‘Quema de huesos’ o el hallazgo abrasador de la escritura y el multilingüismo
El libro de Miren Agur Meabe, última ganadora del Premio Nacional de Poesía, nos lleva de la ternura más abrasadora a la brutalidad y la violencia de género infringidas lo mismo a una niña pequeña que a una joven, construye su mitología a partir de la familia nuclear y la familia extendida. Nos lleva, también, en un viaje donde nos presenta sueños de otras mujeres, trabajos, violencias pero también alegrías, búsquedas y hallazgos
Por Xitlalitl Rodríguez Mendoza*
Quema de huesos de Miren Agur Meabe (Lekeitio, País Vasco, 1962) publicado en 2021 por editorial vasca Consonni es un conjunto de 21 relatos que constelan, con una voz e imágenes poéticas poderosísimas, la vida de una mujer que bien puede ser en ciertos momentos la misma autora en diferentes épocas de su vida y, en otros, bien puede ser cada una de nosotras.
Este libro, que nos lleva de la ternura más abrasadora a la brutalidad y la violencia de género infringidas lo mismo a una niña pequeña que a una joven, construye su mitología a partir de la familia nuclear y la familia extendida; los padres, la maternidad y las amistades. La lectura de Quema de huesos es un periplo por la historia de este personaje que parte de ser una niña rodeada de lenguas tan múltiples y diversas como de imposiciones, prohibiciones e injusticias propias del mundo de su época, que de alguna forma, es también la nuestra.
Esta obra de quien recibió el año pasado el Premio Nacional de Poesía de España (Miren es la primera escritora en ganar con una obra en euskera) inicia con un glosario de palabras en euskera y su traducción al español.
La primera palabra del glosario es “aita”: padre. Y es, si lo tomamos desde una lectura psicoanalítica, el inicio del libro. Además de ser un acto generosísimo hacia quien lee de fuera de Euskal Herria y un curioso trabajo lexicográfico, este glosario pareciera un fragmento de historia en sí mismo: entre sus pistas, empieza a darnos el calor de la tensión política que ha habido históricamente en Euskadi y también nos inflama con la nostalgia de los años 80 por la ropa y la música, que, ojo, acá a México nos llegó sobre todo por la movida madrileña, un movimiento musical bastante manso que no representaba peligro alguno para el régimen franquista. En este breve glosario que además incluye notas gastronómicas y culturales sobre algunos personajes, se ve ya un desmarcaje del discurso oficialista y nos prepara para enfrentarnos a relatos construidos desde una identidad propia, ruidosa, problemática, es decir: bella por donde se la vea.
Los personajes que transitan estas páginas son de lo más entrañable: el hijo, la abuela y el abuelo de la pequeña, sus padres, entre muchos otros, y en estas interacciones la autora nos va dibujando también las dificultades económicas y políticas de la vida cotidiana en su país y en su país dentro de este otro, de este otro… pero es en los bordes de estos personajes donde la autora va desvelando un erotismo absolutamente acogedor, una lectura desgarradoramente íntima del mundo desde la incomprensión —es decir, desde el acto poético— de la niña, la joven, la adulta. Pero el primer vínculo de la niña con el mundo será el lenguaje y, desde luego, la escritura. Una escritura que partirá del acto de la traducción, de esa necesidad por comprender y por compartir ese conocimiento, porque además, hay que decirlo, Miren Agur Meabe es también una reconocida traductora y ella misma tradujo este volumen que lleva por título original Hezurren erretura al castellano.
Al compartir esto, la propia narradora se asombrará ante la vida y el deseo de su propio padre: “Lo que realmente me trastornó fue la evidencia de su deseo”.
Así, Miren, la personaje, siempre se está asombrando con las vulnerabilidades del ser humano, mientras que Miren, la autora, lo hace con la fascinación de un lenguaje que le es propio y el mundo que va construyendo a partir de él y que desemboca en ese amour fou bretoniano que no solamente se ancla en el amor erótico, patológico, sino que encarna también la contemplación casi divina del territorio que habitamos, de la escucha ante el silencio y ante quienes nos rodean, de la respiración de nuestro entorno y, sí, de las alimañas que nos ponen la sangre en movimiento.
Estas alimañas serán también un motor, una llamada al movimiento. De joven madre, la narradora recuerda: “El canibalismo es habitual entre las ratas. También nosotros tenemos la capacidad de saltar sobre lazos de sangre, razones morales, humanidad y honor con tal de salir victoriosos de nuestras disputas”. Bajo esta advertencia, nos lanza a estos relatos que componen esta asombrosa compilación donde no tienen cabida ni la autocomplacencia ni la autocompasión, pestes frecuentes del género que se impulsa en el trampolín del motivo autobiográfico. Por el contrario, la autora se prueba a sí misma y nos va dejando pequeñas bombas de humor que van dinamitando la dureza de la historia, así, nuestra Miren afirma: “No puedo negar que en mis textos no me haya salido rentable inventarme mi biografía”.
Esta magnífico libro de relatos biográficos funciona, además, como un tesoro en cuando a, sí, el registro poético, pero también en cuanto a la riqueza multilingüe y multicultural: en estas páginas desfilarán palabras y referencias culturales en euskera, francés, inglés, chumash, gallego, latín, polaco, italiano… y aparecerán Paul Éluard, André Gide, Simone de Beauvoir, Rosalía de Castro y la niña atesorará el vínculo de la lengua al recordar a la mujer que le hablaba en la suya propia, es decir, desde lo más recóndito y maternal de ella: “Cuando pronunciaba esas palabras, sus ojos parecían de esmalte, pero si me daba un beso, yo me apartaba porque me horripilaba la humedad de su nariz”.
Estamos frente a una niña que hacía listas de palabras para buscar en el diccionario y que luego devino en escritora y traductora, es decir, maga de esa “forma en movimiento”, como dijera la poeta y traductora mexicana Tedi López Mills y esto refulge también el hecho primordial de que Miren es una mujer viajera, así sus espacios no solamente se remiten a su lugar de origen, sino a muchos espacios donde, sin duda, también se originó una rama de su poética, un hueso. Muchas veces estos espacios son diversos apartamentos, diversas ciudades pero también diversas Miren: la escritora niña, la escritora joven, la escritora madre, la escritora adulta, pero siempre mujer. Miren Agur Meabe es, en este sentido, una misionera, como ella misma describe. “Me surge una duda: ¿vendría ahora a cuento mencionar que mi fascinación por la hostelería tal vez provenga de esa experiencia infantil? Un poema que escribí hace diez años reza lo siguiente: ‘Ser misionera o mesonera, enseñar las tetas o enseñar el corazón’”. En una instancia ella llega a un mesón, en la otra, ella nos recibe en uno.
Y este corazón será mostrado a palpitación abierta, así como el cuerpo y la enfermedad, la menopausia —un hecho del que hablamos tan poco, del que escribimos tan poco— y la soledad, tanto de ella como de las personas que la rodean y que conforman este “aluvión de huesos” y esta este espacio porque, afirma “la distancia es mi lugar ahora”. La narradora nos lleva en un viaje donde nos presenta sueños de otras mujeres, trabajos, violencias pero también alegrías, búsquedas y hallazgos: ese amor que va construyendo el relato y que tiene forma de persona o que se ovilla como el suave gatito Colette, uno de los coprotagonistas de este libro, en el acolchado cojín del silencio. Y es que el amor hacia los animales y hacia las plantas es otro elemento muy presente en Quema de huesos.
Miren afirma: “Escribir es aventurarse en aguas desconocidas sin dejar de remar (el remo es el bolígrafo). Hay que insistir, de lo contrario se clavaría en el fango la pértiga que tenemos en el alma, se trabaría y se partiría”. En este ir y venir, todas estas Miren están viendo hacia la rosa de los vientos y la autora cita a Angelus Sibelius, “la rosa no tiene por qué: la rosa florece porque florece”. Y esto nos lleva a la rosa saturada de Gertrude Stein: una rosa es una rosa es una rosa. A esto le sumo la rosa: la de la traducción como una rosa de Jericó: esa raíz o arbustillo que se seca cuando no hay agua y luego se abre de nuevo, con nuevas rupturas, cruces y pliegues, con las ramitas extendidas, verdes a veces, ocres otras, pero que, a otra temperatura, con nuevos metales irrigando el agua que embebe, crece nueva, como una historia que se construye con minerales de una nueva lengua y suena —como el murmullo suave a momentos y, alumbrado con ciertos decibeles del estruendo de la vida a otros—, a una voz viva y ardiente, una voz que a su vez ha sido tantas y en la que podemos también, escucharnos. Así abrasador y expansivo es Quema de huesos de Miren Agur Meabe.
* Texto leído en la presentación con motivo de la visita de la autora a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 2022.
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