Podrían ser eternas

Podrían ser eternas

Los pilares afectivos occidentales se basan en la pareja y en la familia nuclear tradicional. Si queremos construir familias elegidas y apostar por lo comunitario, hay que hablar del futuro y establecer vínculos que nos impidan caer en dinámicas que pueden ser nocivas.

Imagen: Vane Julián
08/03/2023

A veces me pregunto si soy una robot. No solo porque me cuesta reconocer las letras y números de algún captcha, también porque a mucha gente le recuerdo a alguien, con lo que supongo que tengo dobles repartidas por el mundo. Mi inutilidad para pasar las pruebas sencillas de internet y la posibilidad de que cientos de replicantes –de las que no sé si soy la primera pieza o la réplica 1.143– habiten el mundo, me tranquiliza. “Demuestra que no eres un robot”. Nunca lo tengo claro. ¿La imagen es de un camión o de un autobús? Prueba fallida. Refrescar, siguiente oportunidad.

Me tranquiliza pensar que soy una robot replicante, porque significaría que mi sistema operativo es estupendo y consigue pasar la prueba de humanidad, de media, al tercer intento. Prefiero pensar eso que reconocer que mi sistema humano es poco humano, que está defectuoso y no logra demostrar lo que es hasta la tercera prueba. También me tranquiliza porque eso significaría que tengo una ristra de hermanas, con las que compartí la cinta transportadora de alguna gran fábrica de Elon Musk o de algún otro genio que comenzó en un garaje, que vagan por ahí y con las que puedo encontrarme. Y no creo que haya nada más incondicional que una doble. He de confesar que me agobia un poco ser una tecnología muy perfecta y durar muchos años, demasiados, 200, por ejemplo. A mí, que me preocupa la soledad –no la elegida, la impuesta–, me parece que esto sería alargar la agonía. Supongo que me podrían apagar sin dolor. Con o sin mí consentimiento, claro. La vida es así, seas humana o robot.

Siendo realistas, lo más probable es que sea una humana imperfecta con problemas para reconocer fotos pixeladas. Pero esa ristra de hermanas existe, aunque no sean réplicas mías –gracias a las diosas– . Esa familia de iguales es todo lo contrario a la familia tradicional como sistema de opresión. No quiero decir que todas las familias lo sean. Las hay maravillosas, aunque hasta las más estupendas suelen ser jerárquicas. Esa familia de iguales es mucho mejor que una relación de pareja, porque todas ellas se sitúan en la misma línea de horizonte. No espero de ninguna de ellas que me complete.

Las feministas queremos romper –estamos en ello– con los paradigmas clásicos de familia y pareja. Y lo hacemos creando nuestras redes de amigas. Esa familia elegida, la sustitución rizomática de esa cúspide de las relaciones que sería la pareja, como diría Brigitte Vasallo. Hemos dinamitado el núcleo irradiador de amor incondicional y lo estamos repartiendo en distintos lugares, entendiendo que no existen medias naranjas, etcétera.

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