Roles sexistas y sexualización en las series infantiles
El informe presentado por la Asociación de mujeres cineastas CIMA analiza 707 capítulos de 40 series intantiles que se emiten en el Estado. Los resultados muestran la falta de perspectiva de género y de diversidad. Un 95 por ciento de los creadores son hombres.
Más del 95 por ciento de los creadores de las series audiovisuales infantiles, guionistas y directores, son hombres. Así lo indica el informe presentado por la asociación CIMA de mujeres cineastas y de medios audiovisuales “La dieta audiovisual ofertada en la programación infantil televisiva”, donde se analiza qué es lo que están viendo nuestras criaturas. El estudio explica que “la infancia es un grupo particularmente indefenso a los contenidos mediáticos porque en esa etapa de sus vidas, las niñas y los niños están en pleno proceso de desarrollo psicobiológico y social de su personalidad. En él aprenden cuál es su valor en el mundo, por lo que es imperativo que el contenido que consumen sea lo más próximo a una convivencia real en valores humanos y democráticos”. El informe ha analizado los contenidos de un total de 707 capítulos de 40 series de plataformas y canales como Clan TV, Boing, Disney, Nickelodeon, Atresplayer, Netflix o Movistar con el objetivo de ver si se ajusta a esa proximidad al mundo real con valores éticos y los resultados muestran que están lejos de ese ideal.
De los datos se concluye en primer lugar que hay escasa producción local, por lo que su mayoría proviene de Estados Unidos. Los creadores, guionistas y directores, son hombres en más de un 96 por ciento de los contenidos analizados y esto puede explicar por qué son ellos los héroes y protagonistas en más de un 71 por ciento de los casos, y desarrollan profesiones tradicionalmente masculinas en un 100 por ciento de los episodios analizados. Es decir, no se muestra ni un solo caso en que un personaje masculino tenga una profesión no típicamente masculina. Sus historias giran en torno a la aventura y la pandilla, mientras que las historias de ellas giran en torno al hogar y la familia. Aunque ellas tengan en un 50 por ciento profesiones no tradicionalmente femeninas, el otro 50 por cierto sí sigue el estereotipo. “Es el caso de series con protagonistas femeninas como Anfibilandia, Casa Búho, Pucca, Victorious, Paprika, Vampirina, Heidi, Pepa Pig y Butterbean’s Café donde las temáticas tratadas en la narración son entendidas socialmente siguiendo los estereotipos femeninos y se vinculan directamente con el entorno familiar y de cuidados donde la familia ocupa un papel central en el 48,10 por ciento de los episodios. Por el contrario, en el 71,70 por ciento de los capítulos en los que el protagonista es un varón, el papel de la familia es ignorado. Un ejemplo de ello lo encontramos en series como Bob Esponja, Marcus Level, Tops, Gigantosaurus, Pokemon, Thomas y su Amigos, Angry Birds, Somos Osos y Pj Mask, entre otras”.
Una de las cuestiones que llaman la atención es la presencia de la pandilla y la forma en que interactúan sus miembros siguiendo estereotipos tóxicos alejados de los valores igualitarios. Esta está presente en el 54 por ciento de los capítulos analizados protagonizados por personajes masculinos. Cuando hay pandillas, en un 87 por ciento son masculinas. Lo preocupante es que reproducen esquemas típicamente identificables en la cultura bro, ampliamente descrita por el escritor, cineasta y educador en estudios de género Thomas Keith, que la define como una subcultura que valida el bullying, la cosificación de las mujeres, que prioriza al grupo de amigos y se hace más patente a partir de la adolescencia y la Universidad. Es heredera de una masculinidad tóxica que dentro del grupo castiga a los que no cumplen con el rol de masculinidad hegemónica. Esto quiere decir que hay miembros que acosan a otros miembros a los que identifican como débiles, diferentes, a los que se acercan a lo femenino.
No es que los contenidos infantiles muestren comportamientos de “universitarios”, sino que no es descabellado pensar, a partir de los datos, que hay una relación con esta subcultura. Si los creadores de las historias son hombres de clase media o media-alta que han ido a la Universidad y en gran medida han estado en contacto con la cultura bro estadounidense, los estereotipos y conductas violentas de esta cultura, parecen tener su versión infantil en las series, según el informe. Las cifras de violencia psicológica en los contenidos analizados están por encima del 55 por ciento y la violencia física supera el 46 por ciento. La primera pregunta que surge es, ¿cómo vamos a erradicar el bullying si está validado en los contenidos que ven las criaturas? Esta transmisión nada inocua de la cultura bro tiene muchísimo que ver con la ausencia de equipos mixtos y muldisciplinares en la creación de contenidos. Esto no quiere decir que no haya profesionales de la pedagogía y psicología, como dice Fátima Arranz, directora del informe realizado para la asociación CIMA. Lo que ella no tiene tan claro que es no tengan sus propios prejuicios y sesgos. Lo que claramente muestra el informe es que deberían intervenir personas cualificadas en materia de género e inclusión a la hora de decidir, pues los contenidos audiovisuales modulan las conductas y generan percepciones distorsionadas si estos contenidos no se corresponden con la realidad.
Uno de los objetivos del estudio realizado por Arranz para CIMA era analizar qué papel estaba jugando el actual Código de Autorregulación vigente, que no es más que un código de buenas prácticas, en torno a valores sociales como solidaridad, igualdad, etcétera. Este código ha dejado de tenerse en cuenta a la hora de programar y, como explica la directora, “las mismas cadenas de televisión firmantes del código son aquellas que recogen y evalúan las quejas y reclamaciones interpuestas por la ciudadanía, en otros términos, de forma aberrante, son jueces y parte al mismo tiempo”. No existe, por tanto, un organismo externo, exento de intereses, que gestione de manera eficaz y transparente las reclamaciones que pueda haber de quienes consumen los contenidos. Se apoyan en que lo quiere la audiencia es lo que programan, teniendo en cuenta el presupuesto que tienen y el contenido que se ofrece. Lo que apunta el informe es que “el punto de vista de los productores y responsables de las actuales programaciones infantiles televisivas sobre la causa de la desaparición apunta hacia las determinaciones que dicen muestran los propios consumidores, esto es, los niños y las niñas”. Y se muestra el testimonio de un programador de televisión infantil que asegura: “Es un consumo egoísta, el niño no entiende que las cosas no funcionen como él quiere, no entiende por qué no se le da lo que quiere y al instante. Eso se traduce que quiere ver 40 capítulos seguidos y tampoco quiere esperar hasta una determinada hora para ver Peppa Pig. Quiere dar al botón y ya verlo. Si por lo que sea no funciona en ese momento se va a ir otro canal que se lo dé al instante”.
Por tanto, productoras y programadores de contenidos alegan que programan lo que quieren ver las criaturas y que las tareas de control y educación son responsabilidad de las familias. El informe señala que esta argumentación se basa en una perspectiva liberal que esquiva el problema: “Regular sí pero no prohibir”. Según el estudio, “la opinión de las compañías productoras es unánime a la hora de señalar a la iniciativa pública como la responsable de ofrecer una programación infantil educativa, a su modo de ver no es rentable”. Esto quiere decir que trasladan a las instituciones públicas la misión de crear contenido educativo ya que para las empresas no es rentable. “Justifican los contenidos que se programan atendiendo exclusivamente el criterio de quien los consume. También enuncian que su objetivo es maximizar los beneficios y que la programación educativa tiene altos costes y escasa demanda en el mercado. No solo no observan ningún tipo de crítica a la programación infantil sino todo lo contrario, se está en el mejor de los momentos”. El contenido infantil en las plataformas está disponible las veinticuatro horas, haciendo desaparecer en la práctica el horario de protección infantil de manera que, como apunta Arranz, “la responsabilidad de lo que ven las criaturas está exclusivamente focalizada en el control que deben ejercer las familias”.
Consumismo, estrés laboral y competencia: el capitalismo en las series
El mundo que se ve en las series infantiles no se corresponde con la vida real. Así lo recoge también el informe. Por ejemplo, el porcentaje de diversidad en la producción es muy bajo: solo aparecen un 13 por ciento de personas racializadas, un 18 por ciento de personas mayores, un 20 por ciento de personas con sobrepeso, un 1 por ciento de personas con diversidad funcional y un 0,4 por ciento de representación LGTBIQ+. Con esta representación irreal, se distorsiona su percepción de cómo debe ser el mundo que les rodea. En un artículo de Allure.com sobre si determinadas muñecas afectan a la autoestima de las niñas, Diana Leon-Boys, profesora de la Universidad del Sur de Florida, especialista en comunicación, infancia y estudios latinos, apunta que “si la niña no se ve a sí misma a través de las muñecas con las que juega, es más difícil que tenga una sensación completamente tres sesenta de ¿quién soy en el mundo? ¿Cómo me ven los demás? ¿Me ven?”. Aunque la experta está hablando de las muñecas, es aplicable a los personajes de las series infantiles, porque ambos influyen en el sentido de pertenencia. De hecho, el mercado audiovisual y la industria juguetera se retroalimentan haciendo que el merchandising audiovisual sea una enorme fuente de ingresos. Es más, los proyectos audiovisuales ya nacen con una gama de subproductos que tratan de extender el universo de los contenidos audiovisual y participar de la vida real.
Un caso que ilustra bien esto, aunque no forma parte del estudio, es la serie animada Rainbow High, herederas de las muñecas Bratz. La serie parece un anuncio perpetuo para vender la enorme cantidad de muñecas que tiene la colección. Las Rainbow High han sido uno de los regalos preferidos de las niñas estas Navidades, según se indica en varios ranking, como el Top 10 elaborado por El Economista en el que “figuran cinco muñecas como Bellies, Cry Babies, Rainbow High y Nancy en el Spa y en Scooter, además de Monster Jam Megalodon Storm, Pokemon Carrycase Playset y el Kidizoom Smartwatch”. Todas cumplen con una construcción corporal irreal: cabezas grandes con ojos enormes, labios carnosos y nariz muy pequeña. Pelo extremadamente largo, algo habitual en la mayoría de las muñecas para niñas, además de un amplísimo catálogo de ropa hipersexualizada y complementos disponibles para vestirlas. Esta moda hipersexualizada se replica a través de las muñecas, personajes de series y en el mundo real a través de la moda para niñas.
La trama de la serie Rainbow High se desarrolla en el instituto con el mismo nombre, donde se enseña diseño de moda y explota el mundo de las influencers en redes sociales y de consumo exacerbado, además de llevar implícito un sesgo de clase. En ocasiones muestra situaciones de elevadísima exigencia. Es decir, se asemeja a una firma de moda donde el estrés es algo habitual, donde se dan noches de trabajo para presentar colecciones, comparten consejos unas a otras como no dormir ni ducharse para llegar a entregar el trabajo a tiempo. La profesora es una especie de Rottenmeier que enseña a posar de manera sexualizada, a moverse por la pasarela como lo hacen las modelos, y que promueve prácticas de trabajo tóxicas y neoliberales, como la competencia entre alumnado de distintos cursos y entre diseñadoras. En cuanto a la imagen de las muñecas o personajes, aunque existe diversidad racial, tienen proporciones corporales irreales que, en ocasiones, sugieren incluso cirugía estética como en el caso de los labios carnosos. Esto es algo que afecta a la percepción del propio cuerpo de las niñas, generando insatisfacción y posibles trastornos relacionados con la imagen. Una serie que puede seguir de forma infinita creando personajes cada temporada y modificando las muñecas y subproductos que se ponen a la venta para explotar al máximo la perspectiva coleccionista para perpetuar las ventas de muñecas.
Ante esta realidad, como asegura la asociación CIMA, empieza a ser urgente la creación de un observatorio audiovisual que vele por el cumplimiento del artículo de 20.4 de nuestra Constitución que dice debe respetarse el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia. Sobre todo teniendo en cuenta que, según el informe de 2018 de la asociación para la investigación de medios de comunicación, nuestras criaturas pasan casi 5 horas diarias frente a alguna pantalla.
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