“Ha muerto una compañera. Hoy no se trabaja”

“Ha muerto una compañera. Hoy no se trabaja”

Cuando se cumple un año de su publicación, publicamos un extracto de 'Lunática' (Libros del KO, 2022), que puedes conseguir en nuestra tienda online.

15/02/2023

Manifestación por la muerte de María Isabel. / Foto del archivo de Andrea Momoitio

El 10 de noviembre de 1977 el cuerpo de María Isabel todavía estaba en el Hospital de Basurto. Su familia llegó a Bilbao en busca de unas explicaciones que nadie les dio nunca. Lo que sí encontraron fue el cadáver completamente calcinado. Me encuentro con su tío en un hotel de Astillero, al lado de la iglesia en la que hicieron la comunión María Isabel y su hermano Lolo: «Estaba igual que un chon cuando lo quemas. Mi sobrina estaba igual. Inflamada y quemada viva. Quemada, quemada. ¿Cómo pueden meter a una chica a una celda de castigo, desnuda, con un camisón y que se prenda fuego? Explícame. Encima con grilletes. Tenía las marcas de las esposas», cuenta. El camisón es probable que se lo pusieran en el propio hospital y no hay ningún documento que confirme las marcas en las muñecas. El cuerpo, desde luego, debía impresionar. Recuerda a una mujer «majísima, guapísima, encantadora. Era muy agradable, pero con la enfermedad se ponía agresiva. Además era una tiona de la hostia».

Una tía de la hostia que no podía acabar convertida en simples cenizas. Sus compañeras no estaban dispuestas a permitir que la muerte de María Isabel pasara desapercibida porque ella nunca había sido precisamente discreta y porque estaban hartas del maltrato al que estaban sometidas todas por parte de las instituciones, las leyes y la policía. Las informaciones sobre la muerte de María Isabel que se publicaban esos días eran incoherentes. Diario 16 denunciaba que la prisión se negaba a dar información y, a pesar de que la familia lo contradice, publicaron que se le había practicado la autopsia. El País afirmaba que se había suicidado cuando tuvo noticias de su traslado al centro psiquiátrico de Madrid aunque eso se contradice con los partes del personal de prisión. En cualquier caso —o probablemente porque nadie era capaz de explicar con exactitud qué había pasado— sus colegas ardieron en llamas por primera vez durante el funeral.

No estaba previsto.

A las seis de la tarde, en la plaza del barrio de San Francisco, las putas se agolpaban en la puerta de la iglesia de Corazón de María para despedir a María Isabel. Ahí, en la puerta del templo, se dio un episodio que recogió Egin y que ha sido imposible confirmar: «Mientras el párroco oficiaba la misa, un nutrido grupo de prostitutas, acompañadas por miembras de la Asamblea de Mujeres de Bizkaia, permanecían junto al féretro que, según un empleado de la funeraria, no había podido ser introducido en la iglesia porque el cadáver estaba totalmente descompuesto y el olor hubiera sido insoportable». Un cadáver quemado huele mal, sí, pero no tendría por qué estar descompuesto. En cualquier caso, ya estaban desarrolladas las técnicas funerarias que podían evitarlo, aunque es probable que aquello costase un dinero que la familia no tenía. El cuerpo fue enterrado primero en una fosa y trasladado después al osario general, el lugar donde se depositan las cenizas de los restos no reclamados.

No todas las prostitutas se quedaron junto al féretro. Posible publicó fotos del funeral y en una de ellas aparece una mujer alta, de pelo corto y nariz afilada, que leyó unas palabras desde el púlpito. En él aparece tallado «Palabra de Dios». Aquel día, fue una puta la que tomó su palabra. El cura aprovechó también la misa para pedir que se aclarasen las circunstancias de la muerte, aunque, según su opinión, no podía culparse a la dirección de la prisión sin tener pruebas suficientes. Parece que trató de mantener la calma, pero la tensión cada vez era más evidente y en el hall tuvieron que atender a una mujer que se había desmayado. Las crónicas recogen que los primeros gritos de justicia se escucharon ya dentro de la iglesia y eso molestó a una de las prostitutas que participó en las protestas: «Mire, yo me manifesté como la primera, porque a María Isabel le tenía mucha ley, pero no quiero que esto llegue a convertirse en un desorden. Tengo mis principios, he estudiado en un colegio de religiosas y no me gustó nada que, el día del funeral, se hablara en la iglesia de cárceles y de prostitución, estando el Santísimo expuesto».

Más o menos molestas por el cariz que tomó el funeral, alrededor de las seis y media de la tarde, arrancaron a andar en una manifestación improvisada. El número de personas que participó en la movilización varía según la fuente —un clásico—, pero parece ser que pudieron ser entre 200 y 500 personas. Ya había oscurecido cuando empezaron a escucharse los primeros gritos de «¡Prostitutas libertad!»; «¡Abajo la ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social!» y decenas de sentencias: «¡Asesinos!». Una de las prostitutas que participaba en las protestas se puso ante los micrófonos para dejar claras sus intenciones: «Estamos dispuestas a todo y no cesaremos hasta aclarar esta muerte. Pediremos justicia a todos los niveles. No hacía ningún mal y si tanto nos desprecia la sociedad, que nos den empleo para alimentar a nuestros hijos».

Pegatina del comité de prostitutas de la calle Cortes, de Bilbao. / Imagen del archivo personal de Andrea Momoitio

El recorrido que hicieron aquel día ha sido difícil determinarlo con exactitud, pero lo más probable es que salieran de la iglesia en dirección a la plaza de la Cantera; irían por Cortes hasta la plaza de Zabalburu y, desde ahí, se adentraron en ese Bilbao que no les pertenecía bajando por Hurtado de Amézaga hasta la calle Bailén. En paralelo a la ría, subirían de nuevo a San Francisco. En el número 53 de esa calle, Bernardo estaría vendiendo chucherías ajeno al cristo que le estaban por montar. Muchas compañeras de María Isabel y muchos periodistas habían asegurado que su última detención había tenido que ver con el robo de unos pasteles en la tienda de este hombre. Había un puto pastel que traía por la calle de la amargura a María Isabel, sí, pero no fue ese el motivo de su última detención.

Cabreadas y tristes, las prostitutas de Cortes estaban dispuestas a destrozar la tienda de Bernardo. Vicente, un hombre que lleva toda la vida en el barrio y se dedica ahora a hacerles los recados a viejas prostitutas, cree recordar que los chulos andaban reventando los adoquines de la acera para lanzarlos a las lunas de la tienda: «Me sorprendió porque ya sabes que los chulos no han trabajado nunca», me dijo un día que me acompañó a hablar con el cura de la Quinta Parroquia. Los cristales y Bernardo sufrieron la rabia de unas mujeres que estaban hartas y cansadas de tanta brutalidad. «Exigimos que se aclare el presunto suicidio. No nos creemos la versión oficial porque no explica que tuviese cerillas en su celda de castigo y que nadie la oyese gritar cuando se prendió fuego. De acuerdo, estaba loca y le daban ataques, pero precisamente por eso su lugar no era la cárcel por un hurto», clamaba una de ellas.

El señor declaró en todo momento que él no había denunciado a nadie, pero lo cierto es que su amabilidad se fue difuminando con el paso de los días. En unas primeras declaraciones decía que era «importante que ese punto se aclarara, ya que la citada joven era una buena clienta mía y nunca he tenido queja alguna». Unos días después, aunque se mantenía firme en su versión, Bernardo ya no resultaba tan tierno: «¿Cómo iba yo a denunciar a esa pobre muchacha, si era una clienta estupenda? La última vez que estuvo aquí, hizo compras por valor de 1500 pesetas y le dio diez duros de propina al dependiente. No sé de dónde habrá sacado ese infundio, pero yo soy inocente. No. No he denunciado la agresión, pero sé quiénes fueron esas guarras, machorras, que me apedrearon el establecimiento. Claro, me tienen envidia… Como empecé a vender ambulante y ahora uno, a costa de muchos sudores, se ha hecho con un comercio… Sí, las conozco a todas porque bajan por aquí, pero a mí no se me ocurre subir a Cortes, hay mucho vicio. Y, encima, piden libertad, ¿qué más libertad querrán estas tías asquerosas? Aquí, lo que hace falta es un Gobierno con mano dura». Bernardo aprovechó los micrófonos de Posible para quedarse a gusto y se dejó fotografiar, pero no sin antes ponerse la chaqueta para verse más guapo. Murió hace años y sus familiares no recuerdan este episodio. Su tienda sigue en la memoria de las más viejas del barrio que acudían a menudo a por alguna de las decenas de cosas que vendía: desde comida a calendarios porno.

Las prostitutas, acompañadas por la gente de los comités de apoyo a la COPEL, por feministas y grupos de lesbianas y maricas —las siglas del colectivo no incluían tantas identidades como ahora—, decidieron paralizar el ejercicio de la prostitución en esa zona de Bilbao. «Ha muerto una compañera. Hoy no se trabaja», decían mientras iban cerrando, uno a uno, todos los bares de la calle Cortes. Los clientes que, primero se reían, tuvieron que entender rápidamente que aquello no era una broma. «Aquí hoy no se jode, clavárosla en el suelo o iros con vuestras mujeres», gritaba una de las prostitutas. Organizaron piquetes para cerrar todos los clubs y permanecieron por la zona al menos hasta las cinco de la mañana para garantizar que ningún establecimiento funcionara con normalidad esa noche. La Policía Armada estuvo presente en todo momento, aunque apenas debieron intervenir en algunos momentos de máxima tensión entre las prostitutas que estaban organizando la huelga y las que preferían seguir trabajando. El Correo publicaba que «los insultos y amenazas a las que hicieron caso omiso a sus pretensiones se prodigaron, llegando incluso a la agresión personal». Según este diario, dos tercios de los establecimientos estaban cerrados ya a las ocho de la tarde y la tensión siguió aumentando hasta que se cerraron prácticamente todos.

La familia de María Isabel participó en la manifestación, en la que también estuvo su hijo. Estaba a punto de cumplir cinco años. Aparece en muchas de las imágenes de las protestas, en primera fila, en brazos de una compañera de su madre. Es probable que fuera Mari Cruz, una buena amiga de María Isabel, que además era la madrina del niño. Ella ya no se dedicaba a la prostitución. Declaró a Primera Plana que «en una ocasión que estaba muy mala la llevamos nosotras mismas al manicomio para mujeres de Zaldibar. La engañamos diciéndole que íbamos al baile que le gustaba mucho. Se escapó de allí así como otra vez de Valdecilla. La idea de volver a un psiquiátrico le aterraba». No era lo único que le daba miedo. Manuel Vidal, periodista de Posible, escribía que «difícil y conflictiva, sí que debió ser María Isabel. Y decididamente incómoda para quien no se beneficiara de su ternura. A los cíclicos ataques de locura que solían aquejarla, hay que unir el dato definitorio que, de su carácter, nos ofrecen quienes la conocieron: una rebeldía visceral y epidérmica contra todo lo que ignoraba o temía; es decir, contra casi todo».

Su rebeldía inundó a todas sus compañeras esos días que, rabiosas, trataron de hacer frente a las violencias que sufrían en soledad. En uno de los clubs que frecuentaba María Isabel, una mujer de Granada, se lamentaba: «Nosotras somos la escoria de la sociedad. Si hubiera sido una hija de papá, cualquier otra mujer, no le hubiera pasado esto. Pero a nosotras, las prostitutas, nos dejan morir como perros». La sensación generalizada era una mezcla de apatía y rabia: «No es más que la última gota que ha colmado el vaso de esta vida infrahumana que vivimos aquí. Cualquier día nos puede ocurrir a una de nosotras».

El dolor de las prostitutas silenció aquellos días el alboroto de Cortes. Muchos y muchas periodistas se acercaron a esa zona de luces y bailes. Las compañeras de María Isabel aprovechaban sus altavoces para rendirle homenaje. Una de ellas aseguraba que era una mujer muy culta, que había realizado estudios de Asistente Técnico Sanitario (ATS) y que, incluso, ejerció esa profesión durante un tiempo. Ha sido imposible comprobarlo, igual que tampoco puedo afirmar que fuera cierta su afición por los idiomas, como declaraba otra de sus amigas antes de añadir que «cuando alguien necesitaba escribir una carta lo hacía ella, con una letra maravillosa. Nunca le faltó dinero, si alguien lo necesitaba para comer o lo que fuera se lo daba. Cuando estaba normal era una compañera fabulosa, pero cuando le daba la mala luna nos hacía la vida imposible. Nosotras la soportábamos porque la queríamos, aquí nunca le pasó nada. Y, ya ve usted, la llevan a la cárcel y la dejan morir».

La mala luna de María Isabel inundó el cielo de Bilbao aquellos días y produjo mareas de solidaridad. Tras una noche en vela, como otras tantas, sus compañeras decidieron unirse a un encierro que tenía ya convocado el comité de apoyo a la COPEL en el Hospital de Basurto para denunciar la situación de extrema vulnerabilidad en la que se encontraban todos los presos sociales. El mismo día que murió María Isabel, Severiano Domingo había sido trasladado a ese hospital porque se había cortado la oreja. Diecisiete de los reclusos estaban ingresados por autolesionarse. A pesar de que ya tenían algo de relación, lo cierto es que parece que el vínculo entre los comités de apoyo a la COPEL y las prostitutas se forjó especialmente aquellos días.

El sábado, 12 de noviembre, entre cincuenta y cien personas tomaron el pabellón de Otorrinolaringología del Hospital, la zona que hoy está destinada a consultas externas. Llegaron en torno a las cinco de la tarde y, a partir de las siete, empezaron a recibir tanto la visita del director del hospital como de la Policía Armada. Putxeta fue el encargado de decirles que si querían podían empezar a detenerlos por la fuerza. Habían decidido, en asamblea, con votación a mano alzada, que por voluntad propia nadie saldría de momento de allí. La policía no intervino, aunque sí pidió la documentación a algunas personas.

Las prostitutas que acudieron al encierro fueron recibidas entre aplausos y todos los asistentes aprovecharon el foco mediático para denunciar las vejaciones a las que se veían sometidas tanto por la policía, como por los funcionarios de prisiones o los guardias de los psiquiátricos. Redactaron un comunicado en el que solicitaban la colaboración del pueblo para lograr sus objetivos: la amnistía para todos los presos sociales, sin excepción; derogación de la ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, así como de los delitos específicos de las mujeres; reforma del Código Penal, cambios en el sistema penitenciario y opciones para los exreclusos: empleo al salir de prisión o la posibilidad de cobrar el desempleo.

Cayó la luz. Pasaron la noche en Basurto, en un pabellón que ahora visito sin encontrar ninguna evidencia de todo aquello y, en realidad, lo cierto es que resulta muy complicado saber con exactitud qué ocurrió de verdad aquellos días de noviembre.

En aquel encierro, Celina conoció a Joserra.

 


Sigue leyendo:

Download PDF

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

Download PDF

Título

Ir a Arriba