Placer, cagar, activismo y conflictos

Placer, cagar, activismo y conflictos

Si la militancia busca la subsanación de desigualdades históricas y parte del conflicto que provocan las estructuras de poder, ¿cómo puede ser gustoso? ¿De qué manera el placer activa o desactiva las luchas feministas?

Imagen: Pol Serra
19/04/2023

El placer es una sensación que puede verse provocada por infinidad de situaciones. Guadi, la hermana de mi abuelo Tóbal, solía cantar que “cagar es un placer que alumbra al corazón”. Cagar es un placer, sí, pero no es el único: a las personas nos produce placer leer, cantar, masturbarnos, pasar un rato con las amigas, el vino, hacer deporte, no hacer nada, viajar, bañarnos en el mar. El placer es una emoción personal que se presenta a lo largo de nuestra vida como un lugar al que tratamos de llegar insistentemente. Suele ser momentáneo y, precisamente por eso, dedicamos tantos y tantos esfuerzos a alcanzarlo. El placer es difícil de revivir. Recordar momentos de goce nunca es tan placentero como vivirlos, así que volvemos a buscar y buscar y buscar. El placer es histórico y temporal, está atravesado por las circunstancias socioeconómicas, culturales, políticas. A pesar de los insistentes intentos del sistema capitalista por globalizarlo todo –incluido, claro, el placer– resulta más que obvio que aquello que me produce disfrute hoy, aquí, a mí, nada tiene que ver con la emoción placentera que esté viviendo otra en Pekín ni con la que yo misma pude sentir ayer. El placer se nos escurre entre las manos. Ahora, que tendemos a elaborar en términos de ‘privilegio’ todo aquello que no está permitido para todas, podríamos decir que el placer es uno de ellos. Pero, ¿puede ser placentero el activismo? ¿Puede la militancia tener el disfrute como objetivo si la política parte siempre de un conflicto? ¿Qué ha aportado el pensamiento feminista a los placeres?

Itziar Gandarias, doctora en Psicología Social y activista, cree que los entornos militantes han negado históricamente la posibilidad del disfrute: “Se ha entendido, desde una visión patriarcal y masculinizada, al menos en el contexto vasco, que el activismo es algo muy serio y muy sacrificado. El buen militante es el que da su vida por la causa. Desde el feminismo, sobre todo desde otros feminismos, nos están ayudando a entender que está muy bien luchar por un futuro que será maravilloso, pero que la revolución y el disfrute tienen que empezar en el camino”. Lo hemos aprendido de compañeras como Cony Carranza que, durante las últimas jornadas feministas de Euskal Herria, reivindicaba unas prácticas feministas que nos mojen las bragas mientras seguimos en la lucha antipatriarcal, antirracista y anticolonial que nos ocupa.

El movimiento feminista sabe mucho del tema. Nuestra lucha está atravesada por el objetivo de lograr derechos sociales y civiles para las mujeres. Entre ellos, el derecho al placer. Ha sido, de hecho, un eje vertebrador de muchas propuestas y prácticas feministas. La antropóloga Laura Muelas de Ayala ha estudiado el placer y, probablemente, lo haya experimentado. Eso no se lo pregunté, pero me atrevo a afirmarlo. El feminismo, a pesar de haberse vinculado históricamente con reivindicaciones en torno al placer, no siempre ha tenido en cuenta las distintas posibilidades que ofrece más allá del sexo: “Dentro del feminismo, el placer casi siempre se asocia o se reivindica como placer sexual, pero los procesos de disfrute van más allá y son motor para el cambio social”, dice Muelas.

 

La periodista Ana Requena, en su libro Feminismo vibrante: Si no hay placer no es nuestra revolución, busca reivindicarlo, porque este se opone a algunos de los mandatos patriarcales más intensos: la culpa, el sometimiento, la discreción, la sumisión. “Hablar de nuestro placer –asegura– es una manera de cuestionarlo. Tenemos que lograr convertirnos en sujetos deseantes, con todo lo que eso implica”. Darle un valor tan central al placer en la agenda feminista puede provocar, de alguna manera, que caigamos en cierto hedonismo. En los espacios feministas virtuales, probablemente mucho más que en cualquier asamblea tradicional, a veces parece que no puede articularse ningún discurso más allá del sexo o del poliamor. “El discurso de placer es necesario para complementar otros discursos: desde la violencia sexual a la justicia social. Entiendo que no sea lo prioritario, pero no podemos seguir viéndolo como algo secundario. La ausencia de placer, la culpa y la represión de nuestros deseos han sido una tendencia social tan grande que creo que poner el placer en el centro de la agenda sigue siendo muy necesario”, dice Requena.

Placer y compromiso

Sonia es activista. Feminista, sí, pero sobre todo participa en colectivos mixtos: “No todo es color de rosa ni supercuqui. Si es un activismo que no genera esfuerzo, revisión interna, contradicciones… a mí no me interesa especialmente. No puede ser placentero en la medida que está lleno de autocrítica, de palos”. Además, cree que si las acciones que llevamos a cabo solo sirven para nuestra propia gratificación individual, “ni es activismo, ni es militancia, ni es transformación social”. La clave probablemente esté en el equilibrio. Aprender a disfrutar de los procesos, pero sin perder de vista los objetivos. Marta lleva años militando en el movimiento feminista de su ciudad y, sí, sabe que es importante disfrutar, pero lamenta que muchas de sus compañeras parece que se acercan al activismo buscando más amistades y ocio que cambio social. La creación de redes informales, de pequeños grupos de amigas dentro de un colectivo, provoca la creación de estructuras informales que evitan la posibilidad de una participación horizontal de todas las miembras. No es la única razón que expulsa a algunas personas del activismo: los horarios incompatibles con la conciliación dejan fuera a las cuidadoras y la duración de los encuentros o la falta de pausas, por ejemplo, dificulta la participación de compañeras con sufrimiento psíquico. Después de la asamblea, las que no tienen compromisos o son amigas entre ellas acaban por decidir algunas cuestiones que estaban pendientes mientras se echan unos potes. En el caso de las activistas lesbianas, por ejemplo, resulta muy habitual que dejen los colectivos en los que participan cuando se han echado novia o que los grupos se vayan al carajo tras cualquier ruptura. Sí, en los grupos activistas también se dan dinámicas de expulsión.

¿Cómo se conjuga el placer que nos provoca encontrarnos entre nosotras con el compromiso? Laura Muelas de Ayala sabe que no todo puede ser placer aunque reconoce que es imprescindible: “El placer tiene un componente de conflicto fuerte. Se trata de cuestionar qué es lo placentero, cómo se nos permite ese placer en una sociedad capitalista, que solo nos permite ciertas válvulas de disfrute entre el trabajo y el sacrificio. Después de cumplir, me pego la gran parranda para desfogar”. Esa lógica también se ha dado en el activismo: primero, la asamblea. Luego, las cañas, la fiesta, el disfrute. No se da la misma importancia a quien escribe los manifiestos que a quien prepara la comida para la fiesta aunque casi todas disfrutemos más de los bailes que de la lectura. Una posible solución pasaría por, de alguna manera, cuestionar el orden de los factores: ¿Por qué las fiestas son lo último? ¿No podríamos empezar unas jornadas bailando durante un par de horas? Quizá, así, evitaríamos los usos excesivos del alcohol y podríamos empezar a escucharnos con otro cuerpo. Eso sí, la inclusión de dinámicas de este estilo provocan también malestar en muchas personas. Últimamente se promueven formas de participación aparentemente menos rígidas en el movimiento feminista, pero ¿expulsan esas nuevas formas a algunas compañeras? ¿Cómo podemos acoger las necesidades de las que no se sienten cómodas hablando con desconocidas, bailando o, simplemente, haciendo aportaciones en voz alta?

En La tiranía de la falta de estructuras, el texto de Jo Freeman que sacudió con fuerza a las activistas feministas, llega a afirmarse que el movimiento genera mucha actividad y pocos resultados. Las maneras de hacer del feminismo, desde luego, distan mucho de la militancia clásica, pero es que los clásicos militantes han sido señores con sus necesidades básicas cubiertas. Sigamos mojándonos las bragas, sí, pero sin perder de vista a las que no usan.

 

Este texto ha sido publicado en el anuario número 8 de #PikaraEnPapel. Puedes conseguirlo en nuestra tienda online.

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