La política está también en la cama
El trauma machista rompe una frontera entre lo privado y lo público. Doloroso es comprobar el rosario de pequeñeces lacerantes que guardamos en nuestra intimidad, cuentas punzantes que consideramos normales, porque, lamentablemente, efectivamente, esto es “lo normal”.
La violencia me eligió. No fui yo quien lo hizo. Sucedió de un modo sigiloso e invisible. Fue metiéndose silenciosa e intrusiva en mi quehacer profesional. No me dio opción. Debería decirse que fui yo la elegida y no al revés. Podría reconstruirse el camino de migas que esta “no-elección” ha dejado hasta el presente. Comprobar cuánto de mí queda en este lugar y así crearme o creerme una ilusión de elección consciente. Tal vez algún día lo haga.
Día tras día escucho su presencia enmascarada en síntomas que parecen llegados por el azar a la vida diaria. A veces es muy difícil reconocerla, mimetizada con lo habitual, escondida en lo cotidiano, pero estoy afinando los sentidos para detectarla. Puedo escucharla gritando tras las historias de unas, pero también susurrando en las de otras. Puedo oírla, al fin, en la mía también.
Prestando atención he aprendido a discriminarla y eso me ha permitido nombrarla y nombrarla, y convertirla en real y compartida, y en ese compartido, en esa conexión con las otras a través de nuestro sabio hemisferio derecho, en esa sintonía mágica, desarrollar una estrategia de oposición y rebeldía, una rebelión. Emergió entonces ante mí con claridad la forma diáfana de un trauma machista sistémico que, ensombrecido por otros traumas, parecía no estar a la altura de violaciones, guerras o terremotos… Pero sus huellas corrosivas, en la intimidad, estaban ahí. Era necesario señalarlas: el deseo sexual percibido como peligroso; la alerta que provocaba para muchas mujeres ser acariciadas; la intimidad y el placer, banderas de empoderamiento, convertidas en un desafío contradictorio: quiero, pero no quiero…
Al reconocernos vulnerables encontramos una trinchera donde parar y respirar, donde poder descansar. El activismo de la vulnerabilidad nos fortalece por reivindicativo. Es un lugar donde estar, no una huida ni una vergüenza.
El tomar conciencia de la violencia omnipresente fue desconcertante al principio, esclarecedor luego, pero después, inmediatamente, ¿cómo hacer visible todo eso? ¿Cómo mostrar objetivamente una información tan sibilina y delicada, pero, al mismo tiempo tan destructiva? Empecé a estudiar, investigar qué se había dicho ya de esto e intentar sistematizar lo escuchado en terapia. Primero alocadamente, anotando a mano en mi cuadernito frases literales que me ofrecieran pistas: hace años que no disfruto del sexo, a veces finjo los orgasmos y los gemidos, si salgo a la calle sola de noche aviso a una amiga, …siempre me han dicho que mi barriga…, nunca me he atrevido a tocarme,… prefiero que me empotren y así terminamos antes…, si el sexo desapareciera sería feliz…, a fuerza de oírlas y apuntarlas se me revelaban más líneas del dibujo. Sistematizando lo apuntado llegue a agruparlas en cinco temas: los abusos, el miedo, la culpa, la invisibilización y la cosificación.
Estas categorías incluyen realidades tanto excepcionales como cotidianas y tanto realidades explícitas como implícitas, tal es no solo sufrir determinada violencia si no también que te tachen de exagerada por nombrarla, hacerte sentir que la belleza es el único aspecto por el que se te valora, ridiculizarte por tu aspecto físico, presión para cambiar tu cuerpo y ajustarte a un modelo, mantener relaciones sexuales con hombres sintiendo que no importa lo que sientas, ignorar tus peticiones durante las relaciones sexuales, miradas o gestos de personas desconocidas que te sexualizan, que te culpabilicen por querer o no querer determinadas prácticas sexuales, verte obligada a consentir para evitar consecuencias indeseadas, culparte de la violencia recibida, culparte de no haberte opuesto suficiente, albergar miedos a la noche, a determinados entornos en compañía de hombres, intimidación física, presencia no deseada en tu espacio personal, que te toquen o penetren sin tu consentimiento, grabarte sin tu consentimiento… y así hasta 50 ítems que componen lo que he llamado la Escala de Violencias Sexuales Invisibles y Cotidianas (EVSIC).
La escala nace con la pretensión de mostrar cómo la vida íntima y sexual, que es el espacio donde el cuerpo y las emociones se ponen en juego, es atropellada por ese trauma disfrazado de cultura que es el machismo. El trauma machista rompe una frontera entre lo privado y lo público. De esta manera, a través de la escala, demostramos que la política está también en la cama y en la forma en que nos relacionamos con nuestro cuerpo, en nuestros deseos y en nuestras expectativas sobre nosotras mismas… lo personal es político, de nuevo. Doloroso es comprobar el rosario de pequeñeces lacerantes que guardamos en nuestra intimidad, cuentas punzantes que consideramos normales, porque, lamentablemente, efectivamente, esto es “lo normal”.
Como dice la psicóloga Laura S. Brown en su definición sobre este trauma sistémico que es el machismo, lo normal se ha disfrazado de gota de ácido psíquico sobre la piedra del yo; lo normal que se ha repetido tantas veces sobre nuestros cuerpos mientras todos lo negaban que ha calado en los huesos y en la carne, que ha calado en la identidad y en los deseos, en las fantasías y en los sueños desposeídos de su auténtico yo, libre de dolor. Las violencias invisibles que sin permiso han ido arrebatando la salud a aquellas personas excluidas del “privilegio” provocando malestar, infelicidad, diagnósticos al fin. Tan abrasivo lo soportado como lo omitido: todas esas ocasiones en que se ha negado lo que nos ha sucedido, invisibilizándolo o responsabilizándonos.
Me atreví finalmente a pedir a todas esas personas que tanto me enseñaron en consulta, que respondieran a mi experimento, la escala de violencias sexuales invisibles y cotidianas, y ellas me devolvieron generosidad y entusiasmo y así, como sucede con las fotografías en el laboratorio, va revelándose una realidad desoladora: las violencias no forman parte de una realidad excepcional, sino que son un elemento común en nuestras vidas, un agente aleccionador de dominación enmascarado con formas más o menos amables.
Responder este cuestionario es duro. En las instrucciones recomiendo hacerlo en un espacio cuidadoso, con amabilidad hacia una misma, sin obligarse a cumplir, con la libertad de dejarlo cuando se quiera, esto es para ti, no lo hagas para mí… Porque ir enfrentándose a cada una de las escenas expuestas es una inmersión hacia las profundidades de nuestras heridas que permite que, al terminar, se escenifiquen ante ti los dolores de la norma.
Sí, se hace innegable que sí, a ti también te ha pasado.
Queda ahora el exorcismo y la convalecencia con amigas, con otras almas compañeras, quizá terapia o no, pero sí cuidados, amor y rebelión, energía para el enfado y la oposición.
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