En el fondo de las aguas embalsadas

En el fondo de las aguas embalsadas

Las represas están llenas de memorias, pero hay que zambullirse en ellas para que dejen de ser no-lugares. Quien no recuerda está condenado a morir.

Imagen: J. Marcos
22/03/2023

Embalse del Ebro. 

Ahí abajo, en el fondo de las aguas embalsadas, yacen las memorias ahogadas de demasiados seres humanos, quizá 80 millones en todo el mundo, más de 50.000 solo en el Estado español. Precisamente ahí abajo, en los suelos pantanosos, donde el pretérito devoró lo contemporáneo, donde el porvenir apenas existe enmarcado por los dedos que arropan una cámara fotográfica, la vida quedó sumergida ante la obligación de un sacrificio planificado por el bien común. Inundar pueblos es fundamental para el progreso, contaron. Es en el fondo de esas aguas embalsadas, cuando el pasado se evaporó sin presente, presente que nace muerto al carecer de futuro, futuro que nunca será reparado si antes no es reivindicado.

Porque ahí abajo hay un abismo, la nada coloreada por un inmenso y manso manto azul de aguas acumuladas artificialmente, el no-lugar por excelencia de un modelo de desarrollo con prisas, apresurado, sin miramientos pero admirado. Y ese ahí abajo no tiene ahora (Jánovas, Huesca) o lo tiene anegado en un ayer remoto (Valdecañas, Cáceres) o en la perenne amenaza venidera de las aguas (Biscarrués, Huesca). Como si por debajo de las aguas embalsadas el no-lugar fuera la única forma de existencia, pero ni siquiera ya esta fuera importante.

Ese ahí abajo se repite a lo largo y ancho de la geografía, de cualquier geografía pero con especial énfasis de la española: con más de 1.200 represas de al menos 15 metros de altura, España es el primer país de Europa y el quinto del mundo en número absoluto de presas; el segundo del mundo en densidad de diques por kilómetro cuadrado.

 

Retrato de un embalse en tres dimensiones

Ya, pero ¿qué es un embalse? En términos técnicos, un gran depósito artificial, construido mediante un dique de contención que cierra literalmente la boca de un valle y que tapona el curso natural de los ríos que lo nutren, para así almacenar sus aguas y poder utilizarlas en función de tres demandas principales: el abastecimiento de la población, el riego de la agricultura y la producción energética. El agua es un derecho humano y eso debería garantizar precisamente la primera de las funciones, quedando las otras dos oscilando entre la necesidad y el deseo, entre el suministro básico y el negocio lucrativo, entre el uso y el abuso. Diseñado con escuadra y cartabón, de ese precario equilibrio técnico comienzan a surgir los no-lugares. Los recursos (extraídos y explotados de unos determinados territorios) terminan con frecuencia yéndose a las zonas más boyantes, mientras las ruinas se quedan decorando los no-lugares, inundados física o simbólicamente.

Ya, pero ¿qué es un embalse? En términos paisajísticos, un manto azul de hasta miles de kilómetros cuadrados que, en algunos recodos de las carreteras secundarias, obliga a detener la marcha para llevarse una instantánea digital sobre la que detener la mirada. En otras palabras, una forma de admiración fabricada a través de imponentes paredes de hormigón, de grises que se yerguen hacia el infinito, allí donde se encuentran con el azul del cielo, de una tonalidad diferente al azul de las aguas y que completan los tonos verdes y pardos de la vegetación. La tarjeta de memoria registra entonces el retrato muerto de un no-lugar que, visto desde la superficie, podría situarse en cualquier sitio, esa ambigüedad donde acabará con el paso de los días: UnPantano.jpg.

Ya, pero ¿qué es un embalse? En términos humanos, un no-lugar repleto de memorias acalladas, un no-lugar que reivindica, que sueña y no sueña, un no-lugar que duele, que siente y que reivindica. Aunque no siempre se lo escuche y tantas veces se lo silencie. Agonía, humillación, vergüenza, injusticia permanente, falta de voluntad política, deuda histórica… son alguno de los términos que repiten las personas desplazadas por la construcción de represas. Aunque poco y a pocos importa, como si de los no-lugares sin tiempo solo pudiera esperarse gente si rostro, nadies.

Embalse de Ullibarri-Gamboa, en Álava. 

Al pie de la memoria

Las costuras de todo estado-hidráulico terminan sin embargo por emerger. Sucede por ejemplo cada verano, con la llegada del calor y las sequías, cada vez más habituales, cuando, tímidamente al principio y sin complejos después y cada año con menos vergüenza, se asoman los cientos de pespuntes históricos sumergidos de al menos medio millar de municipios españoles. Y bien pudieran ser muchos más, porque apenas hay datos y menos oficiales de este hilado de vidas desplazadas. Para contarlos y recordarlos hay que esperar muchas veces a que la bajada de las aguas embalsadas haga repuntar los campanarios de aquellas majestuosas iglesias que otrora presidían tantos pueblos. Asoman enmudecidos sus campanarios, porque ya no hay campanas ni se esperan los relojes; el tiempo se paró en los no-lugares bajo el fondo de las aguas embalsadas

Acercarse al pie de sus recuerdos es una experiencia extraña y única. Quizá porque reciben con el mismo silencio que exigen romper nada más sumergirse en sus aguas y, entonces sí, escuchar historias de expropiación, de desplazamiento forzoso, de raíces rotas, de vidas cortadas, de humillaciones y vejaciones por doquier. Porque se trata más bien del acallamiento no solo de la transnacional energética de turno ni de la comunidad de regantes de rigor ni tampoco de una Administración cómplice con el poder, sino el de toda una sociedad que mira para otro lado embelesada por las promesas de doloroso desarrollo que justifica la producción de víctimas. Un alto en el viaje. Una vista panorámica allí donde más se retuerce la carretera secundaria. Clic. ¡Otra foto sin memoria!

Este texto ha sido publicado en el anuario número 8 de #PikaraEnPapel, de diciembre de 2020. Puedes conseguirlo en nuestra tienda online.

 

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