Jezabel
La odiaban tanto, habían personificado tanto en ella el agravio a la religión de Israel, que casi la mataron con veneración.
Hará como 30 años me presentaron en La Laguna a alguien que se llamaba Jezabel. No he sido nunca una gran lectora de la Biblia, pero recuerdo que ya entonces me sorprendió que alguien decidiera ponerle Jezabel a su hija. No conocía el personaje, no sabía ni que hubiera existido un reino de Israel y otro de Judá, pero los mecanismos de transmisión de la cultura se las habían ingeniado para que yo supiera que aquel nombre encerraba algo malvado. Luego conocí a un bajista que se llamaba Caín, pero esa es otra historia.
¿Era de verdad tan mala Jezabel como para que yo supiera de su condición sin ni siquiera saber quién era? Jezabel era fenicia. Su padre se llamaba Itobaal y era rey de Tiro. Baal era uno de los dioses principales del panteón de esta gente. Y será heredado por el mundo púnico. Aníbal —Hani ba’al, el que goza del favor de Baal—, siglos después llevará el nombre del dios a través de los Alpes hasta las llanuras de Roma.
Como buena fenicia, Jezabel adoraba a las divinidades de su cultura. Yo, que ni siquiera tengo nada así como una religión, limpio el polvo todas las semanas en la estantería a una reproducción en barro del idolillo de Tara, una supuesta diosa aborigen de la fertilidad, porque es una de mis formas de seguir siendo canaria desde este continente remoto. Imagínate Jezabel, que además había sido sacerdotisa de Asherah, Asterot o Astarté, que debe de ser la versión fenicia de la Ishtar babilonia.
Pero hete aquí que Jezabel vino a casarse con un tal Ajab, de la Casa de Omrí, una dinastía hebrea que llegó a reinar en el reino de Israel y en el de Judá. Ajab, si hacemos caso a fuentes que no sean la Biblia, era un rey apañado que se las arregló para estar en paz con los pueblos que le rodeaban y centrarse en la amenaza que los sirios representaban en ese momento. Su reinado fue relativamente positivo, la gente no se moría de hambre, había cierta paz social, para la época, y cierto progreso económico. Pero si atendemos al Antiguo Testamento, a los Libros de los Reyes, fue un tiempo calamitoso en el que Yahvé envió sequías para castigar la perfidia de la malvada Jezabel, que había corrompido la moral y las costumbres del pueblo hebreo trayendo cultos extraños que ofendían a Yahvé. A la casta sacerdotal que escribía los rollos de la que sería la Tanaj no le gustaba Baal. No le gustaba nada. Hasta el punto de que uno de los nombres del maligno, Belzebú, deriva de Ba’al Zvuv, el señor de las moscas, porque los fenicios no inmolaban en holocausto a las víctimas propiciatorias de sus sacrificios, sino que las dejaban pudrirse ahí mismo, donde habían caído, en torno a la figura de Baal.
Un buen día Ajab cayó en combate contra los sirios y la facción más integrista del reino ungió rey a un tal Jehú, que no parecía tener muchas luces, pero sí una obediencia ciega a Yahvé, y puso en marcha un auténtico golpe de Estado que viene explicadito paso por paso en el capítulo nueve del segundo Libro de los Reyes. En los capítulos nueve y diez de este libro se relata la tremenda matanza que llevó a cabo Jehú para erradicar la estirpe de Ajab de la faz de la tierra. Y luego la gente se sorprende de que quienes vienen con la Biblia en la mano hagan cosas así.
Es muy interesante la manera en la que los cronistas del golpe de Jehú encarnan en Jezabel toda la culpa de la deriva teológica del régimen de Ajab. Es mala porque es una mujer. Y punto. Es la villana necesaria.
No voy a entrar en pormenores —la Biblia puede ser muy gore— sobre la forma en la que la matan y el trato que dan después a su cadáver, solo diré que, desde una aproximación fenomenológica al texto bíblico, se reproducen en ella las pautas de desacralización de la figura de una diosa o de un espacio de culto. La odiaban tanto, habían personificado tanto en ella el agravio a la religión de Israel, que casi la mataron con veneración.
(Jehú fue a Yizreel. Nada más enterarse, Jezabel se alcoholó los ojos con antimonio, se adornó la cabeza y se asomó al balcón [2 Re 9, 30]. Lo de alcoholarse los ojos también me llamó la atención. Parece ser que el origen de todo esto es la palabra khol, referido a la mezcla que se usaba para pintar los ojos, que en árabe daría al-khol y que, al ser destilada en los mismos alambiques en los que luego se destilaría el alcohol, llegaría con el mismo nombre a Occidente. Perdón, quería compartirlo. En cualquier caso, murió divísima de la muerte.)
El rey emérito ha cometido, aparentemente al menos, graves hechos contra la ley del Estado del que ha sido jefe, echando por tierra todo un reinado que podía haber pasado por decente gracias al impagable silencio cómplice de los medios y las instituciones afines. Pero si una tiene estómago para escuchar lo que dicen los afectos al régimen del 78, verá que llaman a su colaboradora necesaria, Corinna Larsen, de todo menos bonita, convirtiéndola en la villana, en la única responsable de los desmanes del monarca. Ahora no recuerdo si era el propio Felipe González el que se refería a ella como “esta señora”, aplastando el paladar sobre la palabra “señora” hasta laminarla en el significado más denigrante que el patriarcado reserva para todas las palabras que significan mujer.
Ya puede alcoholarse bien los ojos Corinna.
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