Irati somos todas

Irati somos todas

La película de Paul Urkijo nos presenta a la ancestra vasca que todas tenemos en el siglo VIII. La tierra, el cielo, el fuego, el agua, la gente que quieres, defenderse y defender lo que amas. Todo lo que importa.

01/03/2023

Fotograma de ‘Irati’.

Si eres vasca —o tienes vasquitis, esa filia por todo lo que suene a vasco, sobre todo si es épico e implica bien de pelazos y de pelearse por lo que merece la pena— te la vas a gozar.

Irati es una película sobre la mitología vasca, y no hay mejor forma de conocer a un pueblo que descubriendo en qué cree, a quién venera y lo que le asusta. La tierra, la madre, las tormentas, el bosque, las cuevas, la historia contiene todas las piezas de la esencia de esta tierra que parece hostil a quienes no entienden que la niebla es Mari, follando con Sugaar, su amante.

Pocas artes tan marcadas por la tierra en la que están hechas como el cine. En las pelis se cuela la luz, el cielo, el horizonte, lo que oye y lo que escucha cada día la gente que trabaja en ellas, por eso —aunque quien dirige no lo pretenda— una peli es un viaje al lugar donde está hecha. Y Paul Urkijo quiere que vengas. Que respires la humedad del bosque, que te deslumbre la luz que se filtra entre los árboles, que mires al cielo, a ver de qué humor se ha despertado hoy Mari.

Y que aplaudas con cada puñetazo que suelta Irati. Porque la protagonista de este cuento es tan vasca, que te da que la conoces. Yo, que la conozco, he valorado especialmente la transformación de Edurne Azkarate en Irati. Siempre alerta, siempre salvaje, siempre autónoma, siempre fuerte. ¿No queremos todas ser como ella? Ella se defiende sola y salva al caballero que la debe proteger y tiene una navaja preciosa y la usa. Ella entra y lame y se desnuda sola. Ella corre más y no se asusta y reparte hostias y cuida bien y está mejor sola. ¿No queremos todas ser como ella? Irati mola. Edurne la borda.

Y a Eneko le adoras. Eneko Sagardoy —Eneko Señor del valle— es una masculinidad salvable. Literalmente, porque se vale solo menos de lo que él cree y de lo que la planta, el estilismo, la corona y las armas pudieran hacer presagiar; y porque se sabe frágil, se asusta, se deja ayudar, se deja llevar a donde le lleve la chica que se mete en el barro. Eneko encarna perfectamente a ese hombre más pequeño y más tierno de lo que le impone su puesto.

¿Y Mari? Hay que ser muy vasco para tener —otra vez— en tu peli a Itziar Ituño y tenerla escondida en una cueva, escondida. La diosa que las vascas merecemos, qué te voy a contar. Mari e Itziar, las dos. El traje, lo quiero.

El vestuario entero. Una peli tan visual, tan estética, tan compuesta, se merecía un vestuario a su medida. Nerea Torrijos le hace un traje de sangre y tierra y tormenta a Mari y cuenta una historia paralela con la ropa de cada personaje. Aunque se quede, no lo entiendo, sin Goya.

Parece fácil que la Euskal Herria rural sea bonita, pero el trabajo de Gorka Gómez Andreu en la dirección de fotografía es una preciosidad. Como si le hubiera puesto un filtro a nuestra tierra. Como si le hiciera falta.

¿Y la música? Aranzazu Calleja y Maite (Mursego) Arroitajauregi, que ya son el dúo musical del cine vasco y estatal (¿creías que iba a decir “español”, eh?), crean una música que parece orgánica. Te imaginas que así debía (o debería) sonar el bosque, las batallas, la lluvia, la noche, las cuevas, la serpiente, el fuego. Con un estilo que ya puede reconocerse, crean canciones pelín hipnóticas que hacen que te olvides de que la película tiene música, y que creas que es el sonido natural de la historia. Qué maravilla Izena duena bada. ¿Es Itziar Ituño la que canta? Pues podría parecer, porque la diosa de El Kalero también hace eso bien. Pero la voz de esa copla preciosa la pone —al principio— Paula Iragorri, mezzosoprano de Donosti, cantando por Luxa, y —al final— la propia Edurne Azkarate, porque ella es Irati también por dentro.

No puedo no hablar de Luxa. Elena Uriz está perfecta de mujer lista mayor sin miedo que sabe cosas que nadie más sabe y que entiende lo que es de verdad trascendente y no las supersticiones patriarcales traídas de fuera. Lo que el sistema llama(ba) una bruja.

Porque Irati también va de eso. Del ansia de acumulación de riqueza y poder de los señores (en este caso, literalmente Señores) que siempre son hombres que solo quieren al oro y que pasan de su pueblo y que odian a las mujeres. Y que tienen de su lado, qué raro, a la iglesia cristiana, que nunca está con los pobres y que siempre está con quienes odian a las mujeres, cuanto más listas y más libres, peor.

Esta peli hay que verla en euskera. Porque está hecha en la lengua en la que habla Mari. Un euskera precioso y cuidado y adaptado a un tiempo en el que no estábamos, pero seguro que hablaban en hika. Aquí mi alegato para verla en versión originaria. Por Mari.

Irati existe. La llamamos “selva” porque se le queda pequeño y domesticado “bosque”. Porque sabemos que los infinitos tonos de verde y los rayos de sol que se cuelan entre las ramas cuando no llueve y el musgo y los ruidos esconden cosas en las que fingimos no creer, pero que sabemos. Si vas, seguro que escuchas a Irati corriendo.

Por si acaso, yo llevaría una eguzkilore. Pero qué sabré yo, si en mi casa siempre ha habido una en la puerta. Por lo que sea.

Espero que ningún crítico hortera y desubicado diga que esta peli va del matriarcado vasco, porque eso no existe. En esta tierra hay muchas cosas buenas, pero nunca ha habido un sistema estructural en el que los valores, las creencias, la organización social, económica y política estén al servicio de la supremacía de las mujeres. Otra cosa es que nos reconozcamos en esas feminidades fuertes, autónomas, que se pelean por lo que creen y que se defienden. Eso sí. Y que preferimos —como dice La Furia— una Opinel a un Orfidal. Pero eso no es mandar. Eso es autodefensa.

Si has ido al Anboto sabes que esta peli es un cuento, pero no miente. Porque Mari existe. Puedes ver su perfil tallado en la piedra contra el horizonte y puedes saber cuándo ha ido a visitarla su amante solo mirando al cielo. Por eso hablamos, aquí, tanto del tiempo.

Yo voy a pegarme la flipada máxima, pero me atrevo a decir que viendo Irati he descubierto cuánto de queer hay en la historia de este pueblo, al menos en los cuentos. ¿Se te ocurre un lema más queer que “izena duena bada” (todo lo que tiene nombre existe)?

Pues eso. Que Irati somos todes.

 


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