Hipermaternidad, madres intensivas y otras falacias patriarcapitalistas

Hipermaternidad, madres intensivas y otras falacias patriarcapitalistas

Un feminismo que pretende poner la vida en el centro no puede considerar que somos intensivas solamente cuando se trata de cuidar, pero no nos considera intensivas en el resto de ámbitos, como el empleo.

22/03/2023

Carteles en favor de madres feministas. / Foto: archivo de Petra

En estos días estamos leyendo algunos artículos en prensa que de nuevo hacen una crítica a la crianza coloquialmente llamada “con apego”. Nos explican que este estilo de crianza respetuosa nace de padres y madres hiperexigentes y crea un estilo de hiperniñas e hiperniños.

No es la primera vez que las madres encontramos argumentos que cuestionan nuestra forma de criar, algo que llama la atención, pues suelen al mismo tiempo hacer una crítica a la competitividad entre madres, cuando en realidad la están fomentando al cuestionar y menospreciar una forma de criar concreta. Si se pretende dejar de dividir a las madres entre “buenas” y “malas”, no se puede seguir usando el mismo argumento. Porque volvemos a dejar fuera la responsabilidad del sistema y nos hace a nosotras responsables, desde una perspectiva absolutamente individualista, de nuestro papel como madres y nuestras decisiones. Madres controladoras, madres helicóptero, hipermadres… toda una serie de calificativos para volver a poner sobre nosotras la culpa.

Ahora le ha tocado el turno a la hipermaternidad o maternidad intensiva, un término que está más de moda que las influencers que crían “con apego” en sus vidas de cristal, a las que hacen referencia estos artículos. Un concepto que nació y se desarrolla dentro de entornos universitarios completamente alejados de la calle. Y que es bastante antiguo, con autoras como Hays o Badinter, entre otras. Para empezar, usar este término desde dentro del feminismo es una absoluta aberración, en primer lugar, porque se produce una crítica directa a las madres y su forma de criar. En segundo lugar, porque las mujeres ya sufrimos que nos llamasen histéricas y el calificativo intensivas no es diferente. En tercer lugar, porque un feminismo que pretende poner la vida en el centro no puede considerar que somos intensivas solamente cuando se trata de cuidar, pero no nos considera intensivas en el resto de ámbitos, como el empleo.

La crianza respetuosa significa, como su nombre indica, criar con respeto. Respetar a la infancia jamás podrá tener connotaciones negativas ni debería estar en contra de los intereses adultos en una sociedad no adultocéntrica. No es esa la sociedad que tenemos, por lo tanto entramos en una especie de competencia de necesidades adultas e infantiles, incompatibles entre ellas, donde suelen ganar las adultas. Una crianza respetuosa implica reciprocidad, lo que quiere decir que el bienestar de las personas cuidadoras repercute en las personas cuidadas y al revés. Teniendo siempre en cuenta que hay una infancia que se debe proteger. Por lo tanto, en ningún momento supone un desvarío de las madres para someterse a los caprichos “de ese gran dictador que es la infancia”. Pensar que las niñas y los niños tienen poder es un tanto ingenuo, pues la mayoría de “concesiones” que solemos hacer como madres y padres no son más que un listado de mínimos dentro de los derechos humanos.

Algo que también desprende un profundo desconocimiento de la necesidad de dependencia de la infancia es pensar que cubriendo esa dependencia lo que hacemos es sobreproteger. Este argumento lo discutí con mi hijo de diez años y me dijo que él había visto cómo los niños que no tienen mucho amor, contacto y tiempo con su madre (y padre) son personas inseguras y con muchos miedos. Y eso sin máster en psicología. Lo primero que debemos hacer es distinguir entre las distintas etapas, no es lo mismo las necesidades de la primera infancia que con seis años o con doce, homogeneizar es absurdo. Respecto a los y las bebés que ya tienen cierta autonomía, la seguridad (o el “apego”) no significa ir detrás todo el tiempo por si se cae o por si chupa un palo. De hecho es muy significativo el ambiente de libertad infantil que hay en las reuniones de grupos de apoyo a la lactancia materna, donde los niños y las niñas gatean por todas partes, comen fruta con sus manos, juegan descalzas, etcétera. Una infancia independiente por la seguridad que le ha ofrecido cubrir adecuadamente su dependencia cuando lo han necesitado.

También se critica el colecho. Es curioso. He entrevistado a muchas madres para mi investigación y la mayoría comentan que el colecho significó supervivencia. No hubo una “ideología intensiva” que las sometió, muchas de ellas intentaron que su bebé durmiese en la cuna porque era lo que les habían enseñado. Pensaban que podían aplastar a su bebé en la cama o que lo iban a malcriar. Estas madres consiguieron dormir mejor gracias al colecho y poder dejar de levantarse a cada rato. Aún así, siempre será, como portear o como tantas otras posibilidades, decisión de cada una. Porque las madres saben lo que les viene mejor y deberíamos dejar fuera tantos paternalismos. Eso sí, hay un límite, los derechos de la infancia: si se plantea como una alternativa para el sueño usar el método conductista de un maltratador de bebés, no puede ser válido. Por ese mismo motivo, es irracional poner al mismo nivel la decisión de portear (algo totalmente opcional), con dejar llorar a un bebé (algo que es evidentemente inhumano y perjudicial). Y todo para crear un prototipo de “madre que cría con apego”, como si de un monólogo cómico se tratase, para meter en él todos los tópicos y estereotipos posibles. Pero las madres somos diversas, criemos como criemos.

Es cierto, como dicen estos artículos, basados en la publicación del nuevo libro de Eva Millet, autora de Hiperpaternidad, que las madres tenemos demasiados expertos y expertas diciéndonos qué debemos hacer. Desde la era de las maternidades científicas se decidió que el saber de las madres no era suficiente y que debíamos tener estrictas pautas científicas sobre cómo parir, lactar o criar. En estas pautas se incluían todos los consejos que acabaron con millones de lactancias. También nos encontramos con una defensa de la leche materna que separa la leche de la madre, quedando el acto sexual de amamantar en un segundo plano. La lactancia materna no es (solo) leche.  Pero ni siquiera voy a defender las clases magistrales sobre crianza respetuosa de expertos, destinadas a que las “simples madres” aprendamos. Prefiero los encuentros madre a madre o los libros y artículos escritos desde la cercanía y la experiencia, que jamás deberían ser listados de normas.

Me parece realmente surrealista, además, hablar de que existe un negocio de la lactancia materna sin compararlo con el negocio multinacional de las empresas de alimentación infantil.  No voy a hacer publicidad de marcas, pero acceder a las gráficas de sus ganancias anuales es bastante sencillo. Y sus estrategias de marketing no se parecen en nada a una madre vendiendo una mochila ergonómica en un vídeo de YouTube. Y por si fuera poco, más apoyo a la lactancia materna reduciría, por ejemplo, el mercado de sacaleches, que las madres suelen necesitar por el escaso permiso de maternidad, ahora incluso inalámbricos, para poder usarlos de camino al empleo.

Cuando una madre siente que, al nacer su bebé, ella pasa a un segundo plano, no solo se debe a que nos olvidemos de nosotras mismas por cubrir las necesidades la criatura, sino que este sistema patriarcal y capitalista directamente nos invisibiliza. Cuando una mujer se convierte en madre pasa a un segundo o tercer plano en esta sociedad, por debajo de los hombres y de las mujeres que no son madres (y a un plano inferior si además la madre sufre otras opresiones). Esto no es una novedad, ya lo decían muchas autoras feministas el siglo pasado, pero parece ser que no quisimos escucharlas, y continuamos luchando por incluirnos en igualdad en una sociedad que no tenía en cuenta ni los cuidados, ni la crianza, ni nuestros procesos sexuales y reproductivos, ni a la infancia. Realmente no sabemos cómo serían nuestras crianzas si viviésemos en sociedades feministas y matrísticas, donde además se criase comunitariamente. Por lo tanto, el agotamiento de las madres que quieren respetar las necesidades de la infancia dentro de este sistema es el mismo agotamiento de alguien que pretenda encender una cerilla bajo la lluvia. Pero no somos culpables de que llueva y nos dejen sin recursos y a la intemperie. Las madres tenemos el permiso de maternidad congelado desde 1989, al igual que los los derechos, como exponemos en la asociación PETRA Maternidades Feministas.

Con nuestros procesos sexuales y reproductivos ha sucedido algo parecido. La lactancia materna pocas veces ha sido nuestra. En mis investigaciones sobre cómo se ha desarrollado esta práctica a lo largo de la historia he podido comprobar cómo las madres siempre hemos sido utilizadas (o ignoradas) dentro de las decisiones sobre nuestro propio cuerpo, ya sea para defender la lactancia materna o la artificial. En la actualidad muchas madres que desean reapropiarse de sus procesos sexuales son llamadas “naturales” (con desdén) o “esencialistas”, como si formar parte del proyecto patriarcal colonizador de nuestros cuerpos fuese más moderno (y paradójicamente “feminista”). Para que la tecnología esté a nuestro servicio, en primer lugar, debería ser una tecnología elegida por nosotras y para nuestros intereses y, en segundo lugar, una tecnología opcional.  Ninguna de las dos cosas está sucediendo.

 

 

En esta sociedad no se obliga a dar el pecho. Esta mentira es necesario pararla cuanto antes. Lo que sí está sucediendo es que se produce una contradicción entre un sistema sanitario que defiende a voces la lactancia materna y sus beneficios y, sin embargo, pone muchísimas trabas para que las madres amamanten. La barra libre de biberones en las maternidades de los hospitales no es algo del pasado. La incoherencia empieza cuando las mismas personas que te venden la lactancia materna como lo mejor, te dicen al mismo tiempo que quizás no tienes leche, o no es de buena calidad, principal motivo por el que las madres dejan de amamantar.

Cuando una madre desea dar el pecho y no puede, lo primero que hay que hacer, como se dice en los grupos de apoyo, es echar fuera la culpa. Posiblemente haya culpables externos: interferencias, violencias en el parto y el posparto, desactualización de profesionales, falta de apoyo, una infinidad de mitos, etcétera. Pero en ocasiones los grupos tampoco se centran en esta crítica al sistema porque lo que necesita esa madre en ese momento es otra cosa: ser escuchada y apoyada en su propia decisión. Y en todas las decisiones; por ejemplo, uno de los temas muy tratados en las reuniones es el destete.

Apenas conozco madres que tuvieran el objetivo de dar teta dos años. Al contrario de lo que dicen los artículos y, por mucho que lo diga la Organización Mundial de la Salud (OMS), cuando una madre está embarazada lo que dice es: “Quiero dar teta, si puedo”. Hay un sentimiento general entre las mujeres de que no podremos amamantar. Por ello, cuando una madre amamanta dos años (o seis) no está pensando en la OMS, ni en el cartel que hay en su centro de salud sobre los beneficios de la lactancia materna, simplemente su crianza la llevó hasta ahí, sin que ella pudiera ni imaginarlo. Por supuesto, tener referentes ayuda a normalizarlo. Para lo único que sirve la evidencia científica es para que muchas madres la usen como escudo protector contra las críticas externas, por eso muchas se vuelven expertas; pero la evidencia científica no les otorga la confianza en sí mismas y en su cuerpo, una confianza que ha sido arrancada de nosotras por siglos de patriarcado. En los partos, lo mismo. Pero no voy a defender que existe la violencia obstétrica, porque sería como tener que defender que existe la violencia machista, de hecho, forma parte de ella. Tener un parto humanizado es un derecho como humanas, porque no estamos pidiendo un parto perfecto o idealizado, estamos pidiendo humanidad.

Pensé mucho escribir o no este texto, porque hace tiempo que veo este supuesto debate desde otra perspectiva. Cuando se produce una lucha de madres suele haber detrás mucho dolor, un dolor que en algún momento nos ha acompañado a todas. Cuando tienes la necesidad de mirar a la otra y juzgarla, quizás sea porque en algún momento te sentiste juzgada y fue necesaria la defensa. Pero quizás sería bueno empezar a pensar contra quién debemos dirigir esa defensa (u ofensa), si contra las madres que lo hacen diferente, o contra el sistema que pone sobre nosotras la culpa (para escapar y soltar su responsabilidad).

Vivimos en una sociedad matricida, así que todo el estrés, la insatisfacción vital y depresión que sufrimos las madres no se debe, como dicen estos artículos, a que criamos demasiado intensamente. En definitiva, si nos uniésemos para criticar el sistema que nos impide parir y criar como cada una desea, en lugar de cuestionar nuestras crianzas, conseguiríamos mucho más. Al menos conseguiríamos que todas las madres dolidas con el contenido de esas publicaciones se sintiesen algo mejor. Pero igual así no se venderían tantos libros.

 


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