Estoy que rabio con la hipocresía familiar

Estoy que rabio con la hipocresía familiar

Lo que me jode es que no sepamos decir “¡se acabó!”. Y nos pasemos la vida yendo a terapia.

Ilustración de Libreslios.

 

¡Ay, ay! Lo mato ¡Ay, ay! Lo marelo
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Cantaba por rumba el Tío Peret, Pedro Pubill Calaf, que en Gloria esté

Ya es febrero y aún me dura la rabia, el desasosiego, que ya no sé si es enfado o, en realidad, asco. Me resulta difícil encontrar en español payo una palabra que defina mi estado. En español gitano me es más fácil: terelo trajata, o sea, que siento entre miedo, rabia y asco. Todo junto. Un estupendo cóctel navideño que me dura hasta pasado San Antón, que pascuas son.

¿Por qué terelo trajata? Os cuento. Como cada año, algunes de mis más querides amigues me cuentan cómo han pasado estas “entrañables” fiestas: fatal, horriblemente, sufriendo y padeciendo a sus familias. Deberían haberlas pasado felices y contentas. Deberían haber descansado del estrés laboral y haber disfrutado del reencuentro con los seres queridos. Pero no lo hacen. Ni están felices ni contentas ni han disfrutado sus merecidas vacaciones ni han descansado ni na’ de na’.

¿Por qué, puñetas, lo han pasado tan mal? Porque tienen al cuñado perfecto, ese que ninguna querríamos en nuestra cena de Navidad, que cuando se emborracha un poquito -una copa de vino o una cerveza ya lo disparan, ¡qué tío!- grita a su hermana y su hermana no le suelta una fresca o una hostia bien dada. Esta movida les desconcierta, les descoloca y tienen que ser elles quienes reaccionen, le paren los pies para que el cuñado maltratador baje el tono y así se anotan un punto más para ser la chunga y la metepatas.

También tienen al tío perfecto. Majete y cariñoso, demasiado cariñoso. Tanto que abusó de ellas en la adolescencia. Mis amigas guardan el secreto del abuso y mantienen una especie de complicidad con el tío del que fueron víctima. Él siempre sale en su defensa cuando empiezan a darles la turra por la vida farandulera que llevan. Debieron matarlo entonces. Matarlo ahora solo serviría para que las considerasen asesinas.

Quizás no son tan perfectos. Pero quienes sí son perfectas son las mujeres de sus casas. La madre, la tía, la prima y la hermana adecuadas y maravillosas. Ríen las gracias del cuñado maltratador y del tío abusador. Además, les hacen sentir culpables: la madre y la tía llevan toda la tarde cocinando para que esta noche sea perfecta; la hermana ha limpiado todo lo limpiable y la prima -tan encantadora y coqueta- ha cuidado todo el rato a las criaturas. En cambio, mis amigas apenas hacen nada, no contribuyen a las tareas necesarias para construir este edén navideño, este paraíso anual de paz y amor, porque llegan tarde, porque al salir de currar se han hecho unas birras con las compis. Tampoco han contribuido nada ni el cuñado maltratador ni el tío abusador, pero ellos no se sienten culpables por tener los güevos gordos. Elles, mis amigues, cargan con la culpa patriarcal y para compensar intentan ser amables y no mandarlos a todos y a todas a tomalpolsaco.

Esta situación quizás te resulte familiar, nunca mejor dicho. También yo padecí durante años estas y otras situaciones “adorablemente” familiares: el racismo, el machismo y la hipocresía familiar, toda la violencia inabarcable dentro de la familia pues en ella se reproducen ferozmente las opresiones sociales y, claro, lo que me jode es que no sepamos decir “¡se acabó!”. Y nos pasemos la vida yendo a terapia. O machacadas, obsesionadas con la violencia que hemos sufrido y seguimos sufriendo.

 

 

Pero yo ya dije “¡se acabó!”. Rompí el violín como Chiwetel Ejiofor (Solomon Northup) en la peli 12 años de esclavitud para dejar de servir de divertimento a mis abusadores familiares. Ya no monto broncas en las reuniones de familia. Simplemente, he dejado de ir. Lo hice muy tarde, también os lo digo, y esos años que estoy tardando en curarme me han pasado factura a cargo de mi salud: que si piedras en el riñón, que si insomnio, que si dolores por todo mi cuerpo.

Con espada o con cuchillo, pero mata

Dentro de un miedo amarillo
espero, espero tu puñalada.
Mata, mátame con una espada,
si no, si no puedes con cuchillo —¡Mátame!—
Cantaba Rocío Jurado, arrastrando pasionalmente la copla

Los maté, a todos. Sí, sí. Los mate simbólicamente. ¡No soy una asesina! Y este es el arma de resistencia, la terapia para la sanación de esta violencia familiar que usé y sigo usando. Quizás os sirva también a vosotras que me leéis. A mis amigues las voy convenciendo de que la utilicen. Cuesta un poco de esfuerzo y tiempo ponerla en práctica pero os garantizo que a mí me ha servido y he conseguido liberarme de tener que aguantar el suplicio de la familia impuesta. El método funciona pero tenéis que saber que vais a ser, una vez más, señaladas y estigmatizadas porque el resto de las componentes de la familia no se pondrán de vuestro lado, permanecerán junto a los machos porque eso es lo que tiene el patriarcado, que casi todas las mujeres lo asumen como el modo natural de estar en el mundo.

Bien, mi terapia consiste en elegir a uno cualquiera de los miembros de la familia a quien soporto, contra quien resisto y… lo mato. Pero no lo mato así sin más. No, qué va. Le dedico tiempo a diseñar el asesinato en cada detalle. Elijo el lugar y el momento; el método y el arma. Y, finalmente, me recreo en la ejecución.

Lo que me trajo de bien este método asesino fue que ya no tienen poder sobre mí. Sí, sí, una vez que los he matado dejan de tener poder. Porque esa es la cuestión: el poder que ejerce la familia para someternos, sojuzgarnos, disciplinarnos, hacérnoslas pasar canutas por el simple hecho de ser y estar en el mundo de un modo que ellos no consideran adecuado.

A partir de ahí, del asesinato de los abusadores/maltratadores, me resultó facilísimo ir buscando excusas para ausentarme de las celebraciones familiares hasta que he conseguido no acudir. ¡Ni siquiera me invitan ya! ¡Yupi! Pero claro, querida, me dirás que es muy duro vivir sin familia. ¡Pero si llevas sin familia toda la vida, corazón! ¡Si trabajas todo el día tú solita! ¡Si te has acostumbrado a ser tú quien saca adelante todos tus asuntos! ¿Para qué quieres pasar un mal rato con esa gente que no te quiere? Y si necesitas compartir tus alegrías y tus penas, hazlo con tus amigas y convertíos en una familia elegida, no impuesta, basada en el amor verdadero, ese que no se compra ni se vende. Por supuesto, si tienes la fortuna de encontrar una pareja que te mole, que esté deconstruida, que entienda que esto no va de propiedades y jerarquías sino de vivir felices, pues miel sobre hojuelas. Y mezcla a tus amigas en todas tus cosas. Sí, también en tu familia nuclear; que sientan que forman parte de la crianza de las criaturas; que tú formes parte de sus planes de vida; que participan de las decisiones y ese largo etcétera en que consiste la buena convivencia.

Disclaimer

1. Lo más importante, esto no es una oda al asesinato. Así que no quitéis la vida a nadie.
2. A las payas: otro estereotipo racista que desmonto; las gitanas sufrimos las misma hipocresía familiar, igualita igualita que en la tuya. Ni más ni, por supuesto, menos.
3. A las gitanas: no eres menos gitana por seguir este método contra la hipocresía y violencia que sufres en tu familia.

 


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