Las canis como revolución
Una revisión de la película 'Yo soy la Juani' obliga a pensar en las chonis fuera de los estereotipos en los que han sido encajas y reivinciar los barrios como lugares de resistencias y comadreo.
Escribir sobre La Juani es acercarme de alguna manera a mi adolescencia, a mis primeros años en la universidad. Es volver a aquella época y pensar en las existencias canis (que es como yo llamo a las chonis en mi pueblo), en cómo eso me interpela, de qué forma ha construido mi vida y cómo intervino en mi forma de estar en el mundo. Es hablar de mí, de mi pueblo, de mis amigas. Es meterme en un berenjenal de recuerdos, en una maraña de emociones que tengo agolpadas en un lugar difuso cerca de mi estómago. En ese tiempo de mi vida todo está difuminado, se entremezclan unas cosas con otras. Me provoca confusión. Una mezcla de sensaciones dispares y contrarias inunda mi cuerpo. Algarabía y revuelo al acordarme de las fiestas, de las risas y de las juntiñas; y tristeza, ansiedad y angustia al volver a vivir la sensación de ir a la deriva, sabiendo solo que quería salir del pueblo, llenar mi vida de experiencias, estudiar, romper con todo y huir. Es hacer memoria y analizar las cosas desde el prisma que ahora tengo. Es ver a mis amigas y a mí sobreviviendo, haciendo lo que podíamos con lo que teníamos.
He vuelto a ver Yo soy la Juani (2006) y, como cuando era más joven, siento contradicciones. La historia trata de la vida de una cani (una choni), que no entraré a crear una definición de lo que es porque resultaría difícil homogeneizar estas experiencias en una sola. Sin embargo, desde la sociedad existe una descripción basada en la superioridad moral asociada a gente inculta, vulgar, malhablada y violenta. Los medios de comunicación presentan a la cani o la choni desde un estereotipo monolítico y estanco que permite no solo mofarse sino también de criminalizar a las clases obreras de pueblos y ciudades. Este filme podría tener una potencia de cambio si los personajes se hubiesen construido con sus complejidades, con sus luces y sombras; si las historias indagaran en lo jondo, si fueran relatadas desde un lugar que nos permita acercarnos al contexto, a las razones de sus decisiones, en definitiva, a las cotidianidades. Sin embargo, y a pesar de que hay momentos de la película que pueden servir como elementos para reivindicar a las canis que muchas hemos sido, se presenta un mundo estereotipado, vacío y sin coherencia. Lo cani aparece como algo superfluo, diluyendo las cuestiones políticas, borrado de su contexto. Este hecho se observa cuando lo andaluz es asociado a lo barriobajero sin más explicación. Este film está grabado en Tarragona, concretamente en el barrio de Buenavista, construido gracias a las manos de las personas migrantes del sur del Estado español. Esto no se puede saber viendo la película. Lo que sí observamos es que el padre y la madre de La Juani hablan andaluz. Mientras veo esta escena, me resuenan todas las historias de mi entorno de antes y de ahora, que narran la vida de gente dejando su hogar para buscar trabajo porque esta tierra está precarizada debido a dinámicas históricas de expropiación dentro del Estado español. Esto me hace recordar que en ciertos lugares de Cataluña la palabra quillo o quilla se usa para señalar a una persona como vulgar, inculta y de barrio. La palabra, que en algunas partes de Andalucía sirve para referirnos a la gente desde lo cotidiano, desde la intimidad y el cariño, es convertida en insulto. Así, clasista, una de las palabras más bonitas y más repetidas del entorno de donde yo nací es reducida a la mofa debido a estereotipos andaluzófobos y clasistas.
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