía otra breva que tocar. Fíjate que se dice que le tienen a mantel puesto y agasajos continuos de uno a otro lugar, porque en realidad no dispone de tropa alguna. Y que este proceder debe de ser de su agrado pues sus gustos reales son los toros y los caballos como buen señor de la tierra.

El caso, Moniquilla mía, es que si antes todo era lo mismo, ahora las cosas parecen en desgobierno y ya hasta las plácidas mujeres de las vísperas empiezan a preocuparse.

 

Primero fue que los molinos y galleteras de la tierra se iban a cerrar, con aflicción de muchas familias, y el responsable de estas industrias ni apareció ante la tribulación del pueblo, porque, según él, el mercado y la providencia proveerían, y tuvo que ser un delegado de la Corte en Madrid quien viniera a poner orden. Luego se dejó de apoyar a las gentes de letras y sus actos, porque al parecer fomentaban las ideologías de género e ideas maliciosas para el buen gobierno. A cambio se dieron buenos reales para toros y se favoreció a los cazadores, que eran gentes más afines. En las Cortes el visir del regente con malos modos ora ofendía a los tullidos, agora insultaba a los del común y siempre pontificaba como un cura en el sermón de la montaña, mientras el regente Mañueco sonreía beatífico, pero cada vez más rígido ante el cariz que tomaban las cosas. Y en estas que la tomó con las gentes del trabajo y con los burgueses y los dejó sin dineros para sus cosas y gremios y hasta pretende cerrar la Corte en la que los trabajadores se entienden con sus patrones, pues debe ser que estos regentes prefieren que haya riñas y palos a buen entendimiento. Y, ¡ay, que luego la tomó con nosotras, Mónica!, que empezó abroncándonos violentamente porque decíamos que hay hombres violentos, que quitaron la ayuda a las criaturas sin recursos para que comieran en las escuelas. Que también quitaron las ayudas que recibían las mujeres malferidas por la brutalidad de sus hombres. Que de últimas amenazaron a las que quisieran aliviarse de su preñez y eso que esto último siempre ha sido una empresa casi imposible en Castilla la Vieja. Y sigue por supuesto la amenaza contra quienes aman distinto, que ya casi esperan la visita del inquisidor. Y en las escuelas, Mónica, piden el nombre de los maestros que hablan de igualdad para mandar después a padres indignados a reclamar que solo ellos tengan derecho a decir sobre el orden de las cosas y de la sociedad. A mí, lo confieso, me inquietó que hablando de derechos el vicerregente Gallardo tomara como ejemplo la controversia de Valladolid de 1550, pues aun no sé si quiere que volvamos a esa época.

Me despido pues Mónica, y cuéntame tú algo de tus tierra de las que me llegan ecos lejanos con palabras extrañas como feminismo, diversidad, igualdad, derechos, conciliación, aborto y otras palabras que creo recordar, pero que temo olvidar y que se las lleve el viento frío del páramo.

Te quiere, Marina

 


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