Existir y desear
El sexo quizá no es un derecho, pero la accesibilidad sí. ¿A cuántos maricas en silla de ruedas habéis visto en una discoteca de ambiente? ¿Dónde está ese fervor defendiendo la accesibilidad a espacios que deberían ser para toda la comunidad?
Pocas palabras molestan tanto a algunos sectores de la sociedad como estas en boca de alguien que encuerpa a una minoría, porque lo primero, nuestra existencia supone que ocupemos un espacio aunque intenten invisibilizarlo; y lo segundo, el deseo y la autonomía sobre nuestro cuerpos demuestra que lo ocupamos sin pedir permiso.
“Nosotros también existimos y nosotros también follamos”, dijo el actor Telmo Irureta al recoger el Goya a mejor actor revelación por La consagración de la primavera. Tras sus palabras, hubo una avalancha de juicios de todo tipo en redes y medios especialmente virulentos y simples que despojaron de toda agencia y opinión a las personas que ejercen trabajo sexual y a las personas discas, infantilizándolas y desexualizándolas.
Escribo desde el yo. Tuve una infancia de niño marica relativamente poco marcada por el acoso (una infancia queer nunca está exenta de violencias). Soy blanco, cis, bastante normativo y no tengo ninguna discapacidad. Si algo que he aprendido en estos años de mis compas transfeministas es a ser consciente de mí mismo, mis privilegios, mis opresiones y mi lugar de enunciación. Siempre fui vehemente y algo bocazas, pero con el tiempo me he ido templando.
Hace ya tiempo que me cansa ver cómo se habla de temas complejos e importantes para grupos minoritarios desde paneles de expertos™ en los que no hay ninguna representación de esa minoría. Desde el derecho al aborto a la ley trans, pasando por cuestiones que afectan a la población migrante.
Por eso, hablar desde el privilegio sobre la sexualidad de las personas discas y del trabajo sexual SIN las personas discas y quienes ejercen algún trabajo sexual se me hace bola. No tardé en ver cómo cierto sector abolicionista de tuiter, casualmente también transodiante, comenzó una campaña muy agresiva hacia Irureta en particular y bastante cargada de capacitismo y putofobia. Dieron por hecho (por supuesto) la heterosexualidad del actor y la explotación de mujeres por su parte cuando reconoció que él, desde su experiencia personal, prefirió pagar por sexo a usar la asistencia sexual de otra persona, “porque a veces quieres ir directo al grano”.
Y esto es algo que nos pasa también en redes, supongo que por su propia naturaleza: que tendemos más a ir al grano con afirmaciones facilonas que a hacernos preguntas y darle una vuelta a temas tan complicados y con tantas aristas que no se pueden tratar en solo 280 caracteres. Así que voy a intentarlo en unos 9000.
Un juicio rápido
No hubo debate, hubo un juicio rápido que se resumía en llamar “putero con ruedas” al actor y a cualquiera que se situase en la órbita de su discurso, hablando de las trabajadoras sexuales en términos absolutamente deshumanizantes, dejándolas, por supuesto, sin agencia y resumiendo todo en la sentencia “el sexo no es un derecho”. A este mantra se unió mucha gente ¿crítica? y muy formada en feminismos interseccionales.
No diré yo que el sexo sea un derecho, lo que sí tengo claro es que lemas así son peligrosísimos, pues alejan del debate y de las políticas públicas infinidad de cosas sobre las que hay que regular y legislar, precisamente para evitar abusos y situaciones que puedan poner en peligro nuestras vidas, y que suelen ser, con frecuencia, las de colectivos y minorías vulnerables.
Cuando hablamos de prostitución y de puteros generalmente se habla de mujeres explotadas por hombres. Así forzamos con nuestro “debate” al actor a salir del armario públicamente como homosexual. A aclarar que no se refería a pagar por sexo a mujeres. Y esto me hace preguntarme por qué la prostitución masculina no parece ser un problema del que nunca he escuchado a una abolicionista hablar como tampoco he escuchado llamar “putero” a quienes pagan por sexo o compañía a hombres. No tengo tan claro que si es porque la prostitución femenina es significativamente mayor que la masculina, por el discurso esencialista que plantea que una trabajadora sexual es vulnerable por ser mujer, por los riesgos que conlleva el trabajo sexual en sí cuando no está regulado, o si es por la idea de que los hombres que lo ejercen lo hacen por una motivación distinta a la necesidad.
Encontrar sexo que no sea de pago entre hombres cis es comparativamente más fácil, no solo por cómo se nos maleduca respecto al mismo, sino porque existen diversas maneras de encontrarlo cuando te apetece. Y esto me lleva a plantearme más cosas relacionadas con el alegato del actor: pienso en las apps de citas, llenas de racismo, transfobia, plumofobia, gordofobia y capacitismo y en las que el deseo es tan normativo que cualquier cuerpo expulsado de esa norma es automáticamente descartado. Esto solo refleja de una manera más cruda las mismas discriminaciones de la sociedad en sí misma.
Llevan toda la vida taladrándonos con unos cuerpos muy específicos como deseables, también dentro de la comunidad LGTB. Quizá sea hora de deconstruir el deseo, empezando a mostrar otros tipos de cuerpos como deseables y no como caricaturas. Quizá así entendamos que esos cuerpos expulsados de la norma también son deseables y deseantes.
También tenemos los espacios de encuentros sexuales en los que llevamos socializando décadas, porque en público era peligroso e incluso ilegal. Espacios que se encuentran en sí mismos fuera de la norma, en los que el deseo también se aleja un poco de esa normatividad, desencorsetándose un poco y dinamitándola con más facilidad pero con menos o ninguna accesibilidad, como las saunas o cuartos oscuros. Quizá el sexo no sea “un derecho”, pero la accesibilidad sí lo es. ¿Dónde está ese fervor defendiendo la accesibilidad a espacios que deberían ser para toda la comunidad? No ya por el “derecho al sexo”, sino por el derecho a determinado ocio. ¿A cuántos maricas en silla de ruedas habéis visto en una discoteca de ambiente?
El sexo no es un derecho
Hasta donde yo sé, que nos limpien el baño de casa tampoco es un derecho y eso no impide a mucha gente contratar a alguien que lo haga, habitualmente mujer, habitualmente migrante, habitualmente sin contrato y habitualmente con un salario muy similar a la mierda que retiran de nuestros retretes. Tampoco es un derecho comer fresas a las dos de la mañana y cuando decidimos pedirlas por alguna app es poca la gente que pone el grito en el cielo para hablar con la misma violencia de la dignidad y derechos del rider que irá a recogerlas al market 24 horas, de la cajera que se las entregará y de la temporera que las recogió que, igual que las trabajadoras sexuales por las que hablaban, puede haber estado sometida a una violencia extrema y a abusos sexuales y laborales sin que por ello pida nadie la abolición de la campaña de recogida de fresas. Porque ahí estaba el tema y en eso se convirtió: en una campaña abolicionista.
Yo desconozco qué hacer o cuál es la hoja de ruta para conseguir que las personas que realizan un trabajo que no quieren realizar dejen de hacerlo y dispongan de alternativas, pero tengo claro que ninguna persona debería sentir que su tiempo, su vida y su cuerpo dejan de pertenecerle durante su jornada laboral. También tengo claro que son solamente ellas quienes pueden hablar de la dignidad, sea mucha, poca o ninguna, que sienten al realizarlo.
Tampoco seré yo quien diga si es más digno ejercer la prostitución, asistencia sexual, o realizar trabajos de limpieza o cuidados, ni quien hable de los efectos que producen determinados trabajos sobre un cuerpo, porque para eso basta escuchar a quienes los ejercen o han ejercido.
Pensar en la abolición del trabajo sexual sin pensar en la abolición del trabajo asalariado es tramposo y está cargado de moralidad, porque casi cualquier trabajo puede convertirse en una pesadilla si no se respetan unos derechos mínimos, especialmente cuando estás en situación “irregular”.
¿Quién decide qué es digno y qué no? ¿Por qué se victimiza a quien ejerce la prostitución porque no tiene otro remedio, mientras se demoniza a quien la ejerce sin dar explicaciones? No hay nada de malo en el manoseado ejemplo de fregar escaleras, pero, ¿por qué es siempre la alternativa que planteamos frente al trabajo sexual? ¿Por qué es más digno limpiarle el culo a personas mayores?
Comentaba con Marta, amiga disca y activista loca, que no todas las personas discas viven su discapacidad igual, ni tienen el mismo interés en las relaciones románticas o sexuales, ni todas tienen la misma red (familia, amigues, pareja/s estable/s), por no hablar del capital social o clase, cuestiones que son estructurales cuando hablamos de relaciones.
Parece muy sencillo divagar sobre el derecho o no al placer cuando tienes acceso a tu propio cuerpo y si te apetece masturbarte solo tienes que tocarte el coño, simplemente, porque puedes. Un privilegio que no todo el mundo tiene.
Quisiera saber con cuánta vehemencia defenderían esos mismos mantras algunas personas si no pudieran sentir el tacto de su propio cuerpo. Al final, no podemos olvidar que si las opresiones son interseccionales, los privilegios también.
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